Que muera el amor porque muero
Publicado en Apr 08, 2013
El viento una tarde de Mayo vino a susurrarle a Verónica el nombre del amor que ya creía olvidado, y esa misma tarde lo vio parado frente a su ventana con la intención de seguir pegado a su lado.
Corrió entonces a buscar su maleta, metió un puñado de cosas sin asunto y se echó a correr rauda escaleras abajo. No se puede decir de ella que no hizo el intento de deshacerse de él por todos los medios; cansada de sus persecuciones, tratando de zafarse de su infeliz destino que la forzaba a encontrarlo en cualquier rincón donde se escondiera. Abordó el primer tren sin un rumbo fijo, pero el amor la alcanzó en el andén, se coló por entre los pasajeros y se subió al mismo carro que ella disfrazado de una vieja carta olvidada entre los bolsillos de su abrigo. En cada estación murmuraba y se escondía en los ojos de la gente, gritando, aullando y sonriendo maliciosamente en el chirrido de los fierros de los rieles: "Eres mía, pobre e infeliz Verónica, donde quiera que vayas irás conmigo". Entonces ella comenzó a desesperarse. Por las noches la abandonó el sueño ante el temor de que entrase en el momento en que se había dormido; no comía ni bebía por el miedo a que el amor hubiese esparcido su veneno por todos lados. Abatida y cansada, aprovechó un leve descuido para tomar un avión y volar lejos. Allí se encerró por voluntad propia en una torre bien custodiada, colocando trabas en las puertas, chapas de bronce y dos guardias fornidos que cuando vieron al amor acercarse, lo tomaron prisionero, le pusieron una camisa de fuerza y lo trataron de hostigar, a más no poder, a punta de baños con aguas heladas, descargas de corriente y puñados de remedios hasta dejarlo aturdido y medio muerto, creyendo que con eso podrían callarlo. Una noche en que por fin Verónica pensó ya estar libre de él, sucumbió ante la tentación de una noche de luna clara, melancólica y enternecedora, y abrió un momento la ventana para contemplarla. En ese instante el amor rompió sus cadenas, trepó por las paredes y se abalanzó sobre ella con una furia desatada. Los guardias volvieron a atraparlo y luego de dos inviernos Verónica pudo sacarlo de ella para colocarlo entre rejas reforzadas con alambres puntiagudos, dentro de murallas reforzadas con cemento y lanzó la llave de la única puerta de entrada al mar para que más nunca pudiera escaparse. Pero como las olas también vienen de regreso, depositaron aquella llave a los pies del amor y este una vez más logró zafarse de su prisión y siguiendo las huellas de Verónica logró de nuevo encontrarle. La lucha entre ambos se ha vuelto a muerte, no importa lo que haya que hacer porque ahora el fin justifica los medios, solo hay espacio para uno de los dos en este mundo, pero el amor a veces se torna un ente maldito que cambia, muta y sobrevive; por eso no interesa la manera de cómo vencerlo sino alcanzar al fin la victoria. Trató de luchar tomándolo por los brazos, pero queriendo atraparlo por sorpresa en medio de la niebla, al extender su mano este se evaporó, y sin que ella se diera cuenta, la atrapó por sorpresa, la besó en la boca y su aliento sopló en sus pulmones igual que el aire para quedarse en su ser, de modo que poseída por este embustero, deambuló como una loca sintiendo arder sus venas y el golpe de los latidos en las sienes. Furiosa se propuso acabar con él de una vez y para siempre. Si una vez cayó ante sus encantos de mujer y pudo conquistarlo, lo haría de nuevo, pero cuando estuviera a sus pies, manso como un cordero, lo traicionaría sin titubear, para deshacerse de él cuando de una estocada certera lograra asesinarlo. Preparó un sin fin de sebos y señuelos con la intención de atraerlo. Le recitó poemas y le cantó con ternura, delicadamente, como caen las aguas mansas en tranquilas vertientes; con la voz suave como lo haría un ángel. Hizo para él un camino de pétalos de flores y roció un sublime perfume por todo el cuarto mientras guardaba bajo la almohada un filoso cuchillo que antes descansaba en uno de los cajones de la cocina. Descorchó un vino dulce y se sentó sobre la cama para esperarlo. El amor al oír su canto de sirena llegó volando, embriagado por el perfume que se desprendía de todos lados; alegre, gentil, hermoso y apacible. Confiando como un niño vino hasta Verónica y ella lo recibió ente sus brazos generosa, para dejarle reposar la cabeza sobre su pecho, como si toda la lucha, todos los rencores fuesen cosa del pasado, y él mirándola tiernamente con sus ojos azules, se fue durmiendo de a poco escuchando su canto, como si descansara rodeado de un coro de ángeles. Y al verlo dormido plácidamente, Verónica tomó el cuchillo bajo la almohada y sin compasión comenzó a apuñalarle. De pronto se detuvo y contempló su lánguida belleza inerte. Las pálidas mejillas contrastaban con el carmín de la sangre que salpicada sobre el blanco de las ropas que lo adornaban parecían una lluvia de pétalos desprendidos de las más púrpuras rosas. Tendido sobre la cama, sus rizados cabellos caían delicadamente sobre los ojos entreabiertos, tan azules como lo era el más bello de los mares, y una leve sonrisa se escapó de los labios del amor agónico. Por un momento Verónica sintió compasión, solo por un breve momento, pero luego recordó que si quería vivir libre y ser respetada no tenía otra alternativa que la de matarlo, y así apuntando la mirada a un costado, haciendo caso omiso a los quejidos sordos del moribundo, por última vez blandió el cuchillo para clavarlo sobre la víctima. Cuando al fin pudo soltarlo de sus ensangrentadas manos, miró a la víctima que ya no respiraba, quieto, inmóvil, ya no podía hacerle más daño. El amor al fin estaba muerto. Contemplándolo de súbito sintió en su pecho y en su vientre un dolor extraño, terrible e inexplicable. De pronto la sangre comenzó a brotar a borbotones desde su cuerpo, y en ese momento Verónica comprendió lo que había pasado. El amor no estaba fuera como imaginaba, vivía dentro suyo, en su corazón, y era parte de ella. A las siete de la tarde, hora local, los padres de Verónica recibieron una llamada para ser notificados de una noticia macabra. Al acabar con el amor terminó también con ella misma. Una hora antes, en la soledad oscura de un apartamento en Montevideo, su hija se había suicidado.
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Ariel Gil Morales
silvana press
Muy buen relato y muy triste pero linda historia. Un saludo
Mafka