Cosas que pasan, pasan qué cosas. Una tarde, donde la lluvia predominaba en el clima y el frío te carcomía los huesos, estaba yo. A pesar de eso y mucho más, no sentía absolutamente nada. Todas las tardes, sin importar el clima, salgo al pórtico de mi casa y me siento en los muebles de madera que se gritan sus tablas podridas de lo envejecidas que están. Me gusta escuchar a pequeñas aves cantar, afortunados de la ignorancia del mundo; sin embargo, esa tarde no había ni un solo pájaro y pude deducir que fue debido a la lluvia. Entonces ahí apareció él. Con sus debidas cicatrices de brazos suicidas, su cuello era adornado con una marca como si se tratara de una soga ahorcándolo, su labio partido y un ojo morado e hinchado. Sangraba por los brazos como de costumbre, algunas ya habían cerrado, pero no por completo, cualquier rasguño, así fuera el más mínimo se abrirían y todo ese dolor líquido volvería abandonar ese cuerpo que a duras penas podía mantenerse de pie. No lo miré fijamente, ese aspecto suyo me resultaba muy decepcionante. Se escuchaba sólo mi respiración pausada y él sus innumerables suspiros, ese aire que ruega por salir del pecho y llevarse un gemido de dolor. Una música ambienta el lugar, era una melodía clásica, mi favorita: variaciones de cuerda de Niccolo Paganini “el violinista del Diablo”, recordé que había dejado la radio encendida en casa. Giro mi rostro y me lo encuentro sonriendo mostrando esa blanca dentadura, era lo único que tenía a salvo “por ahora”. Acerca su mano para tomar la mía, yo no cambiaba mi expresión de la cara, estaba totalmente seria, fría y distante; al menos él conocía el porqué de mi actitud desinteresada. Ahora fui yo la que suspiro, largo y pesado. Lo miré los ojos y le pregunté: —¿No estás cansado? —¿De qué cosa? —como si no supiera. Esa sonrisa en su rostro ya me estaba comenzando a fastidiar. ¿Cómo preguntar sobre eso? ¿Era lo suficientemente idiota como para hacer el mismo papel? Gruñí un poco. —Ser herido. Ser masacrado, ser humillado, ser…ser simplemente tú. —La paso bien. —¿Eres idiota? —Muchos me preguntan eso, supongo que sí. No tiene nada malo ser como yo —sonrío un poco más. Volteé mi rostro y lo escuché lanzar una pequeña carcajada, pensé que se burlaba, pero él no es así. El interior de ese muchacho sólo cabía buenos sentimientos, como si el propio Dios lo hubiera creado—no quiero que te preocupes por mí. —No lo hago. Simplemente, me cansa que sucedan las mismas cosas. Eres muy difícil de asesinar, nadie lo logra, al menos no al instante. Pero, mueres. —Es parte de la naturaleza, ni yo puedo oponerme a eso aunque quisiera. ¿Cómo te sientes? —¿Por qué no me lo dices tú? —una sonrisa irónica apareció en mi rostro como burlándome de él. A diferencia, yo sí sabía mentir y tratar mal a las personas. —Sonreír así no cambiará las cosas —ignoré ese comentario. Recosté toda la espalda del asiento de madera mirando las gotas caer, había comenzado a llover y ninguno de los dos tenía ganas de levantarse; él por dolor y yo por flojera. Un silencio incómodo reinó sólo por unos instantes entre ambos. Mis manos mojadas junto con todo mi cuerpo, miraba las gotas caer de las palmeras que se encontraban a un lado del juego de sillas de maderas ya viejas donde estábamos sentados. Por el rabillo del ojo pude ver que andaba mirando el cielo con la mirada perdida en ese ambiente gris y que daban ganas de morir con sólo sentir el frío y el olor de lluvia, parecía un clima perfecto para una muerte dramática. Miré una sonrisa y su mirada oculta con sus cabellos mojados por la lluvia. Se acariciaba sus brazos con delicadeza y vi como su rostro hacía un gesto de dolor e incomodidad. Suspiré levantándome y capté su atención, bajé mi cabeza acariciándome el pecho como si estuviera herida, él me imitó al levantarse acercándose a mí para colocarme su mano entre mis pechos y sentía claramente los latidos sin fuerza y deprimidos de mi corazón. Lo empujé apartándolo de mí, salí a la mitad de la calle en un intento de que la lluvia me tranquilizara, como era de esperarse me siguió colocándose detrás de mí como si esperara a que me volteara hacia él, pero no quería. Ya basta, yo no era fuerte para estás cosas, simplemente me derrotan en la primera batalla. Me abracé a mí misma, subí mi cabeza para posar mi mirada en las gotas que caían del cielo y que no tenían ninguna intención de parar la tormenta. Sentí sus dedos fríos buscando mi mano cuando roza mi brazo, sin voltearme rechacé aquel intento de tocarme. — No me toques —dije sin más. Algo dentro de mío se andaba muriendo, pero a la vez sentía que algo nuevo nacía en mí—sólo aléjate y vete a morir. — ¿Crees que esto es fácil para mí? Sufro lo mismo que las personas. Sufro la discriminación, que te juzguen sin saber. Sí, de acuerdo, doy muchos problemas a la sociedad. A todos, nadie se salva, pero no tengo la culpa que ahora la sociedad sea una mierda —por primera vez su voz sonaba decidida y si no fuera por el ruido del aguacero que caía se podía notar que gritaba un poco. — ¡ESO NO TIENE NADA QUE VER CONMIGO! —grité con un tono de desesperación para que se fuera de mi vida y no volverlo a dejar entrar con el rabo entre las piernas como animal. Lloré, pero agradecía a que llovía así podía ocultarlas. — No sabes lo difícil que es para mí existir. Piensas como todos los demás, yo no elijo ser así. Simplemente es mi naturaleza. — Tu naturaleza da asco. —respondí seca y fría. Ni tuve la amabilidad de encararlo a la cara. — …Oye… — … — …Me estoy muriendo. Eso fue lo suficiente para dejar de abrazarme a mí misma dejándolos caer como si fuera un peso muerto, me mordí mi labio inferior y aún no paraba de derramar lágrimas que se suicidaban al caer desde mi barbilla, al menos se confundían con las gotas de lluvia. Giro lentamente para mirarlo, tenía el cabello mojado, la ropa muy pegada torneando todo el cuerpo al igual que yo. Yo tenía una camisa blanca que se ajustaba a mi cuerpo pegándose como una goma de mascar haciendo ver mi brasier negro, mi cabello chorreaba agua al igual que el de él. Tenía una cara entre confusa y de sorpresa. Más de confusión que de sorpresa, con sólo verlo cualquiera pensaría que moriría al día siguiente. —Mientes…—susurré lo suficientemente alto para que me escuchara. Escuché su suspiro—no puedes morir, tú eres como un maldito cáncer. Jamás desapareces, nadie te mata. —Estoy enfermo de muerte y ¿sabes qué es lo más irónico? —me preguntaba con la mirada fija a los ojos mirando mi alma. Aquella alma que en mí también moría como él. Negué con la cabeza como respuesta, me sonrío tiernamente y con sus dedos acomodó un mechón castaño de mi cabello detrás de mi oreja—tengo por primera vez…ganas de morir. Mis ojos se abrieron de la sorpresa de aquella confesión. ¿Morir? Eso no estaba en su vocabulario, nunca me había dicho algo similar a pesar de que se ha encontrado en peores situaciones que esta. Su sonrisa no se desvaneció en su rostro, aún estaba ahí, observando cada movimiento que hacía. Me relamía los labios, porque a pesar de la lluvia andaban secos por falta de agua y besos. Se muere, su agonía va en paso de anciano. La peor muerte que puede le puede pasar a alguien. No me quedaba mucho tiempo ya, pero la noción del tiempo la perdí por unos segundos cuando me cuenta sus ganas suicidas. Respiré hondo y lo miré a los ojos. —…Morir. ¿Por qué eres tan cruel? A pesar de que debes ser bueno con todas las formas de vida de la Tierra, ¿por qué te empeñas en destruir cada cosa que tocas? Metiéndote en mi sangre contaminándome de todo lo que eres, arañando más mi pobre alma que apenas puede vivir —cerré los ojos por unos momentos y los volví abrir acercándome a él que se mantenía en el mismo lugar mojándose en la lluvia—Arjona, tenía razón. —No claro que no, yo no soy cruel. La gente me ve así porque no acepta la derrota, no acepta que yo también soy como los demás, tú sabes bien que nada es para siempre. —Excepto el amor… —Eso es sólo una fantasía, yo me quiero morir. —¡Por favor, no te mueras! —miré su cara de sorpresa que abrió los ojos como dos platos. Parecía un búho. Ese grito provino desde lo más adentro de mi alma, aquella parte que se mantenía oculta, aquella…parte de mí que no salía a la luz—ingrato. —Entiéndeme, por favor…—me abrazó de golpe sin importar sus heridas. A pesar de que ambos estábamos ya congelándonos por el frío, ese abrazo era tan cálido como una chimenea o tomar chocolate caliente, era tibio, era algo…tan difícil de explicar, pero sé que la fogata más caliente podría darme esa calidez y tranquilidad como ese abrazo. Había olvidado lo que era ser abrazo y abrazar al mismo tiempo. —Si todo era tan hermoso…dime, ¿qué nos pasó? Hoy ya ni nos miramos a los ojos, ni compartimos la misma cera al caminar. Nos odiamos…pero yo aun así lo amo, pero me ignora totalmente que hace que poco a poco también esa costumbre se va desvaneciendo. Pero, no me gustas…—paré de hablar porque mi voz se volvió quebrada. No era buena. No soy fuerte. Volví a morderme el labio inferior con fuerza para no llorar y lanzarme al suelo retorciéndome del dolor de mi alma—me siento como si tuviera las costillas rotas. Nadie me ve sufrir, pero me duele cada vez que respiro. Me provocas tanto…tanto dolor… —Oye…—iba hablar, pero con mi mano oprimo su boca para que no hablara. Estaba en sus brazos mirándolo y pudo notar mis lágrimas. —Eres traicionero, sólo vienes a joderme la existencia. Yo sobrevivía sin él y él era feliz sin mí…—hablé fuerte y firme—ahora ya no puedo vivir sin ver su maldito rostro, no puedo ya vivir sin escuchar su voz, es como si hubiera perdido ya el control de lo era antes. Se calló, sabía que él era el culpable de todo el sufrimiento que había guardado durante tres años. Se separó de mí, ya era hora de irse ya que la lluvia pararía entre poco y las personas ya saldrían y nadie debía verlo. Se acomodó su chaqueta tapándose la cabeza con la capucha negra amarrándosela. Yo acaricié mi brazo sin quitarle la vista de encima. Al dar la media vuelta y caminar alejándose de mí. Mi corazón poco a poco se volvía chiquito y sentía esa presión en el pecho, me apreté mi camisa mojada como intentando parar una hemorragia invisible de mi corazón. —¿Por qué me elevas por un rato y me dejas caer sin enseñarme aterrizar al menos? A pesar de que eres una belleza para muchos, te nutres de cosas feas como las desilusiones, nunca me dejas decir lo que quiero decir realmente —hablé con voz fuerte lo suficiente para que me escuchara, pero seguía caminando alejándose de mí. Al ver que me ignoraba, corrí detrás de él hablándole salpicando los charcos de agua— ¡Respóndeme, algo! ¿Eres tú el que te mueres…o soy la que te estoy matando?... Detuvo su caminata, tenía las manos metidas dentro del bolsillo de la chaqueta. Volteo su rostro con su mirada oculta en la capucha de la chaqueta ya que se la había bajado lo suficiente como para no mirar sus ojos. —Eres tú la que me matas. Esa respuesta tan fría de su parte hizo que se hiciera un nudo en mi garganta y me la tomo como si me ahorcara, pero me asusto al verme reflejada en el vidrio de un auto… …Tenía el rostro al igual que él, morados, marcas suicidas en los brazos, labio partido sangrando y aquella marca de una soga como si me hubieran ahorcado y jalado. Una parte de mí moría ya que él vivía dentro de mí. Y así fue como tuve una tarde hablando con el amor.