EL CMPLICE
Publicado en Apr 21, 2013
Mientras iba en el bus, sentí que me rozó la nalga de una linda muchacha. Lancé un largo suspiro con fervor, y la nena me miró de reojo sin la menor importancia. Esta mañana las televisoras amanecieron con la noticia estelar con un matrimonio de príncipes sajones, donde las cámaras habían pillado bien agachadita, en un balcón, a la esposa y, especulaban sexualmente al respecto. Mi propósito era de entregar la carta de renuncia ante recursos humanos, cuando una empleada me amenazó irónicamente de sicariato porque reseñé a una empleada que robaba insumos en la fábrica. Al principio no hice caso a la amenaza, pero días después fui asaltado en la puerta de mi casa.
Era mi trabajo de supervisar bajo la ley, los procedimientos y operaciones administrativas en el recinto fabril, aunque luego me enteré que estaba acusando un complot de larga data. ¡Ese es el problema cuando nos ponemos a creer en el sistema romano de defensa! Expuse mis motivos de marcharme de la compañía irrevocablemente, solo que me espetó un vaho sensual al momento que una bella mujer me miraba con picardía. ¡Ya saben ustedes, es esa sensación pesada cuando alguien observa a otro fijamente, y, entonces, como un zarpazo los ojos se cruzan. Era una hembra de proporciones algo exuberantes, y como si algo había olvidado, se aproximó a la mesa para entregarle un papel en blanco a mi entrevistadora. ¡Excusas modernas! (Pensé). De pronto se irrumpieron los canales televisivos por un discurso oficial que vociferaba no sé qué cosa respecto al imperio: “Esos Yanquis de mierda no volverán”. Y ¿Qué provocativo que el que lanzó su decidida sentencia portaba una franela con la estampa nike. Días posteriores, me encontraba taciturno en mi alcoba. Estudiaba la biografía de un prócer, que venció a los realistas con la astucia de unos campesinos, sin requerimientos de aviones cargados de marihuana para adquirir dinero y sufragar en medio de las balas. Sonó mi celular y alguien al otro lado decía: ¡Hola! Por supuesto, luego de todo el trajinar en preguntas me enteré quien era. Estaba preocupada por haberme divisado inquieto en una mesita mientras consignaba unos papeles. Jamás pensaría que aquella hembra que se nos acercó a la mesa en procuras de dejar una cuartilla, era la misma quien horas siguientes me invitaría a salir. Recuerdo que la esperé deseoso en la entrada del centro comercial que lindaba con mi vecindario. Un poco de diversión me salía con cierto merecimiento, ya que donde me alojaba de residente, me encontraba amargado oyendo cuentos de familias puristas, que predican en la mañana el catecismo de San Pedro, y en la noche, el señor de la casa, lanza una resaca insultante porque supone, le robaron los preservativos que él bien cuidaba para distraerse los fines de semanas con sus putas (como él mismo lo gritaba). Vautro se vistió engalanado. De vez en cuando la sombra le hablaba a sus adentros gritándoles un sin fin de advertencias. Escuché una corneta que pitaba, y allí estaba la mujer esperándome; radiante para una noche inolvidable. Dijo que me veía bien, y me dio una sonrisa que opacaba por un instante las desavenencias de mi mundo funcional. Dimos unas vueltas por la ciudad a copas en mano, y sin darme cuenta se dirigía por la vía que linda con el puerto. Supuse un sin fin de fantasías en mi mente porque Vautro pensaba que tendría a Liliana esa misma noche. (Debe ser que venía habituado de otras regiones agrestes, donde se cambian a las chicas por una paleta de cerdo, luego la devuelven con una triste y meditabunda criatura). Comimos “sushi” algo que no me agradaba aunque terminé por cenar. Vautro trataba de seducir a la hembra hablándole de sus futuras publicaciones literarias. Asunto que ni cinco de bolas a Liliana que hablaba de sus viajes al norte y su auto último modelo. De repente me lanzó una pregunta imprevisible; el de si alguna vez había matado a un individuo. Sus ojos chispearon una flama distinta a la que se poseía días anteriores. Lo menos que podría imaginar que esa linda chica me preguntara. Al instante nos tomamos una foto con su Black berry, ella con cierto interés la enviaba con premura. Vautro se incomodó por el asunto, y ella dijo que todo sentimiento al principio es benéfico y luego abominable. Su rostro sabía seducir con cierta sonrisa llamativa. Parece sincera con sus gestos. La saqué a bailar y pude dar con su tonada granadina. Deliberadamente se sentaron unos hombres trajeados de negros en la mesa de enfrente. Liliana me persuadía en seguir con la gambeta, yo recordaba a “Argenis Rodríguez”: las muchachas que hagan su trabajo bien porque para eso se les paga. Si las pones sentimentales, después no quieren hacer ni esto ni lo otro. Le pregunté si era una de esas chicas nocturnas que prestaban servicios sexuales a ejecutivos de la ciudad. Pensé que podía molestarse, aunque atinó a reírse con holgura. (Por que ahora aunque sean, no se les puede llamar putas o indecentes, entonces te caen las extrañas leyes mujeriles). Confesó que solo deseaba una aventura, pero nada de sexo. Además que andaba en esos días sangrientos. En eso, se acercó un hombre presuroso a la mesa con maletín en mano y nos dijo que si podríamos cuidarlo mientras él encontraba una mesa. Yo me opuse francamente, pero Liliana no le importó: tuvimos hablando por más de media hora y aquel individuo nunca vino por su maletín. Fui al baño mientras Liliana encendía el automóvil. Ensordecedor fue el fragor que sonó afuera, salí corriendo a la calle, y me percaté que el vehículo de Liliana estaba completamente envuelto en llamas. Su cuerpo calcinado quedó abrazado al volante. Recordé cuando me afirmó que tenía dos chiquillas adorables. Llegaron los bomberos y toda la ley, pero por miedo decidí marcharme del lugar y llevarme el maletín. Como si el cielo quiso colaborar, empezó a lloviznar. Yo, espantado, me perdía en la penumbra de unas veredas por el viejo río ner de Zardomeda, desembocando en el Puerto. Se preguntaba vautro que si daban con su paradero podían vincularlo con el posible homicidio. Me metí en una de esas posadas cercanas al Puerto para pasar la noche. Cuando abrí el maletín, encontré un armamento, pasaportes sin fotografías, una paca de dólares y un manuscrito de alguna de las ramas del ocultismo, o quizá de una secta secreta. (La portada del mismo dibujaba una extraña pirámide). En ese momento me convertía en prófugo de la hoy mísera justicia. Fui presa de insomnio toda la noche, como si el pájaro del sueño le aterraran mis pupilas, parecido al verso de un árabe. También hallé una nota que decía: Cuando abras el portafolio es porque ya eres el cómplice de la difunta. Me sumergí en un océano de presagios reflexivos: -¿Cómo no pudo importarle que un extraño dejara su maletín en nuestra mesa? -¿Y aquella mañana que se acercó a la mesa donde me entrevistaban, solo por dejar unas hojas en blanco? -¿Por qué esperó que yo fuera al baño para encender su auto? -¿Y esas fotos de las niñas qué? -¿pasaportes? -¿Un manuscrito de ocultismo? ¡Era de imaginarse! Todo estaba planeado por alguna secta hermética, que trabajaba muy bien su cometido. Ella me sedujo al máximo como si fuese una hembra venida más allá del bien y del mal, guiándome sagazmente, hacia el puerto, donde sentada a la orilla del muelle las niñas de la foto me esperaban. Autoría: José A. Morales/ Vautrin/ mail:epicuro1981@gmail.com
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silvana press
Muy lindo, saludos
Jos Antonio
silvana press