TRASCENDER
Publicado en Apr 13, 2013
Viendo las evocadoras y melancólicas imágenes de lo que queda de la milenaria Ur en la imprescindible exposición de Arte Mesopotámico de Caixa Forum, estuve meditando acerca del irrefrenable deseo del ser humano de trascender en la eternidad. Todos, desde reyes y emperadores hasta la persona más humilde, intentan desesperadamente hacerle trampas a esa malvada, vieja y fiel compañera que es la Muerte. Simplemente nuestro ego no puede digerir la idea de que algún día sencillamente no seremos. Dejaremos de existir. Unos, erigen impresionantes y vacuos monumentos para perpetuarse a través de los tiempos, generalmente con el sufrimiento, el sudor y el esfuerzo de sus semejantes. Millones se aferran a la religión con la vana esperanza de que esta existencia sea un mero tránsito hacia otro tipo de conciencia, rebosante de felicidad y ventura. El que no se consuela es porque no quiere. Pero en el fondo todo consiste en lo mismo: jugarle con cartas marcadas a La Parca que indefectiblemente nos esperará al final del camino. Y más allá de esa necesidad de trascender subyace poderosamente, como un instinto aun más primario, otra sensación: el miedo. El miedo a no ser. Porque si despojamos al ser humano del barniz cultural que le da ese plus de centímetros cúbicos de capacidad craneal todo se reduce a impulsos bastante básicos. Placer y dolor. Alegría y miedo. Pero lo cierto es que cuando muramos, cuando mueran nuestros descendientes y los descendientes de nuestros descendientes y ya nadie recuerde que una vez fuimos, todas nuestras risas y nuestras lágrimas, todos nuestros deseos, sueños y anhelos pesarán menos en la infinitud del universo que uno de esos leves granos de arena del desierto que el viento mece sobre la olvidada ciudad de Ur.
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