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A Hannibal la ruleta de la fortuna que es la puta vida le puso nada más nacer en una tesitura bastante amarga. A él y a sus papás. Puedo imaginar, desde mi actual perspectiva de padre, el oscuro desierto de angustia y desesperanza por el que estos últimos han tenido que atravesar. Parece ser que como Hannibal es un campeón y un valiente ha conseguido ganarle el pulso a la Parca. Aunque a esa perra puta nadie nunca jamás le ha ganado la partida, si acaso arrancarle un mero aplazamiento. Ahora Hannibal quiere conocer a otros campeones. Y esos campeones (gente con aspecto de ogro malo y corazón de oro puro) han accedido de buen grado a hacer feliz, muy feliz, a un niño por unas horas. Acciones así te reconcilian, de alguna manera, con el género humano. Uno, que al asomarse a las noticias de todos los días solo siente el irreprimible deseo de instalar una guillotina incansable en la Plaza de la Cebada, de vez en cuando, de forma totalmente fortuita, lee o ve cosas que ponen un punto de dulzura en su interior. La caridad y bondad de la gente (en el mejor sentido de las dos palabras) llega a donde es incapaz de llegar la Justicia Social y el Estado del Bienestar. ¿A lo mejor no tenía tanta razón Hobbes cuando se marcó aquel rollo del "homo homini lupus"? No lo tengo nada claro. Mi opinión va por días, barrios y estados de ánimo. En cualquier caso me gustaría poner en valor el gesto de estos fortachones. Y es que esta tarde en Aranjuez los Strongman van a ser más Strongman que nunca. Porque su fuerza no solo saldrá de sus poderosos músculos. Su fuerza saldrá sobre todo del fondo de sus nobles espíritus, que serán bálsamo para una familia que se ha asomado al infierno. En Pakistán, una bomba puesta por los talibanes ha estallado en un autobús escolar lleno de chicas que iban a educarse, matando a varias de ellas. Otro artefacto colocado en el hospital donde estaban siendo evacuadas las heridas ha completado el "trabajo", asesinando a otras tantas. Como padre de una niña daría mi brazo derecho por inventar algún mecanismo eficiente y eficaz para librar a la humanidad de semejantes alimañas. Y es que a pesar de lo que nos cuentan las películas de Hollywood el Mal suele tener un rostro bastante gris. No existe nada glamuroso ni atractivo en la maldad. Lo maligno tiene el rostro de un barbudo talibán y el aliento de un borracho que, de madrugada, le pega una paliza a su mujer delante de unos hijos aterrados. La vileza puede tener cara de maruja regordeta (y que me perdonen todas las honradas marujas regordetas) que conoce a un tipo en internet, mata a su hijo que le estorba ahogándole en una bañera, y le entierra en una maleta. Esa es la verdadera faz del mal. Y hasta la perversidad de "altos vuelos" al final (cuando emerge lo humano del malvado) acaba alcanzado tintes bastante cutres ¿Quién no recuerda las cercanas imágenes de un anciano Gadafi, teñido y atiborrado de Botox, implorando misericordia ante sus también malvados ejecutores? Ni un rastro de grandeza o valor en el instante final de un tipo que se pasó cuarenta años masacrando con saña a su pueblo. Porque la crueldad es también bastante cobarde y casi siempre se ensaña con el débil. Mujeres (en las épocas o sociedades donde estas han estado inermes) niños y ancianos, son la "presa" favorita del primer canalla con ganas de hacer daño ¿Cuantos asesinos en serie de camioneros conocen? Así dañar, matar, aniquilar a lo indefensos resulta algo relativamente sencillo. Son acciones que no necesitan ayudarse de ninguna capacidad o talento especial. Solo el deseo de hacerlo y la voluntad de llevarlo a acabo. Nada más. Por eso supongo que el careto del celador de Olot (que asesinó a once ancianos por el expeditivo método de darles lejía y al que le han caído 127 años de cárcel) no es precisamente el rostro de un doctor Moriarty. El tío gasta más bien aspecto de ser un triste pajillero zampabollos. Ese, y no otro, suele ser el anodino rostro de la maldad. Rayito es de Linares y una vez se llamó Rafael. Pero eso fue antes de que el terrible dios de la locura se lo tragase por su negra, insaciable y oscura boca. Cuando fue regurgitado Rafael ya no era Rafael; Rafael se había transformado en Rayito. Y ahora con la cara pintada se sienta impasible, en su sillita plegable de playa, a ver como la vida (la puta vida) pasa en rápido movimiento ante su inexpugnable atalaya de Gran Vía esquina Fuencarral. Parapetado tras esa épica triste que desprenden todos aquellos que profesan el estoicismo impasible ante la más estrepitosa de las derrotas vitales. "La mayor rémora de la vida es la espera del mañana y la pérdida del día de hoy" Séneca dixit. Y Rayito ya no espera nada del mañana, solo el cigarrillo que algún espíritu generoso deja hoy en su sombrero de fieltro. Porque un solo palmo de estética y tiempo separan a Rayito de Don Quijote. Ambos desequilibrados y lúcidos amantes que caminan, abrazados en la oscuridad, a su bella Esquizofrenia. Enfrente, los simpáticos piratas Heavies de Gran Vía han dejado varado su bergantín corsario en las playas de la extinta Madrid Rock, y allí regalan filosofía de vida y un trago de litrona a todo aquel que tenga la sensatez de bajarse un momento del alocado Carrusel del Mundo para escucharles. Personajes marginales absolutamente imprescindibles para el buen gobierno de la República del Ser Humano. En esta época soez de Bárcenas y Urdangarines que nos ha tocado en suerte cada vez son más necesarios gentes como los heavies o Rayito. Iconos de serena dignidad ante una sociedad acelerada que se desmorona por podredumbre de sus pilares éticos. Rayito es un ejemplo, aunque probablemente las brumas de su cerebro no le permitirán jamás tomar plena conciencia de ello. Por eso siempre tendrá mi simpatía y mi respeto cuando, durante unos instantes, me baje de la Vida para estrechar su cálida mano de payaso. Hay días en los que una noticia inesperada hace que el corazón se encoja y se quede pequeñito, pequeñito. Hay saberes inesperados que menguan el alma y dan un zarpazo que arranca un trozo de la particular biografía de todos y cada uno de nosotros. El otro día resultó para mí uno de esos días. Supe de la muerte de mi maestro de la infancia, don Fernando Ortega Martín, a través de su hijo que también se llama como él. Y quiero citar su nombre completo, hasta con el Don delante porque sin ese "Don" don Fernando no sería don Fernando, porque me siento orgulloso de que él fuera mi primer profesor. La primera persona que escribió en mi pizarra blanca e inmaculada de niño, enseñándome cosas que uso todos los días y a todas horas. Con él aprendí a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir y estas mismas letras son hijas ciertas de su obra primigenia. Recuerdo, como si fuera ayer, su cara de satisfacción ante el trabajo bien hecho, cuando tras hacernos aprender de memoria los ríos más importantes de Europa, nos levantábamos de la mesa (en aquella época uno se levantaba del pupitre como señal de respeto cuando hablaba con el profesor) para recitárselos de corrido: Elba, Rhin, Mosa... Hoy conservo perfectamente en mi memoria aquella larga lista (y han pasado cuarenta años) y supongo que me acompañará hasta mi muerte. Don Fernando me enseño el código cultural, la clave de bóveda, para llegar hasta Cervantes, el arte románico o la Pintura Impresionista. Y nunca le estaré lo suficientemente agradecido por ello. Hay miles de don Fernando en el mundo. Humildes y oscuros profesores que día a día se esfuerzan por hacer llegar, a esa masa moldeable y virgen que es un niño, la maravilla que encierra el Saber. Hacerle entender, al menos implícitamente, que sin ese conocimiento siempre serán juguetes de los poderosos y soberbios. Oscuras fuerzas que intentarán esclavizarlos cuando sean hombres a través de la ignorancia y el miedo. Así ha sido a lo largo de la historia y solo la luz del saber lleva hasta el sendero de la libertad. Y esa luz empieza en una escuela cuando un niño aprende a escribir a través de un sabio y honrado maestro. Por eso, me gustaría soñar que ahora don Fernando habita en ese Parnaso donde deberían de ir todos los buenos hombres y mujeres que a través de los tiempos una vez cogieron de la mano a un niño para que comenzara sus primeros e inciertos pasos en el bello sendero de la Cultura. Y desde el fondo de mi espíritu el niño que una vez fui (y que nunca se marchó del todo) se levanta de aquel pupitre verde y recita con soniquete musical: Elba, Rhin, Mosa... Estoy seguro de que el bueno de don Fernando aun sonreirá con orgullo. GENTE COMÚN. Alberto es noble, trabajador y algo cabezón (de carácter y físicamente hablado), como todo buen maño que se precie. Aparentemente es una persona normal, ni mejor ni peor que los millones de ciudadanos que viven en España. Pero solo aparentemente. Porque a Alberto le mandaron, a principio de los noventa, a un sitio donde en aquella época no quería ir nadie: Yugoeslavia o lo que iba quedando de ella. Una época donde musulmanes, serbios y croatas se dedicaban a degollarse mutuamente con dedicación, inquina y entusiasmo Y eso le hace alguien singular, porque él " sí estuvo allí". Destinado en una unidad de sanidad de primera línea pudo contemplar demasiado de cerca, como un moderno coronel Kurtz de Apocalypse Now, la verdadera cara del horror. Tuvo que ayudar a hacer autopsias, embalsamar cadáveres decapitados por minas y ver los cuerpos horriblemente hinchados de compañeros ahogados en las turbias aguas del rio Neretva. "He visto horrores...horrores que usted ha visto" decía un inmenso Brando a un joven Sheen. Pero a diferencia de aquel ficticio coronel de las fuerzas especiales Alberto no cayó en la siniestra boca del Dios de la Locura. Aunque todavía haya noches en las que, una vez apagado el ruido de fuera en esa hora incierta en la que nos quedamos solos con nuestros particulares demonios interiores, vuelve a escuchar el ruido de las costillas rompiéndose "como se rompen las ramas secas con el viento del invierno". Porque Alberto es una persona común (que es la materia con la que se hacen los héroes) que ha sabido estar por encima de las circunstancias en situaciones no comunes. Hay miles de Albertos, anónimos e invisibles, repartidos a lo largo y ancho de la geografía de la puta madrastra España. Patria que en el mejor de los casos los ignora, cuando no los desprecia abiertamente. Aquella cabo, bajita y regordeta, que se pondría colorada como un tomate si el jaquetón de discoteca de turno tuviera la condescendencia de dignarse ni tan siquiera a mirarla, pero que sin embargo mantuvo como una leona el fuego de una MG-42 bajo los morterazos del Ejército de al-Mahdi en Irak. O el carnicero de supermercado que se pasó seis meses desactivando artefactos IED con mano firme y pulso de hierro en la ruta Lithium, entre Qal'eh-ye Now y Bala Murghab en Afghanistan, y que ahora tiene que aguantar al cretino pelota de su encargado. Todos, todos guardan, como superhéroes, su particular secreto en el fondo del armario (y en el fondo del corazón) y de vez en cuando sacan su medalla de misión (UN "In the service of peace") acariciando con nostalgia y cariño la cinta multicolor. Ellos estuvieron allí y aquello no era un juego de consola. Era real. Gente común que se convierten en personas extraordinarias para volver luego a ser comunes. Y en esos instantes de reflexión íntima se sienten "especiales". Ni mejores, ni peores que los demás. Solo especiales. Por eso, cuando cae la noche y los miles de "Albertos y Albertas" se quedan solos bailando con sus fantasmas en la oscuridad mientras escuchan el siniestro crujido de las costillas al romperse, sería de justicia que un inmenso cartel multicolor estuviera luciendo encima de su domicilios, para avisar al resto de sus conciudadanos, que allí duerme un/a valiente. Paseaba por los alrededores del lago del Retiro cuando, de repente, me crucé con el primer tonto. En realidad era tonta, adolescente, rechoncha y vestía unos inenarrables pantalones color rosa chillón. La tonta en cuestión se divertía una jartá poniéndose detrás y vacilando, sin que éste se diera cuenta por lo aparatoso del disfraz, de uno de esos pobres inmigrantes hispanos que, sudando la gota gorda, visten disfraces de personajes de series de televisión o cómic para que la gente a cambio de unas pocas monedas se fotografíe con ellos. En este caso (aunque tal detalle no tenga demasiada importancia) el disfraz era de Mickey Mouse y la tonta número uno detrás de él se lo estaba pasando bomba con su jueguecito. Y en ese momento descubrí a los tontos número dos y tres, probablemente eran sus señores papás, que con mucha risa y jolgorio le reían la gracia a la chavalita, con fotos incluidas y todo. Perdonen ustedes la expresión, pero aquello me tocó ligeramente los cojones y con un impulso y dos zancadas me planté a escaso medio metro de distancia de la tonta número uno. La miré con la misma simpatía que te mira un tiburón blanco una décima de segundo antes de darte una dentellada, espetándola: "¡¡¡eresunaguiritontadeloscojones!!!" Y oigan, con todo lo tonta que era, aunque no creo que entendiera el continente de tal expresión, supo captar a la perfección el contenido y puso rumbo nor-noroeste hacia donde estaban sus tontos papás, que percatándose del asunto y de mi 1.90 de estatura, iniciaron una prudente retirada hacia un cercano kiosko, donde espero que les cobraran seis euros por cada botellín de agua que pidieran. Por guiris y por tontos. Yo, mientras tanto, encaminé mis pasos hacia la Feria del Libro, donde poder refugiarme de la decadencia de mi país en las páginas de Cervantes, Lope, Unamuno o Lorca. Gente que nunca hubiera escrito lo que escribieron de haber nacido en Wisconsin, Massachusetts o Sidney. Se me olvidó decir que los tres tontos hablaban en ingles. Desconozco si eran yanquis, hijos de la gran Bretaña o australianos. Pero inglés, lo que se dice inglés era lo que hablaban. ¡¡¡ Ay que joderse con los amos del mundo!!! medité. Nunca tan poco llegó a tanto. Y mientras llegaba a las casetas de la feria, fantaseaba con el cálido y reconfortante sueño de imaginar a aquellos tres tontos en lo alto de una pirámide inca o azteca, atados de pies y manos encima de un altar de ceremonias, mientras algún lejano antepasado de hispano, del que tanto se habían estado chotando, les sacaba el corazón en vivo y lo arrojaba a los pies del respetable que enfervorizado jaleaba el espectáculo. Eso sí que era para reírse un rato. Soldado, soy soldado. Y me siento orgulloso de serlo. No te pido que compartas mi forma de vida, ni tan siquiera que la entiendas. Pero te exijo que la respetes. Soldado, soy soldado y ni todas las alimañas juntas de Al qaeda conseguirán que oculte esta condición o viva abrazado al miedo. Eso sería darles un poder sobre mi existencia que no estoy dispuesto a cederles. Soldado, soy soldado y no soy ni más ni menos que ninguno de mis conciudadanos. No tengo el monopolio del valor o el patriotismo, ni me envuelvo en ninguna bandera. Aquí patriotas somos todos al aportar, día a día, nuestro grano de arena para sacar adelante a esta vieja y sabia nación, azotada continuamente por reyes idiotas y políticos suicidas. Valientes los hombres y mujeres que tiran de una familia con 900 euros de sueldo. Valientes los que cuidan día a día a un anciano enfermo o a un familiar disminuido. Esos sí que son valientes. Valientes e insustituibles. Lo mío es oficio, artesanía, profesión. Ni más ni menos que eso. Si queréis darme una "propina moral" en forma de agradecimiento por lo que hago la recibiré con orgullo y gratitud. Si no queréis seguiré actuando de la misma manera, intentando hacer lo correcto y seguir el recto sendero. Porque para mí lo más importante es ver todos los días a un tipo honrado (con sus defectos y virtudes) al otro lado del espejo mientras me afeito por la mañana. Soldado, soy soldado y me niego a pixelar mi rostro o a ocultar mí uniforme en el fondo de un armario. No tengo absolutamente nada de qué avergonzarme. Siempre actué disciplinadamente con respecto a las leyes que otros me impusieron, aunque estas algunas veces no me gustaran nada. Soldado, soy soldado y moriré soldado. Y cuando me vaya solo quiero que pongan en mi lápida lo que reza en todas las lápidas de los nobles y honrados soldados desconocidos, muertos en guerras que ellos nunca provocaron: "Aquí yace un soldado". Paseaba al atardecer por la evocadora necrópolis visigótica de Segóbriga cuando de repente la vi. Estaba allí solitaria, con su profundo color rojo (como la sangre, como el fuego, como la pasión) asomada a la negra boca de la vacía sepultura. Y algo en aquella humilde amapola tocó la fibra sensible de mi espíritu dándome que meditar. Y pensé que aunque jamás (Dios como odio ese adverbio de tiempo) conocería a la persona que fue enterrada allí, me gustaba imaginarla lozana y bella, creyéndose inmortal como todos nos creemos en nuestra juventud. Y también quise pensarla encendiendo el amor y la pasión de un hombre, desaparecido al igual que ella hacía incontables siglos de la memoria de la historia. Quizá esa pequeña amapola era la prueba tangible de que el amor todo lo vence. Tal vez esa limpia flor había sido puesta allí por aquel enamorado, que venciendo al tiempo y al olvido había regresado de la nada para rendir un postrer homenaje a su amada. "Amor omnia vincit": el amor todo lo vence. Que bella frase. ¿Dónde irá toda esa energía positiva que desprendemos cuando nos enamoramos? ¿Sería capaz de vencer a la muerte? ¿Es justo que todo ese bien desaparezca sin más? Y finalmente, mientras me alejaba de aquel sitio por el recto camino bordeado de esbeltos cipreses, me gustó soñarlos a los dos, a ella y a él, fundidos en un abrazo eterno en aquel cielo melancólicamente pintado por la dorada luz del crepúsculo. Salvados ambos por el amor de la siniestra boca negra de la tumba. A GERRU Hola Chiquitín. Todos estos dicen que te has muerto pero tú y yo sabemos que eso no es verdad. Andan por ahí como nenazas llorando tu pérdida, porque ya sabes que aunque muy tarugos son gente noble y de buen corazón. Todos estos dicen que te has muerto pero tú y yo sabemos que solo has pasado a formar en otro lugar. Porque los soldados nunca mueren del todo al vivir en el corazón de sus camaradas. Y ahora estas en un sitio donde las guardias son llevaderas, se sale a las dos y hasta el rancho sabe estupendo. Allí donde transcienden todos los millones de hombres y mujeres, buenos y honrados, que han decidido generosamente consagrar su vida a servir bajo una bandera, sea esta del color que sea, a lo largo de los tiempos. Un lugar donde nunca envejecerás y serás por siempre joven, como cuando por primera vez te pusiste el uniforme. ¿Cómo vas a estar muerto si cada tarde, al ocaso, te recordaremos arriando bandera, saludándote hacia donde se oculta el sol? Eso no es morir. Y cuando la puta muerte saque mi número y me destine allá donde tú estás guárdame un sitio detrás de ti en la formación. Eres grande y así no me verán hablar o moverme. Hasta ese día Chiquitín. Paseaba, cámara en ristre capturando impresiones, por las callejuelas cercanas a la catedral cuando de pronto la oí. Sonaba extraña y extemporánea aquella preciosa melodía africana en mitad de las calles de la medieval Toledo. La voz era bonita y afinada. Agradable. Su rostro estaba medio oculto por la capucha y apenas si se podía divisar una blanca sonrisa. Tejía sus pulseritas concentrada en lo que estaba haciendo mientas seguía con su canto. Imperturbable ante la riada de personas que pasaban por delante, gente para la que en su inmensa mayoría ella era invisible. No parecía triste. Más bien alegre. Yo no tenía ni idea de que es lo que estaba cantando, pero me gustaba y mucho. Me paré a escucharla e imaginé, con los ojos cerrados, que aquella preciosa melodía se la había enseñado su madre, y a su madre, la madre de su madre y así sucesivamente generación tras generación. Ecos de cabañas de adobe, barro y mijo en el África subsahariana. Eché unas monedas en su vasito de papel y le dije: "Eres bella". Ella me sonrió abiertamente y me dijo: "gracias" y eso fue todo. Yo seguí calle arriba con mi cámara y ella se quedó allí. Tejiendo sus humildes pulseritas concentrada, en la toledana calle del Hombre de Palo, como una nueva y urbana Penélope de ébano. La vida nunca más nos volverá a unir, pero por un momento su música empapó de una alegría algo nostálgica lo más profundo de mi espíritu. Y mientras llegaba a Zocodover me gustó imaginarla sentada alrededor de una hoguera, cantando alegre al lado de los suyos, bajo un increíble cielo Africano. Quiera el Dios misericordioso que eso sea así. Viendo las evocadoras y melancólicas imágenes de lo que queda de la milenaria Ur en la imprescindible exposición de Arte Mesopotámico de Caixa Forum, estuve meditando acerca del irrefrenable deseo del ser humano de trascender en la eternidad. Todos, desde reyes y emperadores hasta la persona más humilde, intentan desesperadamente hacerle trampas a esa malvada, vieja y fiel compañera que es la Muerte. Simplemente nuestro ego no puede digerir la idea de que algún día sencillamente no seremos. Dejaremos de existir. Unos, erigen impresionantes y vacuos monumentos para perpetuarse a través de los tiempos, generalmente con el sufrimiento, el sudor y el esfuerzo de sus semejantes. Millones se aferran a la religión con la vana esperanza de que esta existencia sea un mero tránsito hacia otro tipo de conciencia, rebosante de felicidad y ventura. El que no se consuela es porque no quiere. Pero en el fondo todo consiste en lo mismo: jugarle con cartas marcadas a La Parca que indefectiblemente nos esperará al final del camino. Y más allá de esa necesidad de trascender subyace poderosamente, como un instinto aun más primario, otra sensación: el miedo. El miedo a no ser. Porque si despojamos al ser humano del barniz cultural que le da ese plus de centímetros cúbicos de capacidad craneal todo se reduce a impulsos bastante básicos. Placer y dolor. Alegría y miedo. Pero lo cierto es que cuando muramos, cuando mueran nuestros descendientes y los descendientes de nuestros descendientes y ya nadie recuerde que una vez fuimos, todas nuestras risas y nuestras lágrimas, todos nuestros deseos, sueños y anhelos pesarán menos en la infinitud del universo que uno de esos leves granos de arena del desierto que el viento mece sobre la olvidada ciudad de Ur. A, b, c, d, e...y así hasta la z. He aquí damas y caballeros el verdadera arma definitiva. El invento más polivalente, eficaz y eficiente (que viene a ser lo mismo que eficaz pero con economía de medios) salido de la mente humana. Tengo el honor de presentarles...¡¡¡ El Abecedario!!! Con las múltiples combinaciones de estos 27 simples signos se transmiten infinitas ideas y sentimientos. Y las ideas y sentimientos son el motor de lo mejor y lo peor del ser humano. Lo que impulsa a las personas a actuar de una u otra manera. Aquello que nos hace ser bellamente bondadosos o increíblemente malvados. Ideas y sentimientos que conforman la línea que separa a Ghandi de Hitler. Exactamente esa difuminada frontera ética que, según sea el tipo de sociedad o la época donde se dibuja, está más acá o mucho más allá. ¿No roza casi lo mágico que 27 simples garabatos (que ojo solo son 27 en el alfabeto latino) tengan tanto poder en si mismos? Nunca solemos paramos a pensar en ello, porque la capacidad de leer y escribir es (afortunadamente) algo común en las avanzadas sociedades en las que vivimos y nos desarrollamos. Pero esto no siempre fue así. Tenemos propensión a olvidar que en época de nuestros abuelos (o sea sé antes de ayer) grandes capas de la población eran analfabetas y por lo tanto ignorantes y fácilmente manipulables. Millones y millones de seres humanos siendo juguetes de reyes estúpidos, nobles egoístas y religiosos fanáticos, precisamente por no saber desentrañar ese código de signos y todo lo que conlleva su desconocimiento. 27 caracteres que continúan tan plenamente vigentes como cuando se inventaron miles de años atrás, vayan y vengan endemoniadas tecnologías ¿Como si no es con esos símbolos con lo que se mandan los mensajes del "novísimo" Whatsapp ? 27 letras en definitiva con las que se puede escribir "cielo o infierno". Todo depende de las ideas y sentimientos de la mano que empuñe la pluma. Eres un hijo de puta. Eres un hijo de puta ylo sabes. Eres un hijo de puta y lo peor es que además te encanta serlo. Eresun hijo de puta porque has vendido tu alma al dinero como el que adora a unnuevo y terrible Becerro de Oro. Eres un hijo de puta sin un solo resto dedecencia, dignidad y ética al que le encanta sentir el terror de sussubordinados. Eso te hace sentirte bien, eso te la "pone dura" ¿verdad hijo deputa? Ahora otros hijos de puta (del mismo clan de hijos de puta que tu) te lohan puesto fácil. Ahora puedes exprimir a tus trabajadores sin ningunacortapisa legal. Ahora puedes explotarles sin pegas, en aras de la siempre sacrosanta"competitividad". Porque ellos, al igual que tu, saben que empuñas la flamígeraespada del despido, el Armagedón del ERE. Porque ellos, al igual que tu, sabenque puedes destrozar su vida y la de sus familias. Aniquilar su futuro en unmar de desesperación. Y cuantos más jóvenes, inexpertos o maduros son (alfa yomega de una misma realidad) más sientes su pavor y más crece tu ego y tupoder. Eres así de hijo de puta. Y probablemente desees que tus hijos seanotros pequeños hijos de puta. Así les educarás en exclusivos colegios elitistascon otros pequeños retoños de hijo de puta. Sitios donde la chusma solo estápara lo que tiene que estar la chusma: para servir. Probablemente ni siquieraquieras a tu mujer. Un bello objeto más en tu colección de bellezas muertas.Como una mariposa atrapada por los alfileres del taxidermista. Porque en elcorazón de los hijos de puta palabras como amor, fidelidad o cariño no tienencabida. Suenan a hueco y a vacio. Locurioso es que en tu carrera de hijo de puta empezaste de cero. Tu padre,empresario al igual que tu, nunca fue un hijo de puta. Era un hombre honesto ydecente que conocía a todos y cada uno de sus empleados, a los que quería ytrataba con educación y cariño. Y todos, en justa reciprocidad, le respetaban a él, dando lo mejor de simismos para la empresa que tú heredaste ¿Y que consiguió el pobre viejo despuésde cincuenta años al frente del negocio?: morirse de un infarto sentado en sumesa del despacho. Probablemente, debajo de la máscara de pena que impostasteen su entierro, sentías un profundo desprecio hacia él cuando le bajaban a lafosa. Pobre, tonto y sentimental viejo. Porque tu por aquel entonces ya eras ungran hijo de puta. Y fíjate ahora que maravillosa carrera de hijo de puta estasalcanzando. Hace apenas diez años que tomaste el timón de la empresa y ya hascuadriplicado los beneficios. Por el camino se han ido quedando empleados detoda la vida y beneficios sociales que tu padre implemento. Por el camino hasido lamiendo el trasero de la casta de hijos de puta que tienen el poderabsoluto a través de los votos. Rebajándote ante ellos de forma abyecta. Todocon la intención de que te dejaran las manos libres para poder ejercer a laperfección tu magisterio de gran hijo deputa. ¿Verdad que entre hijos de puta nonos vamos ha hacer daño? Perodéjame que te diga algo con todo cariño hijo de puta. La vida es un experimentomuy complicado y no se pueden tener controladas todas las posibles variantes.Existen cánceres, infartos de miocardio y accidentes de tráfico. Sí, sí, ya desé de sobra que hasta en eso juegas con ventaja. Sé que te haces chequeosperiódicos en exclusivos hospitales privados mientras que otros hijos de putacomo tú quieren desmantelar la sanidad pública. Sé que tu Mercedes o tu BMW soncoches robustos y seguros. Porque a ti no te gusta perder ni a los chinos.Porque tú eres un hijo puta ganador, no como esos pobres desgraciados a los quehumillas y explotas. Pero puede que algún día atravieses la línea roja. Puedeque algún día fuerces tanto la maquinaria que lleves a alguien a no tener nadaque perder. Que a ese pobre diablo le importe ya un bledo atravesar de un saltola "no man's land" que separa supobre cubículo de esclavo de tu lujoso despacho, con una lata de gasolina y unacerilla. Y entonces ese día, uno entre miles, tu carrera de gran hijo de putava a acabar en una brillante llamarada. Están situadas a lo largo de lacalle. La mayoría son jóvenes y muchas de ellas francamente bonitas. Algunasvan vestidas con ropas que intentan ser insinuantes. Otras sin embargo llevan un atuendo más "normal". "¿Vienes?" "¿Quieres?" Sonrisas tristes e insinuaciones demasiado evidentes que adivino parapetado detrás delparabrisas. Circo grotesco y macabro que al contrario de excitar mi libido loúnico que me provoca es tristeza y desasosiego. Mientras, tipos con aspecto ruso o balcánico, apostadosdentro de coches tuneados, vigilan de forma ostentosa su "negocio" de carne fresca. Cebo para lapicadora del vicio con una fecha de caducidad trágicamente efímera. Y me da porpensar que una vez Consuelo, María o Isabel (que ahora se hacen llamar Michelle,Vanessa o Alexandra) fueron niñas como mi hija, y soñaron que tenían un futuroresplandeciente por vivir. Un mañana prometedor con chimenea en el hogar, hijosalrededor del árbol buscando sus regalos, y veraneos viendo caer el sol, tras la línea del horizonte de alguna bonita playade postal. Probablemente alguna (o muchas, o todas) piensen y piensen, mientrasson sobadas por tipos ruines, en qué momento perdieron el rumbo para ir deaquellas ensoñaciones brillantes a su negra realidad actual. El destino muchasveces te juega estas malas pasadas. Lanzas los dados y ¡¡¡Zas!!! sale tunúmero. Te ha tocado la lotería macabra. En la recámara de la ruleta rusa de la Vida había un cartucho con tu nombregrabado. Yo soy yo y mi puto determinismo. Largas, duras y frías nochesapostadas en una rotonda para Michelle, Vanessa o Alexandra como un centinelasin relevo en su garita perversa. Largas, duras y frías noches donde buscardesesperadas y solas el camino de miguitas de pan que como Pulgarcito lasdevuelva al hogar. A la cálida casita de chocolate donde las esperan con losbrazos abiertos Consuelo, María e Isabel, para abrigarles el corazón y hacerlesolvidar que una vez se asomaron al infierno del Polígono Marconi. Quiera elDios justo y misericordioso que por algún sitio debe de existir, que la mayoríade ellas encuentren ese sendero de vuelta a casa. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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