La partida.
Publicado en Apr 02, 2013
"Ya me voy. Es una lástima que no pueda despedirme de todos los que vinieron a verme. Más que por mí, por aquellos que no solucionaron sus conflictos conmigo". Recuerdo que antes de llegar, tuve esa extraña sensación. La noche anterior fue especialmente calurosa, en todo el verano no había sentido tal calor.
Recordé con nostalgia las hermosas noches de calor húmedo de Brasil. “Saudade” como dicen los brasileros. Imaginé que ese ambiente cálido me había sido enviado para realizar esta tarea con agrado. Siempre tuve la costumbre de preocuparme en demasía la noche anterior a cualquier evento, más ahora que había decidido operarme. Ni siquiera pensé en acostarme. Después de comer, despedí a los chicos después del besito de buenas noches acostumbrado. Pasaron las horas rápidamente ordenando y organizando carpetas y carpetas, grandes, pequeñas, de variados colores y formas. Documentos de todo tipo acumulados durante muchos años. Las tenues luces del comedor fueron mi grata compañía hasta avanzada la noche. Cansada y con dolor de espaldas me recosté en el mullido sofá gris de la sala para fumar un cigarrillo, costumbre heredada de mi ex marido, mala costumbre por cierto. Allí adormilada descansé mi preocupado ser, esperando que nada malo aconteciera durante la operación... Podía ver a la distancia la figura de mi anciana abuela en la pequeña sala de espera con sus ojitos cerrados y su piel ajada por los años. Sus ojos se mantenian cerrados para no ver la cruda realidad que la rodeaba desde que comenzara esa seguidilla de partidas. Primero su única hija, Marcela. Luego mi abuelo, su marido durante 55 años. Luego mi hermano, el único nieto varón de sus 5 hijos. Tristeza era la que se vislumbraba en su rostro. En sus manos un viejo y manoseado relicario que le regalar mi abuelo hacía ya muchos años. Una a una pasaban aquellas bolitas desde una mano a otra, tras el murmullo de su voz pausada y silenciosa. Podía sentir que a sus más de 90 años y un tanto agobiada por recuerdos acumulados, sus rezos llenos de dulzura llenaban el ambiente. A pesar del silencio reinante en aquella sala fría y poco iluminada, podía sentir la calidez de una tenue energía que emanaba de su cercanía. No sé si los demás alcanzaban a notar todo aquello que tan especialmente observaba yo desde la puerta de aquel cuarto, pero eso me llenaba de una inexplicable paz. Ahora entiendo que ese silencio tenía una razón de peso para todos los que se reunieron esa fría tarde. Y el motivo era yo. Me tomó por sorpresa,sí. Como podría explicar siquiera que aunque veía todo y a todos, yo ya no pertenecía a este mundo. Sólo estuvo todo claro cuando vi a mi madre, cruzar la recepción del hospital ahogada en un mar de lágrimas, con su cara llena de dolor y tristeza. Dijo a todos con un pesar que atravesó mi corazón: "mi niña se ha ido"...
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