Hadd
Publicado en Mar 26, 2013
Cada vez que todo termina, me recrimino el no poder dejar de hacerlo; estas quejas contra mí misma surgen segundos después de haber alcanzado el clímax: cortesía del hijo de perra que hace un momento liberó a mí anatomía de la suya y se dejó caer sudoroso y jadeante a mi lado, dándome la espalda. La verdad es que me importa poco su indiferencia después del sexo, me he acostumbrado ya, y por mi parte hago lo mismo, al final del desenfreno dormimos (cuando ni él ni yo tenemos otra cosa por hacer) espalda con espalda. A veces me gusta voltear a verlo y escudriñar -sin sentimentalismos baratos- su cuerpecillo escuálido, sus escasos vellos castaños, su rostro de niño al dormir; y al observarlo, como parte de mi hábito de recriminación post-coital, rememoro el motivo de mi debilidad ante su no muy acentuada masculinidad... Sinceramente cuando lo vi por vez primera, su aspecto andrógino-infantil me produjo algo de repulsión: para mí era un enclenque cuyas venas exhibicionistas se asomaban por toda su piel lechosa, dándole un aspecto... ¿Cómo decirlo...? Algo así como viscoso, similar al de una lombriz. Imposible imaginar que ese sujeto llegara a joderme algún día, ¡y míralo ahora! Yace dormido plácidamente junto a mí, descansando entre sus piernas esa flacidez satisfecha con mi femineidad. ¿Qué cómo carajos pasó esto? ¡Ah, fueron sus manos! Supongo que fueron un elemento decisivo aunado a su audacia. Lo conocí en una taberna a la que asisto frecuentemente, lo había visto en el lugar un par de veces antes de que me abordara aquella noche de septiembre en la que el tugurio estaba particularmente vacío: -¿Qué estás bebiendo, muñeca?- Me dijo en aparente estado de ebriedad. El alcohol también comenzaba a hacer de las suyas en mi estado anímico y sin reparos contesté: -No creo que te importe, asqueroso. Y por favor no me llames muñeca. Con las muñecas se juega, conmigo no. Él comenzó a reírse. -¿Sabes que es lo verdaderamente asqueroso, linda? -Sí, tú. Eres jodidamente feo. Volvió a reírse estrepitosamente. Sus carcajadas se estrellaron contra los muros multiplicándose por todo el lugar y llamando la atención del cantinero. Luego se quedó callado algunos segundos y me miró a los ojos. Por debajo de la barra deslizó una de sus manos, comenzó a frotarla contra mi entrepierna y dijo: -Sé por qué tienes esa actitud, muñeca. Llevas un buen tiempo sin estar con un hombre y el deseo te está volviendo histérica. Lo verdaderamente asqueroso es la abstinencia sexual a la que te estás sometiendo por puro berrinche. Sobresaltada, tomé su mano y la retiré de mi cuerpo. Entonces las vi. Me pareció raro encontrar en un organismo tan simple manos descomunales, manos de mal viviente: enormes, salpicadas de cicatrices, manchados los dedos de amarillo por el contacto de la combustión de cannabis con su piel dactilar, y extrañamente, son la única parte de su cuerpo en la que sus venas vulgares se muestran con bizarra elegancia, con fuerza. ¡Oh! Sus ásperas manos… tan ásperas que me doblegan, tan denigradas que al tocar mi cuerpo lo envilecen y conducen al insondable abisal del placer, a lo más bajo de él... Esa noche, como muchas de las noches siguientes a ésa, fueron sus manos las que me convencieron de ceder ante sus bajos deseos. Han sido las causantes de mi participación en el cumplimiento de las más sórdidas fantasías que pueda tener un hombre. Mi fuerza de voluntad se diluye entre lujuria hasta perderse en ella en cuanto sus manos exploradoras se deslizan, a veces con avidez, otras veces con lentitud, por debajo de mi indumentaria. Me trastorna su rudeza paseando por mi piel, inoculando mi tersura. Y cuando se suscita este contacto entre nosotros, tengo la certeza de que todos mis intentos por mandarlo al diablo debido a su falta de “huevos” se han perdido y que a esto sucederán una serie de roces que aportan redondez a este círculo vicioso. Por más veces que he intentado abandonar esta relación no he podido hacerlo. Sólo ha bastado con que él venga, me mire y sin siquiera emitir palabra alguna comience a indagar manualmente por los sinuosos territorios de mi anatomía, con ese sube y baja de caricias que no hacen otra cosa más que despertarme el instinto. Sólo eso basta para que él sepa que estoy dispuesta, que puede arrancarme el vestido porque la pasión me ha turbado la razón y he olvidado, momentáneamente, su afición por perderse en otros cuerpos cada noche antes de venir a mí; y el muy cabrón se cerciora de esto llevando sus ácidas manos hacia mi vientre bajo para asegurarse de que me he vuelto agua, luego las retira de entre mis piernas, acerca una a su rostro, se lame los dedos y dice mirándome a los ojos: -Hmmm... Estás como para chuparse los dedos. Entonces yo lo miro indefensa y atontada, absorbida por su habilidad para estimularme y no puedo decirle que no; más bien, no quiero hacerlo. Cierro los ojos, lo beso en los labios y me dejo llevar por su aliento, por su cuerpo, por sus manos. Él me toma, me hace y me deshace. De vez en cuando deja escapar un débil y agitado te amo al que no puedo responder nada porque prefiero que sea auténtico y me llame puta. Al fin y al cabo, aunque no nos guste reconocerlo, todos somos putas: todos entregamos una parte de nosotros a cambio de algo; la diferencia estriba en ese algo a cambio de lo que nos entregamos: algunos se dan por compañía, otros por necesidad, algunos lo hacemos por placer, la gente más vulgar se entrega por dinero y poder. En síntesis, de una u otra forma, todos somos putas y yo lo reconozco. Por eso le he enseñado a tratarme así, por eso y porque me gusta que sea sucio y agresivo; lo paradójico del caso es que, al enseñarle lo que me gusta le di también las armas para dominarme y por eso me odio después de venirme a manos de él. Le he dado poder sobre mí. Y hoy voy recuperar ese poder: hoy cortaré sus manos. Tengo algunos meses pernoctando con la idea de mutilarlo y hace tres días tomé la decisión después de encontrar una lentejuela en su pene que seguramente provino del vestido de la mujerzuela con la que acababa de estar; se trataba de una maldita lentejuela color rosa. Me puse furiosa al verla. Él solamente sonrió, me acarició una mejilla y alegó que lo más probable es que la muy pícara se había desprendido de alguna de mis ropas, ¿quién se ha creído? Yo seré una pobretona, pero no me visto como verdulera. Estaba furiosa, pero me tragué la rabia porque supe que con ese descuido él acababa de firmar su autorización para dar inicio a la carnicería. Ahora sólo espero a que empiece a roncar. Me siento bien. Esta vez no me encontrará el amanecer despierta y reprochándome en silencio por continuar durmiendo a su lado; esta vez el primer rayo del amanecer penetrará por la ventana y encontrará la caricatura de un hombre manco anegado en su propia sangre, pálido, atado a lo que fue su lecho y con una lentejuela rosa decorando su frente, ¡pero qué maravillosa visión! Para entonces yo iré sobre un avión de primera clase con destino a Los Cabos, estaré sentada plácidamente en el asiento número 71, como lo indica mi boleto, leyendo una revista Cosmopolitan y bebiendo un cóctel; bajo la ropa llevaré mi bañador de lycra amarillo. Lo primero que haré al llegar a la playa será correr descalza sobre la arena caliente para mojar mis diminutos pies a la orilla del inmenso mar. Estuve toda la tarde preparando mis maletas y gasté todos mis ahorros en los preparativos del viaje, ¡será bellísimo…! ¡Oh! ¿Qué es ese maravilloso sonido que llega hasta mis oídos? ¿Es lo que yo creo? Sí…Ha comenzado a roncar… Muchas veces maldije ese defecto suyo, ahora me parece más extático que el Claro de Luna de Beethoven. Es la banda sonora del comienzo del fin del suplicio. Muevo su cuerpo ligeramente antes de abandonar la cama. Parece un muerto. El vodka que serví esta noche con tanto placer en su vaso, ha surtido el efecto que yo esperaba, no va a despertar tan fácilmente y sí lo hace me va a importar un carajo, lo mismo que me va a importar que la policía ubique al culpable. Nada me va a detener, sólo el demonio podría hacerlo. Abandono la cama. Bajo ella he colocado lo indispensable para llevar a cabo mi venganza: cadenas, candados y una pequeña sierra de vaivén Craftsman que tomé prestada de casa de mis padres. Tomo su brazo derecho y lo uno a un extremo de la cabecera con una cadena, lo aseguro con un candado y de igual manera ato sus extremidades a cada esquina de la cama. Cuando termino me paro frente a mi víctima con la sierra en la mano, y observo. Me fascina la estampa, las tinieblas reinantes son atenuadas por una luz marchita que entra de la calle; noto que está mucho más delgado y gastado que cuando lo conocí, aún no le hago nada y ya parece un cadáver. Enciendo la sierra y ésta hace un ruidito muy simpático que ahoga los benditos ronquidos, adecúo la velocidad del aparato cual si fuera a cortar acero. Quiero que el corte sea rápido para que no despierte y me interrumpa. Camino hacia la cama, subo sobre su cuerpo como si lo fuera a montar, llevo la sierra hacia su mano derecha y cuando la navaja está a tres centímetros de tocar su muñeca veo que ha abierto los ojos. -Muñeca, no es hora de jugar… ¿Ahora qué quieres? Ten cuidado con eso, no te vayas a cortar.- Me dijo amodorrado. Retiro el artefacto de su brazo y le digo sin titubeos: -No estoy jugando, cabrón, y por amor de Dios no me digas “muñeca”. -Vamos, nena… Papi está cansado, mañana es sábado y podrá hacerte todo lo que quieras. Ven junto a papi, abrázame. Yo me quedo estupefacta sobre su cuerpo, con la sierra encendida en una mano. De repente su rostro exuda ternura. -Por eso te amo, mami, ninguna tan enfermita como tú, ¿recuerdas la vez que me encañonaste la nuca con el revólver de tu padre mientras te hacía sexo oral? No sabes cuánto me excita ver a una princesa usando máquinas como la que tienes, y más si está desnuda, como tú ahora. Apaga esa cosa y siéntate en mi cara. Vamos. Hazlo… No puedo moverme ni articular palabra. El hijo de puta me mira y pasea la punta de la lengua por la comisura de sus labios. -Ven, trae ese manjar para acá. Me ha dado hambre. He olvidado decir que el maldito además de sus manos y sus habilidades para manipular tiene una lengua demoniaca también. Apago la Craftsman y me siento en su cara, ¡mierda! Aquí vamos de nuevo…
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