• GERMAN ALEXANDER MOLINA SOLER
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  • País: Colombia
 
REFLEXIONES PEDAGÓGICAS:                                               ¿SI USTED CAMBIA, YO CAMBIO?                                                                               Germán Alexánder Molina Soler    "Con las ensoñaciones de cosmos, el soñador conoce la ensoñación sin responsabilidad, la ensoñación que no exige pruebas. Por último, imaginar un cosmos es el destino más natural de la ensoñación".                                                                                      GASTON BACHELARD.  A Carlos Arturo Cruz: Un maestro con mucho carisma...  He sabido que la Educación está cambiando, que estos cambios son fuertes además de lentos; pero que son necesarios para darle sentido real a nuestro oficio.  En lo más profundo de mi ser, yo he querido cambiar; siento que estoy agobiado de rutina; Sin embargo...  He visto a mi Institución languidecer en su  infraestructura; transcurrir  sin trascendencia; pasar por el tiempo y el espacio sin tener definido ningún destino. Nos fuimos dejando arrastrar por la inoperancia, la  lentitud, en la espera inconforme por la ayuda gubernamental. Caímos, desaceleradamente, en la  teoría del  "dejar hacer".  Recuerdo, con nostalgia, los colores vivos de las paredes que compaginaban con el espíritu alegre de mis compañeros y, más alegre aún, de mis estudiantes. Es irónico, en ese tiempo las paredes existían como parte viva del establecimiento; y aunque estaban ahí, fraccionando el espacio, nos incrustábamos en éllas, rompiendo sus reglas fronterizas. Nuestras clases se ampliaban tanto que la calle misma era nuestro salón.  No sé si mi concepto sobre la Administración del colegio sea errado; pero, sí estoy seguro de que nuestro potencial humano, como educadores, y el de los estudiantes como centro del proceso educativo, no fue aprovechado; es más, pienso que ni siquiera fue ubicado o dimensionado. Nos sumergimos en una labor rutinaria que nos protegiera de los memorandos y los descuentos de salario. El pensamiento administrativo, vertical y radical, hacía ver en nuestras propuestas pedagógicas un inexistente rechazo al trabajo y la necesidad de ser dirigidos o controlados para no malgastar el tiempo escolar.   Nuestra responsabilidad, nuestros retos y desafíos, nuestra inventiva y creatividad fueron siendo relegados por órdenes programáticas sin sentido y sin la visión clara del compromiso institucional para  satisfacer las expectativas de estudiantes deseosos por progresar, o de padres de familia inquietos por el futuro de sus hijos.  Las relaciones entre el establecimiento educativo y el entorno se demarcaron en un ámbito administrativo impulsado por el deseo de colmar los salones de individuos, no personas; y por crecer las arcas de la tesorería. Los procesos pedagógicos se hicieron a un lado y dieron paso a "hechos administrativos" fundamentados en la disciplina de los grupos; de tal manera que la calidad de nuestro trabajo empezó a medirse por el silencio y la actitud estática de los estudiantes.  Aquellos debates abiertos, realizados con ahínco y mucho respeto en la sala de profesores, sobre el sentido básico de nuestra profesión, sobre cómo influenciar en la conducta de nuestros estudiantes, sobre cómo conducir el aprendizaje sin caer en la enseñanza y sobre cómo hacer significativa la experiencia en el aula, fueron decayendo, poco a poco, hasta convertirse en comentarios insulsos e intrascendentes, en los espacios del tinto y el "recreo". Mis compañeros fueron cediendo sus ímpetus. Empecé a notar en ellos una actitud displicente hacia las actividades de la Institución.  Aquel afán por llegar al trabajo se convirtió en un desaforado anhelo por "huir" del establecimiento. Los toques de campana marcaban el paso desacelerado, intrascendente, e inconforme hacia ningún destino. No nos dimos cuenta en qué momento los padres de familia renunciaron la suerte de sus hijos; desertaron del proceso educativo y delegaron su empeño a  los medios de comunicación, a los amigos de sus hijos y a la misma calle. Confinaron sus ilusiones en el mundo del desengaño y del desencanto; agobiados, quizá, por los regaños, los bazares, las rifas, los bonos, las reuniones tediosas, las explicaciones sin sentido...  Por mi parte, perdí el interés por ser educador. Me convertí en un autómata didáctico; e, inconscientemente, empecé a "calificar" a mis estudiantes; les prohibí las preguntas, les inculqué el conformismo, odié sus juegos, y hasta llegué a sorprenderme por mi actitud rígida para cumplir con los "programas" y los horarios impuestos por nuestra "administración".  El clima de libertad, de respeto y de confianza que algún día ambientó nuestras clases, se tornó tenso, aburridor, amargado y lleno de rutina. Ya perdí la cuenta de las "máquinas humanas" que en los últimos tiempos ayudé  a "formar" para entregarlos a nuestra sociedad. Esos "autómatas sin futuro" deben estar deambulando por las calles en busca de ese sueño que un día los animó, desahogando su silencio, e intentando, quizás en vano, desposeerse de su actitud estática.  Hoy, (acaso porque mi culpa me obliga), deseo firmemente, reencontrarme con el pasado. Devolver mis pasos y sentirme a gusto trabajando en equipo; participando en la toma de decisiones, haciendo parte de una organización eficiente y productiva, dinamizando un currículo construido de la síntesis cultural de nuestra región; seguro y optimista por hacer las cosas bien, por tener como amigos a mis compañeros de trabajo y a mis estudiantes, y por influir positivamente en su formación integral.  Quiero volver al ejercicio físico y mental de mi otra época, a tener autocontrol y autodirección, a comprometerme con los objetivos de mi Institución, a asumir nuevos retos y nuevos desafíos, a dar rienda suelta a mi imaginación, mi creatividad y mi inventiva;  es decir, a disponer todo mi potencial en pro de la organización a la cual pertenezco. Anhelo cambiar; volver a ser libre. Confío confundir, otra vez, los colores vivos de las paredes con el espíritu alegre de mis compañeros y de mis estudiantes. Se me antoja un ensueño entrado en confianza con el universo pedagógico que nos donó la vida.  He empezado a adquirir consciencia sobre la necesidad de "problematizar" los procesos pedagógicos, administrativos y de proyección que se cumplen en mi establecimiento. Volver al diálogo. Fundamentar nuestra acción educativa en la creatividad, el razonamiento y la realidad propia de nuestra comunidad. Redefinir nuestro papel docente con relación al aprendizaje y a las características de nuestra sociedad. He internalizado, con bastante fundamento,  los objetivos de mi Institución y los he convertido en mis propios objetivos. Mi voluntad, mi experiencia y mi entusiasmo los he comprometido para lograr motivar a mis compañeros, a mis estudiantes, a los padres de familia y a mis directivos en el propósito de satisfacer sus aspiraciones personales, y que éstas redunden en los intereses de la Institución.  Ya  tomé la decisión. He identificado el verdadero problema y he definido que voy a encararlo. Las consecuencias de mi acción las he estudiado y sé que  su curso se encamina hacia la calidad de los procesos en los cuales estoy implicado. Son muchas las ventajas y pocas las desventajas. He dado a conocer mi propuesta al grupo y he logrado el consenso. Ahora, sólo se requiere construir un currículo enfocado a la formación integral de nuestros estudiantes, basado en la síntesis cultural de nuestra región y nuestro país, y determinado por actividades y procesos que  tengan como finalidad pedagógica la comprensión de situaciones sociales, la comprensión de los mismos actos humanos y la exploración de la naturaleza del entendimiento.  Permitirnos  ser críticos, no simple calificadores. Convertirnos en investigadores de nuestro entorno, no reformadores del mismo. Partir de situaciones problemáticas y no de las soluciones existentes. A ser competentes en la construcción del conocimiento y no poseedores de alguna razón vacía. Es decir, asumir el conocimiento dotado de sentido; ese que requiere ser comprendido para ser dominado. Elaborar en equipo un plan de estudios sustentado en asignaturas y proyectos pedagógicos que revelen nuestros saberes de base; pero, al mismo tiempo, reflejen los objetos de estudio que son interesantes para nuestros estudiantes. Los programas que vamos a implementar apuntan al desarrollo de la personalidad, a la formación ética y moral, a la sana sexualidad, a la responsabilidad y autonomía, a la identidad cultural y la consciencia educativa de nuestros discentes.  Los contenidos temáticos, las habilidades, las aptitudes y la motivación que se relacionan con cada área de conocimiento o de la formación estarán en función y al servicio de los logros institucionales previstos y de los logros nacionales exigidos.  Mis compañeros me lo han dicho: “SI USTED CAMBIA, YO CAMBIO”: Por eso, por mí y por ellos, por nuestros estudiantes y sus padres, porque todos necesitamos situaciones sociales que nos devuelvan el mundo donde nuestra vida tiene esplendor y expansión, donde debemos vivir para ser nosotros mismos; por mi derecho a experimentar; por ese silencioso respeto que aún tengo por mí mismo.... YO VOY A CAMBIAR.
He pensado en Tí... ¡En tu grito y tu silencio! He pensado     en tu sonrisa     en tus sueños     en tu vida    y en la esperanza que te abriga. He pensado en Tí... ¡En el amor físico             que entregas! He  pensado     en nuestros besos         nuestros gestos         nuestros dedos apretados         imitando nuestros cuerpos. He pensado en Tí... ¡En tu Alma             y tus acciones! He pensado en lo que eres en el modo que percibes y la forma que confieres. He pensado en Tí... Porqueocupas mis acciones enardeces mis sentidos amenizas mis razones... ...Y porque sobre todas las cosas ¡colmas de ansiedad mis ILUSIONES !  
En tu Cumpleaños...   Quise regalarte un girasol; pero, un colibrí inquieto me contó, al oído, que ya tenías un jardín. Se me ocurrió obsequiarte una joya, y un duendecillo travieso, de esos que encantan la vida, me dijo que los lujos no  “chiflaban” tu ilusión.   Pensé que lo apropiado sería una canción; sin embargo, un ruiseñor, de esos que llevan en su canto mensajes de Amor, me habló de tu discoteca y las dedicaciones                         que te llenan... No saber qué regalarte me produjo un nudo en la garganta... una palpitación extraña... una sensación de vacío...   Y, cuando casi había desistido, llegó hasta mi Alma u n a   b r i s a   s o s e g a d a,        con un toquecito tierno de tu aliento,       una caricia suave       y un beso prolongado; misiva de amor, transcrita en ausencia: “...REGÁLALE TU INSPIRACIÓN...”   Entonces, invoqué al Amor, a la Paz y a la Vida misma; me llené de Pasión, de Deseo y vehemencia; evoqué tu mirada, tu abrazo y tu risa; arranqué del abecedario todas sus palabras bellas; y, colmado de sueños, de ficción y de quimeras nuestras, pronuncié tu Nombre...   Al instante, la noche, el día, el sol, la luna, las estrellas, el mar, el cielo azul, las flores, los pájaros cantores... ... y todas las cosas bellas de la Naturaleza... empezaron a regalarme lo hermoso de su existencia...   Con ellas, inspiré mi verso y resultó, PARA TÍ, ESTE  POEMA.  
Es fácil amarte ¿sabes? Porque se te puede amar total o a cada una de tus partes. Se puede amar de tí toda tu grácil figura o se puede amar tu rostro, tu cabello, tu sonrisa... y tus partes, una a una.   Se puede amar por bella la ilusión de tu hermosura; o también por bella puede amarse la sencillez de tu Alma pura.   Es fácil amarte ¿sabes? Cuando tu razón a mi razón seduce y el deseo de tus besos embriaga mis sentidos 
¿Cómo imitar a mi maestra?                                                                                                            Germán Alexánder Molina Soler   A Rita de Sierra: mi maestra de siempre...    Siempre he querido saber qué sucedió en la primera parte de mi vida  para que hoy, sin mucho esfuerzo, pueda sentarme a disfrutar un Libro Literario; o realizar una consulta    y esculcar los textos hasta  exprimir de ellos el máximo significado que puedan dar, sin que alguna  presión  agobie  mi  disciplina de estudio.   Cada vez que lo pienso,  obligadamente, acude a mi memoria aquella   maestra  que me  enseñó  a  leer y escribir, durante los tres primeros  años  de  mi  vida  académica.   No tuve oportunidad de asistir a un Kínder o a un Preescolar; y, desde que inicié mi primero de primaria hasta tercer grado,  admiré  a  mi maestra por su vocación,  complacencia y entrega para  atender  tres  grupos  al  mismo  tiempo.   Aún recuerdo aquel tablero  que giraba y nos conectaba con el mundo escolar de mis compañeros de segundo. Ellos recordaban lo que habían visto el año anterior y nosotros nos adelantábamos, en cada vuelta del tablero, a lo que un año después tendríamos como  temas de clase.   Estoy plenamente convencido de que mi maestra no conocía ninguna de las teorías   de Piaget, Decroly, Montessori, Freinet,  y tampoco manejaba los conceptos sobre    consciencia lingüística,  dominancia lateral,  ritmo,  equilibrio o ubicación  espacio-temporal  que tanto me preocupan hoy día;  pero,  conservo intacta su imagen de Ternura y Pedagogía que nos arrastraba a través de su discurso narrativo,  - con historias bíblicas, cuentos  maravillosos,   anécdotas fantásticas, - por  el  camino de   la construcción del conocimiento.   Siempre le he agradecido los trabalenguas, las rondas infantiles, las canciones y los juegos de   palabras  que  compartió conmigo.   Más  que con un niño habló conmigo como adulto;  y sin saber de constructivismo,  construyó conmigo mi propia lengua.   Así como me gustaba imitar su manera de hablar y cada vez le robaba   de su vocabulario palabras raras, me fascinaba leer como ella; apropiándose del texto y vibrando los significados. Su voz suave  y acariciadora no se desfiguraba para imitar voces de animales; simplemente, desdoblaba su ser integral y reflejaba los sentimientos, deseos e ideas de cada uno de los personajes:  la picardía del Gato con  botas,  la audacia del mandarín,  la humildad de Cenicienta,  la astucia de la Zorra, la habilidad del Conejo, la candidez del tío Tigre, la arrogancia del León....   Cada sábado,  nos transportaba a la historia bíblica  y llevado por su voz interior adquiría normas de vida que aún conservo; inculcadas  en  mi espiritualidad a través de su ejemplo y de los procesos de internalización que cumplía cada texto, en su significación implícita.   Sufrí cuando José fue vendido por sus hermanos, cuando Abraham casi sacrifica a   su hijo, cuando Jonás fue arrojado al mar; sentí satisfacción cuando el Faraón declinó ante los poderes de Moisés, cuando los Israelitas llegaron a la tierra prometida, cuando David venció a Goliath.   Mucho tiempo después, al releer esos pasajes  bíblicos y sentir, otra vez, la necesidad de sufrir con José, Jonás o Daniel; o gozar con el pueblo de Israel, con Esther, con Ruth o Josué; tanto como lo había hecho cuando leía con mi maestra;  supe, sin ninguna duda, que había   aprendido a leer.   El mundo de la sílaba apareció en mi vida cuando llegué a cursar el  tercer grado y hubo la necesidad de reconocerlas como la última  partícula pronunciada, o la penúltima, o la antepenúltima; y cuando  fue necesario descubrir cuál de ellas llevaba el acento prosódico,  el  acento ortográfico o el circunflejo.   Antes de ese momento, sólo tuve la obligación de reconocer, significativamente,  palabras completas y oraciones cortas que mi  maestra nos hacía construir en el   salón.   En gran medida le agradezco a la vida haberme puesto en el seno de una familia humilde que no tuvo dinero para comprarme una   cartilla.   Hecho compartido por la mayoría de mis compañeros y muy bien  comprendido  por  mi maestra.  Mi primera cartilla, "extraoficial",  en la Iglesia a la cual asistía mi madre,  fue la colección de historias bíblicas titulada:   "El Amigo de los Niños".   De manera "oficial", fue un libro de narraciones maravillosas  que me regaló el hijo mayor de mi  maestra cuyo título jamás olvidaré: "La Alegría de Leer". Las historias sobre "El mandarín", "El pastorcillo sabio", "El largo, el  gordo y el tonto", "La lechera"...y muchas otras, de las cuales ya  no recuerdo sus títulos pero sí  sus  situaciones y personajes, siempre  han convivido y convivirán conmigo.   Nunca tuve tiempo para atender los llamados problemas de aprendizaje; quizás porque mi maestra siempre me mantuvo ocupado leyendo. A cambio de Dislexia y disgrafia,  me dejó como compañeros de vida: el Acumulado Significativo, la Lógica Lingüística, la Aptitud verbal  y  la  consciencia plena del Ser Lector.   Ah, y cuando no leíamos, aún era más agradable:  !Ella se "inventaba" cada juego! Me parece verla saltando a "la golosa", corriendo a  "pegarnos la lleva", contando hasta cien mientas nos escondíamos o arañando el aire con sus manos tiernas intentando encontrarnos como "gallina ciega". Me gustaba mucho jugar con ella... Siempre me  dejaba ganar.   Sus dedos se enredaban con las fichas del "Yaz"  o  corría  la  ficha  equivocada en el "parqués", o se dejaba encerrar fácil una "dama china";  nunca le atinaba a mis "tanques de guerra", siempre terminaba "ahorcada"; nunca entendía las adivinanzas y menos le atinaba a  las canciones;   la piola de su "yoyo" terminaba como trenza, nunca le  salió el "telón",   la "malla" o la "pategallina";   y  ni  qué decir con el trompo o las canicas... ! En verdad me gustaba jugar con ella!   También reconozco ahora porqué me fascinaban sus castigos. Jamas  tuve que quedarme encerrado leyendo o haciendo planas durante los recreos. El castigo drástico era no poder disfrutar de sus  juegos ni saborear el dulce o la gaseosa que  ella otorgaba como  premios al final de cada "tarea"  a quienes mostraban agrado, esfuerzo  y  progreso.   Aún me parece escucharla: "Desenrede esta pita...","vuelva pedacitos estas hojas de periódico...", suelte esos nudos...", "convierta estas hojas en barquitos o aviones  (ella me había enseñado cómo hacerlo)..", "haga un cajón o una casa con estos palos de helado...", "cuente piedritas... ", "desmenuce barro...", "raye este papel hasta que se canse..."...   No importaba que me castigara.  No me agobiaban sus castigos.  No  le temía  a  la  Escuela y menos a mi maestra. Odiaba el domingo por que me separaba de ella.   Pero no aprendí a quererla porque me estuviera enseñando a leer o a escribir, o porque jugara conmigo.  No me daba cuenta de éso; estaba muy niño para entenderlo. Por eso, por todo lo anterior es que la quiero ahora.   En ese tiempo,   aprendí a quererla,   sencillamente,   porque ella me quería.   No sentía fastidio de mi camisa remendada, de mis pantalones derruidos o de mis zapatos gastados.  A ella,  eso no le importaba si le hacía caso a sus exigencias de limpieza.   Aprendí a quererla porque cada día me esperaba con un "buenos días", un abrazo sincero y una sonrisa franca; porque quería a mi mamá,  porque le sabía el nombre a mis hermanos y porque sabía sumar a  sus  problemas las necesidades y vicisitudes de mi familia.   Lamento tener tan mala memoria y no poder contarles otras tantas bondades que caracterizaban a mi maestra; sin embargo, eso también me alegra porque he olvidado sus defectos, sus regaños y sus rabietas.   Y  no me pregunten cómo era. Tampoco lo recuerdo.  No me llega a la memoria la forma de su rostro ni el color de sus ojos ni el tamaño de sus manos; pero aún me persigue su caricia en mi rostro, la bondad  de  su gesto y el calor de su mirada...   El  día que decidí matricularme en la Facultad de Educación y ejercer la Docencia como parte sustancial de mi vida fue para intentar,  aunque fuese de manera muy sutil, imitar a  MI MAESTRA.  
                                                        MI TIO CELESTINO                                                                                         Germán Alexánder Molina Soler    A...  Mi Familia: ¡...Personas y experiencias que me han regalado lo que hoy soy..!                    Conocí a mi tío Celestino cuando yo tenía diez años y algunos meses. Recuerdo que desde el primer momento me impresionaron sus grandes ojos azules y sus brazos fuertes. Unos brazos largos, con los músculos y las venas marcados intensamente, que terminaban en unas manos grandes, con dedos impresionantemente gordos, que apretaron los míos suavemente; talvez para no lastimarme. Tenía muchas ganas de conocerlo. Me había hecho a muchas ideas, por las conversaciones que había escuchado entre mi mamá y mis tíos sobre él. Todos hablaban de sus grandes ojos azules, de su fuerza, de su capacidad para trabajar el campo, de su habilidad con el azadón y con el machete... Y yo lo imaginaba inmenso, fortachón, capaz de romper un tronco de un solo hachazo... La verdad es que no me desilusioné. Era tan grande y tan fornido como me lo había imaginado. Y su fuerza estaba marcada en las largas líneas azuladas que se veían en sus brazos, como riachuelos de sangre a punto de desbordarse. Sus ojos me saludaron con una mirada larga, plena de ternura, en la que iban impregnadas muchas palabras que no pudo pronunciar. Sus labios se distensionaron y apareció una sonrisa que a mí me pareció muy bonita y sincera. Pero no hubo ni una palabra. De su garganta brotó un sonido ronco, que me pareció a un "qui`hubo", y que me produjo cierto temor. Entonces, recordé aquella charla que alguna vez escuché a mi tía y mi mamá. Decía mi tía que  una vez mi abuela, estando embarazada, escuchó hablar al niño que llevaba en el vientre; y, sin saber que no debía hacerlo, corrió a contarlo a las amigas. Por esa razón, mi tío Celestino no nació con el privilegio de la inteligencia; por el contrario, la naturaleza lo obligó a vivir ensimismado en su mudez, en su sordera y en su baja capacidad intelectual. Ese mismo día, conocí también a mi tía Eugenia. Era tan elegante y tan hermosa como mi mamá y mis tías la habían descrito. Su larga cabellera negra y sus encantadores ojos color miel, me arroparon en un largo abrazo acompañado de muchas palabras que no recuerdo. Su presencia inundó todo el lugar y la casa se llenó de música, de besos, de maletas, de gritos y de carcajadas. Fueron dos encuentros que marcaron mi vida y hoy me permiten esta reflexión. Las  muchas palabras de mi tía Eugenia contrastaban tenázmente con las muchas señas que hacía mi tío Celestino para hacerse entender. Las miradas acomodadas de mi tía, según la ocasión, para coquetear, para solicitar, para reprender o para insultar; eran totalmente opuestas a la única mirada tierna y bondadosa que siempre tenía mi tío Celestino. Quizás, en lo único que podrían parecerse era en la energía que desbordaban. Ella en sus reuniones sociales y él en su trabajo en el campo. Por mucho tiempo, viví convencido de que la vida había sido demasiado bondadosa con mi tía Eugenia y muy cruel con mi tío Celestino. Que siendo hermanos, a ella le había sido concedida toda la suerte que a él le faltó. Que todas las cualidades de belleza y de simpatía se habían reunido en el ser de mi tía y que que a mi tío Celestino sólo le habían sido dados el silencio y la soledad. Sin embargo, el paso del tiempo hizo cambiar mi parecer. Mi tía Eugenia ha soportado todas las viscisitudes de la vida. Creo que nunca ha sido feliz. Recuerdo su boda, llena de lujos y vanidades. Y también recuerdo su separación. La hemos acompañado en tres intentos por rehacer su vida; pero, continúa  sola, triste y sin esperanzas. Ni siquiera sus hijos la acompañan. Le cobran su falta de tiempo y de juegos con ellos. ¿Por qué tanta belleza y tanta energía nunca pudieron retener a alguien? ¿Por qué ese encanto y esa dulzura se apagaron? ¿Qué pasó con la risa, los besos, los abrazos? Dónde quedó esa mujer deseada por todos y envidiada por todas? ¿A dónde fueron a parar las canciones y las palabras bonitas? ¿Dónde quedaron la vanidad y el orgullo? Pienso que mi tía Eugenia sólo vivía para ella. Que todas sus risas se las regalaba a sí misma. Que su vida giraba únicamente en torno a ella y que, para ella, las personas eran sólo una circunstancia en su vida. Que se vestía y se maquillaba sólo para sentirse admirada. Que las sonrisas que repartía eran sólo la retribución a los elogios. Y que con su ego construyó un pedestal del cual jamás se atrevió a descender. Todos sus caprichos debían ser cumplidos. Todas sus rabietas debían ser consentidas. Y todas sus extravagancias debían ser aplaudidas. Jamás una frase de amor a alguien; jamás una sonrisa sincera. Mi tía Eugenia, en su mundo de ilusiones, no tuvo en cuenta las realidades ajenas.  Y siempre pensé que Dios le había dado muy poco a mi Tío Celestino. Que su falta de palabras y su poco entendimiento le privaban de felicidad. ¡Cuán equivocado estaba! En su pequeño mundo, reducido a él mismo y a quienes le amamos, mi Tío Celestino ha sido inmensamente feliz. Siempre,  esa sonrisa bonita y sincera. Siempre, esos grandes ojos azules, con esa mirada larga, plena de ternura... Siempre, esos brazos fuertes dispuestos a ayudar... Siempre, trabajando... Siempre regalándole al mundo exterior una paz hermosa, difícil de comprender. Sí, ahora estoy convencido. Una gran parte de mi vida ha estado marcada, de manera inconsciente, por la forma de vida que me enseñó mi Tía Eugenia. En el fondo de mi pensamiento siempre quise tener su habilidad para "hacer amigos" y su locuacidad para compartir "momentos de alegría". Quizás, muy en mi interior, le admiré su "buena estrella" y reproché a la vida por repartir tan mal sus "bondades". Hasta creo que envidié sus lujos, sus canciones y sus palabras bonitas. Y también estoy convencido de que despilfarré mi tiempo y mi energía mirando hacia otro lado. Si la vida me regalara la oportunidad de volver hacia atrás  para acogerme a otro modelo y a otra forma de vivir; no lo dudaría. Buscaría la manera de entrar en ese  mundo de silencio y de soledad que tuve siempre cerca de mí y jamás miré. Intentaría copiar esa sonrisa bonita y sincera y esa mirada larga, plena de ternura... Tendría mis brazos siempre  dispuestos a ayudar... Y haría lo imposible por utilizar menos mis palabras y mucho más mis gestos... Sería muy feliz, el día que sólo con mi mirada y mi sonrisa lograra comunicarme con el mundo exterior... Sería inmensamente feliz si alguna vez pudiera expresarle al mundo una paz hermosa, tal y como lo hace.. ¡MI TIO CELESTINO!       
El siguiente texto es el resultado de un trabajo investigativo realizado con estudiantes egresados como Bachilleres de algunos colegios de Ibagué. Refleja el pensamiento y el sentir de unas personas sin proyectos de vida, graduadas en Instituciones educativas que nunca tuvieron en cuenta los intereses ni las expectativas de su comunidad a la hora de plantear (si es que existe) su Plan de Estudios.      ¡… UN BACHILLER MAS!   Germán Alexánder Molina Soler                                                                                                germanalexandermolina@gmail.com                                                                                                          ¡A esos estudiantes, de tantos colegios, quienes aún no construyen su proyecto de vida..!     Son casi las 4.00 PM de la tarde de un día cualquiera. Estoy recostado en mi cama esperando la oportunidad que no ha de venir. Es el quinto cigarrillo de la tarde. Creo que lo mejor que he aprendido a hacer últimamente es a jugar con el humo: bolitas de pequeñas, bien redondas, hacia arriba, sin desbaratarse.   No se si salir ya a encontrarme con el parche. Quizás ya los demàs están allí; esperando, poco a poco, completar el grupo de “inservibles”, de “vagos”, de “buenos para nada”. Así nos llaman quienes hace poco creían en nosotros y nos reconocían como “la promesa de la familia” y “el futuro del país”.   Hace 16 meses y doce días que recibí mi título de “Bachiler Técnico Microempresarial”. He contado cada día y cada mes con ansiedad y desesperación. De ese tiempo a hoy, he perdido la noción del tiempo, la sonrisa, el saludo de mis papás y la credibilidad en mí y en la vida.   Supuestamente, soy capaz de “participar activamente en la sociedad, mediante la conformación de pequeñas empresas que ofrecen a la comunidad productos o servicios necesarios para el desarrollo del entorno”. Así reza la Misión Institucional de mi colegio. Esa que debí recitar el día de la sustentación del producto imaginario que diseñamos, con mi grupo, para optar por el título y recibir un grado con honores.   La verdad es que poco a poco la vida me ha enseñado sobre mis alcances y mis necesidades. Fui un buen estudiante, con buenas notas y buen comportamiento. Me iba bien en todas las áreas y tenía buena relación con todos mis compañeros y con todos mis maestros. Qué falló? No sé...   Sólo sé que cuando busqué ingresar a la Universidad, el puntaje del ICFES no me lo permitió. Entonces, me propuse trabajar y repasar algunas áreas para aplazar, por un semestre, mi entrada a la Universidad; pero ni lo uno ni lo otro...   ¿Qué repasar? O  ¿Cómo repasar? Si jamás aprendí a estudiar. No tengo idea de cómo realizar una consulta o cómo estudiar una hora o dos porque nunca lo hice. En las evaluaciones de mi colegio siempre fue fácil copiarse y los trabajos individuales o “en grupo” eran páginas bajadas por Internet o fotocopias de páginas o capítulos enteros de libros que nunca conocí. La verdad... No tuve que pensar mucho... Todo fue fácil y sin complicaciones.   Lo difícil fue cuando fui a buscar trabajo. En realidad, fue muy complicado conquistar algún empleo. En qué... si la verdad, no se hacer absolutamente nada. Me da miedo hablar con extraños. No se cómo iniciar una conversación. Siento pavor al hablar en público. Mi letra es horrible y se me dificulta poner por escrito lo que pienso. De tecnología sólo aprendí a prender y a apagar el computador y a jugar uno que otro juego. Nada mas. Y si escribo algo en un aparato de esos no se cómo organizarlo o dejarlo bonito.   Mis matemáticas son sencillas. Con calculadora en mano puedo resolver una operación de suma, resta, multiplicación o división. Logré avanzar por el cálculo y el análisis matemáticos, tramando cualquier cosa para llegar a los resultados, sin que me importara cómo se resolvían los prblemas. Lo importante siempre fue resolver mi problema de la nota... lo demás, para qué? Igual la Química; igual la Física... problemas y problemas, ejercicios y más ejercicios... Tanto desgastar cerebro... ¡sin ninguna proyección... sin ningún sentido!   Por otro lado, se me hace difícil encontrar una dirección o ubicar algún sitio. Sé cuál es mi mano derecha porque con ella me persigno; y como poco rezo, pues casi siempre vivo confundido con mi derecha y mi izquierda. No tengo interés ni aptitud para el arte. La música que me gusta ofende al resto del mundo. Odio la lectura y de películas, sólo las de televisión.   En qué puedo trabajar si como ya les dije no se hacer absolutamente nada. Ni para futbolista sirvo porque soy bien torpe. Alguna vez, hace tiempo, soñé con ser arquitecto. De niño, dibujaba edificios y hacía casitas con palos de helados, cartón, piedras y material de desecho. Eso me duró hasta octavo. En ese grado, mi profesor de dibujo me hizo perder artística y hasta casi pierdo el año por no saber utilizar los pinceles para decorar costales y estopas. Eso le fascinaba a ese “cucho”; nunca supe porqué.   ¡Bueno! Creo que saldré. Voy para el “parche”. En esa esquina, con mis “parceros” , olvido mi mala suerte y mis problemas. Somos los “vagos” del barrrio y la ofensa para nuestros “viejos”...   Un día de estos, con suerte, me admiten en la policía o, “de piedra”  me largo como “guerrillo”. Cualquier cosa es mejor que llegar por la noche y en medio de cinco personas sentirme más solo que nunca...  Cualquier cosa es preferible a no sentir cansancio y desvelarme, noche a noche, deseando que se acaben los reproches y vuelvan esas palabras dulces de una mamá que dejó de quererme..   Cualquier cosa a cambio de esta incertidumbre... Cualquier cosa a estar recostado en mi cama, a las cuatro de la tarde... Cualquier cosa a prender otro cigarrillo... Cualquier cosa a ser ¡...UN BACHILLER MAS!      

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