En los baldíos, acampan los espectros:
Vienen de los albañales y de las barriadas.
Vienen de los intesticios de los sueños
arrastrando sus carreteras por las azoteas y campos.
El día les es una pausa para el aburrimiento
y vuelven doce horas a sus catacumbas.
A dormir el sueño lánguido de los faraónes.
De noche, renuevan sus quehaceres
arrastrando cadenas y crujidos.
Los martiriza el canto del gorrión:
Quisieran lapidarlo en una cornisa.
Tiemblan a la presencia de los ángeles
que, de vez en vez, bajan a besar a las niñas.
Tan sólo congenian con el proxeneta y sus maldades.
Viven a la sombra de los hechos, en infinita espera.
Son tan solo centinelas del espanto:
Horadaciones perniciosas del inframundo helénico.
Son zumos obstinados en la noche
que quieren mantener las vigilias y el vilo.
De noche, despotrican en los alambres
y desgañitan las tejas más podridas.
Penetran los sueños más desamparados
y algunos niños llegan a sentirlos.
Dicen que tienen cara y ojos de escarabajo.
Son sólo abstracciones de la pena.
Asustan a las gacelas azafránes.
Bajan en estampidas desde las lomas.
Algunos los oímos como ecos lejanos
y los interpretamos como correrías del viento.
Otros los creen espías desgastados
y ponen amuletos y gárgolas en los dinteles.
Son reducciones, tramas, pequeños parpadeos
que la lógica común empuja a los ocasos. Ahora
sólo arremeten contra los locos y los ebrios,
que han espigado sus cavilaciones y desmembrado su memoria.