¡Ay amiga! Si es que así puedo llamarte, los días pasan y tú silencio no consigue otra cosa más que atormentarme, no sé si esa indiferencia tan tuya es producto de tú ira hacia mi persona, o es una funesta casualidad tanto de emisor como de receptor. No lo sé, y no necesito palabras para recordarte lo que creo, lo que siento y lo que veo en ti. No necesito recordarte lo inteligente y suficientemente capaz que eres para resolver tus propios problemas, no necesito recordarte lo venenoso de tú exquisita desnudez ni las horas que consagré en mi mente para asimilar a la perfección tú rostro, la curva de tú sonrisa o la calidad de tú mirada atenta a la mía. No necesito hacer incapié en la amplia gama de virtudes que puedo enumerar ni los mil y un motivos que tengo para decírte que eres la mejor en todo lo que te guste. Agradezco y replico tú cariño en igual o mayor medida, agradezco mucho la confianza que depositaste en mi, las horas que uno invirtió en el otro y las sonrisas como regalos, los abrazos como anhelos y los besos como minimalistas postres. Guardaré en recipiente emocional tus miedos, tus secretos, tus placeres y tus emociones expresadas en caricias, mi memoria tendrá una eterna capacidad para tú silueta a la media noche y mi oido puede sintetizar tus decibeles tan pequeños, tus notas musicales a manera de susurros que terminaban en besos. De entre los dos tú siempre fuíste la cabeza, la sabia, la mayoría de los veces fuíste la conclusión de mis conjeturas, el motivo de mis sospechas y mi eterna curiosidad. “¿Qué estará haciendo?”, “¿Qué estará pensando?”, “¿Estará feliz?”, “¿Lo estaré haciendo bien?”. Tú que fuíste siempre mi fortaleza y mi debilidad, la musa de mis canciones cantadas a la luna y la razón del porque interpretar acordes con semejante fervor. La inspiración inhata para un par de poemas y la causante de mis alegrías, mi faro en la oscuridad y mi guía cuando no tenía a quien más acudir e inclusive perdido tú fuíste mi salvación en más de una vez. No necesitaste alas para darme a entender que tú explotarías lo mejor de mi, que me darías fuerzas, que me harías alcanzar lo que consideré imposible, que me harías prestar una mayor atención en aquello que ignoraba todos los días. No necesitaste un vestido de seda ni una con mango de oro para saber que tú canto por inercia sería la mejor melodía que mis oidos tendrían el gusto de presenciar. ¡Ay amiga! Por una última vez, dime ¿Por qué nunca contemplé tú partida? ¿Por qué nunca sospeché el que ya no estés casi dormida descansando sobre mi nombro? Sean cuales sean tus motivos para desaperecer sin más, sin dejarme un rastro, sin replicar mis cartas y haciendo caso omiso de mi carencia hacia ti, seguro tendrás la razón como siempre la has tenido y seguro es lo mejor para los dos. No te hablo pidiendo que regreses a mis besos sino que me dirijo hacia ti deseándote lo mejor y buscando tengas una felicidad mayor a la que alguna vez sentiste conmigo, deseando que ames con más intensidad de la que, por accidente lograste amarme escondida como la mejor de mis amigas. Ésta vez te hablo recordándote que Dios te multiplicará eternamente lo que me desees y no hay cabida en mi corazón para guardarte rencor, a ti nunca. Pero cualquiera que logre hacerte pasar un rato amargo tendrá que vérselas conmigo. Nos veremos hasta que la vida crea justo que nos veamos y nos podremos contar el porque de ésta creciente distancia, hasta luego mi querida, hasta luego mi amada, nos vemos, mi gran amiga...