LEONARDO Y LA MQUINA DE VOLAR
Publicado en Mar 23, 2013
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“No está errante quien está fijado a una estrella”
 
Obra en un acto de Humberto Robles
 
Obra montada en Uruguay y en Costa Rica.
 
PERSONAJES:
Leonardo, 66 años
Francesco[1], 28 años
 
La acción transcurre en Cloux, cerca de Amboise, Francia, a finales de abril de 1519. En el escenario hay una  mesa de trabajo con manuscritos, pergaminos, tinteros con plumas diversas, un reloj de arena, candelabros con velas, carbones; también hay una cama, baúles, sillas y dos caballetes, uno cubierto por una tela, otro que tiene hojas de papel. Sin el afán de ser didácticos, puede haber una pantalla donde se proyecten las imágenes que aparecen mencionados en el texto (como la espiral, los bocetos de Leonardo, los cuadros y otras figuras). Durante toda la obra, Leonardo debe usar muy poco el brazo derecho; escribirá y dibujará con la mano izquierda.
 
ESCENA 1
Oscuro. Música.
 
VOZ LEONARDO: Soy amante del ser humano y de todo lo que al ser humano concierne.
 
Se ilumina el escenario. Leonardo está en escena; durante unos instantes parece realizar alguna clase de experimento sobre la mesa; luego descubrimos que está cocinando:
                                                  
LEONARDO: Dejemos la retórica a un lado, entremos en materia y hablemos pues de las chirivías... En realidad éstas son un tipo de zanahorias blancas y dulces que pueden hervirse, junto con otras verduras, y luego aderezarse con sal, vinagre y cilantro. Hay quienes dicen que de esta forma poseen grandes virtudes afrodisiacas. Las chirivías también pueden freírse en aceite una vez que se haya raspado la piel, ya hervidas, claro está, y después de haberlas rociado con harina fina. ¡Ah!, mas se debe cuidar de no usar nunca chirivías viejas, pues sus raíces tienen la propiedad de provocar vértigo y caídas. En Puglia, el zumo de chirivías mezclado con un poco de lúpulo machacado se toma como un vino, aunque se dice que provoca delirios. También acostumbran cocinar las chirivías de manera que las hierven antes de tirarlas y luego añaden la segunda tanda de chirivías peladas en la misma agua y las hierven en ella... Bueno, en todo caso, sólo es cuestión de gustos... (Gira hacia Francesco) ¿Acaso advierto un gesto de decepción en tu rostro, mi querido Francesco? ¿No son de tu agrado las chirivías?
 
Descubrimos a Francesco.
 
FRANCESCO: No, no es eso, maestro...
LEONARDO: Ah, comprendo, comprendo... A mí también me ocurrió lo mismo: pensar en el agua donde han sido hervidas las chirivías viejas provoca cierta repulsión... pero te aseguro que es un platillo exquisito... A nuestros anfitriones franceses les gusta la comida más condimentada, eso sin contar que, como muchos más, se alimentan de cadáveres. Yo no, es por eso que prefiero hacer mis propios platillos, procurando no ofender a quienes me atienden tan cortésmente en este castillo.
FRANCESCO: En verdad debo confesar que no pensé que hoy conversáramos sobre arte culinario...
LEONARDO: Ah, ya veo... al discípulo le interesan asuntos más profundos… más elevados... ¡Álgebra! ¡Astronomía! (pausa) Pero, ¿sabes que la mayoría de mis inventos surgieron al pensar en la comodidad de las cocinas y del servicio de las mesas de los grandes señores? (toma un tenedor) ¡He aquí un tenedor por ejemplo! ¿Te dije que fui yo quien sugirió añadir un tercer diente al tenedor veneciano?
FRANCESCO: Cosa que fue muy bien recibida por todos en aquella espléndida ciudad.
LEONARDO: En la corte de los Sforza, Ludovico “el Moro”, señor de Milán[2], tuvo la idea original de colocar al lado de cada comensal un banquito, sobre el cual estaba atado un conejo peludo, para que los invitados se limpiaran las manos y no arruinaran los manteles, los cuales estaban igual siempre sucios… Fue cuando ideé… (Saca una servilleta) una tela que sirviese para limpiar la boca y las manos de los hambrientos convidados.
FRANCESCO: Sin duda, algo muy útil…
LERONARDO: Los más agradecidos deben ser, por supuesto, los conejos… (Ríen) Hay quienes me consideran pintor o escultor de oficio, sin embargo, yo me considero simplemente un ingeniero, un arquitecto. He concebido ciertos tipos de puentes; sé cómo extraer agua de los fosos y construir catapultas, carros cubiertos seguros contra todo ataque; morteros y otras máquinas de fuego de bellísimas y útiles formas. En tiempos de paz, puedo parangonarme con cualquiera en materia de arquitectura, así como ejecutar esculturas  en mármol, bronce y arcilla, y todo lo que pueda hacerse en pintura… Pero es la cocina un laboratorio perfectísimo, digno de cualquier alquimista, y más que nada, mi querido Francesco, me causa un enorme placer, a mí y a quienes me acompañan en mi mesa.
FRANCESCO: Entonces no me queda más que alabar que haya amanecido tan de buen ánimo esta mañana.
LEONARDO: Eh... con achaques, como siempre... Dolores y molestias que, si se ignoran, tienden a desaparecer... o al menos se olvidan momentáneamente… Este brazo ya no me obedece y me impide pintar (mostrando el brazo derecho). ¡Ay, Francesco, Dios te libre y te cuide de los médicos! (pausa) Puesto que ya comencé decepcionándote al hablar de asuntos tan mundanos y profanos, permíteme enmendar mi error. ¡Toma nota!
 
Francesco se alista para tomar apuntes.
 
LEONARDO: La pintura es una poesía que se ve sin oírla y la poesía una pintura que se oye y no se ve...
FRANCESCO: La pintura es una poesía muda y la poesía una pintura ciega…
LEONARDO (asiente ligeramente): Nunca olvides que la misión del artista es explorar el mundo visible con la mayor rigurosidad. Hay que interesarse por todo lo que puedan abarcar tus ojos y tu mente: los insectos, las aguas, los astros, los niños y las máscaras de carnaval. Recuerda siempre que la obra de un artista debe concebirse como una gran unidad: la filosofía unida al arte; la ciencia a la técnica. Unidas la una a la otra... Pero donde el alma no trabaja junto con las manos, ahí, no hay arte… (Ríe) Una vez le preguntaron a un pintor por qué, siendo tan buenas sus pinturas, que eran algo sin vida, hacía los hijos tan feos… a lo cual contestó que las pinturas las hacía de día y a los hijos de noche. (Ríe) No pongas esa cara tan solemne cuando me expreso; un poco de sentido del humor nunca viene mal. (Ambos ríen) Si es posible, se debe hacer reír hasta a los muertos. (Pausa) Ahora, ninguna investigación humana puede ser llamada verdadera ciencia sin pasar por las pruebas matemáticas. Todas las ciencias son vanas y llenas de errores si no han nacido de la experiencia, madre de toda certidumbre… Es ella el único intérprete de la naturaleza y sólo es el juicio el que yerra.
FRANCESCO (escribiendo): “...sólo es el juicio el que yerra...”
LEONARDO: ¿Lo has entendido?
FRANCESCO: Perfectamente.
LEONARDO: ¡No has comprendido nada! ¡Nada!
FRANCESCO: ¿Hice algo mal, maese?
LEONARDO: Te servirá todo cuanto diga... pero no se trata de que transcribas pensamientos y disertaciones que han nacido de años de reflexión y observancia... La teoría nunca sobra... la práctica debe siempre ser edificada sobre la buena teoría… sin embargo no haces lo que espero de ti.
FRANCESCO: Dígame y haré lo que me solicite.
LEONARDO: Muy bien. ¡Pon en práctica lo que te he dicho! Eso es lo que te pido... Y más aún... Reflexiona, observa por ti mismo... ¿De qué sirve que hagas apuntes y más apuntes? ¡Experimenta! Francesco, la sabiduría es la hija de la experiencia.
FRANCESCO: De acuerdo, maestro.
LEONARDO: Si una persona es perseverante, aunque sea dura de entendimiento, se hará inteligente; y aunque sea débil se transformará en fuerte… Podríamos hablar de la cuadratura del círculo, tema tan en boga hoy en día...
FRANCESCO: Un problema tan apasionante, como insoluble, por cierto; el paradigma de lo imposible.
 
Leonardo coloca a Francesco de pie y lo pone como irá describiendo, abriendo sus extremidades (Figura 1). El círculo y el cuadrado se pueden trazar con luz sobre Francesco simulando la Figura 1:
 
LEONARDO: Es el ombligo el punto central natural del cuerpo humano, ya que si un hombre se echa sobre la espalda, con las manos y los pies extendidos, y coloca la punta de un compás en su ombligo, los dedos de las manos y los de los pies tocarán la circunferencia del círculo que así trazamos. Y de la misma forma que el cuerpo humano nos da un círculo que lo rodea, también podemos hallar un cuadrado donde igualmente esté encerrado el cuerpo humano. Porque si medimos la distancia desde las plantas de los pies hasta la punta de la cabeza y luego aplicamos esta misma medida a los brazos extendidos, encontraremos que la anchura es igual a la longitud.
FRANCESCO: ¿Eso demuestra la cuadratura del círculo?
LEONARDO: Deja eso a un lado… (Va al caballete con papeles) ¡Pronto!, ¿es posible dibujar de un solo trazo, con una sola línea, sin despegar el carbón del papel, una figura con volumen?
FRANCESCO: ¿Cómo?
LEONARDO: A ver, hablamos de volumen. (Intenta dibujar con la mano derecha, se duele y entonces dibuja con la mano izquierda un cuadrado sobre el papel; señala el dibujo) ¿Qué es esto?
FRANCESCO: Una figura plana limitada por cuatro segmentos, de forma tal que sus lados y sus ángulos son todos iguales entre sí. Por lo tanto he ahí un cuadrado.
LEONARDO: Ahora bien... (Aprovechando el trazo del cuadrado, dibuja un cubo) ¿Qué es esto?
FRANCESCO: Un sólido que tiene base rectangular y sus aristas laterales son perpendiculares a la base. Si tiene todas las aristas iguales sin duda estamos frente a un cubo.
LEONARDO (dibuja un cono): Por último, podemos trazar un sólido geométrico formado por la revolución de un triángulo-rectángulo alrededor de uno de sus catetos…
FRANCESCO: He ahí un cono.
LEONARDO: Sin embargo, en algún momento se unen dos puntos y no es lo que te estoy pidiendo… Repito, ¿es posible dibujar de un solo trazo una imagen con volumen...?
FRANCESCO: No lo sé...
LEONARDO: ¡Eso es lo que deseo, Francesco, que te des cuenta por ti mismo! ¡Toma un carbón e intenta una, cien, mil veces sobre el papel! ¡Exprime un poco esa cabeza por la que revolotean sabrá-dios qué pensamientos! (Da vuelta a un reloj de arena por el que van cayendo los granos) ¡Pronto!
 
Francesco toma un papel y un carbón; hace varios intentos. Leonardo se pasea:
 
LEONARDO (tras pausa): De las cosas que más me han conmovido desde mi niñez han sido la sonrisa de las mujeres y el movimiento de las aguas. La sonrisa de las mujeres puede plasmarse en una pintura... será siempre misteriosa... - Por eso hay una obra que me acompaña siempre y a la que le tengo enorme afecto… - En cambio, el movimiento de las aguas no puede mostrarse con toda su fuerza, con toda su furia... Quizás, a lo mucho, solamente un instante del vaivén de las aguas que va y viene de horizontes tan lejanos... Únicamente un momento: la ola precipitándose a la costa o el emerger de la espuma en las rocas... Ah, el mar...  (Pausa) ¿Has conseguido el dibujo?
FRANCESCO: Aún no...
LEONARDO: ¡Pobre del discípulo que no deja atrás a su maestro!
FRANCESCO: Permítame seguir intentándolo...
LEONARDO: El agua siempre ha ejercido fascinación sobre mí. El agua que surge de los montes es como la sangre que presta vida a la montaña. El agua es el vehículo de la naturaleza, las venas de la tierra...
FRANCESCO (intentando el dibujo): No sé si lo que me ha podido es posible o es uno más de sus capciosos ejercicios…
LEONARDO: Calla… escucha… y sigue trabajando. No existen conocimientos más elevados o más bajos, sino un conocimiento único que emana de la experimentación.  (Pausa) ¿Sabes por qué prefiero ser considerado un gran inventor antes que un artista…? (Mira a Francesco) ¿Me oyes, Francesco?
FRANCESCO (abstraído): Sí, maestro…
LEONARDO: Entonces, al menos asiente cuando te haga una pregunta…
 
Francesco asiente abstraído en su intento.
 
LEONARDO: ¿Sabes por qué…?
 
Francesco deniega y sigue experimentando en los papeles.
 
LEONARDO: Cuando servía al duque de Romaña, César Borgia, en calidad de arquitecto e ingeniero mayor, al supervisar las obras en las fortalezas de los territorios papales, me di cuenta de que parecen ser más importantes los inventos… que el arte. (Se acerca al caballete cubierto por la tela) ¿Acaso la cúpula de una magnífica catedral o el cuadro más perfecto, han modificado un ápice el curso de la Historia…? (deniega) En cambio, ¿qué me dices de las armas y de las máquinas de guerra…? He llegado a la conclusión de que, han sido las batallas y no las artes las que han cambiado la faz de la tierra… Yo he servido más con la hidráulica y la mecánica… que con el sffumatto y el claroscuro… Así que seguramente seré más recordado por la catapulta… que por la Mona Lisa… Todo lo que hay de bello en el hombre pasa y no dura. En todo caso, me consuela saber que le he dado un poco de belleza al mundo. Ella perece en la vida, pero es inmortal en el arte. (Lo mira; se aparta del caballete) ¿Ya?
FRANCESCO: Déme un poco más de tiempo, maestro…
LEONARDO (ríe): Resultaste casi como Gian Giacomo de Caprotti[3]
FRANCESCO (detiene su labor): Le suplico que no me compare con ese ladrón que tiene por asistente… (Sigue su labor)
LEONARDO (ríe): ¡Ay, Salai! Cuando niño era precioso, de pelo rizado, en el que yo encontraba gran satisfacción… Una vez, al entrar en mi casa, el imberbe había mandado cortar dos camisas, unos pantalones y un jubón míos. Poniendo aparte el dinero para pagar todas estas cosas, me robó, y nunca logré hacerle confesar el hurto, aunque yo estaba convencido de que había sido él. Al día siguiente le llevé a cenar a casa de un amigo. Comió por dos y causó problemas por cuatro, pues rompió dos sillas… (Ríe)
FRANCESCO (interrumpe): ¡Ya! (Voltea el reloj de arena)
LEONARDO: ¿Lo has conseguido?
 
Francesco muestra la hoja donde ha trazado un helicoide o espiral
LEONARDO: ¡Una espiral! Bravo, bravísimo… (Pausa) Supera a Leonardo. Es todo lo que te pido.
FRANCESCO: No me exija tanto, maestro.
LEONARDO: Te lo pido porque ya estoy viejo y me quedan pocos días...
FRANCESCO: En todas mis oraciones pido para que nuestro señor le dé larga vida...
LEONARDO: No será tanta como para llevar a cabo todos mis anhelos. Y no quiero pecar de ingratitud. En toda mi existencia, que no ha sido breve, he hecho más de lo que hubiera apenas vislumbrado... Pero uno siempre tiene asuntos pendientes y se marchará de esta vida terrenal a la vida celestial dejando mucho por hacer...  (Pausa, queda pensativo) Anoche tuve un mal sueño.
FRANCESCO: Los sueños no son más que eso, maestro.
LEONARDO: Quizás sí... Quizás no.
FRANCESCO: Los sueños están hechos de éter... La nada es la materia del ensueño... No debería inquietarse.
LEONARDO: No debería... Sin embargo hoy, después de muchos años se repitió un sueño, el mismo que tuve en mi primera infancia... Fue algo tan real, tan vívido, que desde entonces me quedó en la memoria con una nitidez sorprendente… El único e inseparable compañero de mi vida ha sido un sueño… ese sueño...
FRANCESCO: ¿Puedo saber cómo fue tal ilusión?
LEONARDO: En aquella tan lejana infancia mía soñé que, siendo lo que era, un pequeño niño, un buitre -una de estas aves carroñeras de oscuro plumaje-, volaba en lo alto del cielo azul, entre las nubes... Sobre un blanco dosel de cúmulos congestos, se movía una mancha negra… Súbitamente el ave comenzó a descender y a descender y a descender haciendo círculos... (Con la mano traza en el aire una espiral que desciende)
FRANCESCO: Una espiral…
LEONARDO: El ave se acercaba cada vez más a mí... Hallándome en la cuna, se me acercó, me abrió la boca con su cola y me golpeó con ella, repetidamente, entre los labios... ¡Y volvió a emprender el vuelo hacia lo alto...! Aún recuerdo la sensación de las plumas tocando mi boca... Fue algo tan real... que me dejó muy impresionado.
FRANCESCO: En todo caso, se trataba simplemente de una pesadilla...
LEONARDO: Como tal no le presté mayor atención, aunque siempre ha estado presente en mis recuerdos. (Pausa) Pues he ahí que anoche, querido Francesco, volví a soñar lo mismo... exactamente lo mismo… Sesenta años después, tiempo más o tiempo menos, tuve de nuevo esa visión… Sólo que esta vez... (Calla)
FRANCESCO: ¿Esta vez...?
LEONARDO: En esta ocasión... (Pausa) Todo ocurrió exactamente de la misma forma... El buitre volaba en el cielo y fue descendiendo y descendiendo... De la misma manera, una de sus alas rozó mi boca nuevamente... pero esta vez... una pluma quedó adherida a mis labios... una pluma negra, tan negra como el terciopelo de las capas de un gran duque o como la oscuridad que se vive al cerrar los ojos… ¡Ay, Francesco, esta vez el corazón me latió aceleradamente, y sí que tuve miedo! Desperté agitado, inquieto, sudando… -Aunque ese sueño removió una vieja idea que he gestado durante mucho tiempo...- Francesco... ¿y si este sueño presagiara mi muerte?
FRANCESCO (persignándose): ¡Dios no lo permita, maese Leonardo!
LEONARDO: El pavor que me invadía fue tan grande que al despertar, aún creí oír el vuelo del buitre saliendo por la ventana... Como si el batir de sus alas me hubiese regresado del sopor a la vida... Fue algo que de primer momento pareció tan real, que incluso busqué entre las sábanas, en el suelo, por todas partes aquella pluma tan negra... ¿Y sabes qué encontré?
 
Francesco deniega.
 
LEONARDO: ¡Por supuesto que nada...! (Ríe) Las únicas plumas que habían en esta pieza eran las que me aguardan pacientes en el tintero… y las de esos cómodos almohadones... Había sido eso: una ilusión... sólo un sueño.
FRANCESCO: Por fortuna. Pero decía que esto le había traído a la mente una idea...
LEONARDO: No, Francesco, no una idea… sino ¡la idea...! Como una chispa se encendió de nuevo el viejo recuerdo... Algo que, durante años, me ha robado horas de descanso… Algo que sé que es posible, aunque no lo he podido realizar aún…
FRANCESCO: ¿De qué se trata?
LEONARDO: De un aparato fantástico... Una máquina fabulosa... Un artefacto que reta todas las leyes de la naturaleza, digno solamente de los prodigios del Templo del Rey Salomón… (Busca en los baúles) Por aquí deberían estar esos bocetos... Son muy viejos, de mis días en Florencia... Ayúdame a buscar, Francesco...
 
Buscan en los baúles sacando dibujos y bocetos.
 
FRANCESCO: Bocetos de máquinas-herramienta…
LEONARDO: Automatismos… Medidores…
FRANCESCO: Barcos... Sumergibles… ¿Y esto?
LEONARDO: Estudios del cuerpo humano basados en las autopsias de cadáveres que realicé.
FRANCESCO: Pero, ¿no es una práctica prohibida?
LEONARDO (le quita los dibujos): Para algunos… no para mí, gracias a un buen señor que me otorgó el permiso. Sigue buscando…
FRANCESCO (toma unos bocetos): Esto es bastante extraño…
LEONARDO (le arrebata los bocetos): ¡He aquí! ¡Esta es la idea! (le muestra)
FRANCESCO: Ya veo... ¿Qué es?
LEONARDO: La máquina que he bautizado con el nombre de… ¡El Ornitóptero! 
FRANCESCO: Ah...
LEONARDO: ¿Lo único que se te ocurre exclamar es: “ah”?
FRANCESCO: Es que no atino a descifrar es qué es…
LEONARDO: ¡Es el artefacto! ¡El Gran Cisne! ¡La máquina de volar imaginada por Leonardo!
FRANCESCO: ¡¿Máquina de volar?!
LEONARDO: Uno de los anhelos más acariciados de toda mi vida, un deseo que no ha dejado de perseguirme y que no he podido llevar a cabo, es el de que otros cuerpos más pesados que el aire puedan volar, a semejanza de los pájaros.
FRANCESCO: ¡¿Ha dicho volar?!
LEONARDO: Sí, sí, ¡volar! ¡Volar como las golondrinas, como las grullas… como los buitres! Volar entre las nubes, por las corrientes que hace el viento, similares a  las que hay en el mar... Ver las ciudades, desde lo alto minúsculas, ante el estupor de incrédulos pobladores... Estar más cerca de las estrellas, de la luna, de los arcángeles.
FRANCESCO: ¡Eso no es posible, maestro!
LEONARDO: Nada, escúchame bien, nada es imposible. La única frontera que existe está aquí... (Le toca con un dedo la cabeza a Francesco) Muchas teorías improbables del ayer, se convirtieron en verdades del mañana.
FRANCESCO: Probablemente... pero lo que dice está fuera de todo orden, de toda lógica y razón.
LEONARDO: Francesco, mi querido Francesco... ¿Qué habrán dicho cuando a alguien se le ocurrió, por ejemplo, idear la brújula o el astrolabio? ¡Es absurdo! ¡Una locura! ¡Bien podrían haberlo acusado de brujería y de manipulación diabólica! ¡Anatema!
 
Francesco se persigna.
 
LEONARDO: Ese es, entre otras cosas, el porqué de mis apuntes escritos en caligrafía inversa; para leerlos es preciso enfrentarlos a un espejo. Un código secreto.
FRANCESCO: De cualquier forma, creo que, si dios nuestro señor hubiese deseado que el hombre volara, nos habría provisto de alas en vez de brazos... O alas en el dorso, como a los ángeles...
LEONARDO: Dios tampoco nos proporcionó vestiduras, ni la rueda, ni instrumentos musicales, ni siquiera… (Alza el tenedor) tenedores... Creo que a sus ojos no es una falta que hayamos creado todo cuanto nos rodea... Observa a tu alrededor: en este cuarto todo ha nacido del ingenio del hombre... (Toma la pluma) Incluso esta pluma, creación de la naturaleza, hemos cambiado su función primaria para nuestro uso y beneficio... Al contrario de lo que piensas, me parece creer que el señor sonríe cuando el hombre eleva una espléndida iglesia o cuando compone un Te Deum... ¿No crees que probablemente nuestro señor esté esperando que construyamos el Gran Cisne para así poder estar más cerca de él?
FRANCESCO: Las escrituras afirman otra cosa. El señor impidió la construcción de la torre de Babel cuando el hombre pretendió alcanzar las alturas... ¿Por qué? Porque esa es la barrera que nos ha impuesto... Nos ha dado la tierra, los océanos, el mundo entero... mas no el cielo.
LEONARDO: Confío ciegamente en la capacidad del hombre para explorar todos los horizontes.
FRANCESCO: Quizás ésa sea la única frontera.
LEONARDO: Dudo mucho que dios se encolerice si ve a Leonardo surcando el firmamento en una máquina voladora.
FRANCESCO: ¿Maese desea ser un nuevo Dédalo?
LEONARDO: ¡Y tú serás mi Ícaro! ¡Ellos soñaron lo mismo que Leonardo!
FRANCESCO: Entonces ha olvidado que, por volar tan cerca del sol, se derritió la cera con la que estaban pegadas las plumas a las alas… precipitándose al suelo.
LEONARDO: Con cera, tú lo has dicho. Leonardo no piensa en alas pegadas con cera. (Ríe) ¡Qué bobería: cera!
FRANCESCO: En todo caso... volar... ¿para qué?
LEONARDO: El hombre tiene la esperanza, el deseo de repatriarse y de volver a su primer estado. (Con la mano imita el vuelo de una mariposa) Hace como la mariposa buscando la luz... Este deseo es la quintaesencia de los espíritus elementales que se hallan encerrados en el alma. El hombre aspira sin cesar a volver a su mandatario.
FRANCESCO: La naturaleza jamás quebranta sus leyes; así me lo ha enseñado, maestro.
LEONARDO: ¡Francesco: el artista disputa y rivaliza con la naturaleza! El hombre tiene una soberana locura que le hace padecer continuamente. Con la esperanza de no sufrir más, la vida se le escapa mientras espera gozar de bienes que ha conseguido a precio de grandes esfuerzos... Los grandes señores se rodean de objetos hermosísimos y lucen vestidos inigualables... Mandan edificar castillos y fortalezas inexpugnables... Sus mesas son dignas de los dioses del Olimpo... y a pesar de todo, son infelices... ¡Cuánto les cuesta cuidar sus bienes atesorados! Rodeados de joyas, sirvientes y hermosas damas, se dan cuenta que la felicidad no radica en todo aquello... Los hombres corren tras lo que más temen; son miserables por temor a la miseria… Por eso, yo prefiero soñar... Soy el alquimista de mis propios sueños... En un lienzo puedo transformar la tristeza en alegría, el dolor en regocijo... La sonrisa, en enigma… No me interesa convertir el plomo en oro... Muchos de mis sueños se han cristalizado... otros siguen siendo sólo eso: sueños aquí incubados (se señala la cabeza) esperando germinar. Ya verás que algún día el Gran Pájaro emprenderá el vuelo, llenando al universo de admiración. Se divulgará en mil escritos su fama, convertido en gloria eterna del nido en que nació.
FRANCESCO (mira el boceto): En verdad quisiera creer que así será...
LEONARDO: Este es un antiguo boceto... una máquina provista de alas manufacturadas como las de las golondrinas... o mejor dicho, como las del murciélago... Cuando estuve bajo las órdenes del duque de Milán, el gran Ludovico Sforza, yo tenía como costumbre la de comprar estorninos y otra clase de pájaros enjaulados para, acto seguido, darles libertad y observar su vuelo. (Ríe) La gente me tomaba por loco. He de reconocer que los intentos que hice para materializar esos vuelos fueron todo un fracaso. Con una paciencia a prueba de todo, concebí modelos de dos, tres y hasta cuatro alas, llegando a diseñar un timón que dejara libre los brazos y las piernas del navegante para invertir toda su fuerza en el aleteo. Cuando me di cuenta de que la fuerza muscular de un hombre no bastaba para elevarse con simples alas de seda, madera y metal, mis investigaciones cambiaron de rumbo. Entonces me dediqué a diseñar una máquina volante en la que el tripulante pudiera ir de pie, sin depender exclusivamente de sus músculos. Y lo hice dotándola de dos grandes alas y un motor de resortes que haría batir aquéllas. Y lo llamé: el Ornitóptero. "Mañana por la mañana, 2 de enero del año del señor 1496, haré un intento", escribí. “Me guían el espíritu de curiosidad y la sed de conocimientos”.
FRANCESCO: ¿Y qué sucedió?
LEONARDO (pausa): El artefacto volante... simplemente… falló.
FRANCESCO: Es que... (Calla)
LEONARDO: Dilo.
FRANCESCO: Falló porque es algo total y absolutamente imposible de llevar a cabo.
LEONARDO: ¡Quiero hacer milagros, Francesco!
FRANCESCO: “No tentarás al señor”: los milagros están reservados al creador y sólo a él.
LEONARDO: Quien todo lo sabe, todo lo puede. Necesitamos saber y tendremos alas. Si las aves pueden mantenerse por medio de ellas en el aire, si los enormes navíos pueden, por medio de sus velas, flotar sobre las aguas, ¿por qué el hombre, ser superior de la Tierra, no ha de poder ser dueño de los vientos y remontarse triunfador en el cielo? ¡La luna y la Vía Láctea al alcance de su mano!
FRANCESCO: ¡Porque es irrealizable! ¡Está en contra de toda ley natural! Porque el hombre, aunque sea el ser superior sobre la Tierra, no es dios. ¡Es como querer que un pez habite fuera del agua! No se sabe de ninguno que pueda hacerlo. Así como tampoco se sabe de mortal alguno que haya podido mantener a voluntad el vuelo por los aires.
LEONARDO: No hay nada desconocido; sólo hay cosas que todavía no conocemos.
FRANCESCO: Maestro, que un hombre vuele por cualquier medio es algo quimérico. Desafía toda inteligencia, toda ciencia y toda creencia. Que lo tilden de loco es nada comparado a ser llamado hereje. No ha de faltar en este mundo algún malintencionado que quisiese denunciar a mi maestro al saber que pretende volar. Yo, en su lugar, no hablaría de esta idea en público. Las malas lenguas matan a más personas que la espada. Hágame caso y olvídese de esa idea.
LEONARDO: He aquí una cosa que rechazamos cuanto más necesitamos: el consejo. De mala gana lo escucha quien más lo necesita: el ignorante. Es probable que estés en lo correcto.
FRANCESCO: Según el santo oficio, el ser humano no es ave ni tiene alas; actuará contra natura quien a pesar de ello las fabricare; el constructor será decapitado por pactar con el diablo y su ingenio quemado tras rezar la santa misa.
LEONARDO (pausa): Ha sido suficiente por el día de hoy. Ve con dios...
FRANCESCO: ¿Lo he importunado? ¿Se ha molestado conmigo?
LEONARDO: No, no... Anda, márchate... Estoy cansado… Ven mañana, a la hora acostumbrada.
 
Francesco va a salir. Leonardo mira el boceto del Ornitóptero:
 
LEONARDO: Sin embargo, tendremos alas. Si no soy yo, será otro, pero el hombre volará. El espíritu no ha mentido: los que sabrán, los que tendrán alas, serán como dioses.
 
Francesco sale. Oscuro. Música.
 
ESCENA 2.
 
Música. Se ilumina el escenario. Un nuevo día. Están Leonardo y Francesco:
 
LEONARDO: … Y cuentan que el día del natalicio del soberano Matías, cierto poeta le ofreció una obra suya que celebraba tan memorable fecha en que, para regocijo del mundo, había nacido tan ilustre monarca. Un bello poema sin duda. Agrega la leyenda que un retrato de su amada le fue presentado en el mismo acto por un artista que la había pintado para tal fin. El rey, apenas tuvo en sus manos la pintura, sin hacer más caso del poema, fijó en ella sus ojos con gran admiración.
FRANCESCO: ¿La pintura por encima de la palabra?
LENORADO: Definitivamente. La pintura sirve a un sentido más digno que la poesía y reproduce con mayor verdad que el poeta las figuras de las obras de la naturaleza. Las palabras son alegorías del mundo; la pintura la retrata. Hables la lengua que hables, entenderás una pintura, mas no así una poesía. Un poema escrito en lengua ajena a la propia, desconocida para uno, se convierte solamente en un pedazo de papel con tinta. Nada más. No olvides que la pintura encuentra en la mimesis o imitación del natural su principio máximo.
FRANCESCO: De acuerdo.
LEONARDO: ¡Excelente! Ahora, pongamos en práctica lo dicho...
FRANCESCO: Maestro, ayer me quedé pensando en lo que hablamos...
LEONARDO: ¿En la helicoide? ¡Ah, ya, claro: la cuadratura del círculo…!
FRANCESCO: No, no... Hablaba de sus bocetos... El aparato para volar que ha ideado.
LEONARDO: Ah... Eso es inverosímil, tú lo has dicho.
FRANCESCO: Anoche no pude dormir pensando en ello. Di vueltas en mi lecho pensando en que, si un hombre como mi maestro habla de emprender el vuelo, es porque no se trata de algo desatinado...
LEONARDO: ¡Lo es, Francesco, tú mismo me lo demostraste! No hay que pretender alcanzar lo imposible.
FRANCESCO: Sin embargo...
LEONARDO: Prosigamos, por favor. En los tiempos en que vivía en Milán, bajo las órdenes del poderoso señor Ludovico el Moro, pinté para el refectorio de la iglesia de Santa María delle Grazie, “La Última Cena” (Figura 6). A mi manera de ver, lo crucial de esta obra ha sido la composición…. La mayoría de los artistas han centrado la escena en el momento de la Eucaristía… A mí me pareció más interesante el instante en el que Cristo anuncia que uno de sus discípulos lo va a traicionar. Esto me sirvió para que cada apóstol reaccionara de una manera diferente, haciendo un estudio completo de los temperamentos humanos… La cólera, la sorpresa, la incredulidad, la duda... la culpabilidad… La desgracia de esta obra es culpa mía… El empleo del óleo sobre yeso seco provocó problemas técnicos que han conducido a su rápido deterioro. ¿Sabes cuánto tiempo me llevó realizar ese fresco?
FRANCESCO: No lo sé.
LEONARDO: ¡Veinte, veinte largos años!
FRANCESCO: ¿Por qué tanto tiempo?
LEONARDO: Siempre he sido muy exigente en buscar a las personas que han de servirme de modelos. El primer problema surgió al no encontrar al modelo que representase a Jesucristo. Este hombre debía reflejar en su rostro la pureza, la nobleza, los sentimientos más puros y elevados. Y claro, también debía poseer una extraordinaria belleza varonil. Por fin encontré a un joven con esas características y fue el primero que pinté. Después fui hallando a los demás apóstoles, dejando pendiente a Judas Iscariote, ya que no encontraba al modelo adecuado. Éste debía mostrar en el rostro las huellas de la traición y la maldad.
FRANCESCO: ¿Por este inconveniente, la pintura quedó inconclusa durante tantos años?
LEONARDO (asiente): Hasta que un día me hablaron de un terrible criminal que había sido apresado. Fui a verlo y era exactamente el Judas que quería para terminar la obra, por lo que solicité al Alcalde de Milán que le permitiera al reo que posara para mí. El Alcalde, conociendo mi fama, aceptó gustoso e hizo llevar al reo encadenado y custodiado por guardias a mi estudio. Durante todo el tiempo el reo no dio muestra de emoción alguna; se mostraba callado e indiferente. Al final, satisfecho del resultado, llamé al reo y le mostré la obra. Cuando el reo la vio, cayó de rodillas llorando, sumamente impresionado. Yo, extrañado, le pregunté el por que de su actitud, a lo que él preso me respondió:
FRANCESCO: “Maestro, ¿acaso es que no me recuerdas?"
LEONARDO: Lo observé detenidamente y contesté: "No, nunca antes te había visto". Llorando y pidiendo perdón a dios, el reo dijo:
FRANCESCO: "Maestro, yo soy aquel joven que hace diecinueve años tú escogiste para representar a Jesús en este mismo cuadro..."
LEONARDO (tras pausa): Creo que de esta historia se desprenden no una, sino varias moralejas.
FRANCESCO: Las cosas no son como parecen... Al cabo del tiempo, los objetos como los seres humanos, se transforman... Un hombre virtuoso puede terminar convertido en un villano...  El rostro del bien y del mal puede contenerse en una sola presencia... Lo que nació bello no promete permanecer en ese estado por siempre...
LEONARDO: Lo aparente es sólo aparente... (Saca un dibujo y lo muestra. Figura 7) Que no te engañe el ojo...
LEONARDO: ¿Te das cuenta? Esta figura existe, es... pero es imposible de materializar.
FRANCESCO: Una ilusión óptica.
LEONARDO: Y a pesar de todo existe… aunque solamente en el papel.
FRANCESCO: Existe... como podría existir la máquina de volar...
LEONARDO: ¿Qué tienes hoy? ¿No piensas más que en ese endiablado armatoste?
FRANCESCO: Sí. Involuntariamente, durante la madrugada, me vino ese pensamiento a la cabeza. Sin poder conciliar el sueño, me levanté, encendí las velas y me puse a trazar algunos dibujos de la máquina para volar... ¿Quiere verlos?
LEONARDO: No. ¿Para qué?
FRANCESCO (los saca y se los muestra): Me gustaría conocer su opinión.
LEONARDO: Es estéril perder el tiempo en cosas que no tienen sentido, Francesco. No es práctico. (Mira los bocetos de reojo) Si te complace, como dibujos no son malos...
FRANCESCO: Sólo he copiado su técnica.
LEONARDO: El que sabe copiar... sabe.
FRANCESCO: Maestro, después de meditarlo durante toda la noche, se me ha ocurrido algo… ¡Construir la máquina!
LEONARDO: ¡Voto al diablo!
FRANCESCO (muestra el boceto. Figura 7): Me lo ha demostrado... Esta imagen es, existe... ¡También podríamos hacer que la máquina existiese!
LEONARDO: No seas necio, esta figura no podría realizarse ni en madera, ni en hierro, ni en arcilla, es imposible de realizar.
FRANCESCO: Mas no así la máquina de volar ideada por Leonardo. Podríamos hacer un modelo. ¿Si lo intentásemos?
LEONARDO: A ver, querido mío... ¿qué te hizo cambiar de opinión? Ayer casi me acusas de herejía... ¡Sacrilegio! Y ahora pretendes desplazarte por los aires desafiando a la naturaleza y al creador que, como bien dijiste, si hubiese deseado que volásemos, nos habría proporcionado hermosas alas en vez de estas extremidades.
FRANCESCO: Verá. Después de realizar estos dibujos, casi al amanecer, me quedé dormido sobre la mesa de trabajo... El sueño me vencía, pero yo aún seguía pensando en el aparato... Y entonces... durante unos instantes, ¡soñé que volaba, maestro! Y no sabe qué sensación, qué experiencia más placentera. Sentí una ligereza de cuerpo y el espíritu tan alegre que.... al despertar entendí que mi sueño... era el mismo que el suyo… ¡Hagamos la máquina!
LEONARDO: Harían falta herramientas, materiales, cuerdas, maderas ligerísimas...
FRANCESCO: Yo conseguiré todo lo necesario.
LEONARDO: Hemos de necesitar mucho tiempo y eso, Francesco, es lo que menos tengo... Hoy amanecí más cansado que de costumbre... Y un dolor... (Sobándose el brazo derecho) Los años me están venciendo. Anoche también me quedé pensando y entendí, gracias a tus palabras, que no hay que imprimir demasiado esfuerzo en cosas vanas e inútiles... Cuando los días están contados, uno sólo debe dedicarse a algo concreto... En mi caso, a la cocina, que es una labor por lo demás grata y a la vez exquisita.
FRANCESCO: ¿Y qué fue de su sueño, maese?
LEONARDO: ¿Aquél donde aparece el buitre?
FRANCESCO: No... Bueno, sí... Gracias a él despertó la vieja idea adormecida en su mente... Su sueño, el de volar... Permítame ser parte de él...
LEONARDO: Melzi, Melzi… Puedo alcanzar a oír el crepitar de la leña en la hoguera… (Se persigna) No.
FRANCESCO: Lo haremos en absoluto secreto. Nadie lo sabrá hasta el momento en el que el Gran Pájaro surque el firmamento... y sobre la máquina soñada por Leonardo: él y su discípulo Francesco, desafiando y dominando al viento, dejando enmudecidos a todos los que presencien esta hazaña al vernos emprender el vuelo... “¿A dónde irán...?”, preguntarán unos... “¡A Florencia!”, responderán los otros, “porque es la ciudad amada por el gran sabio”... Algunos dirán: “¡A Vinci, que es la tierra que vio nacer a Leonardo el Vencedor...!” En poco tiempo, los hombres construirán más de estos aparatos y los perfeccionarán hasta cruzar los mares, más allá del Finisterre y de las Columnas de Hércules... Y alguien recordará sus palabras... “No está errante quien esta fijado a una estrella...” ¡Hagamos milagros, maestro!
LEONARDO (pausa): ¡Francesco! ¡Mi querido Francesco! (lo abraza y besa en sendas mejillas) El discípulo va superando al maestro... ¡Anda…! Trae los bocetos...
 
Francesco toma papeles y manuscritos de la mesa:
 
LEONARDO: Anoche, al igual que tú, sin poder dormir, pensé en un antiguo diseño mío al que llamé en aquel entonces Tornillo Aéreo... Este artefacto tiene provistas unas aspas giratorias que harán que la máquina se eleve verticalmente hacia lo alto... Si se hace girar con fuerza, la hélice se elevará por los aires y ganará altura. Piensa, por ejemplo, en una regla larga y estrecha. Si la mueves enérgicamente en el aire sentirás que la misma regla arrastra por el aire las articulaciones de tu brazo.
LEONARDO: Pero deseché la idea... El Ornitóptero es más viable... Si alguien tiene dudas y cree que algo de lo que he dicho hasta ahora es imposible de realizar, estoy preparado para demostrárselo en el acto… Para el aparato de volar, el murciélago nos suministrará el mejor modelo, porque el tejido de sus alas constituye una armadura... mejor dicho: una ligazón de una armadura, semejante a la vela principal de un buque.
FRANCESCO (dándole unos bocetos): ¿No mencionó anoche a la golondrina como ejemplo?
LEONARDO: Las alas de los pájaros tienen huesos más potentes y más fuerte nervadura porque son discontinuas... Sus plumas no están unidas entre sí y el aire puede pasar entre ellas; el murciélago tiene la ventaja de un tejido que hace de sus alas un todo impenetrable al viento. Busca en esos cuadernos el Tratado sobre las Aves...
 
Francesco obedece.
 
LEONARDO: La experiencia me ha dicho que el pájaro se hace pesado o liviano según su voluntad. (Imita el vuelo de un ave, aleteando los brazos) El buitre y el resto de las aves que agitan poco las alas en el vuelo buscan siempre las corrientes de aire; cuando el viento reina en las capas superiores de la atmósfera, se los observa volando a gran altura; si reina en las capas inferiores, permanecen en ellas. Si el ave desplaza el centro de sustentación de sus alas hasta detrás del centro de su gravedad, caerá cabeza abajo… El ave que cae cabeza abajo no logrará enderezarse si no dobla la cola hacia arriba… ¿Comprendes?
Francesco: Sí, sí…
LEONARDO: La naturaleza benigna provee de manera que en cualquier parte halles algo que aprender. (Aleteando) Sígueme... (Aletea) Así…
 
Francesco aletea.
 
LEONARDO: El movimiento de la máquina de volar deberá verificarse siempre arriba de las nubes para evitar que las alas se humedezcan, para poder divisar más tierra y para prevenir el peligro de las corrientes de aire giratorias que reinan dentro de las gargantas de las montañas.
FRANCESCO: Volar debe ser como navegar por alta mar... sólo que en el aire.
LEONARDO: Más hermoso todavía. Pero la ciencia de las aguas bien puede servirnos para explicar la ciencia de los volátiles: ondas, corrientes, torbellinos, oleajes... ¿Has encontrado los manuscritos?
 
Francesco pone papeles y cuadernos sobre la mesa. Leonardo va con él.
 
LEONARDO: Necesitaremos herramientas y diversos materiales.
FRANCESCO: El herrero puede facilitarnos instrumentos, yunques, martillos...
LEONARDO: Habrá que conseguir sogas, cueros curtidos, placentas de vaca...
FRANCESCO: Sé quién puede proporcionárnoslos.
LEONARDO: Y debemos hacernos de un espacio para construir la máquina...
FRANCESCO: ¡El viejo granero del castillo!
LEONARDO: ¡Hermetismo total!
FRANCESCO: Por supuesto.
LEONARDO: Ni una palabra a nadie, discreción y precaución… como debe hacerse todo en esta vida.
FRANCESCO: Será nuestro secreto.
LEONARDO: Ni siquiera nuestro amable anfitrión, su majestad el rey, debe saberlo.
FRANCESCO: Así será.
LEONARDO: Veamos. (Ambos miran los bocetos) Teniendo los materiales, trabajando sin descanso, en unos días podríamos tener un primer modelo... Sólo hay un problema… como ya estoy viejo, habrá que conseguir a algún temerario que quiera montar la máquina y probarla... Advierto que no será labor sencilla; sólo un lunático aceptaría tal empresa.
FRANCESCO: Conozco a esa persona.
LEONARDO: ¿…?
FRANCESCO: ¡Yo!
LEONARDO: ¿Subirás a la montaña y te lanzarás al precipicio con riesgo de quedar despedazado sobre las rocas si la máquina no llegase a funcionar?
FRANCESCO: Sí.
LEONARDO: ¡De ninguna manera! (comienza a escribir con la mano izquierda en un papel) Si el artefacto falla, ¿cómo crees que me sentiré? La culpa por haberte causado semejante fin no me dejaría dormir y yo moriría  en un pecado nefando condenándome a las llamas del  infierno. Olvídalo.
FRANCESCO: ¿No sentirá la misma culpa si el que muriese fuese otro?
LEONARDO: Claro que sí. La vida humana es sagrada. Por eso la probaré yo, que soy más viejo y quien todo esto ha elucubrado.
FRANCESCO: Pero, maese...
LEONARDO: Francesco, no seas necio: el que no valora la vida, no la merece… y por el amor de la Santísima Madona, no comiences a llevarme la contraria como acostumbras. (Le entrega el papel que escribió) Aquí está la lista de materiales y herramientas. ¡De prisa!
FRANCESCO: Sí, sí...
LEONARDO: Busca todo lo necesario y tráelo pronto, antes de que la campana toque a maitines... Mientras me quedaré a perfeccionar los dibujos... Anda…
FRANCESCO (hace una reverencia): De acuerdo, maestro. (Va a salir)
LEONARDO: Francesco, todo el arte que profesamos nos confiere el derecho de llamarnos descendientes de dios.
 
Oscuro. Música.
 
ESCENA 3.
 
Música. Tres días después. Escuchamos ruidos de martillos y otros metales. Se ilumina el escenario y vemos a Francesco que tiene puesto un delantal de cuero y algunas herramientas en las manos.
 
FRANCESCO: No fue sino hasta el tercer día que tuvimos prácticamente todos los materiales para construir la máquina voladora. Trabajamos sin descanso, día y noche. Luego, los malestares de mi maestro fueron incrementándose hasta que cayó enfermo, así que tuve que hacerme cargo de todo, lo cual provocó que nos demoráramos más en construir el aparato fabuloso. En sus escasos periodos de mejoría, maese me llevaba pan, vino, o algún platillo preparado por él mismo. Nos sentábamos afuera del viejo granero y nos quedábamos silenciosos contemplando el cielo; el vuelo aparentemente caprichoso de las aves que, como la cosa más natural, se desplazaban de un lado al otro navegando el viento. Nuestros ojos no veían más que hacia lo alto... Y soñábamos, maese y yo, en pleno día, con los ojos abiertos, el mismo sueño que habíamos compartido… (Pausa) Sucedió que el maestro comenzó a sentirse cada día más enfermo, aunque trataba de disimular, y nunca faltaban sus risas y bromas; sin embargo lucía grave, tanto, que cuando teníamos la máquina casi terminada, Leonardo ya no pudo salir de su habitación en el castillo.
 
LEONARDO (grita): ¡Francesco! ¡Francesco!
 
Descubrimos a Leonardo sentado en una silla, envuelto en una manta.
 
FRANCESCO (deja las herramientas y va hacia él): Aquí estoy, maese.
LEONARDO: ¿Cómo va la construcción?
FRANCESCO: Casi acabada.
LEONARDO: ¿Qué nos augura el clima? ¿Ha sido benévola la primavera con nosotros?
FRANCESCO: El sol brilla en lo alto y el cielo está despejado.
LEONARDO: ¿Cambiaste las placentas de vaca por cueros de nonatos?
FRANCESCO: ¡Cambiados!
LEONARDO: ¡Qué error pensar que las placentas serían más ligeras!
FRANCESCO: Un mercader veneciano aceptó complacido el trueque.
LEONARDO: ¿Alguien se ha dado cuenta de lo que se ha estado haciendo?
FRANCESCO: Nadie.
LEONARDO: ¿Estás seguro?
FRANCESCO: Todos saben que algo se construye bajo sus órdenes, pero no saben de qué se trata. Desde que su majestad el rey vino a visitarlo, nadie ha hecho más preguntas sobre lo que se realiza.
LEONARDO: Desconfía de todos.
FRANCESCO: Descuide.
LEONARDO (tose para que no se entiendan bien sus palabras): Incluyendo a su majestad.
FRANCESCO: ¿Qué ha dicho?
LEONARDO: Nada… nada… ¿Cuándo crees que puedas terminar el modelo?
FRANCESCO: Si mis cálculos y las fuerzas no me fallan, mañana.
LEONARDO: Lo que a mí me falla es la salud, Francesco.
FRANCESCO (pausa): Podemos esperar unos días hasta que se reestablezca.
LEONARDO: ¡No, no, no, nada de eso!
FRANCESCO: Unas noches más al calor de la chimenea le harán bien y se repondrá.
LEONARDO: ¿Y si en lugar de mejorar, empeoro y muero?
FRANCESCO: ¡Que dios nuestro señor no lo permita!
LEONARDO (pausa): La muerte ya viene por mí, Francesco.
FRANCESCO: Déle la espalda… ciérrele la puerta…
LEONARDO: Mi vida ha sido larga y en general, ha estado llena de dicha. Siendo pobre como correspondió a mi cuna, tuve la fortuna de conocer las inmensas riquezas en los palacios de los grandes príncipes y duques; de ellos recibí sus halagos y favores. Les serví para bien de sus mesas, sus cocinas y sus guerras, y para el deleite de su vista hice pinturas casi perfectas. Gocé de la fama en vida y mi nombre resuena en todo el mundo conocido. Quise la belleza y la belleza me fue dada. Amé la sonrisa de las mujeres, y supe plasmarla como pocos… Amé la delicada piel de los mancebos, la suavidad del armiño y el sabor de un vino tierno. He dado todo lo que he podido, de ese dorado sol que se me da a mares y que sale de mi pecho. Yo fui una luz. Le di un poco de alegría y belleza a este mundo a veces tan cruel y oscuro. El altísimo perdonará los pecados de un gentil hombre milanés, primer pintor, ingeniero y arquitecto del rey, maestro, mecánico, y antiguo director del taller de pintura del duque de Milán, y si es su voluntad, lo alabará con su oficio en el cielo. Si muriera en este preciso instante, querido Francesco, si la muerte apareciese ahora y con su mano me guiase al otro mundo, moriría feliz... aunque sólo me haya faltado una cosa por hacer...
FRANCESCO: Cumplir su sueño. Por eso, mañana mismo podría venir conmigo al pie de la montaña y quedarse ahí para verme probar la máquina.
LEONARDO: ¡Qué testarudo eres!
FRANCESCO: ¡Déjeme hacerlo!
LEONARDO: Si mueres, no me lo perdonaré nunca y me arrastrarás, junto contigo, a la condenación.
FRANCESCO: Permítame intentarlo.
LEONARDO: Te lo prohíbo. Eres tan joven y morir de esa forma atroz...
FRANCESCO: “Mueren jóvenes aquellos a quienes los dioses aman”…
LEONARDO: No metas a Menandro en esto… ¡Necio!
FRANCESCO: Maese, yo confío en que la máquina funcione. ¡En verdad! En todo caso, si el aparato se precipita a tierra y muero... a mí también me encontrarán con una enorme sonrisa porque, aunque sea brevemente, habré hecho realidad nuestro sueño.
LEONARDO: No intentes convencerme.
FRANCESCO: ¡Quiero volar! ¡Volar!
LEONARDO: ¿Deseas acaso la gloria para ti?
FRANCESCO: Claro que no, mi querido maestro. Aspiro a que el orbe entero sepa que hubo una vez un mortal, un joven aprendiz, discípulo de un gran sabio, que voló en la máquina ideada por Leonardo. ¡”Se divulgará en mil escritos su fama, convertido en gloria eterna del nido en que nació”! Haré lo que mi buen maestro no puede hacer porque está impedido en estos momentos.
LEONARDO (pausa): Haz que venga el notario, deseo redactar mi testamento. Quiero que se me conceda el deseo de que a mi ataúd lo acompañen 60 mendigos con sendos cirios y ser enterrado en la iglesia de Saint Florentin en Amboise...
 
Francesco va a decir algo.
 
LEONARDO: No me interrumpas... respeta la última voluntad de un moribundo… Deseo que tú, mi buen Francesco, seas mi albacea. Ordena los manuscritos que has de heredar y cumple, a partir de los pasajes más importantes de mi Tratado de Pintura, un conjunto de observaciones prácticas y teóricas para futuros pintores. Que Giacomo Salai…
FRANCESCO (interrumpe): Nunca el mote de “pequeño diablo” fue mejor asignado.
LEONARDO: Calla, que no hablen los celos por tu boca… Que Salai herede la mitad de mi viñedo, así como la mayoría de los cuadernos y las pinturas que aún conservo y que me han acompañado hasta ahora... (Mira el caballete tapado con la tela) Todas menos una… mi amada mía…  
 
Francesco mira el caballete cubierto por la tela. Va hacia él:
 
LEONARDO (ruge): ¡No la toques!
FRANCESCO (se frena): No era mi intención, maese Leonardo. (Tras pausa, dispuesto a salir) Si mañana está listo el aparato... pediré que lo lleven en litera al pie de la montaña.
LEONARDO: No podré.
FRANCESCO: Entonces mandaré decirle que se asome a la ventana para que vea al Gran Pájaro surcar los cielos.
 
Leonardo asiente cansado y cierra los ojos.
 
FRANCESCO: Leonardo pareció asentir y cerró sus ojos, aquellos que tantas cosas habían contemplado... Por un momento creí que había muerto y puse mis dedos en su nariz para ver si aún respiraba... Después de cerciorarme de que aún vivía, salí de nuevo al granero y seguí trabajando más arduamente...
 
Se oscurece el espacio donde está Leonardo. Francesco vuelve al sitio donde lo encontramos al principio de esta escena:
 
FRANCESCO: Aún de noche, alumbrado por antorchas, seguí reforzando las alas, nivelando el cuerpo del Gran Cisne, ajustando el timón, afinando cada detalle. Ya al alba, cuando el cansancio me vencía, salí para que el viento frío de primavera me espabilara... Alcé la vista a ese cielo tantas veces visto por mí, por Leonardo, por mis antepasados y los antepasados del hombre... Bajo la Osa Mayor, cruzó el cielo una estrella fugaz... Y pedí un deseo...  
 
Oscuro. Música.
 
ESCENA 4.
 
Música. (Francesco puede estar montado en un arnés sostenido de la tramoya para que se eleve y luego descienda)
 
FRANCESCO: Al día siguiente, Leonardo había amanecido aún más desmejorado. En efecto: el genio agonizaba. Era cuestión de horas, a lo sumo de días. La Diosa Fortuna fue generosa y me permitió tener listo el aparato a tiempo. Desoyendo todo consejo de mi maestro, pedí a los criados que me ayudaran a sacar la máquina e inmensa fue su sorpresa al ver aquel artefacto. Cuando les expliqué su función, lejos de asustarse, todos se dispusieron a ayudarme a subir la máquina a la cima de la montaña, como si ellos también se hubiesen contagiado por ese anhelado sueño. Ya en la cima, oré y rogué al creador para que nos permitiera llevar a cabo la hazaña y que le diera vida a Leonardo para poder narrarle nuestra proeza. Monté la máquina de volar. Afiancé los cueros para sujetarme firmemente al aparato. Revisé por última vez los amarres, cada unión, los nudos; probé el movimiento de las alas. Me persigné y me encomendé a la Santísima Virgen, a todos los santos, dominaciones, tronos y potestades del cielo. Tomé con fuerza el timón. Fui impulsado y me lancé al enorme vacío, no sin miedo, pero ante todo, con la más grande esperanza... Estuve un pequeño instante suspendido en el aire... Flotaba… Y en un abrir y cerrar de ojos… todo se precipitó a tierra. La frágil máquina estaba destrozada; nada quedaba de sus hermosas alas, ni del cuerpo de la nave y del timón no quedó ni rastro. Milagrosamente sobreviví apenas con algunos rasguños y heridas sin importancia. Nuestro enorme sueño... el sueño soñado por los dos... se había acabado en un parpadeo.
 
Oscuro.
 
ESCENA 5.
 
Leonardo yace en la cama o el sillón, agonizando.
 
LEONARDO: ¿Quién viene...? ¿Eres tú, Salai…? ¿Qué noticias me tienes de Francesco?
 
Aparece Francesco.
 
FRANCESCO: Maestro, soy yo.
LEONARDO: Acércate... Ven... Casi no te escucho.
FRANCESCO (se acerca, queda junto a Leonardo): Guarde reposo y no se esfuerce, se lo suplico.
LEONARDO: Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte... ¿Lo lograste, Francesco?
FRANCESCO (tras pausa): No... Me apena decirle que no…
LEONARDO: Me lo temía... aunque por un instante realmente llegué a creer que lo conseguiríamos... Fue un error y fracasé… He ofendido a dios y a la humanidad porque mi trabajo no tuvo la calidad que debía haber tenido…
FRANCESCO: No se aflija, maestro.
LEONARDO: Donde hay más sensibilidad, allí es más fuerte el martirio.
FRANCESCO: No... No, maese, no me entendió… quise decir que no, que no fue exactamente como lo pensamos... pero la máquina funcionó...
LEONARDO: ¡¿Emprendiste el vuelo, Francesco?!
FRANCESCO: ¡Sí…! (pausa) Sí, maese... ¡Volé y planeé en el Gran Cisne como un ave con sus alas extendidas!
LEONARDO: ¿Se elevó el aparato?
FRANCESCO: ¡Así es, maestro! Volé... no sé si mucho o poco... ¿Sabe? Allá arriba el tiempo pasa de manera diferente que aquí abajo. Como si los granos cayesen más lentamente en el reloj de arena.
LEONARDO: Dime, cuéntame todo lo que viste.
FRANCESCO: Verá... Apenas dejé la tierra bajo mis pies, me encontré atrapado en una corriente de aire. Las alas del artefacto, por ser tan flexibles, se movieron ayudadas por el viento. Bajé mi vista y todo se veía a una escala diminuta... Miré desde lo alto el tejado de las casas, el humo saliendo de las chimeneas. Más allá se divisaba el bosque y el río serpenteando entre el macizo de árboles... A mi izquierda aparecía el castillo con sus altísimas torres, que ahora se veían tan pequeñas desde esa altitud... El viento acarició mi cara y llenó de aire mis pulmones... Los aromas de todas las flores alcanzan esa altura, y arriba se confunden embriagándolo con su olor... El cielo huele a heliotropo, menta y jazmines en flor... ¡Ah, y las nubes, maestro! De cerca, son aún más blancas, inmaculadas... Su textura es como el más fino algodón... más suave... Mucho más suave... Y tuve tal suerte, que pude aprisionar en mi mano un poco de nube, que fue deshaciéndose entre mis manos por la fuerza del viento... Hubiese querido traerle una almohada de nubes... pero era imposible contenerlas, se escapaban de mis dedos por el soplo del aire… A mi lado, voló una parvada de aves, saludándome con su canto... No temo equivocarme al decir que aquellos pájaros no volverán a ser los mismos jamás, después de haber visto a un hombre volar en la máquina ideada por Leonardo… Y de pronto sentí una dicha tan grande que se asemejaba al temor…
LEONARDO: Dime, querido Francesco, ¿qué es volar?
FRANCESCO: ¡Ah, volar, maestro...! Volar es escaparse un poco, perderse, ser ligero... El cuerpo pierde su peso y el alma se llena de luz y color al ver todo desde lo alto... En la cima de la tierra, el mundo es una alfombra verde y las venas de la tierra son sus ríos, que lo nutren y le dan vida... Volar es irse, desprenderse... Cerré los ojos en pleno vuelo para sentir la sensación única de estar, aunque sea por un momento, en el reino de los ángeles... Volar es como volver a empezar, nacer de nuevo... Al volar, se olvida todo y no hay recuerdos tristes ni dolorosos, sólo una inmensa, una enorme alegría... Volar es escapar de la tierra que nos quiere sólo para ella... Volar es andar por veredas de aire, entre remolinos y ráfagas de viento... Volar es dejar de ser uno y volver al principio de los tiempos... Ser todo, ser nada junto al universo... Estar más cerca del destino que tenemos reservado al morir... Volar es dejar de ser uno y acercarse un poco a dios.
LEONARDO: Es hermoso todo cuanto me has narrado. ¿Es verdad lo que me dices?
FRANCESCO: Sí, maese, ¡sí!
LEONARDO: Entonces es cierto… no está errante quien está fijado a una estrella.
FRANCESCO: Nadie dudará que Leonardo fue un hombre que despertó demasiado pronto entre las tinieblas, mientras los otros seguían durmiendo[6].
 
Los dos quedan en silencio. Música. Leonardo mira al caballete cubierto por una tela.
 
LEONARDO: Ahora déjame verla… déjame admirarla por última vez…
 
Música. Francesco va hacia el caballete cubierto por el lienzo. Leonardo, agonizando, se asoma para verlo. Francesco devela el caballete y vemos a La Gioconda.
 

FIGURA 10: La Gioconda
 
Leonardo muere[7]. Se va oscureciendo el escenario lentamente; sólo queda luz sobre La Gioconda unos momentos. Finalmente se hace el oscuro.
 
FIN D.R. Humberto Robles
 
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Se terminó de escribir en Montevideo, Uruguay, en mayo de 2007.
 

[1] El personaje de Francesco está basado en el amigo y discípulo de Leonardo, el Conde Francesco Melzi, hijo de un aristócrata de Lombardía; él ordenó los manuscritos heredados por su maestro.
[2] Leonardo ofreció sus servicios como ingeniero militar, escultor y pintor a la máxima autoridad de Milán (duque y mecenas) Ludovico Sfoza el Moro.
[3] Gian Giacomo de Caprotti da Oreno, a quien Leonardo apodaba Salai (pequeño diablo), entró en su hogar alrededor del 1488 a la edad de 10 años, llegando a convertirse en su sirviente y asistente; heredó la mayoría de los cuadernos de Leonardo y la mitad de su viñedo.
[4] Un alumno de Freud, descubre al comienzo del siglo XX, que en la obra Santa Ana, la Virgen y el Niño con el cordero, Leonardo había ocultado la imagen de un buitre.
[5] La imagen rotada, donde se ve el buitre, es propiedad de Massimo La Rocca.
[6] Frase de Sigmund Freud
[7] Leonardo falleció una semana antes de cumplir 67 años, en Cloux, Francia, el 2 de mayo de 1519. Fue enterrado en la capilla del castillo de Amboise. 
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Descripción

En los ltimos das de su existencia, Leonardo y su discpulo Francesco deciden crear el artefacto soado por el genio: la mquina de volar. Estrenada en Montevideo, Uruguay. La Carne Teatro la estren en Costa Rica.

Palabras Clave: leonardo y la mquina de volar leonardo da vinci leonardo da vinci teatro

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Moraleja & Fbula


Creditos: Humberto Robles

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