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Hadd
Autor: Jannelle  204 Lecturas
Quién de ustedes no se ha sentido alguna vez esclavo del tiempo, sometido eterno de las manecillas; quién no ha se ha percatado de la crueldad de ese caprichoso indómito, que acelera su paso cuando el momento se nos presenta embelesador, y lo refrena impíamente cuando nos embarga el dolor. El tiempo, cruel desde su alumbramiento, pues cada segundo al nacer mata a su antecesor para consolidarse como monarca fugaz del instante, y éste a su vez muere a manos del siguiente soberano y así interminablemente... Esta es la historia de un joven al cual la inclemencia del tiempo se le agazapó en el tímpano de forma intolerable arrastrándolo a la insania; él se llamaba Braulio y pertenecía a esa clase de gente poco habitual, su presencia era fuerte: parecía saberlo todo y esto contribuía a que la gente a su alrededor al omitir una opinión cualquiera volteara en seguida hacia él buscando en sus ojos la aprobación; además de que físicamente también poseía cierta ventaja sobre el resto de la generalidad, lo que hacía que muchas mujeres no pudieran evitar mojar las bragas en su presencia. Era un chico formal, inteligente, atractivo ¿quién iba a pensar que terminaría tan mal? Este pueblo es pequeño, todo mundo se enteró del suceso y hay quienes dicen que se mató porque estaba loco de beber tanto alcohol (esa era una de sus debilidades), otros dicen que tenía un don que no supo controlar; yo como su amigo muy allegado, sostengo la teoría de que perdió la cabeza porque era un perfeccionista obsesionado, no podías hacerlo esperar 2 minutos porque él ya tenía planeado su día de manera tremendamente rígida y no podía ser mínimamente flexible con sus horarios y ritmos establecidos, varias veces nos dejó colgados por no haber llegado en el minuto exacto. Aunque la verdad es que nadie sabe a ciencia cierta por qué ocurrió lo que se narrará posteriormente.  La historia que se presenta a continuación es la versión construida con base en lo más rescatable de tantos desatinos que se dijeron en torno al caso e incluye los breves escritos que dejó el mismo Braulio en su agenda personal desde que comenzó a padecer este trastorno... Sucedió que una noche, mientras Braulio jugaba a reproducirse con una chica, se coló por su canal auditivo un sonido débil, pero persistente, similar al tic tac de un reloj; estas vibraciones comenzaron por acariciarle el tímpano y terminaron taladrándoselo: TIC-TAC-TIC-TAC... una conversación entre manecillas que paralizó la pasión y terminó por exasperar al inocente testigo, quien salió huyendo del departamento. A continuación lo acaecido la primera noche en palabras del protagonista: 19/09/10 ¡Maldita sea! Hay un ruidito que no me deja en paz, es un ruidito maldito y me hace sentir que estoy loco, que algo en mí no anda bien, porque no se va, ahí se queda, en mis oídos, y me embrutece. Me fui sin explicarle nada a Brenda, no pude decir nada, su respiración junto a mi oído se tornó repentinamente en este sonido endemoniado y si me hubiese quedado la hubiera lastimado; cuando llegué a casa, tampoco pude explicarle nada a mi madre, encendí el aparato de música y puse el volumen al límite para ver si así se deja de oír esta cosa, así que, entre la música y el tictac infernal, sólo la veía gesticular enfurecida bajo el marco de la puerta de mi habitación, mientras yo adhería mis oídos a las bocinas. Es una noche de porquería, imposible dormir, lo único que hago es fumar y ver el cielo. Me pone mal pensar en todo lo que tengo que hacer mañana y en que lo haré desvelado porque a esta hora yo ya debería estar dormido, siempre duermo a la misma hora. Espero que para mañana este delirio haya acabado. __________________________________________________________________ Nadie en la universidad, ni en su casa sabía lo que le pasaba, pero fue notorio el cambio en su personalidad los días anteriores a su deceso, mismos días que él padeció esta tortura sonora. Se le veía andar por las calles y pasillos de la escuela, a veces distraído y somnoliento, y otras veces, notoriamente irritado. Las constantes en su metamorfosis fueron las ojeras titánicas que ahora custodiaban sus anteriormente cautivadores ojos y su expresión de maniático… 20/09/10 Otro día y esta cosa no se me va, por el contrario, ha incrementado su volumen. No puedo estar así, no he dormido nada y no puedo hacer nada, no escucho a nadie, las voces se pierden entre este eco que me martiriza y cada segundo me resulta más insoportable que el anterior, siento que voy a perder la audición y la cordura. Este despreciable ruido me está descomponiendo. Sólo permanezco en la terraza mirando el cielo en espera de que esto se acabe, nadie parece entender… Tengo que buscarle una…o varias soluciones…   El tercer día Braulio ya no fue a la escuela, varias personas dicen haberlo visto en zonas concurridas por el tráfico, corriendo entre los coches, tapándose los oídos, mirando hacia todas direcciones, segregando desesperación por todo el cuerpo; se alega que anduvo deambulando solitario, ensimismado y sucio todo el día por el pueblo, al parecer la condición de sus sentidos se agravó hasta volverse inaguantable, pues fue hasta entonces cuando empezó a buscar soluciones descabelladas a su problema. Lo más probable es que haya estado dando tantas vueltas al asunto, que recordó el momento en que la locura se desató y al caer la noche decidió ir a buscar a Brenda, la chica con la que estaba intimando cuando todo comenzó, para encontrar en su cuerpo el silencio que tanto anhelaba; se rumora que entró sin más ni más al departamento de ella, comenzó a acariciarla y a despojarla de su indumentaria con avidez, y cuando al parecer no encontró lo que buscaba, salió despavorido del lugar para buscar en la anatomía de otra chica, Lucy, la calma para sus sentidos, pero todo eso resultó infructuoso y acudió a refugiarse en un bar, mismo en  el que surgimiento de un nuevo día lo sorprendió ebrio y desesperado. Braulio relató así este día: 21/09/10 Ninguna tiene lo que necesito, no pueden devolverme el sosiego, no fue su respiración lo que detonó esto. Estoy cansado, y no entiendo qué es lo que pasa, no sé a qué se debe este castigo, no sé por qué me pasa esto a mí… no se calla ni un instante… y el alcohol lo que ha hecho es exacerbarlo aún más, hace que me cale profundamente, ¡estoy harto! ¡No puedo continuar viviendo así! ¿Qué es este sonido? ¿Qué es? ¿Qué es este maldito tictactictactictactictac…? ¿Cómo he de silenciarlo? ¿Cómo…? ¿Y si…? ¿Y si este sonido es la voz del tiempo…? ¡Ya sé! ¡Ya entendí! Eso es… la voz del tiempo, los relojes del mundo sincronizados a un tiempo hablándome al oído… ¡Eso es!   La nota anterior fue lo último que dejó como documento de esta odisea el desventurado, pues el último día que abarca esta historia se dedicó por completo a intentar enmudecer eso a lo que él llamó “la voz del tiempo”. Vale decir que fue un día escandaloso que contribuyó a que la ola de rumores que  empapan a esta historia se hiciera inmensa. Braulio salió de la cantina, según testigos, dando tumbos y supongo que cuando lo hizo ya había dado a luz a las elucubraciones relatadas en sus últimos apuntes porque de acuerdo a lo que señala el dueño del establecimiento, Braulio subió a la barra del lugar para alcanzar el reloj que pendía de la pared, sobre un cuadro de la Virgen de Guadalupe y entre las botellas de vodka y ginebra, y cuando lo tuvo en sus manos lo arrojó sobre la barra, junto a sus pies y comenzó a saltar sobre él llorando y riendo frenéticamente a intervalos, como un demente, hasta dejarlo totalmente destrozado, después salió de ahí disparado. Y continuó realizando actos similares durante el resto del día y hasta que el sol se ocultó: no hubo establecimiento, ni hogar, ni brazo que ostentara un reloj en este pueblo que no fuera violentado para extraerle ese artefacto; algunos de ellos los destrozaba en el acto y algunos otros los llevaba consigo, se hizo de varios costales y anduvo recorriendo las calles con éstos a cuestas. Cuando declinó el gran astro, hizo escala en un expendio de gasolina y procedió a trasladar sus tesoros a casa. Una vez en casa, y acorde al testimonio de su desolada madre, irrumpió en habitaciones y cajoneras buscando todos los relojes. <<¿Qué te pasa m’hijo?, le pregunté cuando entró todo sucio y maltrecho, y él nada más me decía: es que los malditos no se callan mamá…>> Después subió a la terraza con toda su carga, hizo una pila con los relojes que traía: de cuerda, de pulso, automáticos, de bolsillo, de pared, cronómetros, despertadores, de péndulo, de arena, de todos tamaños y colores, los roció con gasolina y les prendió fuego… Braulio erró en sus hipótesis, porque después de que los artefactos se consumieron bajo el fuego, cayó en tal paroxismo, que tomó las tijeras de jardín de una de las macetas para cortarse las orejas, y posteriormente dirigirse a la parte frontal de la terraza y arrojarse hacia el precipicio desde ahí. Su madre salía, como de costumbre, a la tertulia entre vecinas y encontró en el caminito de asfalto que conducía a la puerta de madera  que delimita el zaguán, el cuerpo de su hijo con los sesos desparramados y la agendita personal saliendo del bolsillo de su camisa...      
LA VOZ DEL TIEMPO
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