Ella me observaba, era cuidadosa. Se encontraba detrás del mostrador y sus ojos algo me decían, pero no me aclaraban el porqué de su insistencia. Ambos trabajábamos en la misma zapatería y aunque yo cerraba y ella abría el local, jamás nos habíamos cruzado palabra alguna en el tiempo que tenía trabajando en aquel lugar. Era del turno de la mañana y el mío terminaba en la noche. Cuando pasaba tarjeta por la gerencia para terminar su turno, ella salía en ocasiones meditabunda junto a sus compañeras. Se despedían unas de las otras y luego volteaba su mirada, y en donde su dirección se dirigía, su destino en mis ojos encontraba. Ella sabía lo que hacía, pero me negaba admitirlo en aquel entonces. Cuando nuestras miradas se encontraban, yo me sentía ajeno y supongo que ella sentía inquietud, o solo la timidez de mi intromisión no permitía que el curso de las cosas se diera. Quién sabe. Una tarde, al entregar el turno, nos cruzamos de frente y escuché de sus labios un –disculpa…-. Era diminuto, casi insonoro. Tal vez era su pensamiento quien me hablaba y yo le escuchaba desafiando al silencio traduciendo el movimiento de sus delicados labios. Le respondí que más bien me disculpara a mí, - bueno…- dijo ella luego. Después de aquella última palabra, ausente de emoción, continuamos nuestro camino: Ella al mundo lejano, y yo a la lejanía de aquel mundo que me era vedado, una vez cruzaba la puerta del establecimiento. En ocasiones, no podía dormir pensando en ese –bueno… - y me preguntaba una y otra vez qué quiso decirme, porque quizá era solo una palabra, el comienzo de una frase, pero el resto… ¿Dónde quedaba el resto? ¿A dónde se dirigía ese silencio, esa materia oscura, invisible a mis oídos, visible para el corazón? No lograba responder mis cuestionamientos. No me alcanzaba la noche para acariciar mis dudas ni mi almohada para aconsejarme que dejara de insistir en lo que no tendría, posiblemente, importancia. Al día siguiente me encontraba yo nuevamente llegando al centro comercial, recién almorzado, ajetreado por llegar temprano y a diez minutos para las tres de la tarde, hora que entraba al trabajo; y ella estaba de nuevo afuera de la tienda despidiéndose, taciturna de sus compañeras; mirándome como de costumbre, observándome sin juzgar, y yo sin poder desviar la mirada, sin poder evitarla o más bien, sin quererlo. Sus ojos me tomaban como el jinete al equino, me dominaban. Al culminar la jornada del trabajo, salí de la zapatería muy cansado del día: muchas ventas, infinitos humores, pocas sonrisas; y allí se encontraba ella en una mesa de la feria, tomando una bebida que parecía inexistente, o quizá anulada por la etérea presencia de los cubos de hielo derretidos por el calor de aquella noche. Si sus ojos se encontraban primeramente dispuestos, como la presencia de una figurada inanimada en la entrada principal del centro comercial, en pocos segundos se detuvieron vivos e impenetrables en mi cansado semblante de un día agitado y tan obstinadamente corriente. Nos encontrábamos muy de cerca, lo suficiente como para escuchar lo que deseaban callar sus labios, lo suficiente como para respirar y sentir el aroma desgastado de un perfume sublime que ha combatido con cientos de aromas injustos y tiránicos. Ella se levantó de su silla y exhaló un suspiro, me tomó de sus manos, y temiendo ella por lo que dirían los míos, finalmente dijo: -¡Seremos padres!-. Luis J. Cabré. Las raíces recorren mis piernas Donde el árbol impaciente, Desea contar entre sus hojas secas, Los espejismos desnudos, De las promesas en su corteza Trazadas. Sus hojas caen en mi rostro, Se funden tímidas en mi piel. Como cada beso en tu mirada, Como cada renuente recuerdo, Que del árbol herido emana. Puedo aun juzgar Cada murmullo lejano y rebelde; El delicado transitar de tus pasos Aquellas cautelas sin firma, Por el vergel de lo improbable. Escribiendo en mí pecho, La señal de lo inequívoco. Puedo aun confesar al alba, Que tus lágrimas, Son gotas que erosionan el muro Que nos fue agotando. Que diluyen la fina arena, Dispersa en nuestros labios, Ávidos de surcos. Es precoz aun concluir en el abismo Que muestra el sonriente rostro, De los ríos avanzando. Mansa savia y cálida como el sabor, De esos labios Que quemaron mi piel, Y en ámbar, Conservaron sus marcas. Ausente canto que el viento demoró. Al escuchar el orgullo efímero Y revelar la cadencia de tu vientre Arrullando mis ásperas manos. Olvidando lo innegable. El aire de la corteza conserva un efluvio a Mudez. sus raíces me delatan. La áspera niebla, Se confunde con el fervor de la astucia. Venciendo mis dedos en la hierba, De aquel suelo húmedo, Que presintió nuestras estaciones Que hundió nuestros pies, En el tramo de las pasiones Cautas. Luis J. Cabré << Inicio < Ant.
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Fin >> Me siento a escribir, pero no sé a ciencia cierta sobre que tema hacerlo, sobre la vida, la mía, tal vez, la de mis seres queridos, quizás de los seres que me rodean, que están siempre a mi alrededor, o escribiré sobre el tema en sí "Vida", esta palabra encierra un significado muy profundo, lleno de matices y también ¿Porque nó?, de colores según se desarrolle de una manera determinada, para poder experimentarla en toda su magnitud, deberíamos reflexionar en la palabra muerte, para así, hacer una comparación, contraponer una contra otra, vivir, sentir, tocar, pensar, emocionarse, en todo esto se puede traducir la vida, y lo podemos percibir no solamente cuando tenemos frío, calor o hambre, sino cuando al contemplar la belleza de la naturaleza a veces nos decimos me siento vivo, viendo el cielo de noche plagado de estrellas y luceros, al ver y oler el perfume de las flores, la sonrisa de un niño, la mirada llena de ternura de un anciano, la madre que trabaja en su hogar y fuera de el para sacar adelante a sus hijos. Al despertar cada mañana, a veces me pregunto ¿Acaso es más difícil vivir que morir?, al reflexionar en la respuesta, me respondo, así es, la vida es una lucha constante, día a día, minuto a minuto, y para poder sobrevivir, primero necesitamos tener Fé en Dios, en nosotros mismos y en la humanidad, creer en que tenemos una misión en ésta vida y tenemos que llevarla a cabo, pensar mi existencia no es inútil, soy importante para el Creador, después para mi y para mi familia, no desesperarme cuando las cosas me salen mal, y sobre todo, cuando el pensamiento de la muerte se mete en mi cabeza y me pregunto ¿Tanto para nada? nacer, crecer, reproducirnos y morir, para que tanta lucha cotidiana si moriremos al fin, somos seres mortales, llegaremos a ella algún día, o tal vez, ella nos sorprenderá cuando menos lo imaginemos, seria importante no dejarnos avasallar con esa idea, y me gustaría proponer algo importante, que al despertarnos cada mañana vivamos ese día plenamente, disfrutando hasta del aire que respiramos, amémonos nosotros mismos y amemos a los seres que nos rodean, pues el amor siempre, vence al temor, cojamos el miedo a la muerte y arrojémoslo por la borda, pues este pensamiento pesa tanto, que llega un momento en que nos ahoga y nos asfixia. Vivamos cada momento, cada segundo, como si fuera el último disfrutemos las cosas más sencillas de la vida, que por añadidura son gratuitas, hagamos felices a los seres que nos rodean, trascendamos, no siendo personajes en la política, en la historia, en la ciencia, sino como seres humanos de primera categoría, que cuando partamos y hayamos llegado al misterio de la muerte, nos recuerden con cariño, con una lágrima y después con una sonrisa de satisfacción, pues habremos sabido vivir con plenitud, y amar de una manera total y diremos, "He cumplido, mi vida no fue estéril ni inútil, dejé sembrados árboles frutales que no logré verlos crecer ni fructificar, pero mis hijos y los hijos de mis hijos, los disfrutarán, vida he cumplido, vida estamos en paz" Ellas son como el viento que viene de las lejaníasQue acarician mi rostro con tal suavidadComo la brisa misma del tranquilo marY tempestuosas como las ráfagas de un huracánArdientes como el fuego mismo de los infiernosCálidas como el hogar que te acobija en el inviernoHipnóticas como la llama viva que baila sensualFrente a mis ojos en una fogata Ellas son la fuente más pura de donde jamás he de beberSon el vino más fino y solo puedo contemplarEsas curvas envueltas en seda en la cava de un diosQue el tampoco siquiera se atreve a mirar.Ellas son el brillo que opaca las estrellas del firmamentoY la luna se esconde de vergüenza al ver tal bellezaSon el motivo de que el sol salga cada mañanaA buscarlas tocando en sus ventanas.Cada lagrima que corre por sus mejillasEs un llanto.....Una gota del mar que se ahogaMirando tristeza en sus corazones.Son la Gioconda y la joven del arete de perlas Una canción o un poemaSon aquello que enamoraAl pintor y al poeta...Ellas son amantes, amigas o noviasSon almas hermosas que nos cuidanEn el camino...Detrás de un hombre con miedo hay una mujer valiente POINT DE DÈPART ET CONFLIT DE L´INSTINCT * ávido de polentu bastión tembló bajo mi acecho /allané la nochecazando estrellas pulidas de miedo /lanceros silenciososderrotaron murallas de antiguos sueños /una solemne lágrima hirvió de espantocuando me alcé rendido tras la frontera /en confesión de músculoscrónicas vencidas cimbraron de arduos berretines /odisea de un retorno ad honorem en la quietud movilizada de bravíos tambores / y al caparazón mutilado de espigas /dos imágenes espejadasle inventaron la última cicatrizmuy cerca de nuestras orillas / * punto de partida y conflicto del instinto << Inicio < Ant.
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MARIANO DOROLA
Hermanazo, amigo, hijo del alma (nacido el mismo año que Federico, mi hijo mayor)...Poeta divino...
Nada pues...en fin...solo deseaba pasar por tu Templo, Tu bello portal, tu castillo encantado y decirte desde el fondo de mi alma que te estimo muchísimo.
Que te quiero mucho, que aprender día a día a quererte mas mientras mas te voy conociendo, ha llenado de alegría mi vida, mi corazón y mi alma.
A Dios le ruego para ti, la misma felicidad infinita que para mis hijos le ruego...
eso... perdón por mis nostalgias... Por mis visitas extemporáneas...
y por no haberte dicho todo esto mucho tiempo antes.
UNA ABRAZO FUERTE DE TU AMIGO
MARIANO DOROLA
Francisco Perez