La Casa
Publicado en Mar 26, 2013
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LA CASA
 
 
 
 
 
 
                                                 Cuando recibí la notificación del legado de mi tío supe que esa era la señal que necesitaba para concretar mi sueño mas deseado. La suma no era excesiva, pero me sería útil si sabía utilizarla. Como primera medida fui al banco y luego de muchos trámites que demandaron dos largos meses de trajín, logré que me dieran un crédito hipotecario.
La casita aprobada por el banco era una pequeña construcción de tres ambientes, cocina y baño totalmente equipado en una sola planta con un jardín chiquito al frente. La misma estaba un tanto derruida, pero mi habilidad para los trabajos manuales me sería de ayuda para afrontar la empresa de reconstrucción.
Al fin y al cabo nada era demasiado para el amor de mi vida. Mi amada Rocío.
Conocí a la mujer que le dio sentido a mi vida de manera casual en un día inusitadamente frío de verano, un 29 de febrero, como si la numerología, el clima y, muy probablemente, el universo todo se hubieran puesto de acuerdo para facilitarnos el mutuo conocimiento de nuestra existencia.
Supe entonces que ella era el complemento perfecto, aquella que alegraba mis mañanas y le dibujaba una sonrisa a mi rostro cada vez que siquiera pasaba por mi pensamiento.
Cursábamos nuestro tercer año de noviazgo sereno y plácido cuando me llegó la noticia de la muerte de mi tío y el legado de esa suma de dinero que me permitiría dar el paso más trascendental de toda mi vida, aquello que tiempo atrás creía inconcebible.
Calculé los pasos a dar de manera meticulosa. Me encontraría un tanto apretado económicamente durante ese lapso de tiempo ya que debería seguir pagando el alquiler de mi actual vivienda y tendría que invertir al mismo tiempo en la refacción de mi nueva casa. En mi mente ya tenía los detalles, los colores, los muebles y hasta los días que habríamos de transcurrir debajo de ese techo. Era como si tuviera frente a mí un cuadro pintado en sus más mínimos detalles que tendría que replicar.
Pero todo lo que pensaba hacer adquiría dimensiones de gesta al intentar sortear el máximo escollo, en realidad el máximo reto para la concreción de mi objetivo. Rocío no debía enterarse de nada hasta llegado el momento exacto. Ese momento exacto, a cinco meses en el futuro, sería el 29 de febrero venidero, exactamente a cuatro años de la primera vez en que las sospechas que esa persona ideal existía daban paso a la realidad. Era como si el universo por entero nos regalara un nuevo año bisiesto tan solo para celebrar nuestro amor.
Calculé los gastos que tendría para llevar adelante mi propósito y con gran pesar debí vender mi automóvil, una de mis posesiones más valiosas para darle forma al objetivo.
Fue quizás lo más doloroso de todo puesto que ese auto era lo último terrenal que me unía a mi viejo, fallecido ya cinco años atrás. Juntos habíamos ido a buscarlo a la agencia cuando él ya presentaba signos de deterioro y en él fuimos una semana a Tandil, para conocernos más, para compartir una experiencia única, para despedirnos al fin y al cabo. Cuando se fue, me cuesta mucho todavía admitir que murió, me dije que mientras tuviera fuerzas, no me desharía de ese automóvil que significó tanto para los dos. Él me había dado parte de la plata necesaria para adquirirlo sabiendo que no le quedaba mucho más tiempo y jamás pude retribuirle el gesto de la manera que me hubiera gustado hacerlo.
Rocío apareció en mi vida luego que él hubiera partido y lamenté que él no la hubiera conocido pues habría sido un buen compinche suyo. Llevarla en ese auto era como conjugar en un mismo instante a las dos personas que más había amado en mi vida.
Cuando ella se enteró de eso, era imposible que no se enterara, debí urdir una serie de mentiras y engaños. Le dije que necesitaba deshacerme de ese montón de fierros que me traían demasiados recuerdos de mi viejo, que con los precios actuales de la nafta se me hacía muy pesado mantenerlo, que debido al estado en el que estaba el auto aún podía sacarle una buena diferencia… Supongo que no debí ser muy buen actor, puesto que mi falta de honestidad se notaba como si llevara un cartel en la frente que decía no solo que estaba sufriendo sino que estaba mintiendo de aquí a la China.
Recuerdo un tango que le gustaba a mi viejo,”Antiguo reloj de cobre” cantado por el Negro Montero donde decía “…cuatro pesos sucios por esa reliquia…” al recibir la plata que le daban en el banco prestamista por el artículo nombrado en el título y no pude menos que sentirme igual al tener en mis manos los billetes al tiempo que el auto que ya no era mío se alejaba irremediablemente de mi vida para no volver. Me sentí vacío puesto que con él se iba el olor a mi viejo, a esa semana en Tandil, a las vacaciones que habíamos pasado con Rocío en nuestro segundo aniversario cuando nos trasladamos a la costa y supe que el sonido de la carcajada de esa mujer que viajaba a mi lado era el mas hermoso de toda la humanidad. Y aunque también me remitía a los terribles recuerdos asociados a la enfermedad de mi padre, era doloroso perder ese anclaje que le daba sentido a mi vida.
Ni siquiera saber que estaba trocando ese pedazo de metal por algo que me permitiría darle forma a mi sueño de compartir algo mucho más grande con Rocío, aminoró en cierta medida el dolor que me embargó cuando caí en la cuenta que ya no podría volver a sentirlo como una extensión de mi propio cuerpo.
Hablé con un compañero de trabajo que tenía un añejo FIAT 600s y que me aseguró que funcionaba perfecto. Lo fui a ver y sin pensarlo mucho, ya que necesitaba un medio de movilidad y odiaba ese modelo de auto, lo compré. Gracias a la ganancia hecha debido a la venta de mi auto, podía dedicarle unos generosos pesos a la casa y podía adquirirlo sin perder parte de mi comodidad.
El auto era bueno en realidad, para la edad que tenía, aunque era inferior en absolutamente todos los aspectos con mi anterior vehículo. Pero al menos me llevaba donde me tenía que llevar y, dejando de lado un par de veces en que se recalentó el motor trasero (algo que odiaba definitivamente), debo admitir que su comportamiento fue decente aunque sin brillo.
Rocío lo encontraba “simpático” y menos ampuloso que mi amado auto antiguo y eso alivió en parte mi desazón.
La plata que obtuve con la venta me alcanzó para cambiar cañerías y comprar todos los materiales para los pisos y el revoque en un proveedor mayorista.
Fueron meses duros.
Salía del trabajo y cuando no nos encontrábamos con Rocío, iba para la casa para trabajar hasta casi la medianoche y adelantar las tareas. Llegué a odiar que la casa no hubiera estado en un mejor estado para no sacrificar tanto de mi tiempo y de mi esfuerzo en ella, pero el precio hubiera sido más elevado y las cuotas a pagar me ahogarían llegado el momento. Y de esta manera, cada pincelada que daba, cada revoque que reparaba me permitía dedicárselo a la mujer que inspiraba mi entrega.
Amo a Rocío.
La amo más que a ningún otra cosa en el mundo.
Si tuviera que elegir entre su sonrisa y su felicidad y toda la mía y hasta mi vida, no dudaría siquiera un pestañeo en sacrificarlo todo para que ella fuese dichosa.
Cuando la veo con su cabellera enrulada y oscura y su sonrisa todo labio y dientes perfectos y perlados, no siento el cansancio y es como si una descarga de energía me insuflara de nuevos ímpetus.
Y aunque debí sacrificar horas junto a ella para poder dedicarlas a la casa que será nuestra casa, siento que todo lo que hice fue por un bien mayor y que la recompensa finalmente será mucho mayor que el esfuerzo realizado.
Conseguí apliques para iluminar los ambientes, buscando que fuesen de su agrado (en realidad yo estaría pagado con una lamparita colgada de un cable pelado), que resaltaran su silueta, que al encender las luces su figura se viera aún más agraciada, como una diosa griega reinando en el Olimpo.
Para el comedor opté por un riel con tres luces direccionadas que conseguí en una casa de iluminación que estaba rematando material discontinuado. Allí también conseguí un ventilador de techo con un plafón central que resultaba perfecto para el dormitorio y los apliques para la cocina y el baño.
Fui haciendo acopio de los materiales y poco a poco fui reparándola, cubriendo detalles con enduido, dando una mano más de pintura para lograr una apariencia más nítida o incluso más suave.
El único detalle que tendía a repetirse fue en la pared del dormitorio que lindaba con la del baño. Allí una antigua filtración de humedad requirió que rompiera la pared y debiera realizar nuevamente un paño de revoque. Yo, que había visto y sabía de la existencia de dicha refacción, percibía la diferencia en la superficie pintada con satinado. Y pude ver una pequeña rajadura que se extendía al centro de la reparación, resaltando la diferencia entre este pequeño sector y el resto del revoque. Primero la tapé con un poco de enduido, pero a las dos o tres semanas la misma se había empeñado en reaparecer. Volví a taparla, lijando cuidadosamente y dejé la pared casi impoluta. Me recriminé entonces por no haberle dado más tiempo al muro para que el arreglo terminara de curarse de acuerdo a las necesidades propias del cemento.
Pronto fui asociando cada habitación de la casa con algún momento compartido con Rocío aún sin existir una clara asociación entre ellos. Era un olor, un ademán de mi mano, quizás algún pensamiento fugaz que cruzaba por mi cabeza en el preciso instante en que iniciaba la tarea.
Fuimos a comer con Rocío a un restaurante de la calle Honduras, un lugar oneroso incluso para mis bolsillos donde podríamos degustar un exclusivo menú árabe. Había hecho la reservación puesto que íbamos a celebrar nuestro primer aniversario. Pidió un arroz marroquí y yo una mussakka, con un té árabe para acompañarlo. El ambiente se prestaba para el romance con las velas, los cortinados de color rojo oscuro y la suave música acompañándonos. La recuerdo como si la tuviera frente a mí. Vestía un par de pantalones oscuros de piernas acampanadas que dejaban entrever un par de zapatos forrados en cabritilla con un taco aguja que se extendía hasta el cielo. Completaba con una blusa sin mangas de color blanca y escote generoso que resaltaba sus rasgos suaves y delicados coronados por un peinado sencillo en un rodete armado con dos agujas de bambú. No conozco mucho de moda, ni si era el atuendo adecuado para celebrar nuestro primer año, tampoco si era el adecuado para esa noche calurosa de un 28 de febrero. Lo que recuerdo es que yo estaba feliz y ella habría podido opacar a la más hermosa de las mujeres del cosmos con su sencillez.
Todo iba perfecto, la comida, su perfume (¡dios, que perfume embriagador!), la ambientación, hasta los mozos parecían estar ayudándonos con su atención y la rapidez para satisfacer nuestros pedidos. Hasta esos zapatos que me había comprado y me incomodaban sobremanera, esa noche parecían un número más grande y hechos de tela. Fue después del primer plato que la molestia empezó a hacerse notar con mayor presencia. Con el correr de los minutos lo que primero fue un aviso, pasó a ser una alarma y desencadenó en un dolor punzante y sostenido. Acabamos esa jornada en el hospital de odontología donde me tuvieron que extraer una muela que ya con anterioridad me había molestado, avisos que desoí sistemáticamente.
Así terminamos nuestro primer aniversario.
Esa imagen conjunto de todos esos momentos se me apersonaban cuando pintaba el comedor con un color amarillo suave. No puedo explicar el motivo de esa relación entre la pared y ese instante exacto de nuestras vidas, pero era imposible separarlos dentro de mi cabeza.
Nuestro segundo aniversario no fue en absoluto bueno. Ni siquiera pudimos festejarlo puesto que en la madrugada del 28 de febrero me llamó para informarme que habían debido internar a su padre en el hospital tras haber sufrido un accidente cerebro vascular. Corrí hasta el lugar en mi auto y la encontré llorando desconsolada por la condición crítica informada por el médico. Le hice compañía todo el día aunque ella estaba pendiente solamente de su madre y sus dos hermanas. Siempre había sido el sostén de la familia por ser la mayor y no pude menos que colaborar interfiriendo lo menos posible en la situación.
El padre de Rocío permaneció internado una semana y el pronóstico era reservado y, a mi modo de ver, desesperante. Mentalmente me preparé para ayudarla haciendo los arreglos para el funeral, siendo el soporte de ella que era la columna de su casa. Sin que ella lo supiera intenté averiguar los trámites que debía realizar, recordando a cada instante lo que había pasado mi viejo y la absoluta soledad en que me había encontrado yo en esa ocasión.
Pero sorprendentemente el papá primero abrió los ojos, volviendo en sí y recobrando plenamente la conciencia y tres semanas después estaba casi recuperado. Durante ese tiempo vi muy poco a la mujer que amaba ya que se dedicó a cuidarlo y a estar a su lado.
Cada vez que limpiaba el baño o aún mientras le colocaba las cerámicas del piso y las paredes, revivía esos días sin poder evitar sentir cierto odio por ese hombre que con su inoportuno contratiempo nos arruinó nuestro día.   
Y no podía dejar de traer a la memoria esos instantes cuando pintaba ese techo. Y mientras abandonaba la idea de realizar un paisaje similar a la de las termas romanas en esa superficie, que me había quedado tan blanca y tersa como un lienzo que llamaba a todas las musas, por resultar una tarea harto complicada que excedía mis muy limitadas habilidades, pensaba en ella sufriendo en el hospital por la salud de ese padre a quien aún hoy ama y que le ha pagado de forma tan desleal aunque quizás no tan reprochable. Pues a un año de su ACV, exactamente para el que sería nuestro tercer aniversario, él cayó en la cuenta que no había disfrutado de la vida,”encadenado a esta realidad que me llevó a tener el ataque”, y abandonó a toda su familia para irse con una mujer veinte años menor. Por supuesto esa fecha tampoco fue una fiesta para nosotros dos.
A veces intento ponerme en su lugar y pienso que quien ha sorteado favorablemente una situación harto crítica como la que él había experimentado, necesariamente necesita realizarse un replanteo acerca de lo que ha hecho o dejado de hacer para haber llegado hasta ese punto de quiebre, y no puedo repudiar a conciencia su actitud ya que solo quien ha pasado por ese drama puede suponer si estuvo bien o mal. Precisamente uno de los peores momentos que tuve con Rocío fue cuando cometí el error de disentir acerca de su malvada acción. Cuando le dije tímidamente que pensaba que no podía condenarlo, ella me gritó que no sabía el daño que le estaba haciendo a su mamá y a sus hermanas comportándose de forma tan egoísta. Dolida por toda la situación, me espetó que todos los hombres éramos iguales envuelta en una mezcla de histeria, furia y llanto. Después de eso estuvimos distanciados una semana, creo que diez días, en los que sentí que mi agonía solo podía compararse a la de Prometeo siendo devorado diariamente por el águila en el monte Cáucaso. Fue entonces que comprendí cabalmente lo mucho que quería y quiero a Rocío.
Y todos esos momentos volvían a mí cada vez que realizaba un arreglo o trataba de acercar a la perfección cada ambiente de esa casa que estaba creando para compartir con ella.
Y si cada habitación me retrotraía al pasado, a un momento doloroso o curioso vivido por ambos, el dormitorio en cambio me lleva al futuro.
Porque cada vez que pienso en mi vida futura a su lado inmediatamente la asocio a esta porción de paredes, suelo y cortinados que me dicen que en esta casa podré ser feliz con ella. En el dormitorio revivo su sonrisa, su mano cálida, sus pies fríos que se rozan con los míos, su voz, su andar, su cuerpo tendido bajo el sol sobre las montañas de Tandil, el modo en que se peina, su andar cuando se levanta a medianoche para tomar un poco de agua, sus silencios, su ausencia que me llena de vacío…
Y en esta habitación rememoro ese instante hace casi un año en que acostados sobre la cama imaginábamos nuestra vida juntos, donde vislumbrábamos un par de hijos, un perro, una casita con un enorme jardín al fondo donde alimentar a los pajaritos, con el comedor pintado de amarillo pálido, un baño con el techo dibujado, un dormitorio cálido y una pequeña habitación extra para criar a nuestros niños, seguramente una nena y un varón que serían la luz de nuestros ojos.
Y en esta casa que estuve remodelando para ella, principalmente para ella, como un símbolo de mi amor y mi devoción hacia esta criatura maravillosa que me ha llenado de vida, podré ser finalmente feliz.
Porque precisamente hoy que vuelve a ser 29 de febrero, sé que por fin disfrutaremos de un aniversario digno de nosotros, un aniversario que se ha hecho esperar cuatro años, pero que será el mejor de todos los que habremos vivido.
He tenido que engañarla diciéndole que no podía verla debido a demasiado ajetreo en el trabajo por la llegada de las vacaciones y poco personal en la oficina. Incluso, contra mi voluntad que quería decirle todo lo que estaba haciendo para erigir este monumento, modesto monumento debo admitir, a su amor, me ausenté para terminar de pulir los detalles y que todo esté lo mas cercano a la perfección que alguna vez vislumbramos.
Ya trajeron los muebles que necesitaba y ya los acomodé.
Ya dejé mi viejo departamento alquilado.
Ya terminé de gastar mis últimos ahorros en esta casa.
Y sin embargo me siento feliz y lleno de vigor.
Ya adopté un perrito que necesitaba dueño en la veterinaria de la esquina y le coloqué un hermoso lazo de color celeste al cuello. Lo traje hace ya una semana para que se acostumbrase a estar acá.
Esta noche será la gran noche. La pasaré a buscar en este auto que, espero no me falle, mandé a lavar y a pulir y limpié su interior, y la traeré a esta casa, y se la ofreceré, y sé que ella llorará de la emoción, y jugará con el perrito y me cubrirá de besos y de abrazos y aceptará ser mi esposa colocándose el anillo que dejé sobre la mesa del comedor.
Y seremos por fin uno solo…
Pasé las últimas hora pintando nuevamente la pared del dormitorio donde hice el arreglo pues la rajadura se empeñó en aparecer nuevamente surcando el parche y formando una extraña figura. Pero finalmente quedó bien.
 De última si vuelve a aparecer le colocaré un cuadro con una foto de ella que hice ampliar y que ahora tengo en el segundo dormitorio, que será el de nuestros niños.
Me tiemblan las piernas y la camisa me pica en el cuello aunque debe ser por los nervios. Nunca estuve tan nervioso en mi vida.
Ojalá mi viejo pudiera ver esto. Y mi tío también para que los dos vieran lo que he hecho con la educación que uno me dejó y con el dinero que el otro me legó.
Está empezando a anochecer.
Será una noche magnífica, estrellada e inusualmente fresca.
Y todo será espectacular.
 
 
 
 
 
 
                                                La traje a casa con los ojos vendados.
La noté un tanto distante, quizás debido a que se sentía postergada por no haberla visto en los últimos días. Supuse que era por eso que estaba nerviosa y ansiosa. Ingresé el auto hacia el lugarcito sobre el jardín y la llevé dentro. Una suave brisa arremolinó lo que quedaba de sus cabellos sueltos. El ladrido del perrito desde dentro de la casa le avisó que algo sustancialmente importante ocurría. La llevé dentro y le mostré la casa.
Se puso pálida. Observó todo en silencio mientras intentaba contener el llanto.
La llevé por los distintos ambientes que observó en silencio, como no creyendo si se trataba de un sueño o de una extraña realidad. Ella se dejó llevar con cierta resistencia.
El perrito le saltó pidiendo un gesto de cariño, una muestra de calidez. Ella ni siquiera se percató de su existencia.
Le mostré la casa, esta casa que hice para ella y luego le entregué el anillo y le pregunté si quería casarse conmigo, que me haría el hombre mas feliz, que ella me completaba, que la amaba mas que a ninguna otra cosa en el mundo, que aquí podríamos ser felices…
Ella me observó compungida, confundida, molesta supe después.
Tomó el anillo en su mano y lo apretó en el puño. Negó con la cabeza golpeando suavemente mi pecho como si le hubiera dicho alguna noticia terrible, algo desgraciado. Me devolvió la sortija y rompió en un llanto desgarrador y lastimero.
- Por qué me hacés esto… ¡por qué!
Se tapó la boca para ahogar un grito, para ahogar otra palabra, para ahogar todas mis ilusiones y abandonó la casa casi a la carrera. Un desafortunado taxi que pasaba por la puerta se detuvo ante su pedido y la vi partir, la vi alejarse para siempre.
 
 
 
                   Hace ya dos meses de ese momento.
Tirado en la cama del que sería nuestro dormitorio, con el otoño tocando las puertas del tiempo y de mi existencia, acaricio al que sería nuestro perrito que fielmente se ha mantenido a mi lado a pesar de todo.
Mil veces en este lapso transcurrido pensé en llamarla. Lo hice un par de veces el 1 de marzo pero ella no atendió, supongo que no me quiso atender. Yo tampoco volví a insistir.
Pensé en hablar con su madre, con sus hermanas, pero ellas no me consideran una buena persona por haber expresado mi parecer con respecto a la partida del padre de Rocío.
Mi celular sonó en una que otra oportunidad sin mostrar el número del remitente. Al atender alguien permanecía en silencio y luego cortaba. Me gustaría pensar que es ella, aunque no sé como reaccionaría si la vuelvo a ver.
Ahora, en esta casa que no posee pajaritos en el jardín, que ya no tendrá niños en el otro dormitorio, que no albergará la hermosa carcajada que me encantaba oír en mi otro auto rumbo a Tandil, transcurro mi existencia casi como un ente.
Salgo a trabajar todos los días y vuelvo a casa para pasear al perrito que no tiene nombre. Ese iba a ser el privilegio de Rocío.
Trabajo para pagar las cuotas que apenas cubro con mi sueldo y he perdido demasiados kilos.
Fuera de la casa me espera ese auto que odio y sobre el que he descargado mi bronca como si tuviera alguna culpa por lo sucedido.
Veo desde la cama de una plaza que adquirí (en una cama de una plaza la soledad se hace menos evidente) la pared en la que la rajadura se ha hecho más visible que nunca. Ya no me importa repararla puesto que atraviesa el arreglo en el revoque que ha tomado la forma de un corazón partido, quizás el mío que se refleja en esta construcción que se llevó toda mi energía.
Me han dicho que ponga en venta la casa, que me aleje de este símbolo de desolación puesto que con mis arreglos ha mejorado en la valuación y podría empezar a sanar definitivamente pero no puedo hacerlo.
No quiero hacerlo.
No porque cada rincón de la casa me recuerde a Rocío, sino que me recuerda el empeño y la entrega que puse en ella para consolidar un amor perdido.
Porque si la vendo o me marcho no tendré sentido ni tendré norte.
Porque quizás solo siento la vida cuando muero cada día que Rocío no está a mi lado…
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Foto del autor AlvaroJuanOjeda
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Descripción

Hasta donde podemos llegar por complacer al amado?

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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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