PARADOJA
Publicado en Apr 08, 2013
Casimiro Solorio el hombre ciego que pedía limosna a la entrada de la iglesia del poblado llamado “Tres cañones”, tenía su propia historia de la vida que contar. Había nacido invidente, a las pocas semanas de haber sido parido fue abandonado a su suerte por sus padres en un polvoriento lugar y nunca más se ocuparon de él, ni siquiera cuando la fortuna les sonrió y lograron la prosperidad económica en un poblado a muchas leguas de ahí, en donde se establecieron como propietarios de un pequeño almacén al que nombraron “Los Hermanitos”. Siempre se mostraron como dos hermanos piadosos y dispuestos a ayudar al prójimo, nunca buscaron pareja, por lo que no se casaron, pues dijeron que había tanta maldad en el mundo que les era difícil aceptar algún extraño en sus vidas; a él y a ella les bastaba con la compañía fraternal de uno para el otro; entre ellos se prodigaban cuidados, calor, cariño y todo lo demás que un hombre y una mujer pudieran necesitar.
El niño fue encontrado por Cenobio Prieto, un hombre albino al que la demencia obligó a vivir como ermitaño en un escarpado pedregal al que convirtió en medio de sus alucinaciones en su reino y coto de caza. Aquel día “el güero loco”, como lo llamaban los habitantes del poblado, perseguía iracundo aquella iguana imaginaria que lo había burlado durante toda la mañana; la había visto esconderse bajo una piedra y al levantarla ya se había escapado, luego el animalejo se subía a un árbol y cuando el demente intentaba treparse en él para atraparla, el árbol cambiaba de lugar; bueno, el reptil a eso del mediodía se ocultó hasta debajo de la sombra del albino, lo que obligó a Cenobio a pisotear con tal furia su propia sombra que levantó una gran polvareda en un suelo cubierto de piedras; como resultado de esa acción, destrozó los huaraches y la planta de sus pies. El cazador cuando vio la sangre escurriendo de sus extremidades pensó que había aplastado a la iguana y empezó a reír con risa extraviada. Luego, extenuado por la persecución y con el ánimo decaído por haber perdido la presa, se tendió sobre las piedras y quedó dormido bajo la resolana. Cuando el demente despertó, las sombras de la noche cubrían el pedregal, de a poco empezó a caminar hacia su choza, a pesar de que por su demencia tenía el umbral de dolor muy amplio, era tal la desolladura de sus pies que el dolor le obligaba a moverse con dificultad. En eso estaba cuando escuchó aquel chillido que lo puso alerta, su mente afectada relacionó el ruido con el animal que persiguió inútilmente durante parte del día. Cenobio se llenó de ira, tomó una piedra de regular tamaño y con ella en mano buscó el lugar de donde procedía el chillido, que no era otra cosa que el llanto del niño invidente abandonado. Al encontrar al niño estuvo a punto de partirle la cabeza con el pedrusco que llevaba, pero al ver que no intentaba huir, se llenó de confianza y lo alzó por los pies y así lo llevó hasta la choza de Jacinta la curandera, quien se encargaba de guisarle las piezas, que por su tamaño, el Güero loco no se atrevía a comerlas crudas. Afortunadamente para la criatura, la mujer aún estaba despierta, preparaba algunos remedios para Amalita Tabares, con ellos aquella dama tal vez pudiera embarazarse, pues en cinco años de casada y después de haberlo intentado en todas las formas y a todas horas, el marido no la había podido preñar. La curandera, cuando recibió al niño, se dio cuenta de su discapacidad y sólo dijo entre dientes después de santiguarse: –¿Qué habrán hecho tus padres criatura, para que el buen Dios los castigara con un hijo como tú? – Al siguiente día Cenobio Prieto, el albino loco, almorzó, comió y cenó tlacuache en chile verde, mientras que no muy lejos de ahí, Jacinta la curandera iniciaba la crianza de un niño ciego que al paso de los años sería la causa de su muerte. Porque Jacinta desde el primer día volcó en el niño abandonado todo su afecto maternal tanto tiempo contenido; era un amor sobre protector que no aminoró con el paso de los años; el niño creció y se convirtió en adolescente en medio de los cuidados extremos de su madre adoptiva; aunque como todo discapacitado había desarrollado más de lo normal los otros sentidos, la mujer no dejaba de tratarlo como a un niño; cuando tenía seis años de edad y estaba bañándose solo, Casimiro sufrió la picadura de un alacrán, por lo que Jacinta a partir de ese día decidió bañarlo ella. Durante la adolescencia el aseo del cuerpo se convirtió para el muchacho ciego en un trago amargo, pues tenía que hacer verdaderos esfuerzos para contener la erección cuando Jacinta lo bañaba, especialmente cuando le enjabonaba aquella “cosa”. Bien pronto se dio cuenta que la mujer no se mortificaba ni se enojaba si se le ponía duro, por lo contrario, se entretenía más lavándoselo. Al poco tiempo ya no lo bañaban, ¡se bañaban juntos!, se enjabonaban uno al otro y Casimiro a pesar de su ceguera congénita descubrió que había en el cuerpo de su madre adoptiva lugares que con sus dedos la hacían gritar de placer. Dicen que a falta de la vista, el tacto y luego el gusto; la curandera enseñó al ciego a utilizar la lengua de la mejor manera posible para ella, ¡dándole placer!, para que luego en una noche de tormenta conocieran juntos por primera vez la verdadera y maravillosa experiencia del acto sexual. Casimiro Solorio juraría a quien se lo preguntara, que la única vez que vio algo, fueron aquellos destellos al momento de derramar su esperma por primera vez en la cavidad ardiente de Jacinta. Mientras que la mujer ya no diría ni juraría nunca nada, pues fue tanto el placer de aquel momento de lujuria, que su corazón de mujer madura no soportó tanta emoción que se colapsó y falleció –literalmente– en el acto. Las autoridades no estuvieron de ánimo para explicaciones de primicias, arrebatos sexuales ni de justificaciones de amantes invidentes. Casimiro fue condenado a doce años de prisión por la violación y asesinato de su madre adoptiva. Durante el tiempo que estuvo preso conoció el infierno de los reos discapacitados: humillaciones, vejaciones y agresiones. Ahora ya no lo bañaban, al contrario, ahora él tenía que bañar a Teófilo Carrasco, alias “El Macana”, y darle la espalda cuando el presidiario se lo pidiera. Cuando Casimiro Solorio salió de la cárcel, además de la ceguera, lo marcaba la amargura. Alguien le dijo que los ciegos que no tienen a nadie quien los ayude, sólo pueden sobrevivir pidiendo limosna y el mejor lugar para pedirla era en la puerta de una iglesia, porque las personas que entran dan limosna para ir preparando el asunto con Dios, y quienes salen, dan para asegurar que el Señor las escuchará o perdonará. Fue entonces el ciego a suplicarle al cura de la parroquia del pueblo, para que lo dejara "trabajar" en su iglesia. El curita se compadeció de él y a pesar del negro pasado de Casimiro, lo mandó con Jesusita la tullida, quien era la que organizaba la limosneada en el atrio del santo lugar. Por una módica comisión le asignaron una parcela y desde entonces se vio todos los días a Casimiro el ciego, pidiendo limosna para sobrevivir. En ese lugar conoció –por el trato y la plática– a Linda Azucena Ríos, una esquelética muchachita de eterna sonrisa a causa de su labio leporino. Como dicen: “Ojos que no ven, corazón que no siente”, bien pronto acordaron unir sus desgracias bajo un mismo techo, iniciando un amasiato que duró por algunos años, hasta aquel amanecer cuando Casimiro descubrió a tientas el cuerpo flácido de Linda Azucena; se había quedado quieta como un pajarillo herido de muerte, con los ojos bien abiertos sin mirar nada, como los de su hombre. El invidente, en medio del dolor por la pérdida de su amada, se aterrorizó al pensar que fueran a volverlo a encarcelar por asesinato; despavorido emprendió una loca huida y desorientado por la angustia encaminó sus pasos sin rumbo fijo; horas después el sol de mediodía lo encontró trastabillando, cayendo y levantándose de un suelo lleno de piedras; fue entonces cuando sintió un fuerte golpe que lo derribó de espalda, para su fortuna por ser ciego de nacimiento, no vio cuando un hombre viejo, güero hasta las cejas, con una mueca demente en el rostro, le arrojaba una pesada piedra sobre la cara al momento que gritaba: ¡Ahora si te chingué, maldita iguana!-
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silvana press
Opino lo mismo que Federico ¡pobre muchacho! , no comparto lo de Jacinta cuando dice que los padres deben haber hecho algo malo para tenerlo, cuando sería una gran prueba de bondad y compasión tenerlo y cuidarlo... No sé qué paso con los padres...es otra historia?
El cuento fue agradable, bien redactado y muy ocurrente y original. Me gustó mucho mas allá de que me dio pena el final.
Saludos amigo.
kalutavon
En cuanto al maltrato que da la vida al personaje, no es otra cosa que producto de mi estilo y forma de ver la vida, no todo es color de rosa en este valle del Señor, dejo a mis compañeros de página, a los cuales respeto todos y admiro algunos, por su forma de escribir, los temas color de rosa, candorosos, con finales felices, que también son válidos y dignos de leerse y comentarse.
Finalmente llevas razón cuando apuntas que la vida de Casimiro el ciego siempre estuvo en manos del albino loco, por eso lo titulé Paradoja, porque fue un absurdo de la vida el que la persona quien salva al ciego de morir cuando niño abandonado, resultara al final, quien le quitara la vida. ¿La iguana? Ahhh, el animalito sólo fue la vía que utilizó el destino para poner el punto final a la azarosa existencia de mi estimado Casimiro. Por cierto, no le fue tan mal, le concedí dos mujeres que al menos le permitieron conocer los placeres del sexo y de complemento… pues al “macana”
Amiga, reitero mi pesadumbre por no haber sido del todo claro al redactar mi texto, deseo de todo corazón que esta explicación te satisfaga y disculpes mi errata. Con el afecto de siempre.
silvana press
Espero que no te enojes por comentar así... sabes que soy incondicional con tus ocurrencias y aún espero a Efraín.
Cariños
kalutavon
Federico Santa Maria Carrera
Primeramente, me he deleitado con cierta terminología un poco zonal. Siempre me han gustado los cuentos lugareños.
En segundo término, la fluidez que le proporcionas a tu prosa me empuja con facilidad hacia el paso siguiente y de esa manera la lectura resulta cómoda y atrayente.
En tercer lugar, vamos a hablar de la historia propiamente tal. También hay varios aspectos que tocar. Uno de ellos será donde te calificaré de ser un imaginativo bastante cruel por haber convertido a tu personaje en una víctima tan desgraciada. Pero ¡en fin!, tu eres el que escribe; yo solo soy el lector. Otro aspecto corresponde a una pregunta: ¿De dónde brota tanta imaginación?
Y finalmente aludiré en mi juicio que tu trabajo ha significado para mi un resultado muy original que ha logrado dejarme bastante complacido.
Un gran saludo y un abrazo fraterno.
kalutavon