Condenada al tiempo
Publicado en Mar 26, 2013
Las calles de Londres se me hacían cada vez más tediosas, en los barrios bajos todo era repugnante, las mujeres se te acercaban implorando unas monedas para sus hijos, o usaban ropas de tamaños inadecuados, con escotes sugerentes para llamar la atención de algún pobre infeliz y robarle lo que pudieran luego de una sesión de sexo. Los niños correteaban dirigiéndose a alguna pocilga llamada hogar, mientras otros se refugiaban bajo cajas de madera que encontraban en algún repugnante callejón.
Mientras que el los barrios altos, las mansiones eran cada una mas extravagante que la otra. Y dentro los estafadores, se reían de las desventuras de sus trabajadores, de aquellos a los que lograban sacarle el mayor dinero posible. Allí en esas casas de tamaños incomparables se encontraban banqueros y empresarios, presumiendo adquisiciones, ya sea desde joyas y tierras; hasta esclavas, desde pequeños mocosos hasta jóvenes adultos, desde mujeres hasta hombres. Que poca vergüenza, humanos llenos de gula, de avaricia, lujuria, soberbia, animales grotescos, aura oscura y siniestra. De bellas fachadas y horribles corazones. Pobres humanos, inconcientes del mundo que les rodea. Frente a una gran casona, de perfecta apariencia. Una reja negra de unos cinco metros de altura con grabados soldados asemejados a espinas de rosas decoraba dicha reja; la cual se abrió sin sonido alguno. A los lados de un camino de piedras rojizas decoraciones de flores violetas, rojas y amarillas, luego un extenso campo de grama verde. Frente a quien caminaba se alzaba la casona imponente. Quien caminaba era una niña. De cabellos negros cual noche sueltos que colgaban hasta mitad de sus pantorrillas un vestido veraniego blanco y sandalias blancas a juego con la tela que vestía, caminaba lentamente con una sonrisa en su rostro blanquecino, sus ojos respondían a quien dentro de la casona temblaba como animalillo asustado. Entro silenciosamente y una bala le rozó la mejilla. Pobre desafortunado, quien osó tocar la piel de la joven niña. Y con un simple movimiento de pies su agresor cae de las escaleras del recibidor. Los ojos de la niña aun reflejan diversión pero un deje de molestia se apreciaba cada vez más. — ¿De verdad crees que pueden acabar conmigo unos simples peones? — pregunto la niña con voz cantarina. Y con una sonrisa vacía movió su mano derecha como si estuviese entumecida, tres sacudidas y en la oscuridad de la estancia el lazo que adornaba su muñeca se extendió y desaprecio. Camino entre saltos pequeños y en la oscuridad se perdió. Hombre desesperado contrato matones, hombre malo se escondió en el piso más alto de su mansión. Hombre bobo mira hacia arriba. —Hola — dijo, con una sonrisa y sus ojos cerrados felizmente. —Dime, padre. ¿Qué se siente morir a manos de tu hija? — su voz sonó fría contrarrestando sus gestos faciales. —¿Qué? —pronuncio el hombre antes de observar como abría lentamente sus ojos y un color violeta le miraba neutramente. De un paso apareció frente al hombre escondido en una esquina, la niña le tomo de la mandíbula y apretó, y con su dedo índice a la izquierda de la mandíbula de él y el pulgar a la derecha jalo la mandíbula hacia abajo; sacándola de lugar. El avaro hombre se retorcía de dolor y la niña aplaudió felizmente. —¡Bastagda! —grito el hombre. Ella le mira compungida y luego observa la estancia, mientras su rostro se vuelve a iluminar feliz. Se levanta y toma de una repisa un cuchillo de cortar carne. Luego enciende la chimenea y mira al rincón donde anteriormente estaba su presa. Su mirada se enfurece ¿Por qué no se puede quedar quieto? Ni que se lo fuera a comer. Camino con pasos rápidos y cortos hacia el jardín, viendo al hombre huir y la mandíbula le colgaba y se veía mover de un lado a otro. Y de un abrir y cerrar de ojos se encontró haciendo tropezar al mayor. Alzo su brazo y cerrando los dedos de su mano derecha dejando solo el índice levantado hizo una seña negativa al igual que con su cabeza. —No, no, no —negó con su voz cantarina. Se agacho y tomo los tobillos del hombre. Los ojos del pecador se abrieron y luego soltó un alarido de dolor, sus pies, sus pies estaban en las manos de la niña quien les veía y luego tiro a la fuente cercana. Vio como su asquerosa presa seguía tratando de escapar, camino a saltos viendo como tomaba entre sus manos un tuvo oxidado. —¿Qué pretendes pa-pá? — pregunto confundida con su cabeza ladeada a la derecha, pero con una gran sonrisa. El mayor se volvió y le pego en las rodillas haciéndola caer y el hombre siguió arrastrándose. La mirada antes dulce se transformo en una fría, su sonrisa antes tranquila y picara se cambio a una mueca vacía, aquel lazo que antes desapareció en la oscura estancia se envolvió en la blanca muñeca manchándola de un color rojo vinotinto. Se toco las rodillas con suavidad y se paro. Camino con pasos silenciosos y lentos, debía admitir el hombre tenia fuerza en los brazos, si habia llegado cerca del río. Sonrío macabramente y alcanzo al tipejo. Él se detuvo con una mirada aterrada trataba de empujarle y soltarse de su agarre, su mandíbula colgaba solo de un pequeños pedazo de carne el cual ella agarro entre sus pequeños dedos jalándolo hacia abajo hasta desprenderlo y tirarlo al suelo. Aún con el cuello del hombre entre su mano derecha recostó al hombre de un gran sauce. Caminando de nueva cuenta al río sonrío tétricamente y asintió, a fin de cuentas podría hacer lo que quería en un principio y sacando de entre sus ropas el cuchillo de carne se acerco al hombre quien ya se hallaba entre la inconciencia y la realidad, agachándose a su lado clavo el cuchillo con fuerza en la mano izquierda de él, escuchando como gritaba de dolor y como si de un trozo de res se tratara le corto la mano hasta que llego a los huesos. Sacándole la piel como si de un guante fuese la azotó contra el suelo verde y así siguió durante un tiempo a todo su cuerpo. Luego tomando las ropas del hombre y armando una cadeneta le paso por entre los brazos como un salvavidas lo tiro al río. ¡Oh que felicidad! Vería como se lo comían a pedacitos los pececitos. El amanecer daba su advertencia a los seres nocturnos, una alarma silenciosa, una advertencia que si violabas se te penaría con la muerte y la niña de ojos violetas miro con fastidio los rayos del astro amarillo. Con fastidio se levanto del suelo y sacudió sus ropas sucias. —Mamá me va a regañar— y una mueca de fastidio apareció en sus facciones. Mientras el sol aparecía despertando a los asquerosos residentes de la ciudad una niña se alejaba de la casona, mientras el sol se alzaba mas en el cielo; sus cabellos cambiaban al igual que sus ojos. Cuando el sol ya miraba a sus seres diurnos el cabello antes negro, era amarillo el cual una pequeña niña recogía en un moño, los ojos antes violetas ahora eran un reflejo del cielo veraniego. Llegando a una casa modesta, no muy elegante ni muy ruinosa se adentro al pórtico y antes de abrir la puerta un grito la sobresalto. Allí frente a ella su madre era asesinada cruelmente, su padre le miraba con una mueca macabra. Se acerco corriendo y le empujo del cuerpo inerte de su madre, el cual abrazo con fuerza antes de que su mirada se levantara con odio y levantándose del suelo mirando a su padre confundida, este miraba a la niña con sorna. Tomo un atizador de la chimenea y se lo clavo a su padre en la parte de atrás de la rodilla y sin tiempo a que el asesino de su madre la tocara le clavo la afilada punta en la parte de atrás de su cuello, quedando en el suelo inerte. Abrazo el cuerpo de su madre y lloro, lloro con fuerza, hasta que el día acabo y la noche se alzo. Nuevamente salio de la casa y caminando entre las calles de Londres encontró a quien matar, encontró a papá. Siempre condenada a este escenario, siempre condenada a acabar con su padre, siempre condenada a matar, siempre condenada a repetir ese mismo día todos los días de su vida, siempre viviendo un deja vú. Condenada a vivir ese mismo día una y otra vez, sin opción a saber que eso sucedió hace diecinueve años atrás. The End. La Fin. Il Fine. Das Ende. O Fim. El fin.
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