LA FUGA
Publicado en Apr 21, 2013
En medio de la nocturnidad y esa larga carretera que parecía tragarme con su infinita trompa, pude ver de súbito un enorme tronco que de alguna parte me lo lanzaron. (Pensé en los sayas de la montaña). El auto voló por los aires como pirueta al vacío, grande fue el estampido cuando calló, pero pude maniobrar y lo enderecé en menos de quinientos metros. Aturdido con los golpes, bajé encabritado y con angustia empecé a llamar a mis contactos; aunque se me ocurrió quedar de espaldas y en cuanto traté de voltearme, sentí el gran culatazo de una escopeta. Al percatarme, eran cuatro hombres con armas largas: rifles de asalto y escopetas a doble boca. -Me jodí, fue lo que pensé-. -¡Quieto ahí pajarito! Me dijo uno con acento belicoso. Eran leones y fieras hambrientas de sangre y dinero. Me montaron a trompicones en mi vehículo, internándonos selva adentro por una vieja carretera de granza, donde ciertas historietas, aseguran alancearon al Taita Boves. Recordaba a mi mujer, que con reiteración me recomendaba el no viajar a altas horas de la noche puesto que ese trayecto de Anaco al Tigre es nuestro gran triángulo de las bermudas. ¡Este viejito tiene cara de majunche! Me gritó de pronto quien parecía estaba al frente de la operación. Revisaban mis papeles y al encontrarse con la foto de Daniela (23 años), gritaban como lobos: ¡Haaaaaayyy pajaritooo, carne fresca pa` los zamuros! Era la hija de un vecino. Yo guardé absoluto silencio pero le eché una mirada iracunda. ¡Qué, te vas arrechá… viejo al coño! Vociferó un enano del equipo quien al momento se quitó el pasamontañas, para afirmarme que él en sus trabajos, se follaba a las hijas, luego a la madre y a la semana siguiente publicaba la escena carnal por youporn.com. -¡Por qué no mejor eliminamos al viejo mamaguevo éste! ¡Quiero mis doscientos millones contantes y sonantes hoy! Dijo el jefe y me asestó un culatazo que me rompió la nuca. Quedé aturdido, pero en medio de la borrosidad pude oír que uno de sus compinches lo regañó: -Chamo que te pasa-; necesitamos vivo al ricachón este. ¿Quién va a pagar por muertos? -Destriparlo y zumbarlo en una bolsa es si no nos pagan “el mío”-. Yo les respondí que no tenía esa suma de dinero, pero que a la mañana siguiente se las podía conseguir. (Dije así para darle tiempo al tiempo). Más te vale pendejo. Murmuró uno. Llegamos a un lejano establo donde me sacaron a puntapié. ¡Bájate becerro! Me arengó uno. Enseguida empezaron a preguntarme por mis cuentas Bancarias, por el estatus de mis ancestros, de mis hijos y amigos. De pronto, el líder de la pandilla vino con una muchacha trigueña, de brazos torneados como para abrazar la dicha de un solo apretón. Pero la moza solo las lágrimas le acompañaban su blonda cabellera en el tapar sus puntiagudos senos. Echaron unos plomazos al aire, yo miré al fondo de un maizal, algo difuso y profundo como el de Van Gogh. Bebían como alambiques ron cacique. Mis esperanzas descansaban en la esperanza. Pero recordé que en mi trabajo, un muchacho dijo que dios es bi- polar. Por instantes, pensé en correr hacia el profuso maizal, pero sabía que era riesgoso. Y, como si la intuición hamponil leyera los pensamientos, me dijeron que si intentaba escabullirme por el pasto, las fieras o los caimanes del pantano me tragarían como una rata. En medio de la borrachera pusieron a la chica desnudita en frente mío, uno de ellos con una varita, jugaba con su virtud carnosa; diciéndome que yo debía follármela ahí mismo. Les dije que si eran los hijos de Calígula. Y se molestaron al pensar que Calígula, era alguien del gobierno. ¿Quién es ese? ¿Me vas a echá paja con la ley? ¡Viejo maricón! ¡Vas a decí que no ta buena la carajita esta guevón! ¡Vamos, cógetela ya! Mira que tienes cara de jembrero viejo mamaguevo. Me gruñía el jefe de la pandilla que al parecer era el más guapo. Yo, sudoroso, y con un odio escondido les dije que me dieran la escopeta porque prefería volarme los sesos antes de incurrir en tal abominación. ¡Coooooñooo, y tiene bolas el maldito viejo este! Inquirió uno que parecía ser el más reservado. Hasta que al fin me confirmaron que esa tipita era hija de un ricachón de la provincia, y llevaban dos días propinándole verga a la coño. Se reían al unísono, citando que como yo tenía bolas, me las iban a cortar. (Recordé a Argenis Rodríguez: -las bolas son el gran símbolo del venezolano-). En la madrugada, trajeron un pequeño cajón, de donde al destaparlo, me espantó el crujido de filosas cuchillas, que decían ellos, amansaban a pichirres y mala paga. En el acto más atroz, telefonearon a los padres de la chica, para confirmarles que como no habían pagado los quinientos milloncitos, le iban a cortar una teta a su chama. Parecía como si la tromba nocturna, trajera por momentos el graznido bestial del mismísimo taita Boves tuteando los corazones infernales de aquellos lucífugos. Pensaba que la realidad es una triste y larga desesperanza, la suma de todas las mentiras que tomamos por realidad según nuestros arquetipos. Dentro de este torpe relato, aunque parezca mentira, la vanidad y la modestia tal vez estén en pleno apogeo. Cómo pensar que un simple taxista, logre conseguir en menos de tres horas una cantidad considerable de dinero, solo por el pago de su vida. Toda esa fluidez, presumimos, van a los círculos armónicos del chantaje y el pillaje, y de difamadores horizontales quienes tienen por igual al imbécil que se repite. La gentuza de maletines, parece que a escondrijos pactan bajo la mesa con verdugos y torturadores. A eso de las dos de la madrugada, uno de los hampones, me puso su botella de aguardiente en el pecho para que tomara el último trago de mi vida. Que me sintiera orgulloso porque, por lo menos tenía un taxi bonito y una linda nenita para ellos. Al instante, sonaron gritos horribles de la muchacha, quien el enano de la pandilla, traía el seno calenturiento entre sus manos cayendo goterones ensangrentados de su boca, porque lo lamía y se lo pasaba con sorna bestial por el cierre de su pantalón. El pavor cundía en mi alma con tan abominable escena, la que solo me hacía repensar en los míos. ¡Ya tengo el teléfono y la ubicación de la tal Daniela, viejo mamaguevo. Me vociferó uno que se tambaleaba de la pea. Los jíbaros se quedaron dormidos y las gritas de la chica, acallados por la maldad incineraban mi corazón. A gatas traté de huir por el maizal, pero me detuve cuando un metal sólido y frío descansó entre mis sienes. -¡Pa dónde vas tú…piaso e viejo! Manifestó uno cargando su fusil. Le respondí que iba a orinar y me acompañó. En el camino le persuadí que me despojara de los amarres en mis piernas. Me arengaba dándome culatazos por las piernas, manifestando que estaba “drogao”, que necesitaba los cobres pa` un negocio blanco y transparente como el color de mi hija la de la foto. (Se reía) Al segundo intento logré zafarme cuando divisé que roncaban como panteras en brazos de morfeo. El maizal era no menos de tres metros de altura, bramaban las hojas de la paja y el cují al rozar mis brazos con incisivo crujir me cortaban por todas partes. En los cielos no veía los pájaros lúgubres de Van Gogh, pero la enorme cara lunar irradiaba el sendero entre la arboleda donde tropecé varias veces con mutilados senos. Era un albergue donde traficaban con muchachas jóvenes rumbo a la prostitución. Por momentos me agazapaba en lo profundo de la selva, amortiguado en ganchos de palos secos, mientras el bramido de la tempestad despeinaba los matorrales iluminados por el astro selenita. Yo, volteaba y los pillos endemoniados atrás se habían quedado. El viejo llamado Isidoro Buendía, llegó empapado de rocío como aterrado de crujidos. No es para menos el de irse a poner la denuncia en la jefatura comunal. Él no tenía hija alguna llamada Daniela, pero sí su vecino, un temible y misterioso abogado. Su hija pronto apareció, y se dice que las esposas de los “Sayas”; son ahora amas de llave en la casa del jurista. Isidoro tuvo que dejar de vivir en la comunidad terminando los días presagiando senos ensangrentados en los barrotes de un pestífero manicomio.
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