"LOS TULIPANES AZULES"
Publicado en Apr 03, 2013
Soledad Iribarren, acababa de entrar a su nuevo trabajo, la defensoría de oficio en la Ciudad de Campana le abría sus puertas a la recién recibida abogada.
El conserje del edificio la acompaño hasta la puerta con gesto displicente, sabía que este era solo un escalón en la vida de la flamante doctora. Sus compañeras del estudio le dieron una recepción más bien fría. Andrea la condujo hacia su escritorio y le mostró como acceder a su computadora. La joven abogada recibió una gran pila de causas para su estudio. Tomo un grueso legajo y empezó a leer. Provincia de Buenos Aires contra Dalmiro Antunes. Causa cuatro mil noventa: Homicidio simple Juzgado penal número tres. Soledad quedo absorta en la lectura de la causa, al acusado se le imputaba un homicidio y se le había dictado la prisión preventiva a fin de evitar su fuga del país, las pruebas en su contra eran abrumadoras, se encontraron huellas dactilares regadas por toda la casa, y las pericias criminalísticas eran lapidarias. En las fotos que acompañaban el grueso folio podía verse el cuerpo de una mujer, había sido apuñalada en reiteradas veces, si bien no se había encontrado el arma homicida, el acusado había sido detenido en la escena del crimen, No dijo palabra cuando las autoridades alertadas por un llamado anónimo lo condujeron a la comisaria, Dalmiro se negó a declarar y según los registros de la policía carecía de antecedentes penales antes de este hecho. El caso de la fiscalía era a todas luces bastante sólido. Soledad miro a Juan, el viejo abogado a cargo de la defensoría, le guiño un ojo y le dijo. •- Niña este tipo es culpable. Es un loco sin familia. Paso algunos años en un Orfanato hasta que una tía lejana se hizo cargo de él, realizaba trabajos de jardinería en la casa de la occisa No habla desde el momento del crimen. Y ahora que la causa se elevó a juicio oral, necesita un defensor. Como nadie quiere tomar el caso gentilmente se lo asigne a usted. Le servirá para tomar experiencia ya que seguramente lo perderá pero al ser su primera defensa no incidirá mucho en su carrera. Soledad paladeo las palabras del facultativo y sin dudarlo un instante dijo. -Donde quedo eso de inocente hasta que se pruebe lo contrario, doctor. El anciano soltó una risa socarrona mientras le increpo. •- ja, ja, ja, Hija veo que realmente eres ahora una abogada. Tu difunta madre estaría orgullosa de vos. Acto seguido la tendió un abrazo de oso de esos a los que sus amigos temían. El orgullo del doctor Juan Iribarren se reflejaba en sus ojos cansados, su hija había crecido hasta convertirse en una hermosa mujer. Como si la vida le hubiera dado una segunda oportunidad, veía en ella toda la belleza de su esposa y esa tozudez tan suya, que lo había hecho famoso en cuanta corte pisaba. •- Hija hablando en serio. Nadie más quiso tomar la defensa de este muchacho, todos saben que es culpable, no tienes nada que probarme hija. Soledad se paró inmediatamente de la silla, dejo a un lado el folio que tenía en sus manos y mirando a su padre con los ojos casi fuera de sus órbitas le espetó: -Juan Iribarren, solo porque acepte trabajar con vos, no creas ni por un instante que vas a mandarme a hacer lo que vos quieras. Dejemos esto bien claro desde un principio. El anciano abogado conocía sobremanera el carácter de su hija. Su ascendencia vasca la habían tornado toda una leona a la hora de defender sus principios, él no pensaba discutir con ella. La siempre presente imagen de su esposa se recortó un instante en el rostro de Soledad. -Claro que no hija, no pienses cosas que no son, solo lo decía para que estés preparada en caso de que las cosas no se dieran como vos lo esperas. Podes contar con todo mi apoyo para la resolución de esto. Solo recordá que el juicio oral es en poco más de un mes y desde que fue detenido este muchacho no ha dicho una sola palabra, se ha negado a declarar y ya van tres años de cárcel sin juicio. No será fácil eso es todo. Y se retiró de la oficina dejando a Soledad mirando como su padre apoyado en su bastón caminaba rápidamente. Era a todas luces el hombre que más amaba sobre la tierra, quizás por eso seguía soltera, saltando de relación en relación, con un Edipo mal resuelto, como dijera su terapeuta, Ella sabía que el jamás reconstruiría su vida nuevamente. El romance de sus padres era algo que no podía siquiera pretender repetir. Eran el uno para el otro desde el momento en que se vieron por primera vez. Como su madre le decía desde pequeña, simplemente magia. Nunca se habían casado, ella era demasiado libre para eso, Juan solía enojarse cuando lo mencionaban en las cenas familiares. Azucena Sanchez Barrientos era hermosa. Indudablemente una dama. Su porte, trascendía su hogar y en secreto muchos envidiaban al doctor Iribarren. Cuando ella murió, víctima de un absurdo accidente de tránsito, Juan perdió mucho más que una compañera, perdió su única amiga, su amante, prácticamente su vida. Soledad jamás conoció el nombre, de quien mato a su madre. Su padre se había encargado de mantenerla alejada de todo el proceso. Si no fuera por el derecho, seguramente nada hubiera importado para el. Aun recordaba las largas noches viendo a Juan sufrir en silencio la perdida. Cuidando el jardín de tulipanes azules que era el orgullo de su esposa. Una rara flor que ella había traído de Holanda y que solo su jardín poseía. Desde ese día el exitoso abogado jamás volvió a litigar en un estrado. Se hizo cargo de la defensoría oficial, ocupando un rol de supervisor, Soledad tomo la decisión de vivir con su padre casi de inmediato. La casa grande en la ciudad de Escobar resultaba un refugio para las tristezas compartidas. El día del juicio se aproximaba inexorable, la abogada decidió por fin conocer al reo. Un corto viaje hasta la prisión en automóvil, y ya estaba en la antesala donde tendría lugar la audiencia. Un grito se escuchó a lo lejos. Una voz masculina dijo: -Antunes, la visita, tu abogada. Ella como letrada no había tenido que pasar por la humillante revisión a la que eran sometidos todos los familiares de los detenidos. Un ruido a cerrojos que se corren y el chillido de una pesada puerta fueron el aviso que necesito la doctora. Pronto, ante sí. Su primer caso compareció. Ante ella estaba un joven desgarbado de pelo increíblemente rubio, con unos ojos color esmeralda y una mirada de profunda tristeza, sus manos se encontraban esposadas, y una cicatriz bastante fresca cruzaba su rostro. No debe ser fácil ser así de guapo en este lugar. Pensó. Observo también la remera gastada por el tiempo y las viejas zapatillas de lona del muchacho •- Soy la doctora Soledad Iribarren, y estoy a cargo de su defensa según lo dictamino el estado provincial. Dalmiro la observaba sin entender, pero nada dijo. Simplemente tomo asiento frente a Soledad, mientras esta despedía con un gesto al guardia que estaba en la habitación. -Bueno, a ver... veintidós años los últimos tres en prisión en dos establecimientos diferentes, su conducta ha sido intachable. Sus exámenes médicos indican que no tiene usted ningún impedimento para hablar así que le sugiero que lo haga, ya que podría pasar el resto de su vida en la cárcel. Los insoldables ojos verdes la observaron y un destello fugaz cruzo en ellos, el tiempo suficiente para que una lagrima corriera por la mejilla de Dalmiro. •- ¿Se siente bien? Y Soledad sin poder evitarlo toma las manos del detenido. Ese simple gesto humano, tan trivial e inocente, produce un efecto arrollador en el joven, empiezo a temblar desconsoladamente y pronto un grito casi animal surge de su garganta. Soledad suelta su mano justo cuando dos guardias entran en el salón, tomando a Dalmiro por los hombros lo arrastran hacia su celda. -¡¡¡¡¡¡¡ yo no la mate, yo la amaba!!!!!!! La letanía de gritos siguió por el pasillo. Mientras una confundida Soledad no podía creer lo que había sucedido. -¿Esta bien doctora? Pregunto un guardia. La joven facultativa solo asintió en silencio, tomo sus escritos de la mesa, y salió rápidamente de la habitación. Algo extraño había sucedido allí dentro pero aun no podía entender que era. En su auto no podía dejar de pensar en el reo, la mirada del acusado tenía solo un profundo dolor, no era la de un asesino. No podía serlo. Las sombras caían ya sobre la ciudad cuando el auto de Soledad ingreso a la casa familiar. Tenía hambre, el día había sido largo y extraño también. Esa noche cuando le contó a su padre la reacción del muchacho, Juan Iribarren solo dijo. - Incluso el peor asesino seria inocente para vos, hija. El tiempo te enseñara que hay muchísima maldad en el mundo. Este joven realizaba tareas en la casa de la víctima, jardinería y otros arreglos menores. Nunca debes buscar demasiado lejos a un asesino, están las mayorías de las veces en el entorno. Porque para que las pasiones entren en juego, debe primero existir el deseo. Y solo se desea lo que se ve a diario. Imagino a Antunez, mirando día a día, llenando su demente cabeza con imágenes de la víctima. En un momento dado, él le declara su amor, ella lo rechaza. Él no puede soportar la idea de no ser correspondido y simplemente la mata. Caso cerrado. Soledad pensó en las palabras de su padre, era demasiado fácil, quizás por eso nadie Había tomado demasiado en serio la investigación del caso, pero debía haber algo más. En el fondo de su alma ella sabía que las cosas no eran así de sencillas. -Inocente hasta que se demuestre lo contrario, papá -Yo creo en eso. Juan solo se limitó a retirarse a su cuarto a dormir. Sabia cuando debía terminar una charla, antes de volverla una disputa. Ya en la cocina, la joven, se sirvió un vaso de merlot, mientras preparaba una ensalada de hongos. Tostó un par de rodajas de pan y encendió un cigarrillo. Comió rápida y eficientemente. La noche cómplice la invitaba a pensar, no podía sacar de su mente la mirada de Dalmiro Antunes. ¿Podía ser un asesino? Ese pensamiento la acompaño hasta que se durmió profundamente. Un par de días más tarde la joven recibió una llamada del servicio penitenciario federal. Del otro lado de la línea una voz le dijo -Doctora Iribarren, soy Dalmiro Antunes, quisiera pedirle disculpas por nuestro último encuentro y pedirle si es posible volver a concertar una entrevista con usted. Soledad, sintió un escalofrió la voz del joven era tranquila y pausada. Nada parecida a la que escuchara anteriormente. Se percató de que no le respondía al acusado y sin poder evitar un sobresalto dijo. -En cuanto me sea posible nos volveremos a encontrar. Colgó el teléfono sin darle a Dalmiro oportunidad de contestar, Soledad sabia que esta había sido una reacción poco profesional, he internamente se odio por eso. Unos días más tarde se realizó el encuentro. La misma sala, el mismo guardia, ella y el reo. Ambos se sentaron en una mesa blanca, la luz de una lampara lastimaba la vista. Las grises paredes habían sido testigos mudos de innumerables confesiones allí. Dalmiro apoyo un par de manos grandes y esposadas frente a la doctora, sin mirarla a los ojos le dijo. -Yo no lo hice doctora, Lucia era todo para mí. Soledad, no sabía que pensar, nada decía el informe policial sobre una relación entre la víctima y el reo. Así que sin dar más vueltas pregunto. -Señor Antunes, cuénteme todo, ¿de dónde conocía a la víctima? ¿Qué tipo de relación tenía con ella? ¿Dónde se encontraba al momento del crimen? Todo Tenga en cuenta que quizás sea esta la última oportunidad de evitar la prisión. Si bien su situación es bastante complicada, debo decirle que aun creo que podemos hacer algo por usted. El reo se revolvió en la silla, su cabello era largo, caía sobre sus anchos hombros remarcando el contorno de su cara, la doctora observo como las grandes manos del acusado se posaban en la mesa. Como si su vida dependiera de ello, Dalmiro tomo una profunda bocanada de aire y dijo. •- Me llamo Dalmiro doctora, por favor llámeme así, antes que nada debo decirle que yo amaba a Lucia. La ame desde que la conocí, ella era amiga de mi tía, con la que vivo actualmente, hace años, no sé cómo, se quebró una pierna y como estaba sola y necesitaba ayuda, yo iba todos los días a su casa a ver si podía darle una mano en lo que fuere. Ella no tenía noción de mi existencia, solo era un amigo, tardo meses en recuperarse y en ese tiempo yo aprendí a amarla en silencio, sabiendo que era imposible que se fijase en mí, ser su empleado al menos me permitía verla. Estar a su lado. Amarla como se aman las cosas imposibles. Yo acepte mi destino, si me pregunta cuál era nuestra relación, solo puedo decirle que lo que sentía lo guarde en silencio. •- Pero jamás le habría hecho daño, cuando se recuperó seguí yendo a darle una mano, soy extremadamente tímido y jamás me anime a nada con ella, los años pasaron y acepte mi rol, ese día comenzó como todos los demás, el fuerte calor Era algo pegajoso, luego de cortar el césped fui a pedirle un vaso de agua, como no me habría por la puerta trasera, me dirijo a la entrada principal, al golpear la misma, esta se abrió, estaba sin llave, y la vi... estaba tirada en el suelo desangrándose, tome su cabeza y la apoye en mi regazo, ella sangraba profusamente por varias heridas, sentí como su vida se apagaba y con ella también la mí. Cuando murió solo recuerdo que grite con toda la fuerza de mi alma, estaba cubierto por su sangre cuando me encontró la policía. No volví a hablar, simplemente no podía El reo se levantó de su silla, era alto. Soledad observo como Dalmiro tenía la mirada perdida en el piso, sus manos esposadas, se unían a un viejo rosario. Pudo ver que el joven estaba llorando, sintió una profunda pena por él. Casi sin poder contenerse rodeo el fuerte cuerpo con sus brazos. Las lágrimas desesperadas caían por las mejillas del muchacho, mojando su blusa. El guardia se acercó y cortando la magia del momento, sentó a Dalmiro, con poca delicadeza de nuevo en su silla. -No está permitido ningún contacto físico doctora debería saberlo Las palabras del uniformado pusieron color en las mejillas de la abogada. •- Bueno Dalmiro, entonces usted dice que no tuvo nada que ver en el homicidio Veremos que dicen las pericias policiales al respecto, jamás se encontró el arma homicida, y no se entienden los motivos del crimen, Por otra parte la testigo que llamo a la policía, comento que pudo oír un auto retirarse a toda velocidad y luego escucho su grito. Supongo que hay muchas razones para dudar de su posible autoría. En el allanamiento que se realizó en su casa se encontraron cartas de amor, de varios años, así como fotos de la víctima, evidentemente tomadas sin su Consentimiento. El juez no tardara en asociar su situación con un crimen pasional la única alternativa es desviar la atención con otra línea investigativa, pero hasta ahora no hay nada, no tiene enemigos ni nada que se le parezca, hace años que no tenía pareja. Estuvo con un par de hombres pero nada serio. Vivía sola y salía muy poco. No era alguien muy social y desde su trabajo nos dijeron que era una empleada muy callada. ¿Quién quería matar a alguien tan mediocre? Pensó Soledad. La abogada sabía que no era una tarea fácil, y tampoco tenía tiempo para preparar una defensa más exitosa, las palabras de su padre resonaban en su cabeza. •- Crimen pasional, caso cerrado Pero no podía ser tan simple. Debía haber algo más. La joven se despidió del reo sabiendo que el destino de Dalmiro estaba en sus manos y en la poca capacidad para defenderlo que su escasa experiencia le daba. Como un breve latigazo la mirada de él, se cruzó un segundo con la suya, la profundidad de la tristeza que vio en ella, elimino cualquier duda en su corazón. El era inocente. Como una autómata la doctora Iribarren salió del servicio penitenciario y fue hasta la escena del crimen. La casa estaba limpia y vació, un cartel de se vende aparecía en su ventana, y el pasto estaba largo. •- Si quieren vender este muladar deberían cortarlo- pensó. Había pasado demasiado tiempo para que ella viera cualquier pista que pudiera haberse escapado de la policía, pero debía observar igualmente. Pudo comprobar que el acceso a la calle solo estaba defendido por una pequeña puerta De madera. No era problema acceder a la entrada principal. Había un timbre herrumbrado, pero que todavía funcionaba. Nada decía la declaración policial de que alguien hubiera escuchado el estridente sonido. Para complicar aún más la situación de Dalmiro la única testigo que escucho al auto alejarse esa mañana era una anciana que había muerto de causas naturales seis meses atrás. Con mas dudas que certezas Soledad Iribarren volvió a su casa, el tiempo corría inexorablemente y en pocos días comenzaría el juicio. La sala del tribunal estaba bastante vacía, los tres jueces que entendían en el caso estaban sentados en un amplio escritorio, frente a ellos los micrófonos se extendían como serpientes. Los ancianos tenían un aire solemne, a sabiendas de que el destino de aquel hombre dependía de sus decisiones. El ambiente frió y pesado del aire acondicionado daba un toque glaciar al lugar. Las gruesas cortinas rojas sepultaban la luz de la mañana, el estridente sonido de una bocina trascendía a través de los muros con su ominoso quejido. Un par de fornidos guardias dieron paso a los asistentes. La familia de la occisa ocupo los primeros lugares, mirando con un odio manifiesto a Dalmiro Antunez, que sentado al lado de Soledad solo podía atinar a permanecer callado y meditabundo. El fiscal general apenas si le dirigía una mirada. Su traje cortado a medida le daba un aspecto triunfante. Con una firme voz de barítono, empezó a hablar de la obsesión del acusado con la víctima, de cómo la deseaba de manera enfermiza, casi como si de ella dependiera su felicidad. Acentuaba con sus palabras los clavos en la cruz en la que hundía al acusado. Una a una cual dagas filosas, los argumentos esgrimidos por él, penetraban la mente de los jueces. El joven reo empezó a sollozar despacio, casi como un murmullo. El motivo para la fiscalía estaba claro. El acusado no podía soportar la idea de no tenerla. Así que de manera artera y con total premeditación y alevosía, la asesino y después de deshacerse del arma homicida se quedó junto al cadáver a disfrutar de su obra. El fiscal con un gesto teatral saco varios papeles de su maletín. Expuso las cartas que Dalmiro le había escrito a Lucia, cartas que jamás le había dado pero que según la fiscalía eran clara prueba de lo que la víctima significaba para el asesino. Mostró las fotos que la policía científica tomo del cuerpo ensangrentado, a fin de conseguir que los jueces vieran lo peligroso que podría ser dejar al acusado en libertad, Con una naturalidad helada el maduro abogado desestimo cualquier otra causa que la defensa pudiera haber tratado de poner en el tapete como alternativa. En los días sucesivos Soledad trato en vano de hacer ver al joven como una víctima, pero cada uno de sus argumentos era refutado por el fiscal. Se escudó en la falta del arma homicida y el hecho de que el joven no tendría ningún antecedente anterior. Pero en el fondo sabía que no había manera de ganar este caso. No fue una sorpresa cuando los jueces dictaron el veredicto. La sala estaba colmada ese día, algunos periodistas ocupaban las filas del fondo. Un pesado aire húmedo cubría el lugar. Uno de los jueces se aclaró la garganta y luego de un largo preámbulo se escuchó la fatídica palabra. Culpable. El mundo de Dalmiro se destruyó en ese instante. Todo lo que había sido, todo lo que era y todo lo que jamás seria se destruyeron con esa palabra maldita. La sala estalló en aplausos mientras los familiares de la víctima, insultaban al reo. Soledad no pudo ni siquiera mirar al acusado. Una extraña sensación de injusticia la embargaba. La joven abogada no pudo distinguir a su padre saliendo de la sala subrepticiamente. Unos días después la condena de cadena perpetua se leyó en el tribunal. Dalmiro solo le dijo gracias y esposado fue llevado nuevamente a la celda que tendría hasta el fin de su vida natural. La doctora Iribarren volvió a su casa confundida y frustrada. En su auto la radio dejaba escapar los lamentos de una mujer abandonada en inglés, encendió un cigarrillo y condujo despacio hacia su casa, debía pensar. ¿Que se le había pasado por alto? ¿Qué más podía hacer por Dalmiro? La apelación seria dentro de un mes y corría contra reloj para conseguir algún dato que pudiera cambiar la historia. Sabia en el fondo de su alma que el joven era sincero y la sola idea de permitir que pasara el resto de su vida en prisión era una tortura. Estaciono el auto en el garaje llovía profundamente y estrepitosamente cuando ingreso en su casa. La soledad de la gran casa la invadió, encendió la luz y conecto su computadora. Luego de revisar su email se dirigió al baño y puso a llenar la tina, se sirvió una copa de un licor irlandés dulce y espeso, en el bar de roble mientras trataba de asimilar el duro golpe que había recibido. -Buena forma de empezar tu carrera, pensó. Se dirigió al baño y se desnudó rápidamente. La tibieza del agua la abrazo con el calor de una madre. En su celda, Dalmiro miraba el techo, como si el gris del cemento pudiera tener alguna respuesta. Todo el tiempo, el mismo paisaje. Su cuerpo estaría encerrado tras esos barrotes el resto de su vida natural. Una inmensa tristeza lo invadió al recordar a Lucia. Ella era la razón de su vida. Y ahora, también sería la causa de su desgracia. Extraños son los caminos del destino pensó el joven, mientras trataba de descansar en la dura cama del penal. La imagen de la joven abogada que llevo su juicio era un molesto obstáculo para dormir. Se sorprendió pensando en ella mientras un sueño profundo lo aprisionaba. Sabia en el interior de su ser que la Abogada no descansaría hasta que se supiera su inocencia. Soledad empezó a mirar su computadora, los informes policiales no decían nada que no supiera, releyó la indagatoria que le habían realizado al acusado, mientras trataba de descubrir alguna salida. Algo que hubiera pasado por alto, debía haberlo. Reviso el informe de la autopsia. Solo decía que la víctima había sido ultimada de un cuchillada que le secciono la vena yugular, el deceso se produjo casi inmediatamente. Aun así la víctima presentaba varias heridas con un arma punzo-cortante. El informe forense no lo decía pero había sido atacada con mucho odio. Tomo el mouse y la flecha indicadora corrió por su pantalla hasta una carpeta secundaria que decía escena del crimen. La abrió y visualizo las fotos tomadas en la misma poco después de cometido el crimen. Empezó a pasar las espantosas imágenes de muerte tratando de ver algo que se le hubiera escapado a primera vista. Vio el cuerpo tendido en el suelo cubierto de sangre el camisón de la víctima desgarrado y enrojecido, en una pose extraña como si el titiritero que manejaba sus cuerdas simplemente la hubiera desechado a un lado arrojándola. Amplio aún más la foto para tratar de ver mejor las heridas, algo en un rincón llamo su atención, amplio más aun la imagen, era algo extrañamente conocido, como si fuera un rayo la imagen ilumino su cerebro. Un frió sudor caía por su frente, sintió su corazón empezar a latir con desesperación mientras las ideas llenaban su cabeza. Sin poder evitarlo la copa de licor cayó de su mano destrozándose en el piso. Como un alarido, la imagen de la pantalla, gritaba en silencio la verdad. Los ojos desorbitados de Soledad se llenaron de lágrimas. Se levantó del lujoso sillón de la sala solo para descubrir que sus piernas no la obedecían. Sintió su cuerpo caer hacia el abismo. Una mano conocida la tomo de la cintura en el mismo momento que sus extremidades colapsaban. El viejo doctor Iribarren aún era un hombre fornido. Soledad se soltó de los brazos de su padre y dijo al borde de la histeria !!! ¿Por qué papá? ¿Por qué?¡¡¡ El anciano dirigió la vista hacia la pantalla de la computadora, allí observo una imagen sumamente ampliada y difusa, que podría haber sido cualquier cosa para un perito. Pero para los ojos entrenados de él y su hija las flores eran inconfundibles. Un par de tulipanes azules manchados de sangre se encontraban a unos metros de la víctima. El doctor Iribarren cayó sobre un sillón y mirando firmemente a su hija respondió. -Ella merecía morir, ella disfrutaba de una vida, se despertaba todas las mañanas y sabía que debía vivir otro día, su único problema era una ligera cojera. Ese día salí hacia el cementerio como todos los días, no sé porque me dirija antes a su casa. Ella vivía la vida despreocupadamente, como si nada le importara, yo la veía todos los días, odiándola cada uno de ellos, esa mujer era la culpable de todo, debía morir. Ella misma cavo su propia tumba cundo totalmente alcoholizada mato a Azucena. Solo espere el tiempo suficiente para que no fuera tan obvio. La observe durante años, y cada vez mi odio crecía más. Pude ver como su vida siguió, absurda y apagada. Sin sentido, Si esa mujer que me robo todo al menos hubiera hecho algo más que solo respirar, quizás habría tenido sentido la muerte de tu madre. Ese día simplemente estalle, me dirijo a su casa y golpee su puerta. Cuando abrió no me reconoció siquiera, la maldita destrozo mi vida y ni recordaba quien era yo. La empuje dentro de su propia casa y sin darle tiempo a nada saque una daga y se la clave en el cuello. No recuerdo como pero aun caída la seguí apuñalando. Luego solo fui hasta el auto y salí de allí lo más rápido que pude. Sobre su cadáver tire las flores que llevaba a la tumba. No estoy arrepentido Sol, no podía seguir sabiendo que ella estaba viva. Ahora estoy en paz. La joven abogada estaba horrorizada con las palabras de su padre. Tardo varios minutos en reaccionar, y con un temblor en los labios dijo -Por Dios papá, estás loco ¿y Dalmiro? Ese muchacho pasara su vida en prisión por un crimen que no cometió, ¿qué vas a hacer? Juan Iribarren se sentó en un viejo sillón inglés, y encendió un cigarro. Hizo una pausa larga para saborear el tabaco cubano y calmadamente respondió. -Yo no soy su abogado, aún falta la apelación de la sentencia, supongo que su letrada deberá buscar la forma de liberarlo. Si consigue nuevas pruebas que demuestren su inocencia. Yo estaría de acuerdo en lo que ella decidiera. Y levantándose de su sillón dejo a Soledad sola y se entró en su habitación. La Joven facultativa, se dirigió a su computadora busco el historial de documentos y encontró los archivos con las fotos del caso. Los tulipanes azules en un mudo grito de horror, destruyendo todo lo que para ella era sagrado, un ligero sollozo le llego desde el cuarto del anciano y supo lo que debía hacer. El puntero del mouse se posó sobre aquellas imágenes y sus finos dedos buscaron la tecla borrar. Un ligero sonido le aviso que la maniobra había concluido. Caso cerrado. Fin.
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Marcelo Ignacio Mendiburu
Stella Maris Sanhueza