EQUINOCCIOS
Publicado en Mar 31, 2013
Equinoccio de Primavera de 2003, Manuel y yo recorríamos Bilbao deleitándonos con sus gentes, sus playas, su gastronomía y exprimiendo nuestra amistad que los años y este viaje acabo derivando al amor, a ese amor añejo que la vida hace más sabroso cuanto más maduro. La noche nos despertó con su elegía al agua que, descarriada durante décadas, retornó a su cauce natural. Manuel bajó, desoyendo los consejos del personal de la Hospedería de Bakio, con la única intención de mover el coche, mi coche. Al mirar por la ventana comprendí que el agua subía arremetiendo y derribando el muro de contención y sentí su rugido, su avance devorando todo y a todos incluyendo a Manuel, mi Manuel. Durante días un cadáver, el mío, buscó a tientas y en tinieblas a otro cadáver, a mi amigo y a mi amante.
Equinoccio de Primavera de 2013. Hoy. Mi primer pensamiento sigue volando buscando un nombre: el suyo y mi materia anhela un cuerpo: el suyo. Mi alma seca, pero tranquila, lucha por desterrar el sufrimiento y abrazar la vida, hoy he decidido que, en honor a este equinoccio, el día y la noche se van a equilibrar, que apartare las telarañas de tristeza entretejida y aceptaré que la luz inunde mis espacios. Sonaban las campanas de la Parroquia de Franciscanos anunciando la salida del Cristo como antesala a la procesión del Jueves Santo. Apresuré el paso porque llegaba tarde a mi cita anual con este vía crucis a dúo. Delante de mí la abuela que empujaba un carrito de gemelos, en un descuido, arroyo la mantita de la niña frenando en seco y yo, ensimismada en mis guerras, tropecé y fui a dar con el cráneo en el bordillo de la acera. Estuve sin conocimiento un tiempo más que peligroso no recordando nada tangible ni real, excepto que un abandono, dulce y sereno, se iba adueñando de mis células a la par que mi corazón distanciaba sus latidos. El último viaje estaba próximo, pero yo no pretendía subir a ese tren, al contrario, ansiaba una vida con Manuel, quería volver a verlo, a tocarlo, a quemarme en sus manos. Todo quedo en un susto pudiendo regresar a mi cobijo cerca de las 23 horas. Más reposada y esbozando una sonrisa acepté que en este día no se obrarían más milagros, pero el timbre sonó y asombrada, derrotada y arrastrando los pies, fui a abrir. Apareció un poco más viejo, más enjuto y canoso, con los ojos hundidos y la mirada más sabía. -Por qué?- pregunté. -Tú me has llamado. 10 veces en 10 años.
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