Su paso se hacía cada vez más lento. A través del pastizal se lograba observar los patos salvajes, los que desde pequeño añoró cazar con su padre.
La pequeña carabina que encontró botada, era su último medio de supervivencia, tenía suerte de encontrar una caja de cartuchos, con el más lento movimiento comenzó a apuntar.
 Paulatinamente, apaciguó su respiración, apuntó con cierto grado de dificultad, situó la mira a unos centímetros de su vista. Al lado izquierdo del objetivo, por la desviación del rifle y por la distancia. Disparó a ojos cerrados, el viento cortado por la bala y el zumbido que permanecía en el canal auditivo lo tranquilizo.
El animal retornó la mirada con el sonido, cuando un disparo atravesó su ala, intentó volar, no lo logró, pero el esfuerzo solo hizo que su dolor aumentara, desfalleció al instante mismo que optó por intentar tomar el vuelo de sus compañeros.
El hombre se acercó a ver su presa y con sus manos grandes y esqueléticas por la falta de comida, sonrió, y al mismo tiempo hecho a llorar, sabía que eso solo le serviría por pocas horas y corrió a su pequeña guarida entre el follaje del monte.
La pequeña caverna se encontraba sobre una colina cercana, lugar en el que alguna vez encontró su rifle, escondido entre las rosas, árboles y extrañas plantas, estaba cansado de ser el único en miles de kilómetros a la redonda, no sabía la razón de esto, pero tenía vagos recuerdos de un pasado alegre y con más seres como él.
Desplumó la presa, la desmembró con una vieja técnica que no sabía la razón de por qué, la sabía y nada más, tomó las piedras, las chocó entre ellas por unos minutos, cuando de pronto una chispa rozó el pasto seco,  este comenzó a arder y el de inmediato sopló, mantuvo su pequeña llama hasta que logró hacer que prendiera lo suficiente para no apagarse por unas horas.
Al poner el pato en el fuego, miró el cielo y se dio cuenta que ya se acercaba el medio día, era una buena noticia, al fin lograría comer a la hora que habitualmente lo recordaba. Su pasado era confuso, su mirada se perdía en los montes que lo rodeaban, preguntándose, en  más de alguna ocasión, si alguien más vivía a su alrededor, no precisamente para ir en su encuentro, sino más bien porque no pensaba salir de ahí, su razón era simple, el miedo, pensar en que fuera de allí, existirían seres más grandes, feroces, peligros que jamás imaginaria le detendrían, pasaba tristes acontecimientos, desventuradas aventuras.
Entre sus aventuras, la peor fue casi morir por la caída de un árbol  en pleno invierno, sobre su morada, la mente le explotaba con tan solo imaginar aquel suceso, se daba unos golpes en su frente y optaba por olvidar las pequeñas buenas cosas que le resonaban al querer explorar cosas desconocidas.
 Sus recuerdos le torturaban, pero era lo único que tenía, quizás si llegaba a salir sería feliz, pero no, no lo creía, tomó unos trozos de carne y comenzó el festín de pato que logró cazar.
Un día, al despertar, miró por la salida de su cueva, caminó a gatas, porque escuchaba sonidos que jamás había sentido, se levantó y observo  que solo se divisaba una luz fuerte, blanca, observó atrás y vio un cuerpo tirado en posición fetal, pasaron unos minutos, cuando de pronto sintió que algo lo tomaba por la cintura, fue tirado de su lecho a la fuerza, el miraba y cada vez sus recuerdos eran más confusos, en menos de 10 minutos no recordaba nada, ni siquiera hablar.
Su cuerpo le hacía sentir raro, no tenía nada que temer, estaba en las manos de un ser como él, no sabía lo que era, pero gritó con todas sus fuerzas, se rieron todos,
- ¡es varón!
 Dijo un tipo con bata blanca, lo puso a los brazos de una buena mujer, los gritos cesaron y fue cuando meciéndose en los brazos de aquella mujer,  olvidó, olvido todo y aquellos ojos eran los únicos que tenían las marcas de una vida anterior.