EL CURA SUICIDA
Publicado en Apr 21, 2013
EL CURA SUICIDA
Mientras María Isabel apagaba las candelas a los obreros del ferrocarril, el presbítero -Valentín Siria-, se encontraba en su garita sagrada oyendo las confesiones de la gente remordida. Un anciano, testificaba las pesadumbres de su conciencia, su tía añoraba matutinamente echar la acera de su casa, y él, que sabía de todo un poco, aprovechó en una madrugada para darle la sorpresa y pavimentó el frente de su morada. Pero, como la señora era de esas conservadoras, no lo dejaba meter jovencitas por las noches a su cuarto, entonces, derrumbó a mandarriazos lo que construyó como sorpresa. –Espíritus malignos… gritaba la vieja-. Luego, vino otro parroquiano, afirmando que un muchacho fastidioso pasaba todas las mañanas pegando un brinco para arrancar las hojas del árbol que tanto le costaba mantenerlo frondoso, todo ello por llevárselas a la boca y escupirlas con sorna. Pero, en medio de la ira, el vegete agarró un aparato rociador de insectos, lo llenó de orín y de mierda, impregnando el arbusto con tan repugnante fragancia. Cuando el zagal pasó con sus brincos, el carcamal lo miraba por la hendija de su puerta, al momento que la criatura vomitaba y le maldecía: -Le voy a romper la cabeza a ese maldito viejo-; -mi papá trabaja con el gobierno y le voy a decir-. El padre Valentín ante tal maldad sentenciaba tres padres nuestros y tres aves marías. Después, llegó una mujer confesando su episodio de infidelidad y abandono de sus hijos. Se llamaba Heidi y era muy hermosa. -Heidi:- Padre Valentín, el 14 de febrero le fui infiel a mi esposo con un ex, que hoy tiene mucho dinero-. -Valentín:- ¡Si tu marido no se enteró, deja que el rio de la vida fluya y el curso del arrepentimiento cure tu alma, hija mía!- Pero, no olvidéis que ya violaste el sacramento matrimonial. -Heidi:- Y, eso no es nada padrecito, me quiero ir con él a vivir en Canadá-. -Valentín:- ¿Y tu matrimonio qué? ¿Tus hijos? ¿Tu familia? -Heidi:- ¡Los maleteo y ya! -Valentín:-Pero, hija, el infierno se va a apagar con tus blasfemias-. -Heidi:-Padre, el peor pecado es no pecar-. La mujer que se dedica a salvar cosas termina muerta o resentida. Mire por un momento esos tan recalcados matrimonios que dicen ser el ejemplo: una vida insulsa, aburrida, incapaces de olvidar por un momento los trillados estamentos, que en la cola del mercado, al mirar a otro hombre, van y se masturban a escondidas. Porque el pájaro mientras se tiene en la jaula y se le da de comer, ya no hay necesidad de conquistarlo. -Valentín:- ¡Oh!... mujer desleal al consorcio de la vida, que tiene por misión la procreación mediante la vida sacramental. Pero el perdón es algo que tarde o temprano llega si de verdad sientes en tu corazón las ganas de no reincidir. Yo también recuerdo que Bruce Lee dijo antes de morir: -No me importa morir si no el tiempo que voy a estar muerto-. -Heidi:- Capuchino, usted también debería buscarse una mujer. Mírese allí, joven todavía, pero, metido en este antro de leprosos, escuchando a diario las pestes que jamás podrán salvar. Pero, hay en el alma algo que llaman conciencia, y vine aquí hoy porque hay momentos en la vida que no hay otro remedio ante la conciencia que la confesión. Valga el pleonasmo. El vicario, al parecer vio en la muchacha una mujer saltona, pero en realidad, se le vaticinaba un aire de arrepentimiento. Le hizo la cruz y le mandó las exequias del perdón. Vista como van las cosas actualmente, creo que los hombres ya no necesitamos salvarnos, sino, curarnos. Curarnos de las convicciones que son tan repugnantes en cada cultura. Dijo el presbítero. El cura Valentín, se fue esa tarde cabizbajo, a reposar en su casa parroquial. Aunque, esa mujer le había dejado algo consternado con dichas aseveraciones. Pensó que el diablo le estaba tentando, a través de esa mujerzuela llamada Heidi. La mañana siguiente fue el trajinar de la misma rutina; los pecadores, los chulos arrepentidos, las adúlteras, los homosexuales, los pícaros y toda esa calaña de almas descompuestas buscando redención en la casa de dios. “-Usted también debería buscarse una mujer”-, recordaba la sentencia de aquella felona llamada Heidi. El padre fue a comprar el diario, en primera plana estaba la novedad de un sacerdote colombiano, que abusaba sexualmente de menores de edad en el albergue de su cuidado. El vicario Valentín se sentía mal, extrañas sensaciones cognitivas lo hacían presa de la duda. Esa semana celebraban en Zardomeda, las fiestas de la Virgen del Socorro. El alcalde que había sido apabullado la noche anterior, ofreció para el pueblo tambores de aguardiente y el espectáculo en comparsas con mujeres desnudas. Era una lluvia de cámaras fotográficas y blackberry filmando a las putas venidas del Brasil. En eso, pasó un borrachito cuya notoriedad era su gran timbre vocal altisonante, apodado “El cacique”, y gritaba: El comandante lo que tiene es gonorrea…gono…rrea. Todo el que votó por -Chávez- es un mamaguevo. Y, unos afectos al régimen le respondían: -Cállate viejo vago, tú nunca has sabido qué es trabajar, parásito, escuálido. Y el cacique les replicaba que eran unos ladrones, hijos de putas, perdí mi empleo por la maldita lista del difunto, malditos drogadictos, choros, mamaguevos. Unas doñitas que venían saliendo de la iglesia, se ruborizaban con los improperios de la turba. Misteriosamente, el cacique, meses posteriores apareció degollado a orillas de una carretera. A esa misma hora vespertina, cuando queda el silencio del buen provecho, se formó una balacera cerca de la iglesia. Las personas asustadas y a empujones se metían en el sacerdocio, y también a la casa parroquial. Una bala dio en el abdomen de un comerciante, la patrulla no llegaba, era un total alboroto con los metrallazos, y, el padre Valentín, a ojos alucinados, miraba aquel bullicio trepando las escaleras del santuario para ocultarse en el campanario. –Padre Valentín, búsquese otro oficio que vender los cielos ya no es salvación-. Gritó un jodedor en medio de la trifulca. Cuando terminaron las detonaciones, vino una mujer de la gobernación, solicitando con respectiva misiva legalizada por el estado, el permiso de albergar a doscientos damnificados de las lluvias en la gruta parroquial. Y como la casa de dios no estaba bien con el gobierno, el cura Valentín se opuso. Una mañana lluviosa, estaban dos señoras inclinadas rezando. Salió Valentín con su atuendo sacerdotal, desde el piso alto colgaba un mecate, la gente comenzó a preguntarse qué podría hacer el padre con eso. Imitando a Nerval, esperó que llegara toda la gente a la misa de gracias, y en tono de zumba gritó: -“voy a demostrarles que dios no existe”-. Quedó colgado en la iglesia cuya sangre borboritaba de su lengua difunta. www.ellaberitodezardomeda.blogspot.com
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