“Esa estrella era mi lujo”
Publicado en Apr 02, 2013
Todo comenzó siendo una niñita. Una noche como tantas. Los hermanos mayores habían partido a una jornada de fútbol, acompañados por Papá y Tío.
Mamá levantó la mesa. La cena había sido arroz con pollo, solo para ellas dos. La niña veía televisión. La madre lavó los platos. Hacía calor. - Ina, vamos a sentarnos un rato en el balcón, a tomar un poco de aire que acá adentro hace mucho calor. De hecho el ventilador trabajaba casi a tiempo completo, porque el mismo que se usaba en el comedor era el que los padres llevaban a su dormitorio a la hora de la siesta y también por las noches. -El amor es lo mejor que nos puede pasar… La madre sentó a la nena, de seis años, en su falda y repitió aquella frase. Esta vez, más pausadamente. -El amor… es… lo mejor… que nos puede… pasar. Siempre que podía iba a la iglesia del barrio y también a la catedral céntrica. Era bien devota. Su marido no la acompañó demasiado al principio. Con el tiempo, el fervor de la madre fue acrecentándose y el marido hasta que la Parca lo sorprendió una fresca tarde de junio, se acercó a la religión católica tratando de condescender con su esposa pero también para cubrir el vacío de su jubilación obligada por una afección cardiovascular. - El amor de dios es lo máximo –continuó mientras peinaba con dulzura y habilidad en sus dedos a la niñita de una belleza infrecuente. - El amor entre un hombre y una mujer también es bueno. Aunque es distinto. En el mundo, la cosa está cada vez peor. Pasan muchas cosas feas. Ojalá, hijita, que puedas conocer a un hombre de bien que te ame y te haga feliz. Solo lucho para darle lo mejor a ustedes. Lo mejor. Y que sean personas de bien. Y que tus hermanos conozcan a buenas chicas… La niña escuchaba atenta. Posaba su cabecita en el pecho de la mamá. Y sus ojos apuntaban derecho al cielo. Donde los astros desperdigados formaban mil figuras y entraban a su inteligencia para activar sus neuronas más soñadoras. Había miles de estrellas, algunas más grandes y brillantes. Otras más pequeñas y opacas. Cada una tenía su encanto. Ella buscaba la suya, buscaba una para adjudicársela esa misma noche y que le quedara para siempre en el firmamento sanjuanino. Estaba quizá más estrellado que de costumbre. Infinitas opciones, de verdad, y no como un slogan vacío de los que cantan los músicos pop y rock o la publicidad. Su mirada recorría con admiración el cielo. De pronto se detuvo en una zona que desde el balcón estaba ubicada por encima de uno de los arcos de la cancha de San Martín, a dos cuadras del departamento familiar. -¿Qué mirás chiquita? Y la niñita bella señaló con el dedo la estrella. -Uh, que hermosa. Las estrellas son maravillas del Señor. Viste qué grande que es esa… la que me decís… ¿Te gusta, verdad? -Sí, mami, me gusta mucho. Es muy linda… La nena, hechizada. -¿Podemos ir a la estrella alguna vez? -Seguro, mi chiquita, pero no ahora. Mirá esta linda noche estamos acá en San Juan y la estamos pasando bien. Madre e hija. Unidas por el amor del Señor. Mientras los niños y el papi fueron al fútbol. ¿Querés que te traiga helado? La madre no esperó la respuesta y fue en busca del postre. La mirada de Ina clavada en la estrella. Esa estrella que cada noche la esperaría allí, alta en el cielo hasta la llegada de su propia Parca, mucho tiempo después de que la tocaran de manera indiferente felicidad y desdicha. -¿Y vive gente en las estrellas? La niña sostenía un vaso de vidrio repleto de helado de sabor frutilla, que todavía no había probado. -Sí, por supuesto. La mamá saboreaba la frutilla y el gusto chocolate y se sonreía por el arrobamiento de su hija ante el espectáculo fastuoso de una noche estrellada. -¿Y quién vive ahí? Siempre la vista hacia arriba, acostada en la reposera y de a ratos, pestañando rápidamente, porque el sueño y el cansancio empezaban a rondarla. -Ahí vive el Señor. En el cielo. Dios no está solamente en la Tierra. El cielo también le corresponde. Es suyo. Y la gente cuando se muere se va al cielo. Los buenos vamos a ir al cielo. Y los que se portan mal se van al infierno. Los pecadores se van al purgatorio a limpiar sus pecados y culpas. -¿Y el señor Romualdo? La niña se incorporó de repente. Sus ojitos bien abiertos miraban a su madre. Mirada de sorpresa. Después mutó a preocupación, por lo que podía decir su mamá. -Ese hombre va a ir al Purgatorio, porque le grita mucho a su familia. -¿Y le pega? -No, no le pega a nadie. A veces toma mucha cerveza. Por eso se enoja. Pero es un buen hombre en el fondo. Muy trabajador y educado. Es solidario con los vecinos. Lástima que le gusta el trago. -Y la Mily, ¿dónde va a ir? La Mily era la hija de don Romualdo, el vecino de departamento contiguo. Solían reunirse por las tardes, después que Ina salía del jardín de infantes, a jugar a las muñecas. La Mily estaba en el primer grado de la primaria. -La Mily, vos y todos los niñitos buenos van a ir al cielo. Al lado del señor. La noche estaba solo iluminada por las artificiales luces de la ciudad. Para Ina era enorme la ciudad. Solo con el tiempo pudo conocer otras ciudades más pobladas y despiadadas. Y le parecía luego que San Juan era el sitio donde su espíritu recuperaba la paz y armonía. Además porque esa noche se durmió sintiéndose millonaria. Esa estrella sobre el estadio de San Martín era suya para el resto de los sempiternos tiempos. Allí dormirían todos sus sueños e ilusiones, un lugar mágico que nadie podía arrebatarle. Allí, su bien más preciado. Su fortuna personal. Una maravilla del mundo esa estrella sagrada que solo se eclipsaba toda vez que Ina se sonreía, en ese instante parecía que los dioses habían usurpado su alma.
Página 1 / 1
|
martha patricia varela prado
Hugo Nelson Martn Hernndez
ceciliaantoniet
Hugo Nelson Martn Hernndez
silvana press
Saludos
Hugo Nelson Martn Hernndez
Elvia Gonzalez
Hugo Nelson Martn Hernndez