UNA SEMANA SANTA EN COSTA RICA
Publicado en Apr 01, 2013
UNA SEMANA SANTA EN COSTA RICA
(Abril 13 de 2009) (En el año de 2009, mientras residía en Costa Rica, viví fuera de Guápiles mi sitio habitual, una nueva versión de la Semana Santa. Comparto este texto con quienes al igual que yo vivenciaron este suceso, y de manera especial con todos aquellos y aquellas que conforman ese hermoso círculo de amistad y afecto durante mi estadía en la amable tierra tica. Un abrazo para todos y todas. LUIS FERNANDO FRANCO CEBALLOS) Después de varios años de compartir la religiosidad de la Semana Mayor con el pueblo de Guápiles, la ocasión perteneciente al año 2009, gracias a mi ángel costarricense, me motivó a buscar otros escenarios para vivir la cercanía con el Cristo crucificado y resucitado. De manera inicial, el primer día de esta Semana Mayor, me tuvo en la celebración del Domingo de Ramos, en la parroquia de Guadalupe, en una jornada que se inició en las inmediaciones de uno de los centros comerciales de la zona, y desde donde se caminó en procesión para llegar al templo. La vistosidad de los arreglos que mostraban al Cristo triunfante, la compañía de sus discípulos, representados por habitantes del área, y un cuerpo de soldados con la vestimenta de la época a más de la marcialidad de las bandas que marcaban el paso de la comunidad que en su gran mayoría ocupaba sus manos portando las palmas que a su vez eran cedidas de manera voluntaria o mediante una contribución por colaboradores de la Iglesia. Después de un largo caminar, la marcha triunfal copó el templo, donde en el marco de la celebración eucarística, se procedió a la bendición de los ramos, los cuales fueron llevados a las casas para mantenerlos prestos en momentos de dificultad, tal como es la tradición del pueblo católico. Otras palmas, por igual son guardadas en el templo, y las cuales se utilizaran una vez procesadas, al inicio de la próxima cuaresma en el denominado Miércoles de Ceniza. Mientras tanto, la parroquia de Guápiles, mi sede habitual, continuaba en la programación establecida con la profusión de confesiones durante las horas hábiles de los primeros días de la semana, celebraciones religiosas y una convocatoria, que ya es tradicional, la presentación de una película, en la noche del martes, con un mensaje que siempre busca despertar el interés y la reflexión de la comunidad. Retrotrayendo vivencias de otras celebraciones en la lejana patria y con la ayuda de la información prestamente avalada por quien es guía y motivadora en esta tierra amable, buscaba varios sitios de religiosidad y recogimiento en otras áreas del país, y el traslado hacia San José se cumplió al caer la noche del miércoles. Ya era el Jueves Santo, y una de las tradicionales iglesias del centro de San José, El Carmen, me permitió sumar rezos en una sencilla celebración del denominado Lavatorio de los Pies, oficiado en representación del Salvador por el párroco del templo, la celebración comunitaria y la activa participación de la feligresía. Poco después, con tambores y cornetas, a unos cuantos metros de este lugar, la imponencia de la Catedral josefina convocaba a la procesión del Prendimiento, una vistosa conmemoración a la usanza de las que serían las primeras horas de la pasión del Nazareno. Concluyendo en el principal templo al igual que en otros escenarios católicos de la región y del orbe, donde se proseguiría con la celebración religiosa que empezaba a motivar a la feligresía en una participación anualmente renovada. El denominado Viernes Santo, siempre convertido en uno de los más llamativos por la variedad de la programación, fue el día propicio para encontrar nuevos pasajes y paisajes en el discurrir de la Semana Santa. El vía crucis matinal o procesión del Santo Encuentro, me tuvo para esta celebración en la zona de Moravia, donde la conmemoración de las estaciones del paso doloroso, estuvieron revestidas de marcialidad y espiritualidad con el acompañamiento de sonoros cuerpos musicales con jóvenes integrantes, por damitas que representaban a las Mujeres de Jerusalén, por grupos que simbolizaban en su vestimenta a los más cercanos seguidores del Cristo, a los soldados de las legiones opresoras y con una variación en la imaginería, un legado que se remonta a los años de la llegada española a las Américas. Bajo un sol canicular en un lento recorrer de las calles del poblado acorde con la música sacra que salía de los instrumentos, en una dramatizada escenificación de las estaciones, se llegó de nuevo al sitio de partida, los alrededores del templo parroquial en cuyo exterior se erigía el patíbulo, escenario del mayor crimen de la humanidad. Esta muestra del Calvario sirvió para la reedición del pasaje cristiano en el espacio de agonía y muerte del insigne crucificado. En el marco del Triduo Sacro propuesto por la Iglesia Católica para la Semana Mayor, la tarde del viernes concitó a la feligresía a los oficios de la Pasión del Señor, y es la media tarde cuando activo la participación en la Iglesia Santa Teresita, exclusivo sector capitalino, donde acudo para integrarme a la interacción religiosa. La voz del prelado recrea las últimas horas de Jesús en el cadalso, las causas de su muerte, algunas con carácter científico y el llamado a la renovación y cambio en la celebración de la Pasión y Muerte y Resurrección del Hijo de Dios. Los pasos siguientes nos conducen por las calles del sector con el cargar en hombros feligreses de las imágenes del Santo Entierro, la solitaria Madre de Dios en su agonía de madre y la compañía del discípulo amado, San Juan. Acompañados de la oración, del canto de las obras religiosas y un caminar bajo el sol que busca el ocaso se va concluyendo esta celebración que se convierte en la antesala de lo que será la máxima conmemoración de la religiosidad cristiana, la resurrección del Hijo de Dios. El día sábado, un día de silencio y recogimiento, permitió el acompañamiento, en horas de la tarde, a la representación de la Madre de Dios, la Dolorosa y al discípulo amado, inicialmente en una procesión no cumplida en la zona de Coronado. Finalmente en las calles de Guadalupe, donde por igual se notó la presencia de quienes representaban a los apóstoles, a los soldados, a las mujeres de Jerusalén y en una simbología portada en manos juveniles, las últimas palabras del Maestro en la cruz, las cuales se han convertido a lo largo del tiempo en frases de reflexión. Después de las 8:00 de la noche del mismo sábado, un templo abarrotado de fieles, que se convirtió en nota predominante durante los actos litúrgicos de la Semana Mayor, iniciaba la conmemoración de la Vigilia Pascual, la cual incluyendo la bendición de los símbolos de la cristiandad el fuego y el agua que a la vez permitió el bautizo de nuevos componentes de la parroquia, tuvo por igual el esperado canto del Gloria, ese momento sublime de la cristiandad que significa la Resurrección del Crucificado, como prueba fehaciente del triunfo de la vida sobre la muerte. La imagen del Cristo de la esperanza recorrió en hombros de los fieles las naves de la iglesia bajo una salva de aplausos, y poco después de la bendición propiciada por el oficiante, las calles guadalupanas se colmaron de fieles que hicieron profesión de fe y celebraron la resurrección del Nazareno con cánticos que eran motivados por un amplio grupo juvenil que a la vez había hecho gala de sus condiciones histriónicas y culturales a lo largo de la mayoría de las celebraciones que integraron la programación de la principal semana católica del año. Hacia la media noche, con el redoble de tambores y el resueno de la pólvora en varios sectores de la comunidad, se anunciaba el tradicional espectáculo de la “quema de Judas”, un evento que busca derrotar las angustias y los temores, y ansiar la esperanza de un nuevo espacio de alegría. El domingo, la celebración de la Resurrección se hizo presente en las eucaristías del pueblo católico a lo largo y ancho del país y por ende del orbe entero, y puso fin a una nueva conmemoración de la Semana Santa, esta vez, para mí, vivida en diversos escenarios de la amable tierra costarricense.
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