La Esquina
Publicado en Mar 23, 2013
Llovía, tronaba y el cielo jugaba al beisbol con los rayos. Al frente un ruido sordo atronó la calle, encogiendo los corazones y abriendo los ojos para poder adivinar de quien partió el grito, para poder detectar de donde partió el golpe, para poder localizar de quien partió el aullido y para poder determinar de donde partió el lamento.
Los dueños del bar miraban hastiados la calle: mala tarde repetian , cuando un destello, justo enfrente, los sorprendió. A duras penas lograron coordinar piernas, manos y pies, mientras salían a su encuentro. Tomaron la calzada a tiempo de ver como la moto impacto con la parte trasera y sin luces del furgón, de ahí el golpe. Juani andaba jugando a adivinar la conexión entre el rayo y el trueno , jugando al escondite con la lluvia, con su perra y con el abriguito que tanto le incomodaba a su cachorra , cuando percibió el incidente antes de que ocurriera, de ahí el grito. Ramón trajinaba , como cada anochecer, en el contenedor del barrio, aunque las bolsas más suculentas, que seguro eran las sobras de la rubia del tercero, la de los melgos, apestaban a amoniaco, dulce entrante le había preparado la anegada mama de pelo descolorido. Ramón andaba embriagado con el edor del cubículo cuando éste se desplazó impulsado por una fuerza inusitada e introduciendo el torso del muchacho dentro , a la par que liberaba sus piernas en el aire. De ahí el aullido. El 112 avanzaba, con los limpiaparabrisas abriendo camino y con las sirenas encendidas, haciendo suya la frase que reza en nuestro cementerio: "Hoy por ti, mañana por mí". Tanit, acongojada, levanto la mirada de las cartas del tarot y al sentir que paraba en la esquina, utilizó su talismán, un padre nuestro y un ave María, para que todo acabara bien, para que no ganaran las tinieblas, para que el susto quedara solo en un Ahy. Localizaron primero a Ramón, contraído por el susto, con los pantalones mojados por la angustia y con la alegría en los ojos porque no tenía ni un rasguño y porque el hambre emigró a otro estómago, al menos, por esa noche. El conductor del furgón, Juan, era un vendedor ambulante paralizado por el susto, salvando con ello la vida, porque si hubiera realizado alguna maniobra se habría empotrado, bien contra la farola o bien contra el contenedor de una obra. La moto se quebró en tres pedazos incorporando la gran incógnita ¿Y el conductor? Buscaron con detalle y no lo encontraron. Debajo del furgón y encima del contenedor, debajo del contenedor y encima del furgón, en la esquina propia, en la impropia, en las calles adyacentes y en las no adyacentes, nada ni rastro. De pronto algo se movió en el balcón del primero, el de Adolfina, una señora pudiente y gallega que acababa de decorar el dormitorio por enésima vez y que ubicó el viejo colchón en la terraza hasta que el Ayuntamiento lo retirara. Carlos abrió los ojos, despacio, no queriendo saber. El casco aún mantenía aprisionada la cabeza , podía fijar la vista y observó que estaba en algo blando y en un balcón, podía mover los dedos de los pies y de las manos, y podía oír a gente justo debajo. De ahí el lamento. Esa noche el Angel Negro tenía parada en esa esquina pero no contaba con la tormenta que acabó desorientándolo y ,aunque oyó el grito, el golpe, el aullido y el lamento, no pudo descifrar exactamente de donde procedían. Y desorientado anduvo muchos años hasta que otro día los encontró en otra esquina.
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