Pulseras en la Calle del Hombre de Palo.
Publicado en Apr 29, 2013
Paseaba, cámara en ristre capturando impresiones, por las callejuelas cercanas a la catedral cuando de pronto la oí. Sonaba extraña y extemporánea aquella preciosa melodía africana en mitad de las calles de la medieval Toledo. La voz era bonita y afinada. Agradable. Su rostro estaba medio oculto por la capucha y apenas si se podía divisar una blanca sonrisa. Tejía sus pulseritas concentrada en lo que estaba haciendo mientas seguía con su canto. Imperturbable ante la riada de personas que pasaban por delante, gente para la que en su inmensa mayoría ella era invisible. No parecía triste. Más bien alegre. Yo no tenía ni idea de que es lo que estaba cantando, pero me gustaba y mucho. Me paré a escucharla e imaginé, con los ojos cerrados, que aquella preciosa melodía se la había enseñado su madre, y a su madre, la madre de su madre y así sucesivamente generación tras generación. Ecos de cabañas de adobe, barro y mijo en el África subsahariana. Eché unas monedas en su vasito de papel y le dije: "Eres bella". Ella me sonrió abiertamente y me dijo: "gracias" y eso fue todo. Yo seguí calle arriba con mi cámara y ella se quedó allí. Tejiendo sus humildes pulseritas concentrada, en la toledana calle del Hombre de Palo, como una nueva y urbana Penélope de ébano. La vida nunca más nos volverá a unir, pero por un momento su música empapó de una alegría algo nostálgica lo más profundo de mi espíritu. Y mientras llegaba a Zocodover me gustó imaginarla sentada alrededor de una hoguera, cantando alegre al lado de los suyos, bajo un increíble cielo Africano. Quiera el Dios misericordioso que eso sea así.
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