EL ENIGMA
Publicado en Feb 23, 2009
EL ENIGMA
(o el Dios de amor, en versión para creyentes) Juan sentía que la gente lo despreciaba. No era para menos: feo, morocho, delgado pero desgarbado. Y encima, zurdo! Sí, zurdo! Todo lo hacía al revés: tomaba el cuchillo y el tendor en forma payasezca. Con las manos invertidas parecía un tonto. Y obvio, lo era. Para todos, para todos los normales... Atendía al público en la Mesa de Entradas y cuando anotaba algo, ya arrancaba mal: todos veían que empezaba desde la izquierda a escribir, pero con el brazo retorcido. Forma rara y ridícula. Nadie le decía nada, sólo se reían para adentro: tan poco y tan mucho! El se daba cuenta tambien sólo para adentro. "Para no discriminar lo hacían, porque queda mal y encima ahora es un delito", pensaba Juan. Siempre pensaba. Siempre. Vivía solo, no tenía vecinos, no tenía familia, no tenía amigos. No nada. A veces pensaba: dicen que somos felices.- Que todo anda bien. Que vivimos en un país hermoso. Casi todos los políticos están sin manos! Porque robar no es broma en la Argentina! Todos esos pensamientos se enroscaban y giraban y giraban en su cabeza. Con otras ideas, muchas de ellas peores.- Atendía al público. Cortésmente, como corresponde... De pronto, una mañana apareció Raquel. Sin respeto por su pobre y mediocre privacidad: - Qué hermosa corbata! Juan miró para todos lados. No, estaba solo. Le hablaba a él? - Te sienta muy bien No lo trataba de Usted, le hablaba como si fueran dos amigos que se encuentran. Desconcertado, pensó: me confunde obviamente con otro. Porque no eran las palabras lo que lo sorprendía (pasaba tanta gente por ahí!), sino lo otro: esa mirada dulce, íntima, que lo penetraba de lado a lado y se le instalaba adentro, de pronto, con tanta naturalidad. La miró. Era imposible resistirse. Y tambien imposible aceptarlo. El no era nadie, no existía. Y ella era hermosa, soberbia pero suave, insinuante, sin distancias... En pocos segundos había quedado aterrado. Qué hacía uno con esa mujer, de verdad, adelante? Que sonreía, con la seguridad de los triunfadores? Que seguía sonriendo.. - Qué silencio ! No importa; te ví y eso me basta. Esa cara de bueno me cambió la mañana. Porque venía como triste, apagada, muy apagada... Juan sabía que todo eso no era para él. Pero no podía reaccionar: la presencía seguía, consciente de su tremendo poderío... Suave, pero ganadora de todas las batallas, dijo: - No contestás a una voz amiga? Amiga? No notó que él era Juan, el feo, el inexistente, el... nadie? Nada le faltaba para ser despreciable. - Perdón! Disculpe! Es como que me distraje... - Ah, qué suerte! Pensé que no sabías hablar... Puedo reirme? No de ti. O si... ¡de ti!! Y se rió con ganas. - Porque se nota que te complicás. Por nada, por supuesto. Jaja! - Sí, es cierto. Pero nunca hablo con el público... - Bueno, ahora sí! Se nota que eres bueno. Y te queda simpático ser zurdo...! Todo lo intuía. Y para peor, lo decía! Pero sería verdad? ¿No le molestaba ver a un zurdo haciendo todo al revés? Ya no había distancias. Y entonces, de pronto, Juan habló. Y le contó lo mal que sentía por ser zurdo. Y por feo. Que no sentía cómodo en ningún lugar. Que no tenía amigos, que... - Ahora sí tenés una amiga, ¿sí? - Pero vos hacés un trámite y te vas para siempre. No es lo mismo. - No, si no me voy. No ves que sigo acá? Se rió con complicidad. Y de nuevo con ganas! Cuando Juan se retiró del trabajo, la vió: Qué hacía allí? ¡lo estaba esperando? - Hola, tomamos un café? Por supuesto que sí. Vamos a aquel café? No quiso. Ni quiso aquel café, ni... pero igual fueron. Y Juan no se animaba a hablar pero habló. Y se enteró que había otro mundo. Otra intimidad. Otro todo! Hasta que ella le arrancó, sí, le arrancó, que quedaban en verse al día siguiente. Y se vieron de nuevo. Y al otro día. Y de pronto ella lo miró fijamente. Acercó su cuerpo y su rostro peligrosamente. Y lo besó. Juan no lo esperaba. O sí? Sí, lo esperaba. Pero como un milagro. Una cosa que nunca ocurre. ¿O lo intuyó, como los animales intuyen la tormenta ? Después de un abrazo interminable, ella sólo le dijo: - Tonto! A él le gusto eso.. Y mucho. Rotos todos sus esquemas, sin defensas, Juan sólo podía aceptar. No podía hacer otra cosa: ella era el mundo, era la vida y era todo. Siguieron saliendo. Y hablando. Y viviendo. Juan fue aceptado sin más: ni feo ni... nada. Sólo Juan. Y nunca podía decir que no. Raquel ya fue su mundo, su todo. De pronto una mañana la Esfinge lo intimó: debes elegir! Vertiginosamente se le cruzaron todos los mensajes oidos en su vida: las bellas huríes del Islam, el cielo y el infierno de los cristianos... Miró los verdes ojos de Raquel y eligió. Primero este cielo... y luego, más adelante, también el otro cielo, si Dios es el Dios del amor... Desde arriba el buen Dios, sonriente, asintió...
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