El encuentro
Publicado en Apr 09, 2013
Entró al bar, frente a la plaza de San Telmo, se acomodó en una mesa del fondo y pidió una cerveza. Pese a ser Sábado por la noche, el lugar estaba casi vacío. Le llamó la atención la chica de la mesa de enfrente que; tan sola como él, estaba escribiendo desde que llegó. No parecía que escribiese una carta, llevaba ya varias hojas de un bloc y a Luis le atrajo pensar que era una escritora, que igual que él, desataba su inspiración en donde la atraparan las musas, sin importar el resto de la gente.
Por otra parte, los otros clientes parecían no percatarse de su existencia; solo había una parejita muy ocupada en sus asuntos dos mesas a la derecha, y un grupo de amigas en la mesa contigua a la de Luis que cotorreaban sin cesar. Pensó varias veces en abordarla; dado que los dos estaban solos y no había mucha gente alrededor, no habría sido difícil. Era tentadora la posibilidad de hacer coincidir dos soledades en una compañía. La chica no era realmente hermosa, tampoco desagradable, pero era innegable que poseía un extraño atractivo. Tal vez fuera solamente su soledad, o la curiosidad que despertaba en Luis por saber lo que estaba escribiendo. Esto era ya clásico; no soportaba ver un texto sin sentir la necesidad de leerlo, tal vez por eso empezó a escribir; de tanto leer todas sus ideas se convirtieron en cuentos, todos sus sentimientos en poemas y sus historias se empeñaban en ser novelas; y de algún modo lo obligaban a él a escribirlos, a ponerlos en papel. Refrenó durante largo tiempo el deseo de abordarla, no por timidez o vergüenza, sino porque le parecía sacrílego interrumpir el proceso creativo en el que se veía tan concentrada. Luis descubrió que podía observarla descaradamente, ya que ella estaba tan absorta que no reparaba en nada ni en nadie. En ningún momento supuso que lo que la chica escribía pudiera ser un borrador de estudio, o un documento de trabajo; era evidente que estaba creando literatura, lo podía ver en el modo de morder la birome por atrás, de juguetear con mechones de su pelo negro por unos minutos, para luego largarse sobre el papel, una vez hallada la figura que buscaba y escribir dos o tres hojas sin descanso. A Luis tanta observación se le fue haciendo sentimiento, que a su vez se fue organizando en poema; como siempre (o como casi siempre, ya que en su vida no existía el siempre) llevaba encima una pequeña libretita de bolsillo y una birome, así que les echó mano y fue dejando caer sobre el papel lo que le iba naciendo dentro y poco a poco entre tachones y enmiendas fue surgiendo algo que tenía un destinatario único, obvio y predestinado. De tu mesa a mi mesa, la distancia de un metro de tu alma a la mía, el desconocimiento tu mano y mi mano movidas por la misma pasión y alimento dejan en el papel las líneas testigos de este momento de soledad-compañía de encuentro y de desencuentro Si mis labios te hablaran destrozaría tu cuento si tus ojos me miraran me romperían por dentro tal vez sea nuestro destino no compartir el aliento tal vez sople diferente para ti y para mí el viento pero valga este mensaje, tan solo como un intento de llegar hasta tu alma y ver lo que esconde dentro. Lo firmó simplemente como Luis, y sin esperar un minuto más, sin siquiera releerlo por última vez llamó al mozo y le pidió que le acercara ese papel a la señorita de la mesa de enfrente. El mozo lo dejó con un gesto casi imperceptible indicando la procedencia del mensaje; la señorita miró por primera vez hacia la mesa de Luis con un dejo de asombro en la expresión y el la saludó con una leve inclinación de cabeza. Ella se puso a leer de inmediato y terminó con una sonrisa de agrado que no supo o no quiso disimular. Llamó a su vez al mozo, pagó su cuenta y le entregó las hojas que había escrito en el bloc. Casi al mismo tiempo que el mozo le alcanzaba las hojas a Luis ella se levantó y se dirigió hacia la puerta mirándolo por última vez y despidiéndose con una sonrisa. Luis comenzó a leer el texto que tanto le intrigaba, pero se dio cuenta de que si no salía inmediatamente no vería nunca más a la joven que lo escribió y se dio cuenta de que la última sonrisa de la chica había sido una clara invitación a seguirla. Contuvo las ganas de seguir leyendo para más tarde; plegó los papeles, los guardó en el bolsillo y salió rápidamente tras la autora. A los cincuenta metros la alcanzó; ella no se mostró sorprendida, al contrario, parecía que lo estuviera esperando, se saludaron tímidamente, como dos chicos que están cometiendo una travesura, y continuaron caminando por la noche de San Telmo, conversando y disfrutando de su encuentro, tenían tantas cosas en común. Al llegar a la Av. San Juan Luis no vio el colectivo; iba hablando con ella y apenas tuvo tiempo de girar la cabeza cuando ya lo tenía encima, apenas logró hacer un movimiento rápido, heroico, para empujar a la chica hacia atrás pero no consiguió tocarla, su mano se desvaneció en un manotazo de humo, su cuerpo en un estruendo de huesos. Los pocos testigos que circulaban por ahí a esa hora coincidieron con el chofer en que Luis venía muy distraído, mirando hacia otro lado y uno que pasó cerca de él asegura que venía hablando solo. Los peritos policiales se sorprendieron al encontrar en su bolsillo unas hojas de bloc dobladas donde se relataban claramente las circunstancias de su muerte. Esta prueba no les dejó dudas sobre el carácter de suicidio premeditado que tomaba el caso y el chofer de colectivo salió libre de culpa y cargo. Sólo el hermano de Luis no estaba conforme con la investigación, si bien la letra del documento hallado en el bolsillo de su hermano correspondía con cierta similitud a la de Luis, no se explicaba de donde había sacado las hojas que eran muy diferentes de las de su libretita típica. Al poco tiempo, recorriendo la zona del accidente con una foto del ultimo tiempo dio con el mozo del bar que lo recordaba; pero solo pudo añadir que Luis salió rápidamente detrás de una dama muy extraña que vestía íntegramente de negro y que le había llamado la atención por su aspecto etéreo. No, nunca antes la había visto y preferiría no volver a verla, daba como un escalofrío en los huesos su sola presencia.
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