<Baila conmigo><No puedo> me dijo, me voy al infierno. Pero un beso tuyo me lo llevo con todo gusto. La boca roja bajo el antifaz vino a mi encuentro cuando París no era una fiesta y tampoco Brazil un carnaval. Sólo un lugar perdido en el hueco tieso de la memoria donde cuelga ese cartel desteñido y oscilante: 'Teatro mágico de marionetas -sólo para locos- la entrada cuesta la razón'. Entonces me besa, y en aquel beso violento y desnudo reconocí a Laura. Era ella. Un mundo de navajas, toda llena de redención y culpa. Su lengua quemando como el acre sabor de la primavera muerta, pidiendole a Mozart a Schubert a Bach un tiro en la cabeza, -'cause we were young- y no teníamos un carajo que perder. Así había sido en otro tiempo, en otro domingo hace treinta y seis años cuando todas mis entrañas me rogaban que no abriera esa puerta. Me despedí de Laura, la dejé seguir su camino, ese fiero e irrespetuoso zigzag de su vida. Entonces me invadió una alegría amarga y punzante, al toparme con Sábato. En todo caso, había sólo un túnel oscuro y solitario: el mío.