Crónicas del Tártaro.
Publicado en Mar 22, 2013
Comencé a escalar el siguiente peñasco negro, con mis manos secas y frías, una corriente congelada me bañaba por completo mientras sentía la leve fuerza de la gravedad del vórtice que provenía de las profundidades del vacío pozo de tinieblas, que me atraía con cierto recelo inútil. Quien sabía, quien conocía las fuerzas que allí regían y como regían, y porque eran así, quien sabía su origen o su destino, utilizado como prisión, pero no creado como prisión.
Quien sabía realmente que fuerzas eran naturales de él y cuales no lo eran, sino que manipuladas o introducidas. Mi nombre es un recuerdo que me gustaría recordar, si me preguntan sobre mi vida pasada no tengo respuesta. Los sentimientos son otro recuerdo difícilmente confuso, aunque solo puedo describir dos, quizá los únicos verdaderos, pues solo eso poseo, mi esperanza y mi desesperación. No sé si hay otros como yo, no sé si lo han intentado o lo han logrado, no sé, no conocí o supe jamás de nadie que alguna vez haya escapado o intentado, así como yo me encuentro ahora, huir del Tártaro. Tiemblo de pensarlo, ¿y si soy el único? ¿Y si soy descubierto? Abajo en la eterna oscuridad averigüe cosas durante todo este tiempo, escuché de otro que los guardianes de este húmedo y frio espacio tenebroso son unos monstruos formidables, que nunca duermen y están siempre atentos. Me enfrío aún más de pensar en el momento en que los vea, no sé cuándo, pues siento que he estado trepando desde hace siglos estas negras laderas eternas, el silencio absoluto que aquí reina es un grito continuo y terrible, en donde solo puedo oír el rumor de mis dedos aferrándose a las rocas, ciego por la oscuridad, me guio por mi tacto preciso, pues con un solo movimiento en falso, caería de vuelta a aquellas sombras aterradoras, y ¡oh no! No quiero ni pensarlo, el solo hecho de recordar el fondo de este lugar desboca mi razón y me torna a la locura. Conocí a otros, recuerdo, cuando vagaba en sus profundidades, de forma miserable retorciéndose en la desesperación, la mayoría eran antiguos, mucho más antiguos que yo, consumidos por esta prisión, esta prolongación de la nada, regida por los que nos lanzaron aquí. Ellos sabían mucho, a pesar de estar locos, y revelaron grandes cosas para mí huida. Uno de ellos aun recordaba su nombre y me lo dijo, era Auda, en el Tártaro muy rara vez se ve luz, pero algunas veces se crea luz en formas que nunca pude entender o explicar, brillantes y azules luces que nos encandilan por unos momentos, las llamábamos chispas, quien sabe que o quien las creaba, solo recuerdo tres; en todo el tiempo que he estado, pude ver a Auda en una de esas ocasiones, solo esa vez, era un anciano inmóvil de ojos blancos, tan flaco que solo era un esqueleto cubierto de piel gris y marchita por los milenios, de pelo y barba intensamente blanca, babeada y mojada se prolongaba por muchos metros sobre la roca. Siempre hable con aquel viejo aunque solo ahí fue la primera vez que lo vi. Hablábamos siempre de la posibilidad de escapar, y aunque conocía muchas ideas siempre parecía guardarse algo, en ese momento de la luz, me miró y abrió la boca furiosamente arrebatado “¡Mira las chispas!” me dijo “¡Si las vez puedes salir!” lo miré “¡Que dices!” grite desesperado “¡Busca en los horizontes cuando exista esta luz!” me gritaba de vuelta, solo parecía regresar algo de cordura a su mente cuando ocurrían las chispas “¡busca la gran pared de roca! ¡Búscala con la luz! ¡Y que no te vea uno de los Hecatónquiros! ¡Y escala, y escala y saldrás!” en ese momento la luz se apagó y todo se sumió de nuevo en perpetua oscuridad, el viejo comenzó a chillar, llorando y gritando, desesperado buscando la luz, pero era inútil. Me aleje rápido, yo vi la pared de roca mientras la chispa brillaba, pude ver un solo color en el horizonte iluminado de gris en aquel momento que cubría todo, esa era la salida, la salida de este lugar de oscuridad y dolor. Avance creo, varios años, caminando a tientas, siguiendo la dirección que creí correcta, mi locura se hacía clara y en ocasiones comenzaba a correr sin parar y sin pensar entre otros condenados que yacían en el suelo y las rocas. Todo ese tiempo el frio del Tártaro me destrozaba acuchillándome sin piedad y apenas podía moverme, aun no sé de donde saqué las fuerzas para continuar; mi memoria se ha perdido, no se hace cuanto, pero en un momento choqué con algo de golpe y sin aviso, esa era la pared ¡Era la salida! Comencé escalando sin demora por las filosas rocas y subí a tientas. Aquí estoy, aun subiendo. Cuanto faltara para ver indicios de la salida, cuantos años, o siglos quedaran de tormento en este lugar oscuro, no lo sé, pero si hay algo que sé. Nunca renunciare a mi esperanza.
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Luz Margarita Cadavid Rico
Elahryon
un saludo! :D