Ya no quiero erecciones
Publicado en Mar 30, 2013
En la noche desolada y silenciosa, el sistemático ruido de sus tacos apresurados y el contraste de su rojo abrigo en el cemento apagado me llamaron la atención. Fue instantáneo, mi mano necesitó acariciar la erección bajo el pantalón de trabajo. Miré a mi alrededor y sonreí irónicamente cuando comprobé que en la playa de estacionamiento nadie observaría y me mentí a mí mismo prometiendo que sería la última vez. “Sólo una vez más” dije en voz alta, mientras la melena rubia de la mujer se sacudía en la prisa. La vi hurgar en su bolso, detenida a la espera del semáforo, y atender luego con una amplia sonrisa. Pude escuchar su voz dulce, la disculpa por su demora y la risa espontánea que nació cuando adiviné que alguien del otro lado le decía cuanto la quería. Yo también la quería, pensé.
Continué caminando a pasos de la víctima como su sombra. Ella estaba distraída con la conversación, y por momentos se quejaba de cierto dolor. -Tengo los pechos que me revientan – dijo, y sentí que la explosión se desarrollaba en mi bragueta- cálmalo con un poco de leche en polvo, pero quiero darle de mamar. Las palabras me resultaron afrodisíacas, eróticas y deseé arrancarle el celular de una vez para llevar a cabo mi plan. No podía dejar de mirarla, de desearla y la tenía tan cerca que respiraba su perfume caro que ya anhelaba sobre mi piel. Me llevaba justo hacia donde deseaba. Ingenua, me sonrió cuando la alcancé o sólo había quedado su sonrisa dibujada de las últimas palabras que desde el móvil había escuchado. Me lancé sobre ella cuando la boca oscura del edificio en construcción me invitó a recorrer su fresco y oscuro escenario. Allí, le rompería esa blusa blanca que transparentaba sus pechos enormes y le haría probar mi carne caliente y ansiosa. Ella no ofreció resistencia, no gritó, no intentó morderme, ni siquiera me empujó. No actuó como ninguna de las otras. Me resultó fácil arrinconarla contra la pared sin revoque y tirar de su abrigo que resbaló de sus brazos caídos. Me apoyé a su espalda y restregué mi bulto endurecido sobre sus nalgas, mientras mis manos callosas investigaban bajo su sostén. Tenía los pechos calientes, firmes y cuando los apreté, un quejido nació de su garganta. No me importó. Corrí el sostén para liberarlos y hundí mi lengua en su cuello, intentando atrapar su exquisito aroma. Cuando la aplasté con mi cuerpo, tomé una de sus manos y la llevé hacia la pared; necesitaba un apoyo y que ella no se balanceara con tanta soltura. No forcejeó, no intentó soltarse, ni gritar; permaneció quieta, soportando mi peso, raspando sus pechos en la pared áspera y por un momento pensé que me quería dentro, que estaba dispuesta a recibirme, que me quería como yo a ella. Fue una tontería de mi parte, tal vez confiado por su entrega, por su dócil manera de recibirme que cuando me miró con sus ojos caramelos no advertí el frío. La seguí cuando me tomó de la mano y comprendí que quería un lugar más cómodo. Sonreí con orgullo mientras bajé la cremallera y dejé en libertad mi calentura. Ella me miró sin inmutarse, parecía querer enloquecerme cuando paseó su lengua por la comisura de sus labios y levantó su pollera hasta la cintura. Me acerqué sintiéndome torpe, no estaba seguro de que así me gustara; necesitaba sentir el poder y ella en cambio me manejaba a su antojo. Le rodeé la cintura y busqué sus labios. Giró su rostro en demostración de asco y entonces entendí que sólo estaba actuando; no me deseaba, sólo quería terminar con su pesadilla. Reí inclinando mi cabeza hacia atrás, mi carcajada fue exagerada y me hizo olvidar por un momento del control. Sin advertir nada, terminé esposado a un caño de la construcción. Enloquecí de rabia y tiré con fuerzas mientras ella se despegaba de mi. Su rostro no reveló impaciencia, ni siquiera sus movimientos fueron torpes cuando me inyectó algo en la ingle. Se apartó de mi sin revelar ningún sentimiento y se acomodó la ropa. Sus ojos me buscaron y brillaron como brasas cuando me quemaron con su desprecio. La vi tomar su cartera con seguridad y guardar en ella la jeringa que había vaciado en mi cuerpo. Después hizo una llamada telefónica y me abandonó en la penumbra. Me llevó unos minutos comprender lo que había sucedido, fue cuando el dolor en la entrepierna se profundizó. Mi pene estaba enorme, erecto y brillante cuando me encontró la policía. No puedo describir la humillación que sentí cuando los oficiales hablaban sobre la forma en que me habían encontrado. Reían por lo bajo y hacían bromas al respecto mientras me cargaron en la ambulancia. Después, cuando mi erección comenzó a ser insoportable y amenazó con nunca ceder, confesé mis antiguas violaciones a los gritos con la condición que llamaran a un urólogo que pusiera fin a ese dolor. Han pasado horas, creo que días, he contado una y otra vez los hechos; los de antes, los de esa noche y mi erección severa continúa. La coagulación de la sangre exige una cirugía, tengo riesgo de impotencia e incluso se habla de una prótesis. Los médicos me aseguran que mi peor castigo será seguir sintiendo deseos sexuales, cada erección será dolorosa y me hará recordar el episodio sin tener satisfacción. La mujer, que creí mi víctima, actuó premeditadamente. Me ha inyectado una droga para provocarme priapismo y así posiblemente, me arruinó para toda la vida. El detective ha pedido que describa a la mujer, lo hice con lujo de detalles; también entregué una hebilla que pude sacarle. Él sonrió cuando la tuvo en su mano, la contempló sacudiendo la cabeza y sin explicaciones me dejó bajo los efectos de la morfina de nuevo. Así acaban mis días de gloria, encerrado entre cuatro paredes y con el orgullo construido durante meses, acabado y pisoteado por una mujer que me convirtió en una más de sus víctimas. Es una maldita enferma que anda vengándose no sé de qué y pensar que yo sólo quería darle placer.
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kalutavon
silvana press
nos leemos
Eduardo Cle Vicente
silvana press
Me alegra tenerte por mis pagos, saludos!
Federico Santa Maria Carrera
Fantástico relato en todas sus aristas, Silvana. Está construido con claridad y con una prosa agradable que facilita la lectura con fluidez. Es un cuento entretenido y en alguna medida deja un mensaje: No jueguen con fuego, malditos...
Querida amiga, poco a poco te has ido posesionando en este sitio para agrado de todos nosotros.
Un enorme cariño te envío de todo corazón.
silvana press
Cariños
GLORIA MONSALVE
barbara historia silvana. me quede preguntandome que le habra pasado a la enfermera para actuar de tal manera... pero ha sido una dulce.. dulce venganza... aunque pobre del tipo.... y como va a querer mas erecciones ?. nooooooooooooooo
me gusto
un abrazo.
silvana press
Tal vez debería haberlo puesto por ahí, de todas maneras lo esencial era que él las pagara.
Gracias por leerme siempre. A todo momento.
Sara
silvana press