Sé que tienes ojos de enfermo, sé que tienes manos de enfermo, sé que estas enfermo. Siempre decía lo mismo, convenciéndome a mi misma que pronto pasaría todo esto. Es fácil, decía una y otra vez, es fácil y debes hacerlo, me concentré. Me puse el disfraz de siempre, camine como siempre, con ojos de enfermo, con manos de enfermo, estando enfermo. Salí justo a tiempo, me pasaba de estación. Lo mire detenidamente, así como quien mira una fotografía. Ojos claros, cabello oscuro, manos delgadas pero firmes. Me miró también, supongo que le llamó la atención tanto blanco en mi cara, o quizás la forma de no moverme. Dejo caer suavemente la moneda, oí el ruido, y él rápidamente salió del lugar, tan rápido que no alcancé a mostrarle la reverencia que aprendí tan bien en mis cinco años de teatro. Unas guías manchadas sobre mi escritorio, tranquilamente, muestran mi desvelo: esto se hace así, no seas tonta, vamos, recuérdalo, tú puedes, el sujeto es esto no esto otro, ay, que se hace tarde, la realidad no es lo que creías, la fábula tampoco, tu cerebro menos.... Cinco décimas para gramática, diez minutos esperando micro, dos grados bajo cero, un trabajo para pedagogía, un cuatro en literatura. ¡Lo pasé! Sabia que estaba mal, sabia que no podía seguir así, sabía que en cualquier momento esto se acabaría. Miré mis manos, miré mis pies, “siempre podré correr” pensé. Miré las caras, una abuelita, una pareja de la mano, un oficinista... “ella viene despistada” estiré la mano, alcancé la gargantilla. “Siempre debes correr” pensé mientras me alejaba. Que crueles han sido. ¡Que crueles por Dios! Dije tragando un par de improperios que definitivamente era lo que quería decir. No pude creer lo que ocurría ante mis ojos, no podía dar crédito a algo tan irreal, a una imagen case onírica en donde solo estaba sobrando yo. Ni en mis peores pesadillas. Sin hacer ni una pizca de caso, ni escuchando los gritos que ellos dejaron detrás de mí, salí. Fui a caminar, y recorrí sitios en los que en mi vida había visto; muy pronto llegué a la playa, extrañaba mi casa, mi cama, mi familia, hasta quería un abrazo de mi abuela... Me sentía tan sola, tan abandonada, tan engañada, tan miserable... Y si bien es cierto que yo no tuve la culpa de lo que pasó, tampoco podía echarme flores por haber sido tan ciega, por estar tan ensimismada y confiada de que todo andaría bien. Pensé en como me había pasado la vida justificando lo injustificable, poniendo nombres bonitos a aquello que no lo tenía, a todo aquello que el mundo a mi alrededor amenazaba con destruirme algún día. Y lo hicieron. Estaba completamente destruida, completamente hecha añicos, nada ni nadie pudo hacerme tanto daño como en ese entonces, ni aun pasados los años volví a sentir ese dolor. Nunca. Nunca más. Como el ave aquella, decía mi letanía, día tras día, para no ser parte de los dolores de mis dolores... Seguí caminando sin darme cuenta de lo que estaba dejando tras de mí... ya no pensaba volver, solo volvería por mis cosas, claro. Cuando entré había un gran silencio. Nada podía decir que horas atrás ese lugar había sido víctima de una imagen tan traidora. Pero era mejor así, no tendría que despedirme de nadie y menos seguir discutiendo. “Es algo evidente”, pensé, “no quieren estar aquí cuando venga a buscar mis cosas, no planean verme la cara, quizás algo de pena o remordimiento les ha dado”. Subí las escaleras y tranquilamente busqué mis cosas; pasé por el baño, por la cocina, por los dormitorios, tomé mi ropa y la guardé, tomé todo lo mío, mi bufanda, mis guantes, mi pijama, mi música, mis toallas. De esta forma, me aseguraba que nada se me olvidaba, pues no quería verles la cara ni siquiera por algo muy valioso, de echo les daba las gracias por no estar en este momento. Finalmente, terminé de sacar todo lo mío, el bolso pesaba una enormidad, pero me lo podía; jamás pensé que iba a devolverme sola, pero esta era ya mi situación, no había marcha atrás. Cerré tranquilamente la puerta y di gracias por tener la fortaleza de estar en pie, así que hice parar el primer auto que vi. “Al Terminal por favor”. Miré hacia atrás y los vi. Venían llegando, y claramente se dieron cuenta que era yo quien se había subido al auto. Pensé que podrían haber entrado a la casa, buscarme a mí para asegurarse que no estaba, los imaginé buscando mis cosas, sorprendidos por lo que estaban viendo, aun pienso que no me creyeron capaz de irme, seguramente pensaron que me quedaría a escuchar la explicación del caso, que íbamos a conversar de lo ocurrido, y todos lo etcéteras que pueda imaginar. Por fin estaba en el bus. Sabia que el viaje de regreso estaría plagado de recuerdos y de imágenes tormentosas, pero ya habría tiempo, tarde o temprano dejaría de doler tanto, tarde o temprano la pena tenía que pasar, eso era seguro. “¿Se siente bien señorita’” , me pregunto el auxiliar; sin darme cuenta había empezado a llorar amargamente, había empezado a sufrir recordando cosas, y sin pensarlo llevaba llorando largo rato, tanto y con tanta pena que el auxiliar del bus se alarmó. “Estoy bien, gracias”, hizo un gesto con la mano diciendo que si necesitaba algo lo llamara, que para eso estaba él. Seguí mirando por la ventana, me mantuve en mi ensueño de culpabilidad, entendiendo que en el fondo ellos no tenían la culpa que yo fuera tan ciega y menos tenían la culpa de sentir como sentían. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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