El gran pez dorado
Publicado en Aug 23, 2009
EL GRAN PEZ DORADO Colqui contemplaba absorto su rostro, reflejado en las transparentes aguas del lago, cuando escuchó el estruendo del primer rayo que cayó sobre las montañas nevadas. -Es el Invierno que ha llegado temprano dijo su Abuelo, este va a ser un invierno crudo, muy crudo, recalcó con voz mortecina. Colqui no había conocido demasiados inviernos pero se daba cuenta de que los mayores estaban preocupados. Dos noches atrás, el werquén supremo de la comunidad rukañanco había reunido a los lonkos de los cuatro puntos cardinales para comunicarles una grave noticia que no fue transmitida a los niños, desde ese momento los hombres aseguraban las chozas con una doble capa de paja, mientras las mujeres acumulaban yerbas medicinales y recogían apresuradamente semillas de pehuén y frutos silvestres. Al anochecer, la intensa lluvia se transformó en tormenta, invadiendo la oscuridad como una atronadora jauría de pumas que remecía hasta sus raíces las araucarias más antiguas y fuertes. Colqui despertó aterrorizado por el sonido del viento que parecía levantar la ruka en el aire. Sus padres cansados por el esfuerzo y la tensión de las horas previas se habían quedado dormidos y no se atrevía a despertarlos. ¿Qué va decir papá, pensaba, si su hijo, el futuro guerrero de la familia Ancalaf tiembla por un temporal de granizos? En eso estaba cuando sintió en su mano la nervadura áspera y tibia de la mano de su Abuelo. -¡No es vergonzoso temerle a una tormenta, más cuando ésta no es una cualquiera: Es la madre de las lluvias, debió enviarla la gran serpiente! -¿Por qué dices eso Abuelo? - Lo sé, hubo una igual cuando yo era niño como tú, hace ya casi un siglo, recuerdo que mis padres me arroparon en una piel de milodón y huimos por la quebrada rocosa, tal como tendremos que hacerlo esta noche o mañana. No te preocupes nos protegerá el gran pez dorado. -¿El gran pez dorado? -Es un amigo, un enviado del Pillán que protege al pueblo mapuche, - Nunca lo había escuchado -Pero ¿que les enseñan a sus hijos los padres de hoy? se preguntó el Abuelo con un aire de sorpresa mezclado con ternura. - Desde el comienzo de los tiempos, en caso de catástrofe, los espíritus del cielo nos envían protectores, el pueblo mapuche nunca estará solo porque respeta a sus antepasados y al corazón de la tierra que es la morada eterna de los seres superiores, de todos los padres ancestrales, hombres o animales, lajas o árboles. El pez dorado tiene el cuerpo de una ballena; pero con la delicadeza de un delfín, a ambos lados de su cuerpo posee unas aletas que se mueven lentamente y sobre su lomo que es del tamaño de un campo de chueca, le crece un pelaje suave y caluroso que da abrigo a los enfermos y permite descansar a los fatigados. Tiene el aspecto de una bestia del mar, sin embargo, es un espíritu benigno y amistoso, porque además habla y canta. -¿Canta? volvió a preguntar Colqui con un dejo de incredulidad Canta como todas las ballenas, ¿no sabes que las ballenas cantan cuando surcan los océanos en grandes manadas y que a través del mar pueden conversar con sus pares desde un confín a otro del mundo?- -¿Conversaste con él? Claro que conversé con Él, me dijo que estuviera tranquilo y que siempre confiara en los espíritus protectores. ¿Cómo era su voz? No la recuerdo exactamente, pero era tan dulce que mi hermano menor, recién la que arreciaba en ese momento, por el contrario, aumentaba a cada minuto; pero Colqui, embelesado por el relato de su Abuelo se quedo dormido y descansó tranquilamente un par horas. Al amanecer, los hombres de la tribu se despertaron bruscamente, los árboles del bosque que cubría las laderas del río Budi emitían ruidos sombríos y aterradores que hacían presagiar lo peor. Leftraru Ancalaf, padre de Colqui, werkén mayor de la comunidad, ordenó reunirse a los hombres en torno al único fuego que aún se mantenía al interior de una ruka y luego de una breve conversación casi inaudible por el ruido de la lluvia, seleccionó a los tres conas más aguerridos e inteligentes, para que fueran a investigar la situación, el resto de la mañana transcurrió en una nerviosa espera hasta que los mocetones regresaron, aunque con noticias aún más preocupantes. La montaña se había transformado en un inmenso lodazal que amenazaba con caer, junto a una desmesurada cantidad troncos petrificados y piedras que se hallaban acumuladas desde épocas prehistóricas. La vida de la comunidad del lago Budi y de todo el Wallmapu se hallaba en peligro extremo y escapar hacia la ribera opuesta era imposible en las condiciones actuales, más aún con una considerable cantidad de niños y ancianos. El Werkén se quedó en silencio por un momento, como si buscara una respuesta lógica y precisa ante la gravedad de la situación. Pero esa respuesta no existía y sólo quedaba confiar en los espíritus que sofocarían las fuerzas naturales del diluvio o aplacarían la energía maléfica de la descomunal culebra hechizadora. -Vamos a resistir, no nos moveremos de aquí, pase lo que pase, mantendremos nuestra posición y esperaremos la bondad de los padres ancestrales que jamás nos han abandonado. Las mujeres estallaron en sollozos y corrieron en busca de sus hijos pequeños, los hombres se agruparon en torno a su werquén y preguntaron si podían hacer algo para apoyar la resistencia de la comunidad. Leftraru Ancalaf, aunque se notaba tan desesperado como sus guerreros, sacó fuerzas de flaqueza y les respondió con voz fuerte y clara: -No es mucho lo que podemos hacer, pero creo que si intentamos construir unas fosas profundas para reunir allí la mayor cantidad de alimentos y protegerlos de la lluvia con un techo de piedras sería algo bastante provechoso para el día de mañana, cuando esta tormenta haya regresado al estómago de la gran serpiente. Nadie sabía si existiría el día de mañana para nuestra tribu, pero mantener ocupados a los hombres parecía lo más adecuado y de acuerdo a ello, los hombres construyeron tres improvisadas cavernas artificiales donde ocultaron el grano, las verduras, algunos cereales y, por supuesto, la espumante chicha. Al anochecer lejos de calmarse la tormenta parecía incrementar su violencia y los primeras ramas de árboles y malezas comenzaron a rodar por el declive de la colina, luego se escuchó el crujir de los troncos de árboles que agonizaban lanzando su último grito de dolor, organismos vivos y extintos, se reunieron en una gigantesca y terrorífica avalancha que no ocultó su fiereza al desbordarse como la lava de un volcán en erupción. Los gritos de las mujeres y los llantos de los niños se entremezclaron con las voces de mando de los lonkos que trataban de organizar la salida de las rukas hacia algún claro que en medio de la niebla y el temporal se hacían imperceptibles e inalcanzables. La ola violenta y mortífera cayó antes de que las familias alcanzaran las salidas de sus hogares, por un momento todo fue silencio y quietud en lo que antes había sido vocerío y temor. Un sopor suave invadió el universo como si toda la vida transcurriera en una leve y translúcida burbuja de agua dulce. Colqui no recuerda exactamente lo que ocurrió en ese instante, pero si recuerda que medio de la inmensidad verde apareció el gran pez, primero fue algo así como una nube que se acercaba lentamente, hasta que distinguió nítidamente sus contornos. Era tal como la había descrito su Abuelo, grande poderosa, cálido y acogedora como sólo puede ser la mano de dios. Sobre su lomo se hallaba sana y salva casi toda la comunidad del Lago Budi y sus alrededores. Los niños dormían o tomaban pecho de sus madres, las ancianas se abrazaban a sus esposos y los guerreros se aferraban a sus lanzas y macanas, con el corazón aherrojado de éxtasis ante tanta belleza y quietud. Colqui aunque ya no era un niño también se quedó dormido en el regazo de su madre junto a sus hermanos. Al despuntar el Alba, la tormenta se había calmado, el gran diluvio forjado en la mente y las vísceras de la serpiente enemiga del pueblo mapuche había sido derrotada por la fe del pueblo mapuche, que inmediatamente reconstruía sus rukas y recuperaba su pertenencias. El Padre de Colqui se movía de un lado a otro, impartiendo instrucciones y consejos, orgulloso y sonriente por la decisión que había permitido salvar íntegramente las cosechas. Sólo faltaba el abuelo, que había desaparecido para siempre. Algunos decían que lo habían visto con sus últimas fuerzas subir al lomo del gran pez a una madre y sus dos hijos que se habían separado accidentalmente y que luego, cuando la ballena- espíritu nos dejó a todos en la ribera opuesta del lago, el iba sobre ella hablando y cantando en su mismo idioma cetáceo. Colqui, cuando pensó en esto, sintió que un nudo se le atragantaba en la garganta, pero pronto este dolor se convirtió en orgullo, especialmente cuando los hombres de la comunidad levantaron y tallaron a golpes de hacha un árbol ceremonial en recuerdo de su abuelo para que nadie, por los siglos de los siglos, olvidara su valor, su sabiduría y su fe.
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miguel cabeza
Enhorabuena
Abrazos