Somos cómo el Sol y la Luna, estamos tan confundidos. Ella enamorada y confusa, se apresura cada atardecer, corre para verlo. Pero desaparece, el Sol desaparece. Se esconde. Cada día es una oportunidad para ella, un despertar con la mera esperanza de que podrá decirle todo lo que siente con un beso. Juega, canta, baila y ríe, y el Sol la escucha, y el Sol se enamora. Confundidos ambos, él no sabe lo que quiere, el siente algo por las nubes que lo abrazan sin cesar, pero siempre está ahí la Luna, latiendo como el corazón que nunca tuvo. Ella tan soñadora y tan paciente, guarda todo el dolor que siente y lo convierte en esperanzas y cantos. No existe la desesperanza, no existe la rendición, solo el aceptar que tal vez nunca se puedan ver, el aceptar de que su amor no le llegará nunca. El Sol llora, sufre y ella lo escucha y ella lo consuela. Cuando llegue el día el tiempo se detendrá, romperán todas las leyes, quebrantaran los prejuicios y dejarán que su amor corra como un río, un río que no sabe frenar, un río que solo sabe amar.