Se agolpó dentro del bosque, hambriento de abrigo jadeaba en la húmeda maleza.Trastabilló entre sus pasos y torpe ingresó en aquella habitación preparada casi conscientemente para él, en medio del bosque, aguardando su llegada. Cayó sobre si con el cadáver en brazos, bufando, nervioso. Miró frente suyo y lo dejó a un lado.¿Qué impulso inicuo podría haber llenado esa noche su corazón de la más negra e intolerante cólera? Sucio, enfermo se encontraba tirado frente a lo que parecía su final, encerrado ahora en una prisión de arboles. La mujer que jadeaba en sus brazos no luchó más, se había vuelto un hilo en el aire, una tela de araña atropellada por el paso explorador del hombre. Buscó encontrarse entre la nada, hallar razón alguna pero cada pensamiento o intento mental le devolvía siempre una gota fría en la espalda. Siempre se vería postrado en el mismo lugar. Dejó el cadáver muy despacio. Temeroso y delicado miró al frente y callado volvió la mirada. Miró a un lado y en silencio al otro, una y otra vez. ¿Qué podría ver en medio de la nada? ¿Qué es lo que buscaba en medio de la nada? El silencio galopó frente suyo, observado por el lago agachó la cabeza esbozando las primeras palabras. -Yo te amaba.- Suspiró al aire.- Yo realmente te amaba. Indefenso me veo postrado cual lacayo traidor esta noche, no merezco esto. El filo cortante del silencio, las carcajadas amortajarme entre sus dientes. ¿Cuán miserable pude volverme por amor? ¿Cuán miserable me he vuelto por amor? Una víctima del coraje, una bestia sedienta de sangre y cólera, de lengua venenosa y manos hirientes. Gélido el corazón me galopa a gritos y yo, no soy así.-Hizo una pausa y, luego de una mueca, continuó arrojando su réplica al aire.-Me siento dichoso. Odio sentirme así. Tú y yo sabemos que la dicha se apagará segundos después en un mar de tristeza. No quisiera extender más esta inútil situación pero hay tanto que nunca te dije. Hay tanto que nunca tuve yo el valor de confesarte, solo veo este como el único momento que alguna vez tendré, un momento desgraciado y teñido de malaria el que me ha sido impuesto, volverá este sádico tris cada una de mis palabras en asquerosa ponzoña, amarga, punzante. Hoy, estos árboles cierran el camino tras de mí, esta será mi celda y como matrona viéndonos nacer, ahora, nos tomará en sus manos para enterrarnos juntos eternamente, cada noche. Por el infinito tiempo frente nosotros, moriremos igual el uno y el otro, silenciosamente. Es mi castigo y es el castigo que yo te impongo a ti, por el ayer, por el mañana.