LA LTIMA VEZ
Publicado en Apr 07, 2013
“¡Asesino serial de mujeres atrapado en su departamento! La víctima, al parecer su novia, declara todo en la delegación.”
Esto decía la primera página de todos los periódicos, mientras la pobre Jimena era interrogada en un cuarto con tres oficiales. El cuarto era gris, apenas tenia una mesa y cuatro sillas; una pequeña ventana a un lado y frente a ésta un espejo que permitía ver a los del otro lado lo que estaba ocurriendo. Jimena tan sólo tenía 20 años, vestía una gabardina azul marino que un detective le ofreció, pues cuando la encontraron en el sofá estaba en ropa interior, llorando aún por lo ocurrido; sentada en una de las sillas, tratando de calmarse con un té que le ofrecieron. Seguía en shok pues no podía creer que su novio era el asesino que, por años, buscaban. —¿Cómo lo conoció? –preguntó uno de ellos. —En una fiesta, hace como 6 meses –respondió Jimena con dificultad. —Cuéntenos todo, desde el principio. Jimena tomó un poco de té. —Mi amiga Carmen me invitó a la fiesta, iba a ser el cumpleaños de su papá. Acepté porque no tenía ningún otro compromiso. Al medio día fue la misa y al regresar a la casa nos dieron de comer. No se cuanto tiempo estuve bailando, nunca lo vi llegar, cuando me di cuenta ya se había metido el sol, entonces fui por una copa para refrescarme y ahí estaba, parado, pero no le puse atención y me salí a la terraza. Carmen me alcanzó y platicamos un rato; después nos metimos porque le empezó a doler la cabeza, se tomo una pastilla, se acostó y se quedó dormida. Me dejó sola. Me tomé otras dos o tres copas. Mientras me servían la tercera copa se me acercó Oscar, el primo de Carmen, y me dijo: —¿Puedes venir un momento? Me llevó con su grupo de amigos y allí me lo presentó: —Jimena, él es Raúl. —Hola –le dije. —Tenía muchas ganas de conocerte –respondió él, tomándome de la mano– ¿Quieres bailar? —Sí. Bailamos un rato, después me invitó un refresco y salimos a la terraza; nos sentamos en una banca que estaba del lado derecho y platicamos. Me dijo tener 23 años, que era amigo de Oscar desde la secundaria, que estaba haciendo su postgrado en Administración y que en sus ratos libres le gustaba tomar fotos. Que vivía solo en su departamento donde tenia su cuarto oscuro para revelar –Jimena hizo una pausa y se tapó los ojos tratando de olvidar, pues en ese cuarto había descubierto la verdad. Tomó otro poco de té y continuó: —Hubo un pequeño silencio que él aprovechó para besarme la oreja, enseguida volteé y me robó un beso en la boca, reaccioné y me separé inmediatamente pero no le reclamé pues me había gustado. Todo en él me gustaba: su sonrisa, sus ojos cafés, su cabello, sus manos, su cuerpo… Me dijo que quería estar conmigo para siempre; yo me apené y agaché la cabeza; él me tomó de la barbilla y cerré los ojos dejándome llevar. Poco a poco se iba acercando, sentía su respiración y entonces, nos besamos. Nuestras lenguas chocaban mientras él me acariciaba por la espalda. Sentí como sus manos bajaban lentamente, quería hacerlo ahí mismo, pero me contuve y me aparté. La celebración estaba por terminar y Raúl me dijo: —De verdad me gustas, quiero conocerte más. No dudé y enseguida le di mi teléfono, y él me dio el de su celular. Nos despedimos. Como ya era muy tarde me quede a dormir con Carmen. A la semana siguiente, mas o menos, me habló Raúl; quería que nos viéramos, pero le dije que no podía porque al día siguiente tenia un examen muy importante y estaba estudiando. No insistió y me habló después. Debí sospechar de sus intenciones pues siempre quería que estuviéramos solos. Me daba miedo estar a solas con él ya que aún no lo conocía, pero nunca me presionó, talvez pensaba que algún día cedería. Salimos al parque, a la feria, a tomar un café o simplemente a pasear por las calles. Lo único que me chocaba era que, aunque hiciera mucho calor, siempre llevaba una chamarra, como dos tallas más grandes que él, y su cámara. Su explicación de la chamarra fue: —Hay que estar prevenidos, que tal si llueve. Ahora que lo pienso, en esa chamarra, debió llevar el arma para matarme –Jimena empezó a llorar de nuevo, los policías trataban de calmarla. Entonces entró el detective, el mismo que le había prestado la gabardina. —Los padres de la señorita están aquí, quieren ver a su hija –dijo. —No, por favor, no los deje pasar –suplicó Jimena– Me da pena que me vean así, les mentí, les dije que me quedaría con Carmen. —Si quiere terminar su declaración otro día, puede hacerlo –dijo una mujer policía. —No –contestó Jimena– Quiero terminar ya con todo esto. —Muy bien. —Hace poco más de un mes mis padres tuvieron que viajar por asuntos familiares y yo, por la escuela, no fui; la casa estaba sola. Lo admito, me había enamorado como nunca de Raúl y a pesar de todos sus secretos le tenía confianza, jamás pensé que fuera buscado por la policía. El día anterior había llamado a Raúl para invitarlo a comer, al día siguiente, a mi casa. Como quedamos me recogió en la escuela y cuando llegamos me ayudó a preparar la comida. Raúl se veía diferente; ese día no llevó ni su chamarra ni su cámara. Lo recuerdo –suspiró– llevaba pantalones de mezclilla negros y una playera roja con negro. Al sentarnos a la mesa, Raúl quiso dar las gracias por la comida; no se lo impedí. —Señor, bendice esta comida porque sé que hay otros que no tienen nada que comer –hizo una breve pausa– bendice a esta mujer –y me tomo de la mano– que es hermosa, por dentro y por fuera, y a la que amo desde el primer día, aunque no me había dado cuenta y por último, perdóname por todos mis pecados. Amén. Me ayudó a lavar los trastes y después vimos televisión. Anocheció muy rápido, pero no quería que se marchara. —Quédate esta noche conmigo, no quiero estar sola –le dije. Nos quedamos en el cuarto de mis papás. Se me ocurrió poner música para relajarnos. Estábamos solos. Me abrazó y poco a poco me empezó a acariciar. Nos besamos. Raúl me besaba con pasión y comenzó a desabrocharme la blusa, se quitó la playera y continuó besándome. Estábamos desnudos en la cama, era la primera vez que estaba con un hombre, lo amaba y no había razón para arrepentirme. Lo hice, sí, y ni aun en este momento me arrepiento porque conocí el amor, la pasión, la entrega absoluta. Recuerdo sus caricias, sus besos, sus palabras… Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando me desperté, él ya no estaba; pensé que me hablaría después, pero no lo hizo. Los siguientes días le estuve hablando a su celular pero lo traía apagado. Pensé que sólo había jugado conmigo. No tenia donde localizarlo. Hace como dos semanas me sentí mal estando en la escuela; estaba retrasada en mi periodo por varios días y, sin él, me daba miedo. Le conté todo a Carmen quien me convenció de comprar una de esas pruebas instantáneas para saber si estaba embarazada. Tenía miedo. Raúl había desaparecido. Carmen estaba conmigo. Entré al baño, abrí la caja y me hice la prueba. Positivo. Sí, estoy embarazada de él –y se llevó las manos a su estomago. Respiró un poco y continúo: —Ayer, no, anteayer me habló, me dijo que quería verme para hablar conmigo. Yo también tenía que hablar con él. Quedamos de vernos ayer… Los padres de Jimena veían sufrir a su hija; sufrían, abrazados, tanto o más que ella. —Perdóname, amor, me dijo al verme –dijo Jimena– estuve muy ocupado todos estos días. Me llevó a su departamento, por primera vez sabría un poco más de él. Pasamos la tarde abrazados contemplando la ciudad desde el balcón, sin decir una sola palabra. A mis padres les dije que me quedaría en casa de Carmen estudiando. Por la noche, al terminar de cenar, le dije a Raúl que tenia que saber algo muy importante. Él también quería hablar conmigo: —Pero en este momento no –me dijo– En este momento quiero verte, contemplarte. Eres tan hermosa, tan pura… –y mientras me decía esto él me iba desvistiendo– Por ti he cambiado. Nos quedamos en ropa interior, abrazados, sólo existíamos Raúl y yo. Nos acostamos en la cama, pero no me pude contener y le confesé que estaba embarazada. Raúl me abrazó, se veía tan contento. Dijo que se casaría conmigo y que tendríamos a nuestro bebé. —No quiero que se acabe esta felicidad –me dijo. Pero, ¿Por qué se tenia que acabar? Nos amábamos. —No sé como vayas a tomar lo que te voy a decir, pero tienes que saberlo –hizo una pausa– ¡Me busca la policía! —No entiendo –le contesté. —Recuerdas hace unos meses –y me tomó de las manos– buscaban a un asesino de mujeres… Mi rostro cambió, no sé a qué, pero ya no era de felicidad. Me bajé de la cama y me eché a correr. Tenía mucho miedo; más que eso, estaba aterrorizada. No podía pensar; me metí al cuarto oscuro donde revelaba sus fotos, creo que atranque la puerta con un banco; no podía ver nada, había una luz roja muy tenue. Caminé hasta el otro lado para que no me encontrara, entonces tropecé con algo, volteé, mis ojos ya se estaban acostumbrando, era una caja sin tapa. No sé porque razón me acerqué a ver lo que contenía… Eran fotos y recortes de periódico de las mujeres que había matado. Probablemente seguía yo, estaba muy asustada. Raúl empujó la puerta y prendió la luz. Me encontraba rodeada de fotografías de mujeres, todas ellas muertas. Arriba de mi había más fotos colgadas, supongo que las acababa de revelar, ¡¡eran mías!! Pero estoy segura que aún no nos conocíamos ya que en algunas fotos salía con unos aretes rosas, los mismos que perdí en la fiesta donde lo conocí. Me tomó de los brazos y me pedía que lo escuchara. Todo pasó tan rápido. Me tomó con mucha fuerza y me estaba lastimando. —Déjame que te explique –me decía. No se como soltó uno de mis brazos. Tomé una charola que estaba ahí y se la aventé a la cara, pensé que tenia agua… —¡¡Mis ojos, me arden!! –gritó Raúl. Me soltó. Se cubrió los ojos. Le apagué la luz y lo encerré. No sabia que hacer, estaba muy nerviosa y asustada. Quería gritar, pero eso no arreglaba las cosas. Creo que de los nervios empecé a llorar, entonces vi el teléfono y llamé a la policía. —Muy bien, señorita, me parece que es todo. Puede marcharse. —Oficial –dijo Jimena levantándose– ¿Puedo pedirle un último favor? —Claro. —Me gustaría verlo por ultima vez, pero sola. —Veré que puedo hacer. Más tarde llevaron a Jimena a un cuarto parecido al anterior, en el que estaba Raúl sentado. —No se preocupe señorita, está esposado. —Gracias. Jimena se sentó frente a él, el oficial se marchó y cerró la puerta. —¿Cómo estás? –preguntó Jimena. Raúl levantó la cara, tenía los ojos rojos por el químico pero, a pesar de todo, la miraba con ternura. —Perdón –dijo Jimena– Me asusté mucho. Raúl no respondió. —Solo quería decirte adiós –la joven hizo una pausa– Vas a pagar por todos tus crímenes, pero eso no es lo peor… ¿Sabes qué es? Que me quieres, lo veo en tus ojos y por eso vas a sufrir más. No te preocupes por tu hijo, él va a estar bien. Adiós –se levantó y se fue, dejando a Raúl completamente solo. FIN
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kalutavon
Alejandra Jessaid Vargas Santiago