GENERACIONAL
Publicado en Mar 21, 2013
Ahí estaba su fraternal y gran oponente, dentro de un ataúd muy quieto y en silencio. Ya no se escuchaba aquella perorata que lo identificaba y que era mitad retórica, mitad sofisma. Recordaba con dolorosa nostalgia aquellas batallas verbales en donde generalmente era vencido por el ahora difunto. Las de sus primeros años terminaban abruptamente con un “Te callas y me obedeces”. Las que sostuvieron durante su adolescencia en donde al menos se le permitió esgrimir algún argumento balbuceado incoherentemente y que en muy escasas ocasiones le fueron al menos parcialmente favorables, “Está bien, podrás llegar un poco más tarde, pero que no pase de las diez de la noche”. Y qué decir de aquella que él nombraba “La madre de todas las discusiones”, cuando le avisó su intención de inscribirse en la escuela de Música. – ¡¿Qué estupidez estas diciendo?! Bien sabes que los hombres de esta familia hemos sido todos, óyelo bien, todos, excelentes abogados. Ahora tú quieres hacer “arte” con un instrumento en la boca– –Sólo eso me faltaba– – ¡Un musiquillo en la familia! – El encontronazo fue brutal, los argumentos de uno y otro lado se lanzaron con rabiosa decisión hasta que intervino la madre para apaciguar los ánimos y finalmente años después él se graduaba de abogado y como tal desarrollaría una mediana carrera profesional. La presencia de alguien que llegaba lo apartó de sus pensamientos, al ver de quien se trataba lo llenó de coraje y, apenas conteniéndose por la concurrencia salió al paso del visitante: –¡Mira que desaliñado vienes! – – ¿Pretendes matarme con tantos disgustos? – Le preguntó iracundo. –Al menos quítate esa bata blanca, pareces carnicero– –Ni siquiera tienes pinta de abogado– – ¡Un medicucho, un matasanos en la familia! – –¡Qué vergüenza para nuestros ancestros! – El joven que recién había llegado tomó del brazo a su iracundo padre quien continuaba con su diatriba y juntos llegaron hasta el féretro, ahí rodeó los hombros del viejo abogado y dijo con solemnidad: – “Abuelo, ante tu cadáver reitero y confirmo la promesa que te hice alguna vez; me esforzaré por ser un buen médico; nada ni nadie me apartará de ese camino; estoy decidido a que los senderos de mi vida profesional me los marque la vocación y no la tradición, por muy loable que ésta sea” – Entonces padre e hijo se fundieron en un amoroso abrazo en señal de tregua, en tácito acuerdo consintieron que fuera la vida quien juzgara y decidiera a quién le asistía la razón; porque bien dice la sabiduría popular: “Es mejor ser cabeza de ratón, que cola de león”
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