EL TREBOL AZUL
Publicado en Mar 20, 2013
En el país de las amapolas, una pequeña hormiga habitaba en un diminuto espacio de tierra. Todas las mañanas, emprendía su caminata en busca de un trébol de cuatro hojas, misión que la susodicha se había impuesto desde lejana data. Su ansiedad se debía a la tradicional leyenda que circulaba de boca en boca por los alrededores del pueblillo: “Aquel que encuentre el trébol azul de cuatro hojas será merecedor de pedirle un deseo”. Ese motivo era el disparador que llevaba a la hormiga a viajar. Caminaba y caminaba, recorría valles y senderos, árboles y rocas, atravesaba charcos de agua en su bote de ramas secas y trepaba piedras con su soga de caucho.
Cuando caía la noche, se refugiaba en un mullido colchón de hojas que ella misma construía, y al asomar el primer rayito de sol, nuevamente iniciaba su larga búsqueda. Apurada y soberbia, la hormiga pasaba sus días encerrada en su objetivo, sin prestarle atención a su contexto ni al resto de las hormigas. Firme se propuso encontrar la tan comentada planta, cualquiera sea el sacrificio que tuviera que hacer. Pasaba noches en vela con su linterna de bichitos de luz, se escabullía por las malezas de los campos y escalaba colinas para poder ver a la distancia. A mitad de camino, la hormiga se encontró con una abejita que volaba por los alrededores. Pero muy concentrada en su búsqueda, la ignoró, así como estaba acostumbrada a hacer. La abejita curiosa y observando el accionar de la hormiga, se acercó y le preguntó: _“Perdiste algo?, La hormiga molesta, se sintió burlada y le respondió:_ “Voy a perder la paciencia si no me dejás en paz”. Y ofuscada se fue. Veinticinco pasos más para el norte, se encontró con un escarabajo al que también le llamó la atención la actitud de la hormiga. El bicho le preguntó:_ “ Hormiga! Queres que te ayude a buscar algo?” La hormiga lo miró y rotundamente le respondió: _“No, puedo sola”. Su mirada dolió más que su respuesta. Así, pasó por varios lugares en donde diferentes bichitos se ofrecieron a ayudarle con algo que siquiera sabían de qué se trataba. La hormiga nerviosa y cansada trataba de esquivar todo tipo de comunicación. Tenía un tremendo miedo de que alguien más encontrara el trébol antes que ella. Así, pasaron los días, los meses, los años. Sin obtener resultados, una tarde de noviembre, la fortaleza de la hormiga se quebró. Se arrodilló dejando caer todo su peso del cuerpo y se echó a llorar. El torrente de lágrimas comenzó a regar las plantas que se encontraban en el lugar, cada gota parecía una cascada de años de soledad. Hasta que en un instante mágico, del pasto comenzó a nacer un enorme trébol azul de cuatro hojas. Confundida y excitada, resurgió su alegría y ambición y, de un solo salto, arrancó el trébol para cumplir con todo lo que por años le había robado el sueño: Pedir el deseo. Pero al momento de realizar la acción, al momento de materializar finalmente ese acto, al instante de volcar sobre las palabras aquello que debía nacerle de los más profundo de sus entrañas, que le llevo a viajar, desvelarse, renunciar a una vida normal como cualquier hormiga, se dio cuenta que no tenía ningún deseo. Por años esperando ese segundo de felicidad, y no tenía un motivo, un sueño, si quiera un pequeño anhelo, nada. Una sensación de vacío invadió su pecho y su amiga angustia se hizo presente por la puerta principal. Miró a su alrededor y se sintió sola. Como un flash-back una multiplicidad de imágenes transcurrieron por su mente: Las noches en vela, los caminos recorridos, los bichitos que intentaron ayudarla. Su negativa a interactuar y su egoísmo por obtener algo que en realidad nunca iba a hacerle feliz.
Página 1 / 1
|
daniel contardo
Nena
GLORIA MONSALVE
hermoso tu texto... igualmente de muy buena ambientacion
este ademas traje buenos mensajes para reflexionar....
me gusto
un abrazo
Nena