EL ERROR
Publicado en Mar 22, 2013
Cuando comencé con esto jamás pensé que terminaría de semejante manera. Tenía diecinueve años y entré al seminario por encima de todo: de los llantos, de las balas, de la violencia, de los reproches, de la pobreza… de la realidad.
Lincoln, el sacerdote que más llegué a admirar, sería por cosas del destino, o de Dios, mi guía durante ocho años. Su vida era un ejemplo y su vocación, sin lugar a duda, era haberse convertido en cura. Con el tiempo había aprendido a sonreír pero la dicha sólo duró tres años. Me entró una llamada que no me volvió a dejar dormir. Habían violado a la niña de mis ojos: mi hermana. Todo lo que yo era en ese entonces se había revolcado. Tenía ganas de fumar. Revisé la habitación a tientas pero no encontré las llaves así que no me quedó otra opción que tomar las del padre Lincoln. Caminé hacia su habitación, entré en silencio y las cogí con algo más. Estuve sentado en las afueras del seminario calmando la impotencia, las lágrimas que me ahogaban y las palabras que jamás salieron. Tenía que vengarme. Miré las llaves y entonces noté que junto a ellas había tomado unas hojas dobladas que comencé a leer olvidando que no eran mías. Sólo recuerdo que alguna decía: “Sé que esa es tu vocación pero no olvides que éste hijo siempre será tuyo”. La leí dos veces sin entender. De pronto Lincoln me tomó por el hombro y quiso explicarme todo. No quería excusarse, fue lo primero que dijo, pero en el momento en donde él como humano se enfrentaba a él como sacerdote, la propia iglesia lo había defraudado: “A Dios también le gusta pecar” fueron las palabras del cura mayor. “Y no sé en qué momento terminé siendo papá” concluyó esa noche. La carta ahora era mía así que mágicamente había aparecido mi cómplice en la venganza. Ese fue mi error. Pero él tenía un hijo, ese fue su error.
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