Un día en la vida del carnicero
Publicado en May 07, 2013
Era un día como cualquier otro, Germán estaba deshuesando una pierna de cerdo. Hábilmente cortaba a lo largo y ancho del trozo de carne hasta lograr desprender el hueso. Tallaba animosamente este residuo óseo, a fin de que no quedara ningún minúsculo pedazo de carne adherido a el, mientras tarareaba una canción pegajosa que en ese momento sonaba en la radio…”tu-vi-mos un sire-ni-to ♫”. Tan entretenido estaba en su afán, que no se dio cuenta que entró alguien a la carnicería.
-Buenas tardes don Germán, me pone dos kilos de chuleta ahumada, medio kilo de bistec y medio kilo de pechugas de pollo aplanadas- -Buenas Doña Jose, me espantó! Ahorita mismo le despacho su pedido- Germán comenzó a envolver los alimentos. Las pechugas de pollo, la chuleta ahumada, solo faltaba el bistec, pues se había terminado el que había en la vitrina, de modo que tendría que filetear un trozo de los que estaban en el congelador. -Se me terminó el bistec doña Jose, pero enseguida le fileteo el medio kilo.- -Está bien don Germán, y cuénteme, ¿Cómo le ha ido?- -Huy doña, pues fíjese que la venta está muy baja, pero pues ya ve usted, no queda de otra que echarle ganas-. -Eso sí- dijo doña Jose –No hay de otra- Doña Jose comenzó a platicarle a Germán todos los chismes de la colonia, pues era bastante sabido que ella era quien diseminaba todos los rumores que se escuchaban en la zona. Así, mientras le fluían los chismes, adicionados con el debido comentario crítico de doña Jose, Germán seguía fileteando la carne. Estaba tan acostumbrado a cortar la carne congelada, que incluso presumía de poder hacerlo con los ojos cerrados. Cortaba un bistec, luego otro y comentaba risueño con doña Jose acerca del chisme en cuestión. -Fíjese Germancito, que la Toña parece que le anda haciendo de chivo los tamales a Jacinto. Figúrese que vieron al susodicho saliendo de su casa a altas horas de la noche. Ya ve usted que el pobre de Jacinto se la pasa trabajando toda la noche.- -No me diga! A poco si? Lo que hay que ver en esta vida, ¿verdad doña Jose? -Si, caray. Está como mi comadre Chayito, que ya no aguanta a su marido. Ya hasta se quiere divorciar, ¿Usted cree?- Don Germán seguía cortando al tiempo que veía a doña Jose. Justo cuando estaba cortando el último bistec, sintió que el cuchillo se atoró en algo, como si se hubiera atascado con un hueso. Cuando volteó a ver la carne, soltó un grito que asustó incluso a doña Jose. Efectivamente, el cuchillo se había atorado con un hueso… el de su dedo pulgar. Al estar la carne congelada, sus dedos perdieron sensibilidad y no sintió dolor hasta que vio su dedo sangrante. Por fortuna no se desprendió todo el dedo, aunque era un corte bastante profundo. Se alcanzaban a distinguir las capas de piel, grasa y nervios colgando alrededor del hueso expuesto. Seguía sin tener demasiado dolor, pero la herida era muy aparatosa y el, a pesar de estar acostumbrado a ver sangre todos los días, al ver la suya fluir en abundancia, se asustó enormemente. Al ver la palidez de don Germán, doña Jose no aguantó la curiosidad y fue a asomarse detrás de la vitrina donde estaba parado don Germán. La mesa de metal tenia encima la carne a medio cortar, el cuchillo y un charquito de sangre sobre ella y otro en el piso. Don Germán estaba pálido y con la vista fija en su dedo mutilado. Rápidamente doña Jose tomó uno de los trapos con los que se limpiaba las manos el carnicero y le envolvió el dedo a don Germán. Como no había quien cuidara la carnicería, cerraron como pudieron el local y fueron en busca de un médico. Fiel a su costumbre, doña Jose iba informando de la situación del dedo de Germán a quien se le atravesaba en el camino. El dedo comenzaba a dolerle a don Germán, pues ya había pasado el frío y el dolor se hacía cada vez más insoportable. Como don Germán no podía manejar y doña Jose no sabía hacerlo, tuvieron que caminar por la colonia para ver si alguien podía llevarlos al hospital. Pasados 25 minutos después del suceso, ya iban en camino a urgencias. Gracias al cielo, como decía y no se cansaba de repetir doña Jose, se toparon con Javier, el mecánico de la colonia, quién vivía a unas cuadras de la carnicería y al ver la mano de don Germán envuelta en un trapo lleno de sangre se alarmó y se ofreció a llevarlos al nosocomio. Llegó al fin la comitiva al hospital y para la mala suerte de don Germán, la sala de urgencias estaba llena de gente. Desde un hombre con resfriado, un anciano en silla de ruedas, hasta un niño vomitando. Sin embargo, pasados quince minutos, una mujer de la recepción le indicó que pasara al consultorio 1. En este, le revisaron la herida y el médico en turno le comunicó a don Germán que debido al tiempo que tardaron en llegar sería difícil volver a unir todas las partes del dedo debido a la inflamación. Que lo intentarían, pero que lo más probable era que no lograran salvar su dedo y que de hacerlo, este no tendría la misma movilidad. Trasladaron a don Germán a un quirófano para intentar reacomodarle el dedo. Afortunadamente se lograron salvar la piel, los músculos y los nervios principales. El cirujano unió capa por capa del dedo y pasado el tiempo, aunque no recuperó por completo la movilidad del dedo, solamente le quedó una cicatriz en el pulgar izquierdo. Desde ese día, don Germán ya no dirige la vista a otro lado que no sea la carne que está cortando y platica con doña Jose únicamente cuando termina de despachar su pedido.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (1)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|