EL GERONTO
Publicado en Mar 26, 2013
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 I

Nos volvemos viejos muy pronto y sabios muy tarde; letrero inspirado en Borges pendía a la entrada del cafetín. Nos encontramos en el cafetín de Luciano. Están unos vendedores ambulantes dialogando sobre el tiroteo acaecido la noche anterior. –Sí, el doctor Frank le metieron una bala en su pierna.- Narraban con asombro. El italiano estaba presuroso atendiendo de maravillas a unos estudiantes de la universidad, quienes planeaban alguna manifestación en virtud de ciertas reivindicaciones  colectivas. ¡Bah! Las guarimbas, pensó vautro.
 
-¡Qué espanto este café sin azúcar! Vociferó con rabia una dama que sentada estaba reunida con un grupo, como buscando información de los hechos. Libretas de apunte, cámaras y miradas rebusconas despuntaban. Me retiré a un rincón del local buscando observar todo y analizar la situación.
Luciano, con premura le trajo el azúcar a la mujer llamada Camila quien con gestos impacientes se quejaba del servicio. Luciano Brunetti, llegó de Italia en días de post guerra. Se afincó en zardomeda, siendo muy bien acogido por los moradores, tanto más cuanto que, trajo y fundó la fábrica de pastas, generando gran cantidad de empleo a la comunidad. Pero, una lóbrega mañana el viento tremolaba su vaho flamígero al tanto que, las llamas lamieron en cenizas el recinto fabril denominado –LUCIANO C.A-, en cuyo interior crepitaban los gritos espeluznantes de trabajadores y su esposa, signaban una capitulación estruendosa para el negocio. A pesar de todo, el señor Brunetti, para el entonces, rondaba la cuarentena y varios fueron los rumores que corrieron, al no votar lágrima alguna por su occisa y calcinada mujer, la misma que era diez años mayor que él. Su aflicción se apuntaba más que todo por la pérdida de la fábrica y sus fervientes empleados.
Hoy, vive con una dama bien  preservada que ejerce la vocación de medicina. De pronto, el cafetín de Luciano, se atiborró de un grupo de personas demandando café, sándwich, té, y su pronta atención. Evocaban semanas anteriores cuando a orillas del cafetín apareció golpeado un anciano callejero, que nadie pudo precisar quién y el por qué de aquel altercado. Vautro recuerda que savater afirma en uno de sus ensayos, que, actualmente, la experiencia vista en los adultos, es motivo de burlas, omisión, y solo se trata en un asunto de segundo plano. Los adultos son símbolo de experiencia. Solo se les toma en cuenta a la hora de llevar una campaña publicitaria para lentes.
Pudo Vautro vislumbrar desde el rincón, cierta mirada de incomodidad en Luciano, que con indiferencia proseguía conversando con una joven en la barra. El gordo Frank irrumpe súbitamente en el establecimiento, con su voz gruesa y carrasposa, arriba contando con estupor lo acontecido la noche del tiroteo. Sus padres son grandes amigos del italiano. Al narrar la anécdota, Frank se bajó del auto, a sacar dinero del cajero automático, y de la nada aparecieron dos camionetas negras: eran hombres trajeados en negro de mercenarios oscuros, capuchas, fusiles de asalto, apresurados y con agresividad me mandaron a tirarme al suelo porque iban a trabajar.
Vislumbré, no sin asombro en el suelo, con mi hembra de la noche, - dijo Frank-;  con unas largas cadenas tiraban sus vehículos y sacaron el cajero entero con todo el botín. Uno de los villanos me tenía su bota montada en la cabeza. Pensé en mis padres, y, como andaba pasado de tragos le comenté al pillastre: - Tu gran pata debes montársela al cajero, no a mí-. Pero al instante, el maquiavélico montó en cólera disparando ráfagas por todos lados cuyas repeticiones ensordecedoras marearon e hicieron llorar a Jenny, mi compañera nocturna. Me mandó a levantar y me dijo: - Oye qué razonable eres gordito-, gracias por la conseja. Toma mi recuerdo pa’ que nunca me olvides…cabrooooon!
Booomm… sentí algo caliente en mi pierna, cayendo al suelo y Jenny se me abalanzó en el pecho afirmándome que me habían zampado una bala en la pierna derecha. Abrí los ojos y solo recuerdo la humareda por todas partes y un charco de sangre  a mi costado. ¡Malditos! Susurré.
En el relato muchos guardaban silencio. Un señor que portaba una franelita roja del che afirmó que eso era culpa de las peliculitas yanquis que inspiraban a los excluidos en tomar las armas para cometer fechorías. ¡Cállate vendido de rentas miserables! Viejo loco, cabrón de puta madre; gritaron dos señoras que escuchaban el asunto. El reconocido periodista de zardomeda, Marvin, observaba con detenimiento la situación. Fue un alborozo de gritas e insultos cuando el grupúsculo del Psuv llegó al cafetín. Otros se sumaron a la tertulia, sosteniendo con rigor que, ningún pobre filibustero podría andar por ahí con fusiles y ametralladoras llevándose cajeros.
Por fin atendió Luciano a las señoras que demandaban el té, café y sándwich. Volví a mirar en el italiano un dejo más evidente, gestual de rotundo desprecio por las viejas que pedían ser atendidas.  Les dio la espalda luego de ponerles en la mesa lo pedido. Una muchacha que estaba a mi lado, también quedó sorprendida porque don Luciano siempre le atendía de mil maravillas y amapuches.
La última ráfaga, -prosiguió Frank con su historia-, vi una lejana luz y se trataba de una patrulla de policía que al oír las detonaciones restallantes,  acudieron al lugar de los hechos. Aunque fueron vapuleados al no tener capacidad suficiente en armería para confrontar a los baquianos nocturnos, los que al divisar la patrulla, se posaron como santos malditos en el medio de la calle, y descargaron su vendaval de ametralladoras contra la patrulla, los que, inútiles, y asustados, tuvieron que retroceder con tan cargados fusiles en contra. ¡Malditos cobardes! Pudo Frank escuchar que vociferó uno de los bandidos al darse cuenta que los gendarmes se les fueron corriendo.
 II
Al lado del cafetín Luciano, hay una casa de dos plantas, jardín, flores y una fuente dan un aire meditativo a la estancia donde mora una señora septuagenaria que sobrevive de vender productos y tejer hamacas. Vautro se retira del cafetín, sentado en una estatua del procerato mayor, cavilaba sobre su gris situación  financiera. Me encontrara un mecenas quien me financiara mi pasaje aéreo hasta parís o Londres. Deseos primigenios del hombre que detestaba la provincia. La mañana siguiente, cunde un alboroto en la esquina del cafetín Luciano. Estaba cerrado y nadie sabía el paradero del italiano.
La vecina del cafetín, llamada Anastasia, tendida en una cama del hospital, cuenta a los periodistas que un hombre horrido y bestial, entró a gatas a su habitación; gritándole que iba a practicar yudo toda la noche, y que, ella era su pera. Fue una serenata de golpes y patadas al pecho, abdomen y cara, pómulos hinchados que en medio de la paliza, solo recuerda al iracundo y siniestro hombre corpulento, quien con acento difuso, le decía que se defendiera. Ella solo pedía compasión mientras el maligno la pateaba por todas partes, pero hijos- susurraba la vieja- es que no tuvo clemencia el desgraciado y loco ser, pateándome como un campeón hasta la hizo irse en mierda. El macabro individuo, la cargó con una fuerza colosal y la zumbaba contra paredes y la lanzaba contra las mesas y puertas. La habitación quedó pestífera a excretas y de sangre con cabellos diseminados por todas partes. Yo no le hice nada a nadie. Sobrevivió la ancianita, y culminaba la septuagenaria Anastasia inquiriendo, echada en la camilla, demacrada pedía justicia.
 
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Foto del autor Jos Antonio
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Descripción

RELATO QUE DESCRIBE Y CUENTA LA AVERSIN A LOS ANCIANOS, QUE SIENTE UN INDIVIDUO QUE DENTRO DE LA TRAMA ES EL LECTOR QUIEN LO DEBE ENCONTRAR.

Palabras Clave: Gerontofobia / Psicologa

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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