Cuando comenzaron a despuntar los primeros rayos del alba sobre al árido suelo de Nazaret, rasgando el manto oscuro con el que la noche cubre los cielos Maryam ya estaba despierta.
 
 
  Había sido una noche larga y tediosa de verano, tanto por el calor como por el sueño que se repetía desde hace varios días en su mente y que la mantenía inqueta. Aunque no era una mujer letrada, tampoco era una ignorante, por lo mismo no daba crédito a los cuentos y supersticiones de las mujeres en la pileta durante el comadreo mientras lavaban la ropa, solo se limitaba a sonreír y a mover la cabeza. Pero esto era mucho más que un sueño.
  Algo en el alma de Maryam le decía que debía ser cautelosa, y muy pocas veces la habían traicionado sus sentimientos.
  Despertó a su marido para contarle su angustiosa pesadilla, pero él agotado por la jornada de trabajo apenas abrió los ojos, y por más que ella intentara incorporarlo no consiguió su atención.
  Entonces se tendió de espaldas y se propuso volver a dormir, pero al cerrar los ojos las mismas imágenes que la aterraban volvieron a rondar sus pensamientos. Pasaron una a una por su mente y así fue como vió a su hijo en otro tiempo, convertido en un hombre, y no como el pequeño de cinco años que plácidamente dormía a su lado.
  Lo vió andar por calles y poblados, ayudando a las gentes, sanando enfermos, alimentando hambrientos y volviéndo a la vida a los muertos. Pero todos ellos en vez de ser agradecidos le demostraron desprecio, lo humillaron y lo pisotearon.
  Y ante todo esto no podía hacer nada por más que se esforzara para ir en su auxilio.
  El alma de Maryam sabía que no era un simple sueño, que más bien era una advertencia; porque por más que estirara sus brazos implorando al cielo ayuda, esta no vendría; que no se haría realidad aquel juego que solía entretenerla de níña durante las noches estrelladas imaginando que era una maga, con las manos abiertas apuntando al firmamento, estirándose lo más que podía hasta apoyarse sobre la punta de los pies, creyendo que aquellos diminutos puntos destellantes brotaban de sus palmas porque tenían el poder de emanar polvo de estrellas y de hacer posible todo lo imposible.
  Maryam ya no es una niña, ahora es una mujer y es madre, y como madre sabe que con lo único que cuenta para proteger a su hijo es la fuerza de su amor, y eso la hace más poderosa que cualquier hechicera.
  Pero dentro de esos sueños que la agobian, su amor no alcanza para librar de su destino a su hijo, por más que corra, por más que grite y por más que pida ayuda.
  Los hombres olvidaron la bondad del hijo de Maryam.
  Y ahí está él a la orilla del camino.
  Olvidado, humillado, cubierto de heridas lacerantes.
  En su desesperación, lo vislumbra tendido en un madero, después de haber sido maltratado hasta el extremo, mientras tanto un verdugo le martilla las manos, y su corazón es traspasado por cada uno de los clavos al ver lo que han hecho con su retoño.
  Un grito sale entonces de su boca y aprieta fuerte al pequeño Jeshua contra su pecho.
  - ¡Duérmete Maryam, ha sido solo un sueño! - le dice su esposo.
  Mas ella sabe dentro de su ser que no es solo eso.
 
  Se acopla al cuerpecito del niño dormido y las lágrimas empiezan a rodar por su rostro. Y al oído le dice en voz baja:"Bari (hijo mío), aquí está tú Etmi (madre), para protegerte"... aunque probablemente su amor no sea lo suficiente para conseguir librarlo de ese martirio a la hora de la muerte.