Hay ciertos días donde el cuerpo se apaga y la mente es la única despierta; te arrastra, acompaña y desgarra en pequeños pedazos. La tristeza habita en ella y es su mejor amiga. Suele venir todos los días por acá; hay días que solo habita por pequeños instantes y es chiquita. Hay otros días que solo pasa a saludar cuando todo está yendo bien. Sin embargo, hay días como este, como hoy, que viene para quedarse. Lo que genera es tan inmenso que el cuerpo se apaga y queda exhausto. La vida pasa. Y ella, inmortal, permanece. ¿Cómo es posible que nunca muera? La he tratado de matar a diario. La he silenciado, ignorado. Pero siempre vuelve a mí. ¿Qué hago con toda esta tristeza que me persigue cada vez que pienso en vos? ¿Dónde la escondo, dónde la dejo abandonada?. Los recuerdos me agobian. Durante la noche, me siento atrapada. Ya no sé cómo esconderme de ellos o a ellos de mí. ¿Por qué tuviste que irte de esta manera, dejándome desolada con la única compañía de mis fantasmas viejos y con los nuevos que creaste solo para mí?. La carta se está volviendo demasiado; tengo solo 20 años y la tristeza ya recorrió todo mi cuerpo. Me digo a mí misma que dentro de unos años todo esto va a ser solo una fea pesadilla, que ya no me va a generar chuchos de miedo y dolor en el pecho. Me vengo diciendo eso hace años, pero en la mañana, al abrir los ojos, ahí está, mi mejor amiga, la tristeza; me toma la mano, me arrastra hacia ella y me abraza como si no me hubiera visto en décadas. Después de tu partida, ella se volvió mi mejor amiga. Siempre está a mi lado, en cada paso que doy. Ya no sé si la culpa es de ella o de mí, de ambas. Nos volvimos adictas la una a la otra y nos buscamos queriendo saciar esa sed de sentir algo, aunque no sea lo mejor para ninguna de las dos. No me queda nada más que abrazarla y acurrucarme con ella. En el silencio, la tristeza susurra secretos que aún no estoy lista para escuchar.