La miserableza de las almas conjugadas con el vacío y tenebroso pavor de los tempestuosos amaneceres me involucraron aun más en el devenir de mi futuro, un futuro incierto y solitario rodeado de obras maestras y pastizales desiertos, que tras milésima a milésima derrumban aquel castillo enmendado por las pruebas del amor mas compenetradas en el desosiego de la soledad.
Una lluviosa y tempestuosa alborada con tan solo seis gotas a el aire, la luz encobijo mi alcoba: el esplendor de las almendras y el perfume de las orquídeas, el suave silbido de los polluelos y el canto entrecortado de las palomas americanas que volaban del Sur de américa para saciar y llenar el verano de colores.
Los rayos de luz penumbraron tanto mi cara que de un fuerte brinquito descubrí que mi espíritu estaba dispuesto a luchar, era un día mas, hecho exclusivamente para mi, un día menos en las década que tenia por vivir. A pesar de mi corta edad poseía magia en mis dedos, una gran imaginación en mi cerebro y una luz extraordinaria en mis ojos, una luz como deseosa… única, única en especie, poseía diferentes mascaras para distinguirme de los demás, para cada ocasión y exclusividad mi fortaleza y astucia se distribuían y mi corazón latente se disponía a guerrear, pero no una guerra física, con armas y guerras, era una batalla espiritual, entre mis sueños y mi realidad.