Juanjo y la yegua.
Publicado en Mar 31, 2013
Don Juan José Sierralta era un buen hombre, campechano hasta los huesos, siempre adoró el campo y sus tareas matutinas. Vivía en la ciudad sólo por su amada Teodora. La infiel, ingrata y complaciente Teodora.
En innumerables oportunidades don Juanjo, como respetuosamente le llamaban sus subalternos, la recordaba y la ansiaba fumando un cigarrillo a la salida de la empresa. Allí, en el verde césped del antejardín, podía remorder sus rabias y digerirlas rápidamente antes de volver a casa y enfrentarse a esas dos pequeñas creaturas que en nada se parecieran a su despiadada madre. “No tengo el valor de seguir aguantando esta vida plana y sin gracia, Juanjo. Necesito libertad, necesito sentir que aún estoy viva. Contigo estoy encerrada en una jaula de plata. Entiendo que a veces soy un tanto exigente e inconformista pero quiero que me entiendas. Necesito con suma urgencia volver a distraer mis sentidos con cosas bellas, a escuchar la música que envolvía mi cuerpo, a bailar al son de la guitarra y vestir aquellas lentejuelas que me hacían brillar como una estrella..." No quería aceptarlo, en verdad sus oídos se negaban cada vez más a escuchar tamaña verdad. "Como podía pretender siquiera pensar en esa vida de aprietos y pobreza cuando bailaba en aquella cantina de mala muerte." Pensaba Juanjo y sentía como sus dientes se apretaban cada vez más llegando incluso a fracturar su mandíbula en alguna oportunidad. El dolor que antes fuera intermitente ahora se hacía más profundo. “Desvergonzada, puta, maraca, no eran suficientes palabras para describirla” pensaba. Recuerda como ella le regalaba dulces e insinuantes miradas desde el escenario del único cabaret de mala muerte que existía en el pueblo. Ella era la más hermosa de todas. Alta, muy delgada pero con sus pechos turgentes como la más dulce y apetitosa de las frutas. La deseaba con todas su fuerzas de hombre recio de campo, acostumbrado a domar la más arisca de sus yeguas. Y así fue que en una noche de festejo interminable, para su cumpleaños número 32, sus amigos cerraron el local y dieron rienda suelta a la más alocada fiesta que él haya recordado. El ambiente estaba cargado de humo y alcohol. El son de la guitarra aceleraba los latidos del ansioso corazón de Juanjo y a medida que su cuerpo se embriagaba con el dulce sabor del coñac, repetía su nombre: "Sussy,Sussy". En el instante en que se abría el telón, Juanjo ya la deseaba para él. Sus labios color carmesí se insinuaban sólo a él, caminaba con pausada elegancia sobre el escenario y su descubierto cuerpo le entregaba el placer de ver hasta donde terminaba su espalda. Divagaba pensando en la suavidad que esa piel le entregaría a sus callosas manos de trabajador incansable y a cada nota de su sensual canción, expiraba un suave pero profundo suspiro. "¡Como la deseaba!" Entre las copas y la música se fue embriagando de ella hasta desvanecerse por unos instantes. Despertó sobresaltado, aún con el perfume de tabaco que lo cubría por completo pero en un cuarto ajeno al suyo. Demoró unos segundo en aclarar su mente y recordar que hacia pocas horas estaba en el burdel celebrando su cumpleaños. Entonces, recordó los momentos antes de su desmayo. Contuvo la respiración. Entre aquella sensación de angustia y deseo, se levantó del lecho y comenzó a caminar hacia la puerta cuando sintió pasos detrás del antiguo Biombo que separaba el cuarto del vestíbulo. "Juanjo, adónde vas?" dijo quien estaba tras ese Biombo, pero él ya sabía que esa voz era de ella. No dio tiempo para recoger sus ropas o para siquiera arreglar su cabello enmarañado, solo quedó allí petrificado, clavado al suelo de madera como si todo su ser se negara a obedecer a su cerebro. Comprendió que había estado a su lado, tocando su cuerpo, embriagándose de su piel. Y se enfureció consigo mismo por no recordar nada, "Maldito Coñac", refunfuñó. Y sólo atinó a responderle con una tímida sonrisa. "Estúpido”…se dijo. Sussy, cuyo nombre real era Teodora, ya estaba acostumbrada a terminar su show con el festejado sin mayores dramas. La paga por el evento siempre ameritaba un final memorable, sólo que esta vez Juanjo le había parecido un tipo tranquilo, sencillo, y muy dormilón y ya que no estaba en condiciones de comenzar una batalla, dejó que el soldado durmiera plácidamente en el lecho en que ella tantas guerras había ganado. Juanjo seguía de pie en el medio de la habitación, con calzoncillos y entumecido por el ambiente helado de aquella madrugada. Ella, como un ángel, caminaba por la habitación desnuda y sonriente con una manta entre sus manos con la que tiernamente envolvió los fuertes hombros de Juanjo. Lo acercó al mullido sillón cercano a la ventana y dirigiendo sus pasos hacia la cocina, trajo un cargado café que minutos antes hiciera para ella. Con gracia y lentitud Sussy se cubrió con una larga y suave bata de satín verde brillante. Juanjo aún sentía que su pecho iba a explotar y no encontraba el lugar donde sus palabras se habían escondido. Sentía que a cada sorbo de café, iba tragando su deseo y ansiedad para luego despertar del todo. Sussy hablaba alguna cosa que él no entendía pues estaba absorto sólo en mirar la hembra que envuelta en un suave envoltorio verde, se presentaba ante él como un gran regalo de cumpleaños. Sólo reaccionó cuando escucho su nombre. “Juanjo, responde hombre!! Ya es de madrugada y te he pedido un taxi para que vuelvas a casa. ¿Estás bien como para irte? Ya ha finalizado la fiesta hace un par de horas. Tus amigos te trajeron a mi cuarto para darte tu regalo de cumpleaños, pero tu haz caído desplomado en los brazos de Morfeo. Nada ha podido despertarte. ¡Sí que tienes un sueño profundo, hombre! Juanjo estaba asombrado, hasta el momento no había articulado palabra y ahora ella le insinuaba que nada había pasado entre los dos…¡Mierda ! ¡Qué imbécil soy! ¡Qué oportunidad he desperdiciado!...Se lamentaba mientras Sussy le alcanzaba la ropa y le susurraba al oído que se vistiera rápido porque ella necesitaba descansar. Llegaba a la puerta y girando la cabeza para dar la última mirada a su compañera de cuarto, escuchó su suave voz, "en tu saco he dejado mi número de teléfono, el día y el horario en el que podrás venir a buscar tu regalo de cumpleaños que no haz disfrutado...sólo te pido que no bebas ese mal coñac que ha impedido que lo recibas hoy...no pierdas el papel...es lo único que te asegura la entrada al Cabaret". Y con un tono enérgico pero cómplice le dedicó un escueto "ya vete". Esa fue su sentencia de muerte.
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