La ausencia, figura decorativa en mi estar se desenvuelve cual gemido en esas bocas grises del silencio, atraviesa sitios amurallados entre helechos calcinados de tanto esperar una salida hacia su mar, y salta hacia un final desesperado, un carril olvidado, y se aleja más y más, sangra entre paredes desoladas, rasguña y quita a destajos restos de cuero y piel sacándose de si, aquello tan olvidado que era en aquel entonces una sonrisa. En sus noches tibias azotaban su mente imágenes de momentos ilusorios, momentos tenues sublimes, fugaces, momentos donde tan solo un mirar iluminaba todo cuanto podía apreciar. Miradas de aquel sujeto que era dueño de sus más obscuros sueños, él, ladronzuelo de sus horas y de sus esperas la dejó junto al rocío y la hierva. Desde entonces, él y nada más que él se volvió el motivo de su eterno malestar, de su llanto acongojado, de su caminar escarpado. Y ahora con su andar cansado, con su dolor incansable y con sus lágrimas como tela de sus harapos, no busca ya más nada que el eterno descansar en un sonar con replicar de olvidar…