Hasta siempre (Relato perteneciente al libro "Crónicas de infeliz")
Publicado en Mar 22, 2013
— Capítulo III —
Hasta siempre... Ella llega de trabajar, el silencio delata la ausencia de su hombre. Se dirige a la cocina y empieza a preparar la cena, le cuesta desconectar su cabeza y decide prender la radio. Todo transcurre como de costumbre. Mientras espera la llegada de su marido, corta en pedazos alguna verdura o cierra los repulgues. Un día más, otro más, igual que ayer, igual que mañana. De repente, en la radio suena una canción, reconoce los primeros tonos al instante, ése sonido es familiar y va más allá de los sonidos. Es una carga de sentimientos, cada nota trae un sinfín de imágenes, muchísimas sensaciones que llegan como si cada palabra que entona la misteriosa voz de la radio, activara un botón para liberarlos. Los recuerdos caen como el agua en la tormenta, rápida y violenta, precisa pero desordenada. La sensación de ésos labios suaves pero cortantes recorriendo el desierto de su cuerpo hasta llegar al oasis donde saciar su sed le levantaba la temperatura como la primera vez. Esos tiempos son parte del pasado. Desde el día en que se despidió de él no tiene noticias; aunque cíclicamente le vuelve su nombre al pensamiento, nunca logró amar a nadie con tal pasión, ni sentirlo de tal manera. Todo el cuerpo transformado en placer extremo, ése terrible escalofrío que destruye con todas las leyes físicas que gobiernan en cada rincón del cuerpo. Se deja transportar hacia aquellos hermosos momentos y se encuentra, joven, manteniendo todavía su silueta tallada a mano, su piel suave y firme, su inocencia y su risa fácil. El cuerpo de él, tan juvenil, sin rastros del tiempo y con un desenfreno sexual que hoy hace tanto que no ve. El suspiro que daba fin al placer suena al unísono con el final de tema y cae, como una manzana del árbol, a la realidad. Casi sin tiempo de pensar y entender lo que le acababa de suceder, suena el crujido de la puerta y detrás, aparece su hombre, ése que ahora está a su lado. Se acerca a la cocina y la toma desde atrás besando su nuca, ella, todavía invadida por la nostalgia y la melancolía, se da vuelta, lo abraza fuerte y le da un beso lleno de amor. La comida está lista. Se dirige a la mesa y comienzan a cenar. “¿Cómo te fue en el día?”, “No alcanza la plata…”, problemas en el trabajo y algunos temas más pasan por el guión de la cena. Terminan y se van a dormir pero, ésta vez, a diferencia de lo habitual, antes hacen el amor. Ella todavía siente una extraña sensación, tiene a su “esposo” arriba, subiendo el ritmo de sus movimientos, acelera la respiración, la abraza fuerte y se desprende quedando boca arriba transpirado y contento. Ella quedó a mitad de camino, como tantas otras veces . Ya nadie se preocupa por complacerla, nadie está atento a sus detalles. Escucha refunfuñar a su hombre y al girar, nota que ya está dormido. Hoy, más que nunca, siente un vacío enorme en su alma, no sabe si la decisión que tomó hace tantos años fue acertada, si el hombre que duerme a su lado todas las noches es lo que quiere, si esto es la felicidad del matrimonio de la que tanto escuchó hablar. Es imposible escapar a la fantasía y pensar en que aquel muchacho, que tanto tiempo después la tiene pensando en él, debe estar en su casa haciendo feliz a otra mujer que se entrega a sus brazos, que goza de su cuerpo tanto como hizo ella, que su boca recorre los confines de su cuerpo, que disfruta de los detalles, orgullosa de que semejante hombre haya aparecido en su camino. En el medio de tan raros pensamientos, otro suspiro da el final, ésta vez, a la jornada laboral de su conciencia y se queda dormida. En ése mismo momento, él ve dormir profundamente a su mujer después de haberle hecho el amor. Viaja al pasado con su cabeza, a lugares totalmente nostálgicos; amigos, momentos de juventud, de plenitud, de colegio, hasta llegar a la fibra más sensible: un viejo amor. Ése amor que fue el primero, distinto, el descubrir lo desconocido, sensaciones nunca antes vividas y mucho menos, imaginadas. El amor de ésa mujer, que le entregaba su cuerpo hasta agotar sus energías, que lo acariciaba de una manera apenas perceptible pero que activaba todos los rincones de su piel hasta provocar una fiebre que lo hacía delirar, ésa que besaba su cuello tan apasionadamente que lo asustaba, ésa que saciaba sus deseos como una hembra en celo pero que inmediatamente después lo abrazaba con la ternura más grande que pudo conocer, ésa que endulzaba su ego con las palabras justas, que lo hacía sentirse inigualable, indispensable, único, como aquellos héroes mitológicos que leía de chico, aquel amor que excitaba tanto con la palabra como con el cuerpo. Vuelve a girar y ve a su mujer, durmiendo, sin enterarse del aluvión de sentimientos que sacude su cabeza. Hoy está disimulando, como un veterano de guerra, olvidado, despreciado y traicionado, arruinado por los pasos de la vida, abrumado por la rutina y el desamor. Se levanta, agarra un vaso, sirve un poco de gin y lo toma de un sorbo, vuelve a la cama y se duerme tratando de olvidar. A los pocos días, en el barrio de Belgrano, camina apurado por la calle y dobla casi sin mirar. Por la vereda y ante sus ojos, se encuentra ella, su viejo amor. Un nudo se hace presente en las gargantas de ambos, tan fuerte que pareciera hecho por un experto. No hay palabras. La blanquísima piel de ella, se transforma rápidamente en un rojizo simpático. Por fin, él rompe el silencio haciendo preguntas de rutina, rápidamente las palabras banales se hacen cargo de la situación; la familia, el perro, el canario o el loro, son el tema de conversación. En sus mentes, mientras tanto, pasan otras cosas. El deseo de ella de besarlo es incontenible, pero se resiste en una dura batalla entre su razón y su pasión. Él, por su lado, siente ganas de apretarla contra su pecho, pero tampoco se anima. En ése momento, del cielo caen las primeras gotas a modo de presagio de lo que será una gran tormenta. Ella se excusa y se despide aunque no desee hacerlo. Se va fríamente con una sensación de culpa que la carcome. Camina rápido bajo la lluvia tratando de no pensar en lo que sucedió. Llega a la casay abraza a su marido, el hombre que la cuida, que la quiere y que se encarga de que no le falte nada. Él, por su lado, se frena a las pocas cuadras y escribe en su agenda… “me enseñaste que las personas no se quedan con quien más aman, sino con quien mejor las trata; y yo traté mejor a otra. Hasta siempre para mi memoria, hasta nunca para mis ojos.” Volvió corriendo para darle el papel, pero ellaya no estaba.
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