EL GADITANO
Alicia Alvarez
A la vera del Guadalquivir, la Torre de Oro se empecina en apropiarse del río. Lo somete y lo apuñala con su noble imponencia, hacia el cielo y a su orilla.
Cae la tarde de mayo con velos de oro y púrpura, y tú, despreocupado cruzas el puente del Alamillo camino hacia la cita. Con dedos de mujer, el aire cargado de jazmines va sumando caricias a tu rostro moreno.
Doblega el pensamiento la idea del placer y atonta la hermosura que circuye tu presencia.
Allá vas, hermoso, cual príncipe nazarí; tal vez caballero abencerraje del amor clandestino de Morayma. Quién sabe…quién sabrá quién eres. No tienes nombre. Dos lunas desgarradas besan tu cuerpo de pasado moro.
Buscas a la muchacha de azahares bajo la blusa y de promesas bajo la falda levantada; pero como si no importara, caminas al descuido aunque los puñales de sus ojos negros no agitan tu impaciencia natural.
A lo lejos, las olas de la costa gaditana, van perlándote la piel para que no la olvides.
Cádiz - amante herida - saca las uñas de mujer despechada y llora su pena andaluza por soleares.
Noche, estrellas, balcón antiguo donde espera la muchacha con azahares bajo la blusa blanca. Incongruente y esquiva, caprichosa y eterna, te incita con olor a hembra fecunda. Sus aromas turban la razón y la posees. Alguna maldición escapa de tu boca.
Te reprende al oído la Virgen del Rosario que cuelga de tu cuello. Es madre y es mujer,
y la obedeces.
Las estrellas caen sobre la Catedral y tú, tocado por la gracia y el pecado, cruzas el puente camino de Triana.
7.10.11