LA BSQUEDA
Publicado en Apr 26, 2013
LA BÚSQUEDA Años después del gran cataclismo nuclear aún quedaban en la mente de los sobrevivientes las dantescas escenas que habían vivido, recordaban con pánico las altísimas temperaturas que tuvieron que soportar y en su memoria, ahora afectada por la radiación, volvían las imágenes aterradoras de la destrucción total causada por la onda expansiva de la gran detonación. Los mares, ríos y lagos habían dejado de producir las especies que el hombre conoció, los desiertos se petrificaron y lo que alguna vez fueron fértiles valles se convirtieron en zonas desérticas; en los bosques, selvas y cañadas dejó de escucharse el precioso canto de las aves. En los casquetes polares se aceleró el proceso de deshielo inexorable y gradual provocando un gélido escurrimiento hacia la zona ecuatorial del planeta, tal pareciera que este escurrimiento era el callado llanto de la madre naturaleza por ser víctima de las atrocidades del género humano. Fue entonces el caos el hábitat natural del hombre, este caos que fue precedido del desorden social, correspondía ahora, a lo que había quedado de la maltrecha humanidad, buscar nuevamente la armonía y el orden del mundo que les quedaba, por ello, en un terco y atávico sentimiento gregario los hombres y mujeres que sobrevivieron, se reunieron para buscar solución a los problemas que ahora enfrentaban como género. Decidieron primero darle certeza y seguridad a la convivencia humana, para ello establecieron reglas imperativas de conducta que garantizaran, al menos, la integridad física y el derecho a disfrutar de sus escasas pertenencias, luego, propusieron y eligieron mediante votación a sus nuevos representantes y líderes. Terminada esta parte de la organización social, aquellos seres desvalidos volvieron su mirada al aspecto espiritual, al que le dieron gran importancia, fue entonces que se hizo presente el encono, la ambición, el fanatismo, la ignorancia y la podredumbre moral. De entre los reunidos se alzaron y escucharon veces de diferentes tendencias e intereses, lo mismo opinó el fanático apocalíptico que propuso la adoración al dios del exterminio total, en virtud de que se estaban cumpliendo las antiquísimas profecías que anunciaban el destino final de la humanidad. También se dejó oír el taimado y perverso profesional de la mentira y del engaño, quien a pesar de toda la estulticia que le era congénita, había logrado hacer su modus vivendi a expensas de la ignorancia de los demás, quienes buscaban a este oscuro personaje ávidos de conocer el futuro, este sedicente quiromántico los seducía leyéndoles en la palma de la mano un futuro que falazmente inventaba. Este nefasto personaje propuso instaurar una religión en donde las deidades fueran el acaso, el azar o el destino, y que desde luego, el intermediario entre esas deidades y los hombres fuera un iluminado como creía serlo él mismo. Afortunadamente esta idea no prosperó porque se impuso la razón y el más elemental sentido común. También opinó el hedonista, quien propuso un dios universal del placer sensual, para que éste, en su omnipotencia, paliara a través de la exacerbación de las pasiones malsanas, el gran dolor y agobio que ahora sufría la humanidad, una exclamación de desaprobación y desprecio fue la respuesta a tan grotesca idea, tal pareciera que al fin los hombres habían aprendido la lección, pues ahora sabían muy bien que los placeres, como pasiones que son, lastiman el alma del hombre bueno. Luego se expresaron los fatalistas, quienes añoraban el retorno del dios humanizado, aquella deidad a la que le atribuían sentimientos humanos como la ira, el rencor, el amor, el deseo de venganza y la bondad. Esos seres que con su fe y culto hicieran tanto daño a su género, pues por milenios depusieron toda iniciativa propia en aras de la interpretación veleidosa que hacían de su dios los representantes de su iglesia. Aquellos hombres y mujeres que ante la situación tan dramática que ahora vivían, sólo alcanzaban a expresar: “Así lo quiso dios”, y ante la incertidumbre y la necesidad de encontrar soluciones, sólo decían: “Si dios quiere” o “Dios dirá”. No faltaron desde luego los ateos, quienes fundamentados en la negación de la existencia de dios, propusieron que los hombres sólo creyeran en la realidad de su propia existencia, estos miserables de mente extraviada, no atinaron a realizar el más elemental ejercicio de raciocinio y por ello no comprendieron que jamás se puede negar algo que no existe, porque aquello que no existe, ni se acepta, ni se niega, simplemente “No es”, y desde que se esgrime un descabellado argumento, falaz sofisma para demostrar que dios no existe, en ese instante estamos confirmando que Él tiene existencia, al menos en el plano abstracto de las ideas. De entre todos los que opinaron hubo un personaje que propuso sin ambigüedades ni hipocresías y sustentado en argumentos que parecieron veraces y revestidos de gran lógica, que la humanidad aceptara y por ende se religara al único dios que según él existía. Es decir, el ser superior, la causa de todas las causas, aquél, al que el género humano adivina por la intuición, le comprende por el pensamiento inteligente y conscientemente le levanta un santuario en su alma; desde luego no propuso vicarios o representantes, ni culto alguno, porque según él, dios se manifiesta a los hombres directamente a través de la creación toda. Exigió, eso sí, que los hombres al religarse nuevamente con el creador lo hicieran mediante un acto manifiesto de inteligencia y libre albedrío, que jamás fueran hacerlo como acto de fe ciega, buscando un premio extraterrenal o para eludir un castigo celestial, pues estas prácticas por centurias encadenaron a la humanidad al más degradante oscurantismo. Propuso finalmente que no buscaran a dios en las oraciones, las profecías, los martirios, ni en los actos de contrición, ni mucho menos en el mensaje desgarrador de los agoreros. Que no buscaran al creador con arrepentimiento, porque sólo el que ha obrado mal o ha sido injusto debe tener sentimientos de culpabilidad. Porque la culpa es el más grande lastre en la conciencia del hombre. Que no buscaran a dios en esa forma, porque esos son los caminos de los sentidos y el creador, la causa única y verdadera sólo es sensible a nuestra inteligencia, ¡Constrúyanle un santuario!, les dijo, en lo más profundo de su espiritualidad y ahí habrán de reconocer que Él es la causa primera, y de Él vienen todas las causas secundarias, incluidos el universo y el hombre mismo. Porque la última victoria que el hombre puede alcanzar sobre la muerte y la vida misma, ¡es la de creer en dios y triunfar por el gusto de la vida!, concluyó diciendo.
Página 1 / 1
|
ROMANI
felicidades!!!
Aete
saludos
kalutavon
Decidiendo en libre albedrio, apartándose de la manada domesticada, pero sobre todo sin agreciones bélicas o territoriales en aras de una fe oprobiosa. Una utopía pues Añete, qué le vamos a hacer,