JUVITO Y LOS PAJARITOS DE CAREY
Publicado en Mar 31, 2013
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JUVITO Y LOS PAJARITOS DE CAREY

Autor: Percy E. Távara Arméstar

Era el mes de diciembre. Ya se aproximaba la Navidad. Juvito, niño de ocho años, ya pensaba como grande. A esa edad ya se daba cuenta y sobretodo comprendía la situación económica por la que atravesaba su familia. Su padre Roberto, se encontraba en convalecencia, por varios días había estado postrado den su lecho; la tifoidea había escuchado decir a los familiares que entraban y salían de su casa, pero gracias a Dios que ya se estaba recuperando y casi todo se estaba tornando normal.
Su familia la conformaban cinco personas. A parte de su papá, eran cuatro hermanos: Lucy, la mayor; él, y los engreídos de la casa, José de seis años y Rosita de cinco. La casa de Juvito estaba revestida de humildad y sencillez; sin embargo, ahí se albergaba un hogar donde siempre reinaba la paz, la armonía y la comprensión. Ante tales virtudes, los problemas pasaban inadvertidos.
Al costado de su casa vivía una familia mejor acomodada. Dicho matrimonio también tenía dos pequeñines, casi todos los sábados el vecino los llevaba en su camioneta al parque infantil; algunas veces había invitado a José y a Rosita.
La nochebuena, cada día que pasaba, o mejor dicho cada noche que llegaba se acercaba más y más. El ambiente se iba tiñendo navideño. Por la emisora del barrio desfilaban los mejores villancicos, y la radio también bombardeaba a niños y viejos con sus avisos publicitarios.
Lucy se dispuso a levantar el Nacimiento en un rincón de la sala, éste se lo regaló la tía Julia la última vez que vino de Lima. Ahí colocó ovejitas, burritos, un gallo, los tres reyes magos, los pastores, José y María; sólo faltaba el “Niño Dios”.
“… Mientras que por culpa de los adultos, el significado de Navidad, cada año pierde valor; a los niños, más que el panetón con chocolate, más que el pavo con champán, lo que más les interesa es el juguete nuevo que van a ostentar…”. Esto cavilaba en su mente Juvito, mientras veía pasar señores, padres de familia, con uno o dos panetones. – Todavía de ésos que vienen en cartón –decía para sí.
Faltaba un día para la víspera, y cuando llegó a su casa –pues, venía del colegio- se encontró con que los vecinitos ya estaban cada uno con su juguete.
A Luis, que tenía un año más que él, le habían comprado una pelota de fútbol. A los pequeñines que más o menos frisaban la misma edad que José y Rosita, se les veía sonrientes, al uno con un carro a pilas y a la niña con una muñeca llorona.
Rosita al ver a su hermanos acercóse hacia él y vociferando casi al borde del llanto, le dijo: -Juvito, cierto que mi papi a mí también me va a comprar una muñeca, cierto? –Sí, mamita –respondióle-, no te preocupes que si te va a traer. Y José que había presenciado y escuchado la conversación, acotó: -Y a mí me va a traer una pistola, de ésas que echan chispas rojas, ¿cierto Juvito?
Dirigióse a su cuarto llevándose consigo la respuesta. Acostóse, y con la mirada fija en el techo de calamina se puso a meditar. Sintió que la tristeza se iba apoderando de su espíritu poco a poco, hasta cubrirlo todo.
Por su mente empezaron a surcar preguntas, que quizás él mismo sabía la respuesta. Se preguntaba: ¿Por qué Señor, todos los seres humanos no somos iguales? ¿Por qué algunos tienen más plata que otros?
A medida que se hacía éstas y otras preguntas, pensaba en sus hermanos que era imposible que tuvieran un juguete entre sus manos. Llegó a pensar que lo mejor hubiera sido vivir en otro sitio; quizás solos, en donde sus hermanos no vieran a otros niños con juguetes caros; o en donde quizás se viviera la fiesta de Navidad tal como lo que realmente es. De la fuente de sus ojos habían empezado a manar gruesas lágrimas. Para él, era mejor que no llegase la Navidad. Estaba así de pensativo cuando entró su amigo Luis, con su pelota número cinco.
-          ¡Hey, Juvito! ¿Qué pasa hermano? ¿Por qué lloras? ¿Te duele algo?
-          No hombre, no tengo nada –contestó Juvito. Mientras que con el paño de sus manos limpiábase la cara.
-          Mira Juvito, te venía a ver para ir a jugar pataditas, ¿vamos?
Juvito se sentó, estimaba mucho a Luis; era su mejor amigo del barrio, sintió un poco de vergüenza que lo haya descubierto llorando; y precisamente a él que siempre le decía a su hermanito: “Los hombres nunca lloran”.
-          Si te duele algo, para ir a comprar una pastilla –insistió Luis.
-          No amigo, gracias. No me duele nada. Espérame afuera, voy a tomar agua.
Luis , con su pelota bajo el brazo se dirigió a la calle; y Juvito, con su llanto trunco, fuese hacia la cocina, sacó un jarro de agua del tinajón y se echó un poco en la cara… 
 
 
 
 
II

El papá de Juvito trabajaba como ambulante en una calle adyacente al mercadillo. Vendía todo tipo de condimentos en sobrecitos y por onzas. En un principio le iba muy bien, y aunque no ganaba lo suficiente como para tener comodidades, de todas maneras nunca le faltaba dinero para alimentar y educar a sus hijos; sin embargo su enfermedad lo había dejado sin capital y recién estaba empezando de nuevo con dinero que había prestado.
Esa tarde como todas las tardes, Juvito se había sentado en la vereda de su casa. Esta vez, contemplaba a los niños de la cuadra muy sonrientes, especialmente a un grupo que jugaba a la guerrita; todos los niños imitaban con sus armas de juguete, quizás a los actores  que veían en la televisión. Por cierto, José también estaba jugando, pero él lo hacía con un pedazo de palo de escoba; de vez en cuando se acercaba donde estaba Juvito para decirle: “Me avisas cuando venga mi papá”.
Ya era hora de que llegase, ¿qué habrá pasado? Se preguntaba. En eso, a la volteada de la calle, logró divisarlo. Especialmente fijó sus ojos en sus manos, ¿irá a traer juguetes? ¿traerá panetón?
Con la mano izquierda traía sujetado el chanchero que todas las tardes castigaba su espalda. En la mano derecha traía algo que despertaba su curiosidad, algo que hizo brotar un rictus de alegría en su rostro. Se le veía venir con una bolsa, ¿qué será lo que trae?
Recordó que el ante año pasado, cuando aun su madre reinaba en la casa, les trajeron bonitos regalos de Piura. –El año pasado, ni hablar, sólo fueron promesas. Que para el siguiente, les dijeron.
-          Oye, tu papá trae una pelota –dijo uno de los chiquillos que jugaba a la guerrita.
Él miró de reojo al chico, se hizo el desatendido y no dijo nada.
Casi todas las tardes cuando se paraba en el umbral de la puerta para ver si venía su papá, y cuando lograba divisarlo que venía a lo lejos, gritaba: ¡Ya viene mi papá…! Entonces sus hermanitos al escucharlo salían en una desaforada carrera desparramando palabras en su camino: mi apá… mi apá… mi apacito… Y no paraban hasta que no llegaban donde el venía.
Pero esta vez se había quedado mudo, ensimismado. No dijo nada.
Una vez que hubo llegado su papá y después de darle las tardes, su descontento fue total; pues la bolsa no denotaba en su interior una pelota, menos otro tipo de juguete; sin embargo, entró tras él para ver lo que depositaba en la mesa. Por sí en el chanchero, pensaba. Traía lo de siempre: arroz, azúcar, camotes… la novedad era un sobrecito de cocoa. Fue y abrió la bolsa. Su contenido era un panetón, de esos que había pasado voceando un panadero.
Escuchó decir a su papá: -Ahí, para que hagan y coman ustedes… ya saben que yo muy poco como de noche, y además voy a dormir temprano…
La última Navidad que congregó a toda su familia alrededor de la mesa, fue el ante año pasado. Recordó que inclusive su papá cogió la Biblia y les leyó y les explicó el porqué del nacimiento de Jesús en la tierra…
Se fue al corral. Se encaramó en la parte más alta de un añejo algarrobo que allí se levantaba imponente. No era la primera vez que lo hacía. Los recuerdos de esa última Navidad feliz, entre los que estaba involucrada su madre, lo habían venido siguiendo; ellos también se encaramaron hasta ahí donde él estaba sentado…
Veía a su mamá con su sonrisa contagiante; la veía tan linda, con su vestido nuevo, repartiendo el panetón con chocolate… Atrás de su casa, en el tocadiscos del vecino, desfilaban los villancicos; quizás eran los mismos que cuando estaba viva su mamá… La recordó cuando les entregaba el juguete y les decía: -Cuídenlos hijitos… ¡cuídenlos!
Hasta aquí su rostro estaba bañado en lágrimas; sus sollozos le producían un ahogamiento en la garganta y le dificultaban la respiración. Tuvo que apretar los dientes para no gritar. Él no quería juguete. Quería a su mamá.
Bajóse del árbol. Salió del corral, y al pasar por el cuarto de su papá, se encontró con que sus hermanitos estaban llorando. No era para menos. Reclamaban su juguete.
Tras la pared, escuchó calmarles: -No se preocupen, mañana les traigo. Mañana es la Navidad…
 

III

Esa noche, después que el silencio fuera agujereado por cohetones, luces de bengala, etc. la calle quedó desierta. La mayoría de las personas recogiéronse a sus casas a degustar el panetón.
Lucy, antes de servirles lo que humildemente había preparado, colocó el “Niño Dios” en el pesebre. Su papá no quiso levantarse; dijo que le guardaren un pedazo de panteón para el desayuno.
Después que hubieron despachado la cena de nochebuena, rosita quiso que Lucy la llevara a dormir; mientras tanto José se salió a seguir jugando en la calle.
Algunos vecinos habían sacado sus equipos musicales y casi en medio de la calle se habían puesto a “tomar”. De seguro se amanecían. Dicen que toman de alegría porque Jesús vino a morir para salvarlos de sus pecados. –Y seguro que también incluyen la borrachera, pensaba Juvito.
Después de estar observando el panorama que presentaba la calle, se dirigió hacia el nacimiento; aun cargaba en su mente el peso de los recuerdos de su madre. Se acordó de un mandamiento de la Biblia que dice: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen…” Y entonces, se preguntaba: ¿Es qué mi madre no honraba a sus padres para que muera tan joven? Luego, clavó su mirada en el Niño Jesús de yeso y se le vino a la mente que él también murió muy joven.
Bajó su mirada, y así cabizbajo se sentó en un banco de madera. Cubrió su rostro con sus manos y luego musitó esta oración:
“Seños Jesús, en donde quiera que estés, escucha lo que te quiero decir: ¿Por qué en esta noche que es noche de paz… porqué hay guerra en mi mente? ¿Por qué te llevaste a mi mamita, Señor, si ella era bien buena? ¿Si Tú sabías lo que íbamos a sufrir.., si Tú sabías lo que íbamos a llorar…, si Tú sabías que sin ella nuestra vida iba a ser más difícil: ¡por qué te la llevaste!?
¿Por qué Señor, el mundo saca provecho de tu nacimiento, de tu nombre, y llenan sus arcas de dinero y su corazón de pecado? ¿Por qué Señor, los viejos enfrentan  a los niños con sus costosos regalos… y porqué, porqué Jesús, ésos viejos no te reciben a ti, a ti mismo que eres un preciado regalo…?
Gracias Señor, porque este año no voy a tener una ametralladora de juguete, tampoco mi hermano. Y ayúdame a conservar el regalo que nunca se malogra: Tú, Señor. Amén”.
La mayoría de los jóvenes y adultos de la cuadra, no durmieron aquella noche. Los niños se levantaron un poco tarde. Su padre se levantó como de costumbre, le tiró una bofetada  a la Navidad y se dirigió a su trabajo.
Todos los niños que conocía amanecieron con sus juguetes. Sintió deseos de tener hermanos grandes, como algunos tienen, para que les obsequien juguetes, no a él, sino a sus hermanitos. No sé por qué, le dio pena ver a su hermano prestando un juguete y no se lo quisieron prestar. Hubiera querido salir corriendo e ir a una tienda y cambiarse por dos regalos: uno para José y otro para rosita. Con tal de verlos felices.
Los niños de la cuadra, en lugar de irse con sus juguetes a otra parte, justo llegaban a su casa. Quizás porque allí no había quien los riñera.
Ahí, se observaba a la niña de al lado que pos su muñeca de pelo rubio y ojos azules, se le veía desdeñosa y altiva. Por su parte, al chiquillo poco le faltaba cobrar por ver correr a su carro tocando sirena.
Observó  a rosita, con sus ojos llenos de esperanza, tal parecía que sus miradas querían acariciar la muñeca de su amiguita. En su rostro inocente, se leía la paciencia y la conformidad. Y José, deambulaba con sus ojos húmedos, como queriendo prestar un arma de juguete y querer salir corriendo, y disparar y matar a todos los niños, por la simple culpa de tener mejor suerte que él.
Ese día, su padre llegó más temprano que todos los días, y claro que les trajo un regalo. Había traído dos pajaritos de carey: uno rojo para rosita y el otro azul para José. Les explicó por qué no les había comprado el tipo de regalo que ellos querían. Creo que le entendieron –pensaba Juvito-, porque le aceptaron gustosos.
Dichos pajaritos que semejaban en tamaño y forma a los canarios, eran propiamente pitos. Tenían la facultad que si se les echaba agua hasta la mitad de su interior, sonaban o trinaban mucho mejor.
Ese día sus hermanitos, toda la tarde la pasaron tocando sus instrumentos; atrajeron la atención de los vecinos y de otros niños más. Dichos animalitos artificiales eran toda una novedad.
A la tarde del siguiente día los vecinitos de al costado, también andaban imitando el trinar de los pajaritos…
 
Nota: El cuento “Juvito y los pajaritos de carey” fue publicado en una primera edición en noviembre del año 2002, con un tiraje de 250 ejemplares
Fue publicado por segunda vez en el año 2010. Formó parte del libro que contiene varios cuentos y relatos. Llevó el mismo nombre en un tiraje de 1000 ejemplares.
 

                                       Sullana (Perú), Marzo de 2013
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Foto del autor PERCY EUDORO TÁVARA ARMÉSTAR
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Descripción

Juvito, es un cuento ambientado en la Navidad. Tiene mucho que ver con el sentido comercial que se le ha dado a esta fiesta cristiana dejando a un segundo plano lo más importante, el nacimiento de Jesús.

Palabras Clave: Navidad Jesús Regalo.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Infantiles


Creditos: Percy E. Távara Arméstar

Derechos de Autor: Percy E. Távara Arméstar

Enlace: perfel2005@hotmail.com


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