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Capítulo VIII. Pasaron cinco días después de la pelea entre Shin y Hart, y los ánimos en el dojo se habían tranquilizado un poco, no nada más porque Hart no se había aparecido en ese tiempo, sino porque los discípulos de Drulicz estaban muy nerviosos por el viaje que estaba cerca, ya que no sabían el motivo por el que partirían a Ciudad Central. Era un día por la mañana en la aldea Délciran, la noche anterior había llovido, por lo que los caminos estaban fangosos y las chozas húmedas, lo que le daba un tono lúgubre al poblado. Abel caminaba por el lugar, llenándose sus botas de lodo. Una pequeña llovizna había vuelto su pelo crespo cristalino, sin maltratar las ondulaciones que formaban su cabello. Llegó a la aldea por el centro, donde se encuentra la plaza en la que los orientales suelen rezar a su Rey por las tardes, aunque desde la llegada de los occidentales era un poco más difícil ya que habían puesto diversos establecimientos informales para poder mantenerse. Caminó por la avenida principal para después virar en una pequeña calle donde se encontraban pequeñas chozas, aunque en mejor estado que el dojo de Drulicz. Se detuvo en una que era un poco más grande de lo normal, hecha de madera con cimientos de concreto y lo suficientemente fuerte como para resistir tormentas y nevadas, aunque en esa parte del mundo no caía nieve. Por la chimenea de la casa salía humo constante, y en el rostro de Abel se figuró un semblante de nostalgia, seguido por una sonrisa, se dispuso a entrar al hogar. Abrió la puerta sin ningún complejo, al entrar vio una sala bien amueblada, con sillones de algodón y en medio una pequeña mesa con un florero. La chimenea estaba encendida y sintió rápidamente el calor que expedía la misma, diferente al ambiente frío que se impregnaba afuera. Caminó por el pasillo que lleva a la cocina y vio diversas fotografías, principalmente de una familia, una pareja joven con un niño menor. En algunas estaban los tres en un día de campo, en un lago, o en la casa, en la sala de estar por donde había pasado hace unos segundos. Entró sigilosamente en la cocina, y vio a una mujer de edad media, alegremente preparando un desayuno basado en huevos fritos y verduras. La mujer no había notado la presencia del joven, quien permanecía quieto y sonriendo. - Hola ma, veo que estás haciendo el desayuno- exclamó Abel. Estas palabras sobresaltaron a la señora, que volteó rápidamente a la puerta de la cocina y vio a su hijo, lo que le causó una profunda felicidad. - Abel, hijo, que gusto verte, hace tiempo que no pasabas por aquí- dijo esto Norma, la madre de Abel, mientras abrazaba a su hijo, que ya estaba más alto que ella. Notó que su único hijo estaba más fuerte y con un semblante más maduro que antes de irse de la casa para realizar su propia vida- pero qué fuerte te has puesto, ven, tienes que desayunar, tu padre no tardará en bajar ya que muy pronto tendrá que partir al trabajo. Se oyeron pasos bajar de las escaleras, y después pasar por la sala de estar. En la puerta de la cocina se asomó un hombre alto, de barba negra, hombros anchos y con un hacha en la mano, botas grandes para el fango, al ver a su hijo, Héctor se sorprendió: - Abel, que haces por aquí, mira si has crecido- dijo el padre del muchacho con una voz grave y sonriendo. Abel se abrazó con su padre y la familia se sentó en la mesa a desayunar y a platicar de las trivialidades que pasan en la vida de cada uno de ellos. El padre de Abel es leñador y carpintero independiente, tiene un negocio propio y lleva una hacha porque le gusta cortar leña por las mañana antes de llegar al trabajo, para hacer ejercicio. Héctor le contó a su hijo que desde que llegaron los occidentales a la aldea, el negocio de la madera ha bajado un poco, ya que los de la otra parte del mundo quieren objetos más sofisticados y tampoco quieren sus casas de materiales naturales, sino de cemento y ladrillo, muy contrario al gusto de los orientales. - A como vamos, creo que muy pronto Délciran se convertirá en una ciudad, muy parecida a Ciudad Central- comentó el padre al hijo. Después del desayuno, Norma sirvió tres tazas de café, la cual su esposo bebió un poco apresurado, ya que debía partir muy pronto del hogar. - Sabes pa, ahora que hablas de Ciudad Central debo decirles algo, muy pronto partiré para allá por cuestiones de lo que estoy realizando, y no sé cuándo vaya a volver, pero les prometo que en cuanto pueda, regresaré. - Ah hijo, puedes volver cuando quieras, pero sólo de visita, ya que estar en Ciudad Central es mejor a que te quedes aquí, ahí se encuentra el progreso, y creo que para un joven vigoroso como tú esa ciudad es una mina de oportunidades, espero que te vaya bien en lo que estés haciendo en esa pequeña choza- respondió su padre. - Es cierto hijo, aún no sabemos exactamente a qué te dedicas ahí con ese señor, y si ya te vas creo que es mejor que lo hagas de una vez, tu padre y yo queremos saber qué es lo que pasa con tu vida, antes de que partas- agregó la mamá. Abel había esperado esto ¿Cómo decirle a sus padres que se iba a aventurar a una de las odiseas más grandes que hayan existido?, y que sería muy probable que se convirtiera en unos de los guerreros más poderosos del mundo, pero sobre todo, si les contaba y fracasaba, con qué cara regresaría con ellos. Al contarles todo lo que había pasado desde hacía poco más de un año cuando llegó a la choza de Drulicz, su padre tomó la mano de su mujer, y en los ojos de ella se reflejaban lágrimas ávidas de rodar por sus mejillas aperladas. - Escuchaste eso Héctor, nuestro hijo será grande, y ayudará a los débiles y desamparados- dijo la madre de Abel mientras tomaba el brazo de su esposo y las primeras lágrimas empezaban a salirle. - Vaya, mi hijo un guerrero legendario, creo que podré acostumbrarme a eso- dijo el padre. Los tres en la mesa estuvieron un tiempo en silencio, como meditando y acostumbrándose a la situación por la que pasarían en los próximos años, si es que Abel lograba obtener una de las espadas sagradas y convertirse en el defensor del mundo. - Bueno hijo, lo único que puedo decirte antes de que te vayas, es que tengas mucho cuidado del mundo, se ha vuelto muy rudo, y fuera de la aldea no es un lugar muy bonito para vivir, pero creo que lograrás cumplir tu meta, buena suerte- y Héctor le dio un apretón de manos a Abel. - Gracias papá, pero creo que aún hay esperanza con lo que está pasando, esto se revertirá pronto, lo verás. Norma abrazó a Abel, y aún con sus brazos rodeándole el cuello le dijo: - Que te vaya bien amor, y recuerda que aquí siempre será tu casa, puedes regresar cuando quieras. - Hasta luego, mamá. - ¿Irás a visitar a Delia?- le preguntó Héctor a Abel. - Sí, es lo segundo que haré. Abel se despidió de sus padres, quienes permanecieron en la puerta hasta que Abel dio vuelta en la calle y se dirigió a una de las cuatro escuelas de Délciran, a visitar a su amiga Delia. Mientras se dirigía al lugar, Abel recordó que toda su vida había vivido en esa aldea, y que conocía a la mayoría de los pobladores, aunque sea sólo de nombre o de vista. Desde que era niño, su padre fue leñador, por lo cual era muy fuerte. Su padre, al igual que él, nació en Occidente, y conoció a su esposa en un baile clandestino de año nuevo, ya que en aquella época no se permitían ese tipo de eventos en la parte oriental del mundo. Sobre todo porque algunos occidentales, como Héctor, se colaban para conocer mujeres orientales, como Norma. El cortejo entre ambos fue como el de cualquier otro noviazgo que tiene éxito, y su vida transcurrió lo más normal que se pudo, sólo tuvieron un hijo porque lo consideraron lo más apto, para darle mayor y única atención a Abel. Desde pequeño, Abel siempre tuvo instintos honestos y serviciales. Fue educado, buen estudiante y buena persona, por eso batalló cuando dejó a su familia por primera vez para adaptarse a la vida del dojo, con Shin, John, Eleazar y Bou, quienes al inicio no lo veían con buenos ojos. Además de Delia, sus mejores amigos son Burk, un tipo gordo más alto que él que conoce desde que estaban en pre escolar; y Albert, un niño de 8 años, primo segundo de Burk, quien desde que sus piernas fueron lo suficientemente fuertes para caminar, los seguía a todos lados. Así caminó Abel por la calle principal de Délciran, y se paró en una carnicería, donde un hombre gordo mascaba un pedazo de carne seca como bocadillo, mientras otro señor de mayor edad cortaba un gran bulto de carne colgado de un gancho. - Veo que sigues disfrutando de tus productos, Burk- le dijo Abel. Burk se sorprendió al escuchar estas palabras, no tanto por el contenido sino por la voz, ya que reconoció a su viejo amigo de la infancia. - Hey Abel, como has estado, creí que ya te habías desaparecido de la faz de la tierra, cuánto tiempo sin verte. El gordo dijo esto mientras se abrazaban, el señor que cortaba la carne era el papá de Burk, un viejo carnicero que recibía ayuda de su hijo, aunque fuera sólo en el mostrador y comiendo la mayor parte del tiempo. - ¿Cómo está señor?- saludó Abel al padre de su amigo. - Te ves bien Abel, y tú gordo, porque no haces ejercicio como él para que adelgaces y tengas condición física- le recriminó el anciano a su hijo. - Ah, basta papá, sabes que no necesito hacer ejercicio, estoy fuerte como un roble, pregúntale a Abel, ¿Quién era el que ganaba siempre a los aventados en la escuela, eh?- respondió Burk a su padre. El señor sólo hizo un gesto de indiferencia, ya que no sabía que eran los aventados, pero dejó de conversar con los chicos y se puso a cortar la carne nuevamente. - Recuerdas en la escuela Abel, a los aventados, como le ganaba a todos los chicos, incluso hasta los que iban más adelantados que yo- decía Burk a su amigo con mirada de nostalgia. - Claro que lo recuerdo Burk, fuiste el campeón los seis años de primaria, digo, ocho- dijo esto último Abel con un poco de vergüenza, ya que no recordaba que su amigo reprobó dos veces, una vez en primer año y otra en tercero, que fue cuando coincidieron en el salón, aunque ya se conocían porque jugaban en el recreo. - Sí, el campeón- respondió Burk, sin dar importancia al último comentario de Abel- también recuerdo que tú eras de los primeros en salir del juego verdad, con un pequeño empujón y terminabas en el suelo- tiró una carcajada. - Sí, escucha Burk, tengo que hablarte por un momento, ¿Quieres ir a dar un paseo? - Oíste papá, voy a salir un rato con Abel, creo que podemos ir a comer y después a recordar los viejos tiempos, te veré luego, pa. El padre de Burk sólo hizo un gesto de asentimiento y continuó con su labor, mientras Abel y Burk salían de la carnicería para dirigirse a la fonda más cercana. - Sabes Burk, acabo de desayunar con mis padres, y aún es muy temprano para comer, que te parece si vamos a la escuela para recordar los viejos tiempos- le comentó Abel a su amigo. - Bah, está bien, pero primero pasemos por el mercado para comprar un bocadillo mientras caminamos. Fueron primero por el mercado, para que Burk comprara unas frutas. En ese lapso, se encontraron a Albert, quien salió corriendo por entre los puestos para encontrarse con su primo y Abel. - Hola Abel, ¿cómo estás?- dijo el pequeño mientras avanzaba con los brazos abiertos para abrazarlo. - Estoy bien Albert, vaya si has crecido- respondió Abel mientras se agachaba para abrazar a su amigo. - Cómo estás enano- saludó Burk a su primo, mientras lo tomaba del cuello en son de broma y le desbarataba el peinado. - Basta gordo- dijo Albert. Los tres se dirigieron a la escuela del sector de la aldea, mientras bromeaban y platicaban. Mientras todo esto sucedía, Abel pensaba que sin duda Délciran era el mejor lugar para vivir. Tenía todo lo que un hombre podía pedir, familia, amigos, una mujer a quien querer, trabajo estable si lo deseaba, todo. Por eso iba a ser tan difícil partir a la aventura. Para él, ser poderoso, pelear por el bien y ganar prestigio y fama no igualaba el amor de una familia, la nostalgia de los amigos, o estar en los brazos de una mujer hermosa, sólo así, contemplándola y sintiendo su calor. Pero la decisión estaba tomada, y el próximo día partiría a la mayor aventura de su vida, tal vez para ya no volver jamás. Con este pensamiento, Abel decidió que era el momento de decirles a sus amigos que partiría mañana y que tal vez no volvería a verlos. Se los comentó, y cuando llegaron a la escuela, se situaron en la parte del patio donde solían jugar a los aventados de niños. - Vaya, no puedo creer que Abel, mi amigo, un chico de aldea como cualquiera vaya a pelear para ser unos de los guerreros más grandes de Occidente- dijo Burk, sobándose la cabeza, como si todo eso fuera mucho para su cerebro. Albert aún seguía anonadado por toda la información que acababa de recibir, y sólo tenía la boca abierta sin decir palabra alguna. - Bueno, creo que lo único que queda decirte es buena suerte viejo- dijo Burk, mientras le alzaba la mano a su mejor amigo. - Buena suerte a ti también gordo (Abel era de las pocas personas a las que Burk permitía que le dijeran gordo)- después se abrazaron. Abel se agachó para platicar con Albert, quien aún no decía nada. - Bueno peque, es hora de decir adiós, quiero que te portes bien y cuides a Burk, sabes que le gusta comer mucho antes de dormir, pero por eso le dan retorcijones en la noche, y cuida que no se sobrepase con las chavas del pueblo, bueno, con las pocas con las que aún no se ha sobrepasado- al terminar de decir esto, Burk le dijo asno a Abel. - Sí Abel, lo haré… y suerte- respondió Albert. - Bueno amigos, tengo que ir a buscar a Delia, ya que aún no me despido de ella. Abel caminó hacia las aulas de la escuela mientras se despedía de sus amigos, en eso Albert le gritó: - Abel, si algún día regresas, me llevarás contigo, yo también quiero ayudar a salvar el mundo. - Está bien chico, te lo prometo- le respondió Abel, después de todo no pensaba que fuera a volver para cumplir esa promesa. - Oye flaco, antes de que te vayas, que te parece si nos damos una última jugada de aventados, por los viejos tiempos, quiero ver si estás listo para defendernos de los malos- le recriminó Burk a su amigo. - Está bien gordo, como quieras, tu haz la cuenta Albert. Ambos se pusieron en posición de combate, el juego de los aventados era muy simple, dos o más jugadores hacían una rueda, y al momento de que algún árbitro o encargado de vigilar el juego terminara de contar hasta tres, todos se lanzaban al centro a aventarse, y el último que quedara de pie ganaba. Así, Albert empezó a contar, y al terminar de decir tres, Abel y Burk corrieron uno contra otro para que sus cuerpos hicieran una coalición. Al momento de estrellarse, el gordo salió disparado por donde había empezado a correr y rodó unos diez metros por el suelo hasta que se detuvo con una malla de la escuela, Abel se quedó en el centro del patio, justo donde derribó a su amigo. Burk se sobrepuso del golpe y se sentó en el suelo, tomándose la cabeza, no tuvo mayor daño que unos pequeños golpes. - Vaya si te has puesto fuerte, flaco, no pensé que fueras a vencerme de esta manera, creo que estás listo para partir- dijo Burk. - Es que he estado entrenando, pero debo decirte que tuve que utilizar todas mis fuerzas para poder derribarte amigo, y creo que tú te confiaste y no utilizaste toda- dijo esto Abel mientras se acercaba a Burk para tenderle la mano. - Sí, eso sí lo creo- respondió Burk, mientras tomaba la mano de su amigo y se levantaba. - Bueno, ya me tengo que ir, espero volver a verlos. - Sí, claro, el amor llama, nosotros también esperamos saber pronto de ti Abel, aunque sea cuando te hagas famoso, y una última cosa. - ¿Qué? - Dale un beso a Delia de mi parte, y algo más no. - Eres un pervertido. - Ya lo sabes, como siempre. Abel rió y partió en busca de Delia, la mujer a la que quería desde que tenía edad para empezar a fijarse en las mujeres, o tal vez antes. Mientras recorría los pocos metros que lo distanciaban de su primer amor, Abel recordó cómo llegó al dojo de Drulicz. Fue hace poco más de un año, caminaba por las afueras de Délciran con Burk y Albert buscando la Planta de la Vida, que no era más que una pequeña planta de cinco hojas, pero ellos pensaban que quien la encontrara obtendría la felicidad eterna, como siempre lo habían soñado. Por las raíces de los árboles, cerca de los ríos, o en un llano buscaban ávidos la planta de la vida, pero después de cinco horas de resistir el sol y los zancudos empezaban a resentir el cansancio y no les quedaban ánimos de seguir buscando. Por si fuera poco, Burk y Albert empezaron a discutir sobre nimiedades de la vida, por lo que Abel comenzó a desesperarse y les sugirió que se separaran y el que la encontrara la repartiera con los demás, aunque no estaban seguros si eso funcionaría. Los dos primos se fueron por su lado, aun discutiendo, y Abel caminó un poco más al norte. Se topó con una maleza gruesa, que no recordaba estuviera en ese lugar, pero ya tenía demasiado tiempo que no pasaba por ahí que no le sorprendió tanto. Por alguna extraña razón, el deseo de traspasarla le surgió inconteniblemente del cuerpo, creyó que principalmente provenía del corazón. Sintió que tal vez era la Planta de la Vida que lo llamaba, aunque la verdad no estaba muy seguro de que existiera o querer encontrarla para él, ya que se sentía muy feliz con su vida como estaba, pero decidió seguir su impulso y tal vez si la encontraba regalársela a sus viejos amigos. Así que prosiguió, rompió unas cuantas ramas en su camino, y tuvo que quitar hojas y espinas que pasaban cerca de su cara, pero después de andar un poco más de un metro, la maleza terminó y salió un poco confundido quitándose los pedazos de ramas y hojas que quedaron en su ropa. No se dio cuenta lo que había frente a él. John, Shin y Hart, quienes se encontraban en el patio del dojo, lo vieron extrañados, pero Abel seguía quitándose ramas de la espalda sin notar a aquellos jóvenes. - ¿Qué haces aquí?- le preguntó John a aquel joven desconocido que había irrumpido al dojo sin ninguna invitación. Al escuchar la pregunta, Abel volteó y se sorprendió al ver a esos tres jóvenes tan cerca de la aldea, y un dojo que no había visto, a pesar de haber estar viviendo cerca. - ¿Qué?- se limitó a responder Abel, todavía sorprendido de ver a esos tipos. Los tres eran más grandes, y por sus complexiones y miradas frías claramente más fuertes. Se veían hombres con poder. - ¿Estás extraviado, o tienes algún problema?- le preguntó Shin con amabilidad, Abel continuó desconcertado y sólo respondió “no”. - Entonces ¿Qué haces aquí?- replicó John- espera, ¿Eres oriental u occidental?- esto lo dijo con aire especulativo. - No, soy oriental, digo, vivo en Oriente, pero no soy oriental. - Qué rayos estás diciendo, vives en oriente pero no eres oriental, ¿Acaso estás bien de la cabeza?- respondió John. Ante la plática burda, Hart se empezó a desesperar, en aquel momento él era el único que sabía la razón por la que estaban ahí, así que no había necesidad de preguntarle tantas cosas. Para él, Abel era sólo otro contendiente a obtener una espada, un intruso incompetente que se quedaría en el camino. Shin, por su parte, asumía que sólo era algún extranjero extraviado, que había llegado por equivocación. Abel seguía un poco descuidado, y su atención fue a dar a la entrada de la cabaña, donde un anciano de baja estatura y una bella mujer joven salían. - Hola extraño- saludó Soria a Abel, sin que éste contestara, por lo que Soria puso sus manos en la cintura- ¿Qué te pasa, estás perdido?- Abel se disponía a responder que no, aunque pensaba que tal vez sí lo estaba, pero Drulicz interrumpió. - El que llega aquí no es porque esté perdido o desconcertado, sólo llega, no hay otra explicación, bienvenido ¿Cómo te llamas? - Ab… Abel señor- respondió el joven a la pregunta que se le hizo más lógica desde que estaba ante esos extraños. - Bueno Abel, bienvenido a mi dojo, mi nombre es Drulicz y soy el maestro de estos chicos (Hart hizo una cara de enfado ante esta aseveración del viejo), dime ¿Qué te trae por aquí? - Bueno pues, yo… yo estaba buscando algo, pero creo que me desvié un poco y los molesté, será mejor que me vaya. - No es ninguna molestia, y como te comenté al inicio, aquí nadie llega por casualidad ni a interrumpir, ¿Qué estabas buscando?- preguntó el viejo. - Es algo tonto- contestó Abel dubitativo. - En esta vida, lo único tonto es lo que la gente lo hace así, si estabas buscando algo tonto por qué te esforzaste tanto como para atravesar esa maleza. - Bueno, es decir, es tonto lo que buscaba, pero lo buscaba por una buena razón, verá, mis amigos creen que si encontramos cierta planta, esta nos dará la suerte para ser exitosos en nuestras vidas, pero yo no lo creo tanto, sólo lo hacía por diversión, pero creo que buscar el éxito y la felicidad en nuestras vidas sí es importante, aunque yo tengo todo lo que necesito en Délciran. - Eso es bueno Abel, es muy bueno, mientras haya más personas felices en esta tierra, habrá más paz y menos guerra, ¿Lo sabías? - Sí, algo similar me comenta mi papá, pero ustedes qué hacen aquí, nunca los he visto por Délciran, ¿Son forasteros? - Sí Abel, es una forma de decirlo, somos forasteros, y lo que hacemos aquí es entrenar artes marciales y leyes de la vida para buscar ser mejores personas, verdad muchachos. - Sí maestro- respondió Shin. - Si usted lo dice- dijo John, ante la mirada inquisitiva de Drulicz, Shin y Soria. Hart no dijo nada. - Entrenar artes marciales, vaya, eso es genial, pero, ¿Para qué?- comentó Abel. - Porque creemos que con mejores personas hay un mundo mejor, las cosas en los últimos años no han ido tan bien- respondió Drulicz. - Sí, eso he escuchado. ¿Cobra? maestro, o algo así- este comentario de Abel provocó las risas de John y Soria. - Claro que no, Abel, no cobro, sólo que aquí cada quien se mantiene como puede, lo único que pido es total compromiso con las labores que te ordene, dime ¿Estás interesado en formar parte de este grupo? Todos miraron a los ojos a Abel, éste regresó la mirada al grupo, no supo qué decir, le tentaba la idea de entrenar y ver en que podría cambiar eso su vida, pero consideraba que su vida estaba bien y no necesitaba cambios. - Lo tendré que pensar, por lo menos este día, y luego les diré- se limitó a decir Abel. - Está bien Abel, te esperaremos, espero que encuentras la planta que estabas buscando- respondió Drulicz. Después de estas palabras Abel regresó por donde llegó, pensando que tal vez había encontrado lo que estaba buscando, por un acto instintivo tapó como pudo el hoyo que hizo en la maleza, en ese momento regresaron Burk y Albert, le preguntaron si había encontrado algo. Él sólo respondió que no. Abel llegó al aula donde su amada Delia daba clases a niños de no más de seis años, se paró en la entrada sin hacer ruido para sólo contemplarla, como le gustaba hacerlo cuando ella dormía, comía, o trabajaba como en ese momento. Delia estaba entretenida con los niños, pero al sentir la presencia de alguien en la puerta volteó. Vio a Abel y sus miradas se conectaron como dos haces de luz destinados a estar siempre juntos, y en éstos se reflejaron los sentimientos de ambos que procedían del corazón y del alma. Cuando estaban juntos en el mismo lugar, la fragancia del amor se sentía en el aire. - Hola Abel, que bueno que nos vienes a visitar, verdad niños- dijo Delia. Los niños respondieron con un “Sí” unísono. - Vengo a ver a la mujer más bella del mundo, ustedes son afortunados el tenerla todos los días niños- respondió Abel. La clase estaba por terminar. Abel tuvo que esperar 15 minutos a que finalizara y otra media hora en que llegaban los padres por sus hijos para estar a solas con su amada. Pasearon por la plaza principal de Délciran, en donde la mayoría de los transeúntes los conocían y los saludaban. Ella iba tomada del brazo de Abel, como una pareja de adultos con más de 20 años de casados. Reflejaban seguridad, amor y compromiso entre ellos, y su relación siempre fue ejemplo para jóvenes y grandes de la aldea, como también eran buen ejemplo los padres de Abel. Después de pasear, comieron en una fonda de la plaza unos guisos de carne con legumbres y pan almendrado. Después fueron a la casa de Delia, en la que tomaron dos caballos para ir al lago más cercano a la aldea, en el camino jugaban entre sí carreras que no duraban más de diez metros y platicaban de sus vidas, que estaban destinadas a permanecer juntas por siempre. Llegaron al lago, y ahí pasearon por la orilla, en ocasiones Abel la cargaba y amenazaba con tirarla al agua, como dos novios tontos que lo único que quieren es llamar la atención. Después se acomodaron bajo la sombra de un árbol a contemplar la naturaleza que los rodeaba, que ante sus ojos de amor, era la más bella del mundo. - Delia- dijo Abel- tengo algo muy importante que decirte. Delia, como mujer con alto sentido de la intuición, sabía que esta ocasión tan especial se debía a algo, y no se sorprendió al escuchar estas palabras de su novio. - ¿Qué pasa amor? - Recuerdas que te comenté que estábamos entrenando con un maestro de artes marciales para buscar ser mejores personas y ayudar a los demás. - Así es, y me comentaste que pensabas que había algo detrás de todo esto, es decir, un hombre llega de la nada y se instala en las afueras de la aldea, y llegan a él gente de todos lados, ¿qué pasó? - Bueno, creo que esto es más importante de lo que pensé- y Abel le explicó todo lo que había pasado en las últimas semanas. Después de terminar se quedaron un rato en silencio, y después Delia le preguntó: - ¿Y a qué van a Ciudad Central? - Bueno… la verdad no lo sé, pero… - Entonces no sabes si es para algo importante o simplemente van de vacaciones. - Bueno, el maestro dijo que el Rey le había hablado, supongo que debe hacer para algo importante. - ¿Cómo sabes que no los quiere para bufones? Abel descubrió que Delia estaba bromeando con él. Juguetearon un poco para después hacer las paces con un beso. - Estoy orgullosa de ti amor- dijo Delia e hizo una pequeña pausa- pero quiero que me prometas algo. - ¿Qué pasa cariño? - Que no importa lo que pase, o en que te conviertas, siempre me recordarás así como yo te recordaré. Eres mi primer amor, y siempre tendrás un lugar especial en mi corazón. - Claro que nunca te olvidaré Delia, eres la mujer más increíble que he conocido y me has hecho sentir cosas que no creo alguien pueda superar, y no importa lo que pase, siempre te amaré. - También quiero que me prometas otra cosa. - Qué amor. - Que no importa que sea lo que te depare, las dificultades que tengas o lo que sufras, quiero que triunfes, prométemelo. Abel se quedó callado por un momento. - Lo haré amor, te lo prometo. Después de estas palabras se fundieron en un beso que parecía eterno, y después se quedaron bajo el árbol abrazados sin decir nada, disfrutando el momento como sólo dos enamorados lo pueden hacer. Esa fue la última vez que hicieron el amor. Era una noche fría y tranquila en la aldea Délciran. Cuando la neblina bajaba de más por las noches, la mayoría de los negocios cerraban más temprano y las actividades se dejaban para el siguiente día. La mayor parte de la gente del pueblo permanecía en su casa hasta la mañana siguiente cuando se tenía que volver a trabajar, a excepción de los negocios que atraían a gente de vida nocturna, como bares y prostíbulos, aunque sólo era una pequeña calle de toda la aldea la que albergaba este tipo de negocios. En la última junta general de Délciran, por una mayoría se tomó la decisión de que los centros nocturnos permanecieran lo más alejados de los niños y menores de edad, y en la calle privada de Bustos, en el ala este de la aldea y casi al terminar la misma, era el lugar indicado. La decisión causó molestia en los dueños de los lugares, los asiduos clientes y algunos vecinos de ese sector, pero la mayoría de los 2 mil habitantes de la aldea votó porque se tomara esta acción, y el Alcalde tuvo que acatarla, ya que en su poder no estaba vetar o contradecir las decisiones que se tomaran democráticamente en una elección. Desde que llegaron los occidentales a la aldea, que prácticamente se habían apoderado del territorio y transformaron su sistema de gobierno. Además de que no recibieron mayores réplicas de los orientales de la aldea, ya que también estaban de acuerdo en dejar sólo una calle para los establecimientos que fomentaban el vicio. Así que en la calle de Bustos se instalaron cinco cantinas, tres prostíbulos y dos restaurantes que venden bebidas alcohólicas, y sólo tienen como menú carne de res casi podrida o mal cocinada. De unos de los prostíbulos, llamado el “Cliente Candoroso”, salió Hart, tambaleando por los efectos del alcohol y con dos mujeres, cada una bajo un brazo. Salió del lugar muy animado, ebrio y con ganas de seguir de fiesta, con la intención de llevarse a estas dos trabajadoras nocturnas a un lugar más privado donde divertirse, pero olvidó pagar la cuenta y eso irritó al dueño del lugar, quien salió con algunos de sus empleados para tratar de detenerlo y cobrarse lo que el cliente había gastado, aunque sólo lo pudieran hacer con una golpiza para darle un susto y no volviera a poner los pies en esa calle de perdición y placer. - Oye pedazo de mierda, quien te crees que eres para irte así de mi lugar sin pagar la cuenta y además llevarte a dos de mis mejores mujeres, por lo que veo debes estar borracho y drogado para pensar que podrías salirte con la tuya, imbécil- dijo el dueño del Cliente Candoroso, quien era un hombre de mediana edad, calvo y con la panza como un barril que sobresalía sobre sus senos y brazos aguados. Atrás de él había otros tres hombres, más altos y fuertes, que veían amenazantes a Hart– y ustedes, par de locas, regresen adentro si no quieren perder su empleo o les pase algo peor- les dijo en tono amenazante a las dos mujeres que acompañaban a Hart. El “Discípulo” de Drulicz se tambaleó al momento de que las mujeres se apartaron de él, un poco resignadas y molestas al oír las palabras del jefe y tener que volver al lugar donde cada vez que caminaban por los pasillos recibían nalgadas, algunas demasiados fuertes, de hombres horrendos y ebrios. Por lo menos Hart no era feo, aunque ya tenía algunas cicatrices en la cara que reflejaban que era un hombre de batalla, pensaron las mujeres cuando decidieron salir con aquel personaje místico. Hart miró a los hombres con ojos enfurecidos, que reflejaban ebriedad y disgusto a la vez. - Ese lugar está lleno de prostitutas baratas y feas, las únicas excepciones son las dos con las que salí, por eso me las llevo, no merecen estar en una pocilga asquerosa como ésta, y en cuánto al dinero, no pagaré nada por un alcohol que sabe a orines con saliva- comentó Hart con desprecio hacia el dueño del prostíbulo mientras su cuerpo no dejaba de moverse por el exceso de alcohol que corría por sus venas. Estas palabras enfurecieron al empresario, quien con los puños cerrados hizo unas señas a sus guardias para que se acercaran a aquel hombre que se creía lo suficientemente fuerte para poder con tres hombres más grandes y más fuertes que él. - Bien idiota, veo que has decidido que nos cobremos por la vía difícil, creo que con tu dentadura y uno que otro hueso roto bastará, destrócenlo muchachos- le respondió el cantinero a Hart. Los tres hombres rodearon a Hart, y de sus pantalones holgados sacaron algunas macanas para propinarle una mejor golpiza. A los ojos de ellos, sólo era un hombre viejo, comparado con su fuerza e ímpetu juvenil, de menor estatura y más delgado que ellos, además borracho, por lo que sería demasiado fácil dejarlo como un saco machucado de huesos y sangre. Uno de ellos, el más grande y fuerte, atacó primero y con su macana se dispuso a darle un porrazo en la cabeza a Hart, pero tal fue su asombro cuando ese vejo detuvo el arma de madera con una sola mano, y no se podía liberar a pesar de utilizar las dos manos. Los otros dos hombres se sorprendieron al ver como su amigo, más grande y fuerte que ellos, estiraba con las dos manos su macana, mientras el otro hombre más pequeño ni siquiera se inmutaba y no parecía estar haciendo el mayor esfuerzo. Luego se horrorizaron cuando el palo empezó a arder en llamas, y éstas llegaron al brazo de su compañero, quien soltó la macana gritando de horror y dolor. El fuego se propagó por la manga de su camiseta así que comenzó a revolcarse por el suelo, ante la risa burlona de Hart, mientras que los acompañantes del pobre hombre, que temieron correr la misma suerte que su compañero, decidieron darse por vencidos y reingresar a la cantina corriendo para seguir su noche tranquila. - ¿Qué hacen tontos, porque se van así?- les preguntó el dueño del tugurio a sus empleados. - Ese hombre es maligno y poderoso, yo no me voy a meter con él, es mejor que olvide su dinero y déjelo en paz, no ve lo que le pasó a Joe- el otro hombre asintió ante las palabras de su compañero y lo siguió hacia la puerta de la cantina, de la que ya habían salido hombres ebrios y mujeres curiosas ante los gritos del quemado, que a estas alturas ya había apagado la manga de su brazo, sólo salía humo de ésta y desprendía un olor cochino a carne quemada. Ante el enojo del cantinero al ver como sus empleados huían de una pelea que consideraba ganada, no se dio cuenta que Hart se había puesto a sus espaldas a menos de 30 centímetros de distancia. Cuando aquel hombre volteó y notó la mirada de Hart, sintió el terror de lo que le pasaría y, para error suyo, se arrodilló ante Hart, quien sólo bajo la cabeza para mirar al cantinero rogándole con las manos, como si estuviera orando. - Por favor, lo siento mucho, se puede ir sin pagar, sólo fue un mal entendido, creo que lo mejor es dejarlo todo así- dijo el hombre con casi lágrimas en los ojos. - No te preocupes, pequeño gusano, soy muy misericordioso y por esta vez perdonaré tu miserable vida, aunque le haría bien a este pueblo que ya no estuvieras aquí, para que tu asqueroso negocio, que solo sirve para que sus visitantes se infecten de enfermedades venéreas, se acabe- le respondió Hart, mientras ponía una mano sobre la calva del hombre. - Gracias señor, y no se preocupe, correré a las muchachas que tengan problemas de salud, aunque déjeme decirles que la mayoría están certificadas… - Ya cállate idiota, ya te dije que te voy a perdonar- lo interrumpió Hart. El cantinero balbuceó un sonido parecido a “gracias”, y se quiso abrazar a las piernas de Hart, pero lo pensó y lo evitó para no enfurecerlo. Cuando creía que ya se había librado de un castigo, sintió como su cabeza comenzaba a calentarse, sobre todo donde Hart tenía puesta la mano. Llegó un momento en que empezó a arderle y lo único que pudo hacer fue gritar de dolor y tomarse la cabeza, pero al hacerlo se dio cuenta de que salían llamas de ésta, lo que le provocó aún más terror y empezó a gritar como loco y a revolcarse en el suelo. Las personas que habían salido del bar a ver qué pasaba se dispusieron a ayudarlo, y con una cubeta de agua detuvieron el fuego, e ignoraron a Hart, quien se fue del lugar tambaleándose, aún ebrio. El pobre hombre se desmayó del susto y la mayoría de los que fueron a ayudarle pensaron que había muerto, pero Hart cumplió su promesa, lo dejó con vida, sólo con una quemadura en forma de mano en su cabeza sin pelo. Así terminó la noche de parranda en la calle de Bustos. La noticia de aquel hombre sádico que, además de fuerte, tenía la capacidad de quemar a las personas con sólo tocarlas se expandió por todo el pueblo en sólo las primeras horas de la mañana siguiente. Hubo gente que lo comparó con el diablo o un enviado del mismo para detener la ola de lujuria y perdición que provenía de la calle de Bustos. El mensaje fue claro para mucha de la clientela de esta calle, dejaron de ir por lo menos las tres semanas siguientes del acontecimiento, y aquel callejón de la perdición se empezó a convertir sólo en un lugar para vagabundos y desamparados. En el dojo de Drulicz, temprano al siguiente día de aquella noche recordada como la vez en que se apareció el diablo en Délciran, los discípulos del anciano comenzaban el día con los estiramientos usuales del entrenamiento para después proceder con lo que el maestro les tenía preparado. Cuando llegó Hart, aún en estado de ebriedad, a ninguno le sorprendió, ya que era usual que se desapareciera por unos días y regresara en ese estado. - Vaya, otra noche interesante Hart- le dijo Eleazar cuando Hart pasó cerca de él hacia una tina con agua que estaba por la entrada de la choza. Hart hizo caso omiso a este comentario, tomó la tina, bebió como un hombre que llevaba un mes en el desierto sin ninguna compañía más que el sol y después se echó a la cabeza el resto del líquido. - No sé cómo puedes hacerle eso a tu cuerpo, creo que está bien pasar un buen rato y liberarte de las presiones, pero los excesos para cualquier lado siempre son malos Hart- aconsejó Shin a Hart, quien aunque se veía débil por seguir tambaleándose y beber agua como si se fuera acabar en el mundo, todos sabían que aún podía matar alguien con sólo levantar un dedo. Hart, después de secarse un poco la cara y la boca con la manga de su camiseta negra, se volteó hacia sus compañeros, aunque él no entrenaba con ellos. - Qué ven pedazos de mierda, nunca han visto a un hombre por las mañanas después de pasarla bien en compañía de bellas mujeres, bueno, creo que eso es algo que ustedes no saben verdad, ya que se la pasan en este apestoso lugar, en especial tú- comentó Hart a los jóvenes, para después dirigirse solamente a Shin. - Oye engreído, crees que porque te la pasas una noche acompañado de mujerzuelas eres un hombre, no es lo mismo probar algo que ya muchos lo han hecho a algo más puro y donde ningún hombre ha estado jamás- le contestó John, para luego soltar una carcajada y golpear con el codo en el brazo de Abel, quien no se mostraba tan entusiasmado como su amigo occidental. Hart miró a John con una sonrisa malévola, ya que había tocado un tema del que esperaba comentarlo con desesperación. - Sí crees que Soria es pura y que nadie más la ha tocado, pues te equivocas güerito, ya que según he escuchado, y comprobado, tiene más experiencias con hombres que tú con regaños del viejo. Estas palabras retumbaron en lo más recóndito del orgullo de John, quien se abalanzó sobre Hart como un loco, con una ira en sus ojos que reflejaban las ganas de clavar sus uñas en el cuello de Hart. Abel trató de detenerlo, pero sólo alcanzó a rasgarle la manga de la camiseta azul a John, ya que éste al sentir el pequeño jalón de Abel movió el brazo con una brusquedad brutal. - Te voy a matar maldito, como te atreves a hablar así de Soria- le vociferó John a Hart. Pero no tardó más Hart en derribar a John de un golpe en la cara después de esquivar un puñetazo del joven de pelo amarillo, que Soria en salir del dojo para ver que otra vez aquellos discípulos que estaban destinados para ser los nuevos salvadores del mundo peleaban como niños de escuela. Cuando Hart vio a la mujer soltó una risa maliciosa. - Vaya, ya salió la mujerzuela por la que babea este idiota- dijo el más viejo de los hombres que se encontraban viviendo en el dojo de Drulicz. Estas palabras no causaron en Soria ni una milésima de ofensa, ya que estaba acostumbrada a los insultos machistas que Bou y Eleazar le hacían frecuentemente, ante la mirada de enojo de John. También, cuando visitaba la aldea para realizar algunos mandados de Drulicz, en ocasiones pasaba por la Calle de Bustos y algunos ebrios o vagabundos le decían cosas peores. Además, era lo que esperaba de un hombre como Hart, quien no reflejaba ningún tipo de sentimiento ni de respeto hacia la mujer, y sólo había visto dirigirle la palabra a alguna cuando tenía planes carnales con ella. El verdadero sobresalto de la mujer fue ver a John con la cara totalmente manchada de sangre, sin saber de dónde emanaba, de la boca, nariz, o alguna herida que ya se imaginaba Hart le había provocado. Se acercó a John para asistirlo, y al ver que sólo era una herida en el pómulo la que sangraba, y que John se había encargado de manchar su propio rostro con sangre al sobarse la herida y pasar la mano por todo su rostro, se tranquilizó un poco.- Eres un idiota y un mal nacido Hart, deberías largarte de aquí, nadie te quiere, ni siquiera Drulicz, y si crees que con esa actitud vas a obtener una espada, que es por lo que creo te mantienes aquí, pues nunca podrás conseguirla. Esas armas son para personas de buen corazón, y no cerdos sádicos como tú que parece que nunca tuvieron madre. Esta ofensa principalmente fue la que prendió la mecha de Hart, quien se acercó a Soria rápidamente. Abel trató de detenerlo pero fue retirado por un empujón de Hart. Tomó a Soria de un brazo tan fuerte que ella sintió como en su mano dejaba de circular sangre por sus venas y se tornaba blanca, más blanca que el tono de piel que tenía. - Será mejor que mantengas la boca cerrada perra, y no te metas conmigo, sólo para darte una muestra y me respetes, te lastimaré un poco. De la otra mano de Hart, salió una llamarada y se disponía a acercarla a la cara de la mujer. Al ver esto, Shin fue a ayudar a Soria, pero un grito, con un tono de autoridad y gravedad lo interrumpió. - ¡Suéltala inmediatamente, Hart!- vociferó Drulicz desde la puerta del dojo, con una mirada de severidad que nunca ninguno de los jóvenes bajo sus enseñanzas había visto. Hart miró el rostro del anciano con un semblante de autoridad tan difícil de ignorar que dudó un poco, el fuego de su mano desapareció y soltó a Soria, quien se dirigió hasta Drulicz sobándose la mano maltratada. - Escucha bien Hart- dijo Drulicz un poco más calmado, pero con un tono de voz que sólo los hombres con gran autoridad podían ejercer- puedo aceptar tus actitudes rebeldes, tus constantes peleas y burlas hacia tus amigos que son más débiles que tú, hasta puedo ignorar tus constantes adjetivos negativos hacia mí persona, pero lo que nunca podré tolerar es que lastimes a Soria, no sólo porque es una mujer, sino porque hace muchas cosas por ustedes, así que si quieres mantenerte en este lugar, independientemente cuáles sean tus razones ya que no entrenas, te sugiero que empieces a respetarla. Hart miró al anciano con brusquedad, sus ojos aún mostraban vestigios de la ebriedad que tuvo la noche pasada y, después de unos segundos de pensar qué responderle a Drulicz, se dirigió hacia él. - Mira anciano, en primer lugar ellos no son mis amigos, en segundo lugar no tengo porque respetar a nadie de aquí, ni siquiera a ti o a ella, en tercer lugar, yo no vivo ni entreno aquí, sólo quiero una de las espadas que tanto has escondido de mí, y por último, no me hables así, que en cualquier momento puedo abofetearte, tú fuiste grande alguna vez, pero desde que tu espada te dejó ya no eres más que un decrépito, que de seguro lo único que buscas es también babeas por Soria como lo hace este imbécil- pronunció con fuerza estas últimas palabras apuntando a John. Todos los presentes que no participaban en la conversación, Bou, Eleazar, Shin, Abel, Soria y John, quien se había restablecido y al escuchar a Hart buscó atacarlo de nuevo, pero fue detenido por Abel, se quedaron entre sorprendidos y asustados por las palabras de aquel hombre, del que conocían sus desplantes de rebeldía y menosprecio hacia ellos y su maestro, pero nunca había insinuado que fuera más fuerte que Drulicz, ni tampoco había ofendido tan duramente al anciano como lo acababa de hacer. Todos veían la relación de Drulicz y Soria como de padre e hija, y aunque no sabían cuál era el origen de Soria, no creían que su maestro fuera el padre biológico, aunque tampoco se sorprenderían si lo fuera. Hubo un rato de silencio, en el que todos esperaban que Drulicz hiciera o dijera algo, pero él sólo se limitó a sacar su pipa rústica, encenderla y dar unas cuantas bocanadas. - Bueno, no esperaba que fuera a llegar este momento tan pronto, pero veo que por las palabras ya no entenderás, y creo que ya estás demasiado grande para hacerte cambiar de opinión, así que sólo me limitaré a humillarte y darte una lección, Hart. Drulicz había dicho estas palabras con la misma serenidad que lo hacía usualmente, pero habían provocado una gran sorpresa a todos. Nunca habían escuchado anteriormente a su maestro decir que humillaría a alguien, ni tampoco que le daría una lección a nadie, aunque como maestro, era lo que hacía todos los días. Nunca se refería de esa manera hacia ellos, siempre lo hacía con respeto y con un tono de amistad, no de superior. Además, estas palabras sólo querían decir una cosa, que el antiguo portador de una de las espadas sagradas, la de fuego, volvería a pelear, a pesar de medir menos de metro y medio, tener movimiento lentos y no asustar ni a una mosca con su temple. Al escuchar esto, Hart se echó a reír, ya que esas palabras no le causaban ningún tipo de miedo. - Bah, así que tú vas a darme una lección, como si lo pudiera creer, pues anda, qué esperas, te doy la ventaja de que me des el primer golpe si lo deseas, para que tus achichincles no digan que soy un abusivo. - Yo nunca dije que pelearía contigo, Hart, dije que te daría una lección, pero no vendrá directamente de mí, lo cual creo que te dolerá más- el viejo se sentó en el escalón de la entrada- Shin, quiero que le des una paliza a Hart. Los discípulos de Drulicz se quedaron con la boca abierta cuando escucharon estas palabras, especialmente Shin, ya que el maestro siempre les decía que sólo utilizaran la violencia contra el mal, contra alguien que pusiera en peligro la paz en el mundo y la vida de las personas, y aunque lo que había dicho Hart era grave, no pensaban que fuera tanto como para atacarlo. - Pero maestro….- se limitó Shin a responder, ya que no encontraba las palabras adecuadas para expresar su sorpresa. - Te di una orden, soy tu maestro Shin y espero que la cumplas, luego entenderás mis razones ¡Hazlo! Al ver el autoritarismo de su maestro, Shin se acercó a dos metros de Hart y se puso en pose de pelea. Hart, al verlo, lo único que hizo fue soltar una risa irónica, sin ponerse en posición de defensa. - Así que mandas a uno de tus nenes para que haga tu trabajo sucio viejo, está bien, si quieres que les dé una paliza a uno por uno, lo haré. Puso su vista en Shin, tomó pose de pelea, y aquellos dos hombres, los más fuertes de los que habitaban el dojo, se disponían a enfrentar una dura batalla, ante la mirada expectante de los demás. Lo único que se escuchaba era el aire romperse cuando algunos de los peleadores lanzaban un golpe, que era esquivado por el otro. La igualdad de fuerzas era impresionante, y después de casi media hora de pelea lo único que habían logrado era darse unos cuántos golpes. El agotamiento se empezaba a reflejar en Shin y Hart, ya que sus cuerpos empezaban a moverse con más torpeza, sus caras a llenarse de sudor y a respirar por la boca. Ambos utilizaban técnicas de pelea diferente, Shin utilizaba el Sango, un arte marcial que aprendió en su estancia en el ejército y que fue depurando con el paso del tiempo y el entrenamiento constante. Hart, por otra parte, no parecía utilizar ningún tipo de técnica conocida, sino que simplemente mezclaba golpes de box y karate a su conveniencia, como si fuera un estilo de pelear ideado por él, además, a veces abría sus manos e intentaba tocar con éstas alguna parte del cuerpo de Shin, pero éste no se dejaba ya que sentía el calor que emanaba de la mano de Hart, tan fuerte que podía quemarlo. El que más rápido empezó a resentir la falta de condición física fue Hart, ya que en los últimos instantes de pelea, Shin ya había logrado darle unos golpes en la cara porque Hart descuidó su defensa al tratar de terminar la batalla lo más rápido posible. De su boca salía una comisura de sangre y su pómulo se hinchaba cada vez más, mientras Shin se tomaba el brazo derecho, debido a una fuerte patada de Hart en éste. Él sabía que este era el brazo fuerte de Shin y que lo utilizaba principalmente para la defensa, una de las principales reglas del Sango: primero defenderse, después atacar. El oriental se acercó a Hart y empezó a lanzar golpes y patadas, las cuales Hart logró esquivar casi sin ningún problema. Shin era muy hábil, no dejaba que Hart detuviera sus golpes con las manos ya que podía quemarlo si lo hacía, y esa sería una ventaja excelente para su contrincante. Hart se alejó de un salto de Shin y fue a dar al techo del dojo, al ver que la pelea cuerpo a cuerpo no llegaba a nada, desde su punto estratégicamente bien elegido empezó a lanzar bolas de fuego a su rival, quien las esquivaba con facilidad, aunque éstas iban a dar al suelo o los árboles cercanos, lo que provocó un mini incendio, que Abel, John y Soria se encargaron de apagar con tinas de agua, en algunas ocasiones también tuvieron que esquivar una que otra llamarada lanzada por Hart, quien comenzó a desesperarse después de que ninguno de sus ataques pudo conectar con Shin, y su energía, al igual que su cuerpo, se empezaba a agotar. Shin, por otro lado, sólo estaba esperando el cansancio y desesperación de su rival, y encontró el momento indicado para lanzar su ataque cuando Hart levantó sus manos al aire y empezó a crear una bola de fuego más grande que una pelota de básquetbol. Shin también vio un gran peligro en esto ya que un cúmulo de fuego como ese podía crear un mayor incendio. Así que rápidamente arrebató de las manos de John una tina de agua, otra se la quitó a Abel, saltó hacia el techo del dojo y arrojó las dos tinas a Hart, quien al concentrarse al máximo para poder generar tanto poder no vio los movimientos de su oponente, y recibió de lleno el agua, que apagó al fuego y su ímpetu, y al ver a Shin de frente a él, pensó que sería el fin. Pero de alguna parte de su cuerpo salió la suficiente fuerza y astucia para tomar el antebrazo izquierdo de Shin cuando éste quiso lanzarle un golpe, y mientras más lo apretaba más quemaba y hacía daño al oriental. Lo único que pudo hacer Shin fue retorcerse de dolor e intentar atacar a Hart con su otra mano, pero estaba lo suficientemente debilitado para lanzar un buen golpe y su enemigo tomó con facilidad su otro antebrazo, y empezó a quemar. La cara de triunfo de Hart lo reflejaba todo, se sentía ganador de la contienda y quien daría una lección a Drulicz y a los demás, demostrar que él es el más fuerte e indicado para ser poseedor de alguna de las espadas. Pero así como él logró sacar fuerzas de flaqueza, Shin lo hizo también, y le asestó un cabezazo en la cara a Hart, que lo dejó aturdido y mareado, soltó las manos de Shin, y con una patada propinada en la boca del estómago, el oriental logró derribar a su oponente y hacerlo caer el suelo. Hart ya no se pudo levantar del mismo, y así terminó la pelea. - Sin duda eres muy fuerte Hart- comentó Drulicz mientras se acercaba al cuerpo caído del derrotado- puedes acabar con casi cualquier habitante de este mundo sin ni siquiera despeinarte, pero no puedes resistir una pelea con un oponente de tu mismo nivel por mucho tiempo, ¿Ves cómo no es tan malo cargar piedras gigantescas y subir montañas? Ante estas palabras Hart vio con odio al anciano, después se sobrepuso, se levantó y observó a todos los espectadores. John tenía una sonrisa en su cara, Abel, Eleazar, Bou y Soria se notaban serios y Shin de un salto bajó del techo, doliéndose de las partes donde Hart lo había quemado. Todos habían sido testigos de su derrota y humillación. Sin más que decir, Hart se fue del lugar y se perdió entre los árboles de más de cinco metros de altura que rodeaban el pequeño campamento. - Así que ahí está el gran peleador, aquel que según esto podía destruir montañas y matar a personas con sólo chistar los dedos, después de la paliza que recibió no parece más que un perrito faldero con la cola entre las patas- comentó John. - Basta John, que ese perrito faldero por lo que veo te dejo en el suelo con un sólo golpe, debes aprender a no festejar el triunfo de los demás, así como las derrotas de los demás, tú busca tus metas personales, que te beneficien a ti y a los que están a tu alrededor- le contestó Drulicz, siempre con palabras sabias. Shin se acercó al maestro, aún con huellas de la batalla en su rostro. - Maestro, ¿por qué me ha pedido que pelee con Hart?, no es que me moleste, ya que su comportamiento aquí no ha sido bueno, pero nos había comentado que la violencia sólo se usa contra los que atentan contra la paz del mundo o contra la vida de las buenas personas, y a pesar de lo que hizo Hart, no me parece que sea como para golpearlo- dijo Shin. - Te entiendo Shin, pero no lo hice porque Hart se mereciera unos golpes, sino como una forma de enseñarle que aunque sea muy fuerte, no puede dejar de entrenar, la constancia y la práctica son partes importantes para la superación, y él no ha hecho nada en el año y medio que ha estado aquí, y la única manera de enseñárselo era mostrarle que no es el más fuerte. Shin comprendió un poco las razones del maestro, así que sólo se limitó a hacerle un gesto de aprobación, y volvió con el grupo de jóvenes, aun doliéndose de los brazos. - Bien, debido a este incidente hemos empezado tarde el entrenamiento, Shin, tú descansarás hasta la tarde, los demás, vayan al monte que está cerca del Valle de las Esmeraldas y traigan un puñado de flores amarillas, deben de estar aquí para la hora de comida o se la perderán. Todos los discípulos con excepción de Shin se disponían a cumplir las órdenes de Drulicz, Eleazar y Bou con desgano, cuando el anciano les hizo otro anuncio. - Ah, y por cierto, he recibido una carta del Rey Baltaz de Occidente, al parecer me necesita en su castillo en dos semanas, a pesar de que le dije que yo llegaría cuando estuviera listo, pero ni hablar, creo que es testarudo al igual que su padre, pues bien, en una semana partiré a Ciudad Central, y ustedes vendrán conmigo, nos vemos en la tarde, ahora váyanse. Capítulo VI. La llegada de los héroes. Todos los guerreros que llegaron al dojo de Drulicz tienen una historia diferente en su pasado. Cada quien lo encontró de una manera distinta y una simple circunstancia provocó que se quedaran con el antiguo guerrero. Aunque ellos no lo sabían, Drulicz estuvo esperándolos desde hace tiempo. El primero en encontrar al maestro fue Shin. Un oriental muy devoto y uno de los mejores guerreros que entrenan en el dojo. Nació en Langkock, una ciudad en crecimiento situada en la parte Oriente del planeta. La pesca y el comercio son sus puntos fuertes. La principal fuente de ingresos que tiene esta ciudad es a través de los incontables puertos que se encuentran en las playas. Su padre fue capitán de un barco de pesca, se ausentaba por largos periodos así que su madre se encargó de educarlo y enseñarle todo sobre los ideales de la cultura oriental. Junto con se hermana, desde pequeños fueron inculcados a ofrecer honores al Rey de Oriente. Shin siempre fue muy devoto desde pequeño, se empeñaba en serio en las labores que le encomendaba su madre y también se encargó de tomar el rol de hombre de la casa debido a las largas ausencias de su padre. Aunque siempre fue muy independiente, los mejores días de su niñez eran cuando su padre llegaba de navegar y se pasaban días enteros de pesca con los amigos de su padre, siempre y cuando cumpliera con las labores que su madre le encomendara. Pero a los 13 años su vida cambió trágicamente. Por esos tiempos, la gente oriental era muy cerrada y sólo actuaban de acuerdo a sus ideales. Pensaban que lo que no fuera o se apegara a éstos era malo o inducía al mal. Había grupos radicales que querían mantener cualquier cosa que fuera de Occidente lejos de su vida. El padre de Shin, debido a su trabajo, tenía contacto con occidentales y muchos de los negocios que tenía que hacer estaban relacionados con los océanos del territorio occidental. Esto no era bien visto por los radicales, quienes lo empezaban a tachar de traidor por preferir los productos de otra parte del mundo. Primero fueron problemas menores, como sabotajes al barco que descubrieron a tiempo o los pescadores que trabajaban para él desaparecían una noche antes de zarpar. En Langkock, había barcos pescadores que sólo traían productos orientales por temor a cualquier represalia, pero el padre de Shin, quien hacía los mejores negocios cuando se dirigía a Occidente, no pensaba igual. Las rutas marítimas estaban bien estipuladas en ese tiempo en el mundo. El territorio de Occidente estaba dividido por una gran masa de agua, conformada por los océanos Occidental del Norte y del Sur, y no había duda a que hemisferio pertenecían en cuanto a cuestiones de navegación y comercio se refería. En el otro lado del hemisferio, el océano que dividía a Oriente y Occidente, estaba repartido en dos partes, una pequeña para Occidente, que se llamaba Océano Báltico, y una más grande para la parte Oriental, el Océano Oriental. En esta gran masa de agua es donde más se efectuaban los problemas comerciales. En la frontera del océano entre los dos hemisferios, se encontraba la estación Silk, donde los navíos de todo el mundo podían abordar y hacer negocios. Se les permitía intercambiar mercancía o comprar productos marítimos que no se encontraban del lado de algún hemisferio. En este puerto, Shin padre era muy conocido y respetado por la mayoría de los mercaderes por la buena pesca que siempre llevaba a bordo de su barco y por lo justo que realizaba los negocios. Pero también generaba envidias entre otros mercaderes. El ambiente en Langkock se ponía cada vez más inseguro. Debido a que la mayoría de los empresarios no generaban buenas ganancias ya que odiaban hacer negocios con Occidente, empezaron a presionar a la comisión de relaciones marítimas para que prohibiera los negocios e intercambio de productos con este hemisferio. Aunque no habían logrado que los negocios con Occidente fueran ilegales, si generaron apoyo de parte de la población, que cada vez deseaban consumir menos productos marítimos que fueran de la otra parte del mundo. A Shin padre no le importaba esto y seguía importando productos occidentales, ya que aún había un mercado selecto que gustaba de ciertos pescados que sólo se obtenían del Océano Occidental Sur. Pero el grupo radical no estaba dispuesto a aceptar la derrota tan fácilmente, uno de los tantos sabotajes que cometieron contra el padre de Shin por fin resultó y lograron envenenar una mercancía de pescados que importaba, y esto generó que varias personas que los consumían resultaran intoxicadas y otras más murieran. Esto provocó una insurrección entre los habitantes del puerto de Langkock. La chusma iracunda actuó sin pensar y atacó la casa de Shin. Primero arrojaron piedras y ladrillos para después entrar a fuerza a la casa y quemarla, no sin antes sacar a los padres de Shin de ésta. A ellos los ahorcaron de un árbol. Este acto estuvo encabezado por la mayoría de los dueños de otros barcos que encomendaron a sus marineros sin escrúpulos esta terrible misión. Shin no estaba en casa cuando sucedió. Se había quedado tarde trabajando en el barco de su padre porque alguien había pintado en éste un letrero que decía “Perros traidores”, con una pintura muy potente que no se quitaba fácilmente. Cuando llegó a su casa estaba en llamas y sus padres aún se retorcían tratando de zafarse de las cuerdas que provocarían su muerte, ante la mirada de los asesinos. Aunque quiso intervenir no pudo por la impresión del momento y sabía en su interior que no serviría de nada, lo matarían como a un perro al igual que su familia. Después de un momento recordó a su hermana menor. Cuando la chusma iracunda se fue y la casa terminó de consumirse, salió de su escondite y empezó a buscar a su hermana esperando que hubiera logrado escapar y estuviera escondida al igual que él en esos momentos. Pero no era así. Ella había estado en la casa todo el tiempo. Lo supo cuando vio su pequeño cuerpo calcinado. El dolor eterno que sentía sólo desaparecía un poco cuando la ira lo invadía y empezaba a golpear todo lo que tuviera enfrente, como el árbol donde sus padres fueron colgados y tumbó a golpes, después de fracturarse casi todos los dedos de su mano derecha. Después de esta escena empezó a llover. Nadie en el pueblo se preocupó por derramar una lágrima por su familia. Cuando los enterró en un sitio escondido para que sus verdugos no pudieran destruir las tumbas y hacerle algo a los cuerpos, desapareció de la faz de la tierra por más de cinco años. A los 18 años entró a las fuerzas militares de Oriente. No tenía nada que perder ni hacer con su vida, así que esa le pareció la mejor opción. Debido a que una ira todavía dominaba su cuerpo, se convirtió en unos de los mejores soldados cuerpo a cuerpo y con la disciplina que aprendió desde pequeño rápidamente se hizo de los mejores soldados rasos del pelotón en el que se encontraba. Su coronel lo veía como su futuro sucesor. Un día, cuando llevaba clases de valores orientales, Shin descubrió una base ideológica importante de la cultura oriental que sus padres no le habían enseñado, estaba permitida la venganza. Pensó que ellos lo querían proteger de este sentimiento lleno de coraje e ira, algo que cada vez lo consumía más. Sabía que si sus padres no querían que supiera de esta regla era porque no querían que la utilizara. Recordó cuando era niño, de regreso a casa de la escuela una vez le arrojó una piedra en el ojo a otro niño cuando éste se burló de él en la escuela enfrente de los demás, quienes se empezaron a burlar de él también. Su padre vio cómo hirió al niño y lo regañó tremendamente. Fue la única vez que lo golpeó en su vida. Pero el sentimiento de ira y ganas de desquitar su odio contra los que asesinaron a su familia era mucho más grande que el recuerdo de las enseñanzas de sus padres. Además, en el ejército el corazón se le había hecho más duro y cada vez lo consumían más las ganas de violencia. Cada vez más lo carcomía el deseo de matar a quienes le habían causado el dolor más grande su vida. Así que decidió lo que tal vez nunca se perdonaría después, regresó a Langkock, con el fin de aliviar su espíritu, aunque fuera sólo por un momento. Después de tres semanas de viaje a pie, llegó a su ciudad natal por la noche. Llovía, igual que la noche en que sus padres y hermana fueron asesinados, se acercó al bar donde usualmente se juntaban los matones y las personas sin escrúpulos, se asomó por la ventana y reconoció a varios de los que participaron en aquella noche fatal. Estaba la mayoría, aunque dudaba que estuvieran los ejecutores intelectuales. Todavía era poco antes de medianoche, así que había tiempo. Tiempo para pensar y reflexionar, tiempo para decidir alejarse y olvidar su deseo de venganza, tiempo para ir al lugar donde enterró a su familia y pedirles un consejo espiritual. Sus puños cerrados temblaban. Temblaban cada vez más al escuchar la algarabía de adentro. Los hombres reían y se divertían en grande, aquella diversión que Shin olvidó hace cinco años cuando le quitaron todo lo que tenía. Adentro, la mayoría de los hombres ya estaban más cerca del estado de ebriedad que el de la lucidez. De pronto escucharon las puertas de la cantina abrirse y vieron a un hombre joven empapado con la mirada baja, los puños cerrados y temblando. Al principio pensaron que temblaba de frío por la lluvia, pero estaban equivocados. Golpes secos. Fue lo único que se escuchó dentro de la cantina. Golpes secos que fracturaban huesos, provocaban hemorragias internas y destrozaban órganos. A veces el sonido de los golpes se interrumpía con el sonido de mesas y sillas rompiéndose, o la caída de cuerpos al tocar el suelo. Los 33 hombres que asesinó Shin esa noche no sabían por qué les estaba pasando eso, sólo algunos que tropezaban con la mirada del aquel joven lleno de fuerza y odio lo reconocían y sabían que había vuelto aquel niño que decidieron no buscar para darle el mismo destino que su familia, por lo que sabían que estaba en su derecho de venganza y aceptaron su fin. Aproximadamente seis minutos duró la matanza, Shin salió del lugar con los puños llenos de sangre y ahora el temblor recorría todo su cuerpo, caminó por el lodo que había dejado la lluvia para nunca más volver al lugar dónde más había sufrido y dónde jamás se había sentido tan lleno de rabia hacia otras personas. Nunca pensó que odiaría tanto a alguien en su vida, pero finalmente sació ese sentimiento, aunque apenas le duró unos meses, ya que después llegó el remordimiento de sus acciones. Después del terrible suceso estuvo deambulando por todo el territorio oriental, de norte a sur y de este a oeste durante un poco más de cinco años. En este tiempo vivió de lo que le ofrecía la naturaleza y realizando acciones comunitarias, ayudando a otras personas para tratar de aminorar su remordimiento de asesino y entrar en armonía con el mundo que lo rodea. Fue así como llegó a Délciran, una pequeña aldea de no más de dos mil habitantes y muy cerca de la frontera occidental, de ahí no pasaría, ya que en el ejército le habían inculcado a no entrometerse con los occidentales, y después de la suerte de su familia debido a los negocios con ellos pensó que eso era lo mejor. Un día, vagando cerca del poblado, se encontró con un lugar que le llamó la atención, era una pequeña área despejada en medio de un bosque de árboles altos en donde se encontraba una choza de madera, donde salía humo por la chimenea y expedía un olor sabroso para el olfato y el paladar, además irradiaba un ambiente de tranquilidad. Cualquiera que viva ahí debe ser afortunado, pensó, y decidió tocar a la puerta y ver si podría recibir hospitalidad, pero al llegar a la entrada se dio cuenta que no había una puerta que le impidiera el camino, así que sólo se asomó un poco para ver hacia adentro. Aunque no tenía muchos muebles más que una mesa para comer, una cama y un caldero que hervía con alientos, parecía acogedora. - Buenas tardes, hay alguien- exclamó, pero no encontró respuesta. Después de estar un rato en la orilla de la entrada decidió ingresar para verificar el caldero, ya que pensó que la comida, al estar descuidada, podría estar en peligro de quemarse y echarse a perder tan delicioso manjar que pensaba se guardaba ahí. Aún un poco inseguro por entrar a propiedad privada, se acercó a la olla hirviendo y quitó la tapa con su mano para degustar mejor el olor. - Huele delicioso, creo que ya está listo el asado, ¿no lo crees tú? Estas palabras asustaron a Shin, por lo que se le cayó la tapa al suelo haciendo un ruido que no concordaba con el silencio de afuera, sólo estorbado por el empezar del canto de los grillos, que empezaban a hacer sentir su existencia. Shin volteó un poco avergonzado a donde se encontraba una pequeña figura que no pasaba del metro y medio, con un sombrero de pico de paja y que escupía humo de la boca, debido a la pipa que fumaba. Drulicz se acercó hacia donde se encontraba el joven y levantó la tapa del suelo para ponerla acomodada a un lado de la olla, Shin salió de la sorpresa en que se encontraba y empezó a hablar: - Lo siento por eso señor, pero me asusté cuando habló, no era mi intención entrar en su casa sin permiso, es sólo que el olor del conejo con orégano me atrajo. - Ah, veo que tienes buen olfato, sólo le puse un poco de orégano y lo pudiste distinguir, y no te preocupes por irrumpir así en este lugar, creo que de vez en cuando necesito compañía para variar- contestó el anciano. - ¿Cuánto tiempo lleva aquí señor? perdón por no presentarme antes, mi nombre es Shin, mucho gusto de conocerlo. - Mucho gusto joven, y llevo el tiempo suficiente para saber que es un lugar tranquilo y estable para seguir viviendo. - Sí, no me ha dicho su nombre señor- contestó Shin, quien se encontraba intrigado por el aura enigmática del anciano. - Mi nombre lo sabrás a su tiempo, ahora disfruta de esta cena, que creo que te sabrá bien después de andar errante por tanto tiempo- Drulicz dijo esto mientras llenaba un plato con comida y se la pasaba a Shin junto a una cuchara. Shin tomó el plato, y se intrigó más al ver que el anciano, quien irradiaba tranquilidad y seguridad, sabía algo de él aunque apenas lo conocía cinco minutos. - No entiendo ¿Cómo sabe que…? - No lo sabía– interrumpió Drulicz– es sólo que me imaginaba algo, tu ropa se ve que ha viajado demasiado y a pesar de que eres joven tus ojos expresan una gran experiencia en la vida, que sólo se obtiene si has viajado mucho o si has recibido duros golpes de la misma ¿Cuál de las dos situaciones es tu caso?- preguntó el anciano. Shin dudó un poco antes de contestar, no sabía por qué, pero sentía que debía sincerarse con el pequeño anciano, quien bien podía considerársele enano, con la piel lo suficiente arrugada y café como para parecer un tronco de madera vivo. - De las dos cosas, la verdad, mi vida dista mucho de ser normal señor- contestó Shin. Después de esto le contó a Drulicz todo lo que había pasado desde que tenía 13 años, cuando vio como la envidia de los comerciantes crecía cada vez más hacia su padre, hasta que llegó a esta pequeña cabaña. Mientras hablaban se terminaron la olla de comida, y la noche había oscurecido la pequeña casa sólo iluminada por unas velas y quinqués. Cuando terminó de contar su historia, que el anciano había escuchado con detenimiento ya que sólo se había movido para probar bocado, acomodar la pipa en su boca y darle una bocanada, Shin se quedó mirando a Drulicz, en espera de lo que diría el viejo, a quien a pesar de tener sólo una noche de conocerlo, ya le tenía confianza. - Veo que cargas un gran tormento en tu interior que no ha podido disiparse a pesar de que ya pasó tanto tiempo, quisiera poder ayudarte, pero no puedo, lo único que te puedo ofrecer es esta casa y que te quedes el tiempo que necesites para ver si puedes calmar tu espíritu y tu sentido de culpa, es un lugar tranquilo, en donde si quieres pasar unos días en paz te ayudará, ya lo verás. Por cierto, mi nombre es Drulicz y me da mucho gusto conocerte Shin, ahora si deseas dormir aquí puedes hacerlo en cualquier lugar, como ves esta casa está casi vacía y sólo hay una cama, la mía, pero creo que estarás cómodo aun así, buenas noches Shin, y nos vemos por la mañana. El joven oriental escuchó las palabras del anciano con cierto aire de tranquilidad, ya que en su interior sentía que debía quedarse ahí, mientras Drulicz se dirigía a su cuarto las palabras de éste aún resonaban en la cabeza de Shin, quien decidió acomodarse en un lugar cerca de la fogata donde se cocinó la cena, ya que aunque faltaba poco para que se consumiera el fuego, era el área donde había más calor después de que el anciano se fue a dormir. Capítulo V. El nuevo mundo. Son las tres de la madrugada en Ciudad Central, considerada la más importante orbe del lado occidental, no sólo porque se encuentra el castillo del Rey Baltaz, sino también porque es la más poblada y rica del mundo entero, según los occidentales. La noche es fría, las estrellas y la luna cubiertas por las nubes no se pueden ver en el cielo, sólo iluminan las luces de la ciudad. En un callejón oscuro que se encuentra en el centro de la ciudad, entre una tienda de artículos de plomería y un bar llamado Los Extravagantes, se escuchan golpes, como si una llave de tuercas golpeara un bulto. En las afueras del callejón se encuentra un hombre de aproximadamente treinta años, recargado en la pared de la tienda y fumando un cigarrillo, era delgado y con la barba mal rasurada. Los ruidos del golpe cesan, del callejón sale un hombre de baja estatura, rechoncho y calvo, en la mano tiene una llave de tuercas llena de sangre, mientras jadea se dirige al otro hombre: - Se puso un poco agresiva, la tuve que calmar- dijo el calvo. - Era una de mis mejores propiedades, muchos hombres querían estar con ella, creo que esto te va a costar un poco más de lo que habíamos acordado- contestó el otro mientras le daba una bocanada a su cigarrillo. - Está bien vamos a entrar a la tienda, debo de tener dinero, te la pagaré. No muy lejos de ahí, en la comisaría número 25 de Ciudad Central, un grupo de oficiales estaba en las afueras a punto de patrullar el área que les tocaba. Adentro, los teléfonos no dejaban de sonar y el bullicio que hacía la gente no dejaba escuchar lo que cada uno decía. En la recepción había un oficial gordo seboso de mediana edad con el pelo entrecano. Mucha gente le reclamaba. Se encontraba un ebrio con la mitad de la frente rota, un hombre con vestido de cocinero gritando y una señora que se notaba muy preocupada llorando y diciendo incoherencias. El oficial desesperado les empezó a gritar: - Ya les dije que tienen que esperar su turno, en cuanto se desocupe algún oficial los atenderá. - Los oficiales de afuera están desocupados y no me quisieron ayudar- dijo el cocinero. - Esos oficiales ya tienen actividades planeadas, sólo están esperando el momento de actuar, vayan a sentarse y los llamaré cuando me desocupe. - Cuando se desocupe los tipos que me robaron mi puesto de hot dogs ya ni estarán en las calles- dijo el cocinero. - Tiene que ayudarme ya por favor, mi hija se fue de la casa desde temprano y no ha regresado, no me contesta el celular y ya no sé dónde buscarla, debe estar perdida- dijo la señora llorando. - Su hija debe estar en casa de su novio señora, ahora vayan a sentarse y los llamaré enseguida- le contestó el oficial. Las tres personas se fueron a unas bancas cercanas y ahí se quedaron esperando a que alguien las ayudara o mínimo escuchará sus plegarias. De pronto se oyó una alarma en la comisaría y una luz roja empezó a alumbrar el lugar. “Alerta roja, hay una amenaza de bomba en la Biblioteca del Centro, todas las unidades dirigirse al lugar y esperen ordenes de su capitán”. Esto fue lo que dijo una voz en el micrófono y la mayoría de los oficiales salieron a buscar sus patrullas y dirigirse al lugar de los hechos. - Sólo eso me faltaba, menos policías para atender las denuncias ciudadanas- decía el oficial de la recepción al momento que recibía gritos de las personas en la lista de espera. En las afueras de la comisaría varios oficiales se quedaron en espera de un transporte que los pudiera llevar a la Biblioteca del Centro. No había suficientes patrullas o camiones para todos, así que tuvieron que ir corriendo hacia el lugar donde había amenaza de bomba, que estaba a uno 20 kilómetros de la comisaría. La Biblioteca Central es un edificio de aproximadamente cuarenta metros de largo y ocho de alto, de dos pisos. La puerta principal es grande y tiene doce ventanas en el frente, seis en cada piso. Diez minutos después de que se recibió la llamada en la comisaría, el lugar estaba rodeado de oficiales, algunos con simple uniforme y otros con armaduras para evitar heridas graves con los disparos y golpes. La persona que hizo la llamada de amenaza de bomba fue un lector que estaba dentro de la biblioteca obligado por su captor, Rastade, un hombre grande y robusto que buscaba la atención de los policías. El cuerpo antibombas se disponía a entrar por la puerta principal cuando ésta estalló de frente y dejó tres oficiales del escuadrón muertos y cinco heridos. - Alerta, al parecer la bomba ha estallado y herido a oficiales, llamen a una ambulancia rápido- dijo a través del comunicador el Capitán Ringstone. De pronto, las ventanas del segundo piso del edificio se rompieron y de ahí salieron varios rehenes disparados hacia el suelo. Dos de ellos se fracturaron el cráneo y tres más quedaron heridos. Después se vieron brazos y piernas destrozadas salir de las otras ventanas. - Cambio en la situación en la biblioteca, puede haber ciudadanos vivos adentro y alguien los tiene como rehenes, manden al escuadrón especial- dijo Ringstone por la radio “pero qué rayos está pasando aquí” pensó. En una de las ventanas se asomó Rastade, un hombre corpulento con pantalón de mezclilla roído y camiseta mugrosa de tirantes, riendo como loco, con un arma de gran calibre en la mano y una granada en la otra. - Estúpidos oficiales, cayeron en la trampa, ahora su muerte está definida- gritó Rastade para después tirar una carcajada. Arrojó la granada a una patrulla y explotó, los oficiales cerca se tiraron al suelo. Los secuaces de Rastade empezaron a disparar con sus armas mientras los oficiales se cubrían detrás de alguna patrulla o donde podían. - Estamos bajo fuego enemigo, respondan- gritó Ringstone en el megáfono, ya no le importaba si había rehenes adentro, los criminales los estaban acribillando- no podemos esperar al escuadrón, los oficiales que tengan armadura entren al lugar y pongan a salvo a los rehenes que quedan. Los oficiales entraron a la biblioteca mientras otros disparaban desde afuera. De pronto una explosión sucumbió todo el lugar. Patrullas y oficiales volaron, el ruido y el fuego no permitieron ver a Ringstone qué estaba pasando. Después de unos segundos semiinconsciente se dio cuenta que estaba tirado en el suelo con los oídos y la nariz sangrando. Empezó a llover. El capitán por fin pudo levantarse y lo que vio lo dejó paralizado. La biblioteca en llamas, cuerpos quemados por todos lados, algunos todavía retorciéndose, patrullas volteadas destruidas emitiendo fuego y humo y algunos oficiales haciendo llamadas de auxilio por el comunicador. Esa noche el caos reinó en Ciudad Central, ya que mientras gran parte de las unidades de bomberos, ambulancias y policía acudían al lugar para ayudar debido a la cobertura de los medios de comunicación, otros delincuentes aprovecharon para saquear zonas lejanas del centro de la Ciudad. En otra parte del mundo, en el Hemisferio Oriental, apenas empezaba a anochecer, y eso significaba que la mayoría de las personas estaba a punto de comenzar la oración y los honores al Rey Shi-Mao Yun. En la ciudad de Hazle las cosas estaban muy tranquilas, los negocios empezaban a cerrar y la gente iba a sus hogares para descansar después de un día pesado. Por estas horas en el templo de la ciudad se congregaban los creyentes que cupieran en él y en las afueras también había gente a punto de rezar. Salió el sacerdote al altar para empezar la ceremonia y en ese momento el Templo explotó y dejó más de cien muertos y otros más heridos. Los gritos de terror no se hicieron esperar y las autoridades comenzaron a realizar operaciones de rescate. Mientras los bomberos intentaban apagar el fuego, en el aire se lograba ver un mensaje hecho de humo que decía: “Viva la rebelión y la libre expresión de palabra. Abajo el rey tirano”. En las calles de las más importantes ciudades de Oriente, desde hace varios meses, se pueden ver panfletos donde los rebeldes expresan su repudio a las leyes tan rígidas del Rey Oriental y la manera en la que presiona a las personas de esta región del mundo que se niegan a ofrecerle honores. Es por ley que cada mes los ciudadanos de las ciudades gobernadas por este Rey deben darle algún tributo, desde animales hasta riquezas, lo que ocasiona el enojo de una minoría oriental dispuesta a no ofrecerle esta veneración. Las autoridades y el Rey Shi-Mao Yun nunca hubieran esperado este feroz ataque por parte de los rebeldes. Un día triste para la parte oriental del mundo. En el castillo de Occidente la noticia de la destrucción de la Biblioteca del Centro se conoció a la mañana siguiente mientras el Rey Baltaz desayunaba con su esposa. El Rey pidió una junta con sus consejeros cuanto antes. En el primer piso del castillo se encuentra la sala principal, donde los ciudadanos o turistas pueden entrar a visitar el palacio y tomarse fotografías. Pero en el Ala Este hay una compuerta que lleva a la sala secreta donde los servidores de mayor confianza se juntan con el Monarca cuando éste proclama una reunión. Entre los consejeros estaban antiguos generales del ejército, algunos senadores del reino de Occidente y grandes empresarios, los más ricos de la parte de este mundo. El Rey estaba sentado en la parte frontal de la mesa y sus colaboradores en el resto de la misma. - Es inaudito lo que acaba de pasar en esta ciudad, la más poderosa de este mundo y sólo a unos cuantos kilómetros de mi castillo- dijo el Rey. - Esta ola de violencia se está incrementando cada vez más en este sector, y si no hacemos algo para detenerla, puede traer consecuencias graves para esta ciudad- opinó un senador del Reino. - ¿Qué se sabe del maldito criminal que organizó todo esto? ¿Ya lo encontraron?– preguntó uno de los antiguos generales del ejército de Occidente. - Aún no. Su nombre es Rastade, es un conocido sociópata y nuestras primeras investigaciones dicen que estaba dentro de la Biblioteca cuando explotó, pero yo no lo creo- respondió el Capitán Ringstone. - Esos tipos como Rastade son ratas, cometen un acto como éste y se esconden, dudo mucho que esté muerto, así que la ciudad no estará segura hasta que gente como él esté en prisión o desaparezcan de la faz de la tierra– dijo Troy Curtis, un empresario, de los más ricos y poderosos del mundo- yo opinó que se organice una cacería para atrapar a este ser vil y eliminarlo. - Los que se vaya a hacer con los criminales es cuestión del departamento judicial, de nadie más, señor Curtis- respondió Ringstone. - Pero aun así creo que a este tipo de criminales se les debe dar una pena mayor, y no sólo encerrarlos algún tiempo o de por vida- comentó el General Astwick, del ejército de Occidente. - Creo que lo más importante que tenemos que hacer en estos momentos es encontrar a Rastade y después preocuparnos que se va hacer con él, voy a poner todos los recursos que tenemos para encontrar a este hombre- contestó Ringstone con tono más irritado y poniendo los puños sobre la mesa. - Con todo respeto capitán- comentó Troy Curtis- creo que sus recursos están muy limitados y no van a bastar para derrocar esta ola de violencia que está azotándonos, no sólo es Rastade, todas las noches hay asesinatos, robos, violaciones, ya no se puede salir tranquilo por las noches en esta ciudad. - Pues disculpe que sus noches en la ópera o de alguna fiesta de beneficencia se vean manchadas por estos problemas, pero se está haciendo todo lo que se puede señor Curtis- respondió cortantemente Ringstone. El magnate se disponía a responder cuando el Rey interrumpió. - Basta de tocar temas que no interesan en esta junta. Troy, al hacer comentarios de este tipo en contra de las autoridades del reino es como si estuvieras atacando al mismo reino, es decir, mi reino, y eso no lo puedo permitir, por otro lado, tienes razón en que la ciudad por las noches se está volviendo un caos y no contamos con los recursos suficientes para impedirla, tenemos que acabar con este problema de una vez por todas. - No era mi intención ofenderlo Su Alteza- respondió Curtis- pero me preocupa lo que pasa en la ciudad, sobre todo cuando tengo unos negocios que realizar con gente importante del norte de Occidente y el hecho de que la ciudad se mantenga en esta situación puede resultarme difícil concretarlos. Pero estoy consternado cuando comenta que no existen los recursos suficientes para acabar con la violencia, si un grupo de empresarios encabezados por mí ha dado mucho apoyo a las fuerzas policiacas, si eso no es suficiente ¿qué podemos hacer al respecto? - Debemos reforzar la presencia del ejército- dijo el General Astwick- debemos intervenir y ayudar a erradicar la violencia. - Yo no creo que esa sea una opción, imagínense la imagen que daría Ciudad Central ante las demás de Occidente, y sobre todo con los orientales- intervino el Alcalde de la ciudad. Los demás integrantes del consejo comenzaron a discutir hasta que el General Astwick pidió silencio. - ¿Usted lo consideraría, Su Majestad?- preguntó el general a su Monarca. - No, y no creo que Troy se refiriera a eso. - ¿Ah no? - No, claro que no mi general, el hecho de que el ejército esté en la ciudad también afecta mis negocios. Pero creo que debemos actuar rápido antes de que la criminalidad nos sobrepase, debe haber otras formas y recursos para poder lograrlo, hay muchos ciudadanos como yo que estamos comprometidos con esta ciudad y que queremos que salga adelante, desde este momento les digo que yo no huiré como algunos de mis colegas, me quedaré a resistir y hacerle frente al crimen- dijo Troy Curtis con un tono de discurso político. A la mayoría de las personas que estaban en la sala no les gustaba la presencia de Troy Curtis en el consejo. Este hombre era por todos sabido un empresario exitoso, que había ingresado debido a las donaciones que había hecho al ayuntamiento. Se le consideraba sólo un niño rico. El Rey Baltaz, con la mano derecha en la barbilla, recordó viejos tiempos y a un amigo perdido. Capítulo IV. El entrenamiento. Los siguientes meses fueron un mártir para los jóvenes que ansiaban tener en sus manos una de las espadas legendarias. Desde el día hasta el atardecer entrenaban con poco descanso y dejaban hasta la última gota de sudor en el suelo. Las heridas y lesiones de entrenamiento no se hicieron esperar. John terminó con heridas en el pecho luego de cargar una roca gigante con sus brazos. No pudo sostenerla por el tiempo que había estipulado su maestro y le cayó encima. Estuvo en cama dos semanas cuidado por Soria. Abel se fracturó la nariz luego de recibir un golpe de Eleazar en una pelea de práctica, pero el ambiente entre éstos parecía cada vez más entrar en armonía, y la estancia de los futuros héroes en el dojo de Drulicz se hacía menos difícil, excepto por Hart. - No necesito entrenar, ya conozco todo lo que tengo que saber– decía cuando se le invitaba a participar en los entrenamientos. - Te aseguro que no puedes levantar esta roca como yo- dijo Bou, levantando la piedra con una mano. Hart alzó la mano y de ella salió un destello del color del fuego, que destruyó el objeto, quedando solo polvo en la mano de Bou, quien tenía la cara chamuscada y con expresión de sorpresa. - No lo necesito – repitió Hart. No convivía con nadie, se la pasaba parado al lado del dojo esperando el momento de recibir lo que anhelaban todos, una espada. El entrenamiento constaba usualmente de competencias entre los contendientes. Una carrera por el bosque en la que el primero que regresara con el más grande animal para comer ganaría. Levantaban piedras o hacían ejercicios de resistencia, como escalar una cascada, correr más de 10 kilómetros cuando el sol ardía más y saltar de rama en rama de los árboles. Luego Drulicz les enseñaba artes marciales y ellos entrenaban entre sí. Un día, en el campo, John se encontraba con unos conejos en las manos. Caminaba entre los árboles espesos que no dejaban entrar la luz, solo pequeños rayos luminosos. El ambiente se encontraba sumamente tranquilo. Inesperadamente, la temperatura empezó a bajar, empezó a arrojar vapor por la boca, y el pasto verde empezó a teñirse de color blanco. - Ya basta Eleazar -dijo John- ¿Qué quieres? No hubo respuesta, sólo risas. John sabía que Eleazar y Bou se encontraban en ese lugar. - Que sorpresa “güerito”, veo que ya encontraste comida- dijo Eleazar, cuando él y Bou salieron de entre los árboles frente a John y le dieron la cara. - Sí, y qué, ¿cómo van ustedes? - La verdad es que no hemos cazado, hemos estado aquí, pasando el rato, esperando a que alguien se asomara por aquí para quitarle su comida- respondió Bou con su voz grave. John al principio no parecía entender, pero después apretó con las manos los dos conejos que tenía. Los dos hombres de enfrente querían arrebatarle su alimento para ganar la competencia. La sonrisa esbozada de Bou y Eleazar provocaba incertidumbre en John. - Son unos malditos, no pueden jugar limpio, ya se me hacía extraño que se estuvieran portando bien estos últimos días. - Basta de habladurías, danos los conejos o te atacamos- dijo Eleazar. Pero antes de que John pudiera contestar Bou arremetió contra él. Con el hombro, golpeó en el pecho a John, quien fue a chocar contra un árbol, el cual se rompió a la mitad. Adolorido, John se levantó y alcanzó a saltar para esquivar a Bou, quien nuevamente iba directamente contra él. Bou se tropezó con el árbol y cayó. John todavía estaba en el aire cuando sintió una corriente helada recorrer su cuerpo. Cuando miró hacia abajo, se dio cuenta que la mitad de su cuerpo estaba congelada, Eleazar lo había atacado. John cayó al suelo con los animales en la mano como un saco tieso. - Me las van a pagar, sólo porque son dos contra uno, sino los hubiera derrotado- gritó John. - Ya cállate, danos los conejos y te dejaremos ahí, sin molestarte- le respondió Eleazar, mientras su otro compañero se levantaba. Bou tomó los conejos por un lado y trataba de arrebatárselos, pero John los tomaba con igual fuerza. De pronto, Bou sintió un golpe en la mano y soltó los conejos, retrocedió unos pasos mientras se la sobaba. Shin había aparecido en escena junto a Abel, ambos llevaban un animal muerto en la mano. - Ya déjenlo en paz- dijo Abel, hay comida para todos ya que Shin y yo también cazamos, perdieron la competencia, ya será para la otra. - Cállate mocoso si no quieres que te rompa otra vez la nariz, tú no nos vas a decir lo que tenemos que hacer- repuso Eleazar- de hecho, Bou quítale el conejo que tiene. El gigante se fue directo a Abel, quien al verse amenazado por alguien con el doble de tamaño que él, se quedó paralizado en el mismo lugar, sólo esperando a ser impactado por la bola de masa que venía hacia donde estaba. Pero de pronto se oyó un fuerte estruendo, como si una roca gigante se hubiera estrellado contra una pared. Shin había detenido a Bou, quien parecía hacer un asombroso esfuerzo por seguir avanzando, pero las manos del Oriental estaban en sus hombros y no lo dejaban pasar. Shin arrojó a Bou unos metros atrás, pero este arremetió y lanzó un golpe a una velocidad increíble a Shin, quien lo esquivo a duras penas, para luego asestarle un puñetazo en el estómago. Se hizo una pausa, donde hubo silencio. El gigante dio unos pasos para atrás tomándose del estómago, luego abrió la boca para escupir una gran bocanada de aire y cayó al suelo irremediablemente, quedó tendido tratando de recuperar su respiración. Eleazar se quedó perplejo por un momento, pero luego lanzó su poder congelante contra Shin, quien no pudo evitarlo, solo alcanzó a meter la mano derecha y esta le quedó completamente congelada. - No esperabas eso verdad- le dijo Eleazar desafiante- ahora te congelaré completamente para que dejes de molestarnos. Eleazar apuntó su mano con la palma extendida hacia Shin, que se agarraba la mano derecha congelada, impotente y resignado a recibir el ataque. John miraba con atención toda la situación, queriendo ayudar pero no podía moverse porque no sentía su cuerpo de la cintura para abajo. Eleazar miraba a Shin con una risa de satisfacción, saboreaba ese momento, pero antes de que pudiera congelar completamente a su enemigo, sintió un puño incrustársele en la mejilla derecha. El impactó lo hizo caer y una pequeña tira roja salió por la comisura de sus labios. Al lado de él estaba Abel mirándolo desafiante. - Ya basta de esto- dijo el chico, sobándose la mano izquierda- como te dije antes, tenemos la comida suficiente, no hay necesidad de pelear. - No te esperabas eso verdad Eleazar, Abel dale su merecido ahora mismo- gritaba John unos metros atrás de ellos. - Bien chico, tú te lo has buscado, te iba a dejar tranquilo después de dejar al greñudo rígido como una estatua, pero ahora te daré una paliza que nunca olvidarás- dijo Eleazar furioso poniéndose de pie. - Bien, como quieras, pero si me vas a dar una paliza como dices, hazlo a mano limpia sin ningún tipo de truco. - Oh, como quieras enano, usaré solo mis manos para dejarte tan tieso como los pies de John. - No te vas a ir limpio- lo encaró Abel. Ambos se pusieron en guardia dispuestos a pelear, pero Bou, Shin y John sabían quién iba a ganar el encuentro. En otros entrenamientos anteriores, Eleazar casi siempre tomaba a Abel de su costal de box y le propinaba golpes al por mayor, aunque en una pelea de verdad podría ser distinto. El primero en atacar fue Eleazar, quien propinó dos golpes secos y rotundos a la nariz de Abel, quien ni siquiera los vio venir. Retrocedió mientras se tomaba la nariz, sus fosas nasales se taparon ya que empezaron a sangrar tanto que el cuello y el pecho pronto se les tiñeron de rojo. - Me volviste a quebrar la nariz- dijo Abel. - Eso te pasa por bravucón, pero debo admitir que eres valiente al retarme, sólo por eso no te fracturaré ninguno de los otros huesos, debes de darme las gracias al ser tan compasivo contigo- dijo Eleazar victorioso mientras se acercaba a Abel. Los otros veían este suceso como normal, pero cuando Eleazar se preparaba para atacar a Abel, no vio venir una patada del muchacho que le fue a dar en el pómulo izquierdo. El golpe lo mandó directo al suelo para sorpresa de todos. Eleazar miraba con asombro a Abel, mientras éste estaba de pie todavía en guardia. Eleazar se levantó más disgustado de lo que estaba anteriormente. No tenía palabras para describir lo que había pasado. La primera vez que Abel lo golpeó estaba desprevenido, tratando de atacar de Shin, y era normal que el chico pudiera golpearlo con esa facilidad, pero esa vez él iba justo a atacar a Abel y no pudo mirar siquiera cuando el pie lo golpeó. John, Shin y Bou seguían viendo con asombro aquella situación, no recordaban que en algún entrenamiento Abel pudiera moverse tan rápido y golpear tan duro. Ni tampoco sabían que Abel podía mirar a una persona como estaba viendo a Eleazar, de una forma desafiante, convencido de que ganaría aquella batalla, aunque estuviera lejos de lograrlo. - Si crees que por un buen golpe ya la tienes ganada estás muy equivocado- comentó Eleazar- debo admitir que me sorprendiste con esa patada, pero un golpe de suerte lo puede tener cualquiera, ahora verás quién es el ganador. En ese instante Eleazar fue contra Abel, pero un silbido impidió que volvieran a pelear. Todos voltearon a donde surgió ese sonido, vieron a Soria, bella como siempre con sus pantalones y playera contorneando su figura, quien salía de entre los árboles. - Vaya, no puede el maestro darles una tarea porque ustedes lo agarran para juego y se ponen a pelear como una bola de cerdos sin cerebro, debería darles vergüenza, tienen más de un año ya conviviendo todos juntos y no pueden pasar un rato a solas sin darse de moquetes. Tienen suerte de que Drulicz no los haya visto, de seguro les daría una paliza a todos juntos. - Ese viejo no me daría una paliza, y no deberías preocuparte nena, ya que nada más estábamos jugando, como puedes ver ya tenemos comida para todos- contestó Eleazar. - No la llames nena- replicó John, todavía tirado en el suelo. - ¿Qué haces aquí de todos modos Soria? deberías estar preparando el fuego para cuando lleguemos con la comida- preguntó Shin, sobándose el brazo derecho. - Ya lo hice, y estoy aquí porque Drulicz me mandó por ustedes, ya deberían de haber llegado al campamento, se han tardado más de lo habitual- respondió la mujer. - Sí, bueno ya vamos todos para allá- dijo John- alguien puede ayudarme, no puedo caminar. Soria fue a ayudar a John, Abel iba a hacer lo mismo, pero antes Eleazar le dio una mirada amenazadora mientras escupía sangre, e hizo una mueca de desprecio. Todos emprendieron la marcha al dojo de Drulicz. Tardaron media hora en llegar al campamento, el fuego ya se había extinguido y pasaba más de medio día. Drulicz los esperaba sentado en los escalones de la entrada de la casa fumando su rudimentaria pipa. Hart estaba recargado en uno de los postes que se utilizaba para entrenar, escupió al suelo cuando vio que los demás llegaban. Abel y Soria llevaban a John cargando, Shin iba aún con la mano congelada, y Eleazar llevaba a Bou recargado en su costado, ya que a pesar de recuperar el aire, le dolía el estómago. Todos se sorprendieron al ver a Drulicz esperándolos, sabían que les daría una buena reprimenda. El anciano los miró. John paralizado de la cintura para abajo, Shin con una mano que parecía estar muerta, Abel con la nariz roja y su camiseta teñida del mismo color a la altura del pecho, Bou apenas en pie y con un moretón de color negro en el estómago, y Eleazar con varios moretones en la cara, solo podía decir una cosa. - Veo que han estado ocupados mientras Hart y yo estamos aquí muriéndonos de hambre, espero que hayan disfrutado de un buen entrenamiento, por cierto, todos perdieron la competencia de la comida– todos estaban mirándolo, no parecía importarles haber perdido esa competencia. Drulicz prosiguió: - Al parecer cada quien recibió su merecido, no me importa saber quién empezó o quién tuvo la culpa. Estamos aquí por un bien común, tratar de salvar este mundo del mal que está empezando a gestarse, y con actitudes como éstas no creo que las espadas quieran ser portadas por alguien como ustedes. No sé si sepan, pero el hecho de que estén aquí conmigo no quiere decir que ya tengan asegurada una espada– todos lo miraron sorprendidos- ¿Qué les pasa? no sabían que no hay manera de descifrar quien será el portador, ni cuándo ni dónde surgirán los nuevos guerreros tampoco. Todo depende de ellas. De pronto, detrás del anciano, que ya se había levantado, salieron por la puerta las tres espadas que tenía en su poder. Flotaban en el aire. El ambiente se empezó a llenar de cierta paz que nunca nadie ahí presente había sentido, excepto Drulicz. - Estas son las espadas que portamos mis amigos y yo – dijo el anciano- Alferix, el paciente y espigado oriental tenía la de tierra. Dicen que la espada de tierra debe ser portada por una persona firme, equilibrada, paciente, estable y segura de sí misma, como la tierra que forma los valles y los hemisferios de este mundo. Cartwridge tenía la de agua, él era una persona muy soñadora, pero razonable a la vez, capaz de estar tranquilo por un momento y despertar todas sus emociones en otro instante, las personas que usan esta espada suelen ser muy impredecibles en su comportamiento, así como las aguas de nuestros océanos, que así como están apacibles en los días soleados, se pueden convertir en monstruos indomables que arrasan todo lo que se encuentra en su camino. Por último, yo porté la espada de fuego. Yo, el valiente y temerario Drulicz, o así era como me llamaban mis amigos. El portador de esta espada debe ser una persona valiente, con el coraje para poder realizar los sueños que desee, con una pasión interna que le permita exponerse al máximo, así como el fuego, que se levanta de entre las cenizas y que renace y se convierte en uno de los elementos más importantes de la naturaleza. La cuarta espada es la de viento, la cual está en manos del rey del hemisferio Oriental Shi-Mao Yun, pero nadie la usa. Esta espada es para las personas que aman la libertad más que a nada en este mundo. Como el viento, que es libre y deambula por toda la tierra, por eso se dice que esta espada no se puede mantener cerca de las otras por mucho tiempo, pero son supersticiones. Como ven, cada espada tiene su propia vida y su forma de ser, pero lo que las hace las más poderosas del mundo, es que nunca se equivocan en el guerrero al que escogen, y sobre todo, renacen en el momento apropiado para salvar la tierra. Los más triste de todo esto es que hasta el momento nadie de ustedes es lo suficientemente capaz de obtener una espada, y el primero que llegó de ustedes fue hace casi cinco años. Todos guardaron un silencio de sepultura, el único que no parecía estar consternado por estas palabras era Hart. - Bonito discurso anciano, pero se te olvidó mencionar otra espada no, son cinco, o que acaso estás perdiendo la memoria. - No le hables así al maestro Hart, le debes respeto por tenerte aquí a pesar de tu actitud- le respondió Shin a Hart. Hart y Shin se dieron una mirada diabólica, pero antes de que alguien pudiera hacer algo Drulicz intervino: - Está bien Shin, no se me ha olvidado la última espada Hart, el problema es que no sé qué elemento es ni dónde está o quién la tiene, esa espada siempre fue un misterio para nosotros, nuestro maestro Sebastián nunca nos quiso revelar nada sobre la última espada. - Bah, así que no sabes todo sobre las espadas viejo, y que tanto sabes sobre el Ritual de los Lamentos, dicen que con éste se puede obtener el poder de la espada sin necesidad de merecerla como tú dices. - No sé nada sobre eso, pero te puedo decir que no creo que exista nada que pueda engañar la espiritualidad de la espada- le contestó el anciano. Hart puso una cara de indiferencia ante esas palabras y se volteó a ver los árboles que estaban cerca del lugar. Las espadas seguían suspendidas en el aire, relucientes y hermosas, todos con excepción de Hart y Shin las veían anonadados. De pronto se movieron y fueron a parar a las manos de Drulicz. - Bien, espero que esta conversación les haya dado qué pensar, y si en verdad quieren ser unos guerreros y pelear por este mundo, tienen que mejorar la actitud que muestran hasta ahora. Drulicz entró a su dojo seguido de las espadas. Los demás se quedaron contemplando aún el camino que las armas habían dejado en el viento. - Cielos, en verdad que el maestro es un apasionado del poder que te dan las espadas no- dijo John. Nadie le respondió. Los jóvenes estuvieron callados todo el día hasta que anocheció y se quedaron dormidos. Ese día no hubo entrenamiento. El silencio invadió a los jóvenes, quienes no se atrevían a decir lo que pensaban. De ese momento en adelante, todos tendrían un peso del cual no se podrían deshacer por el resto de sus vidas. Soria rompió el silencio en que los alumnos de Drulicz se encontraban en esa hermosa tarde. - ¿Qué les pasa?, pensé que se alegrarían de saber la razón por la que están aquí, no entiendo por qué están tan callados, yo creo que es una decisión fácil de tomar. - ¿Tú también sabías que el maestro es Drulicz, uno de los guerreros más famosos en el mundo?– le preguntó Abel curioso por la indiferencia de la mujer ante la noticia de que él y los demás, serían los nuevos héroes. - Sí, lo sabía, porque creen que estoy aquí, yo no entreno como ustedes, sólo ayudo al señor Drulicz en la choza, ya que está muy grande de edad y no puede solo con todo esto. - ¿Por qué no me lo habías dicho?- gritó John sorprendido. - ¿Por qué habría de decírtelo?– replicó Soria con una mirada de complicidad hacia el joven rubio. - Te imaginas lo que podríamos hacer con una de las espadas Eleazar- dijo Bou. Eleazar sólo puso una cara de fascinación, imaginándose lo que sería si la espada estuviera en sus manos. Después de esta pequeña conversación, cada quien tomó su camino y se fueron del campamento, como Drulicz dijo que no habría entrenamiento tenían el día libre, así que cada quién fue a pensar las cosas a su manera. John y Abel fueron a una loma que se encontraba cerca, Shin fue a caminar por el Bosque, Bou y Eleazar fueron a Délciran, la aldea más cercana a la choza y el mejor lugar para divertirse en los alrededores. De Hart no se supo nada. Soria se quedó sola y entró a la choza donde se encontraba Drulicz. - ¿Por qué se fueron tan consternados? pensé que les daría gusto saber que pueden llegar a ser muy fuertes ¿Qué las pasa maestro?- dijo la mujer al viejo. - No es una decisión fácil, ellos lo saben, tú no porque no vas a tener la responsabilidad de proteger la tierra. Millones de humanos, y billones de especies animales, además de las fuerzas de la naturaleza. También está el hecho de que no todos llegarán a ser esos guerreros que desean, de hoy en adelante serán rivales, lo cual puede ser muy destructivo. - ¿Entonces por qué les dijo, no sería mejor que no lo supieran y así ahorrarse todos estos problemas? - Porque para ser portadores de la espada no sólo se necesita talento en los puños, sino también en la mente. Se requiere carácter, sabiduría, perseverancia y, sobre todo, buenos sentimientos. Será parte de la prueba, y tal vez la más importante- concluyó el viejo sonriendo y metió su pipa a la boca. En el bosque, los jóvenes guerreros estaban dispersos por los campos verdes. Bou y Eleazar ya habían llegado a Délciran, Abel y John se dirigían a escalar una pequeña Montaña, donde en la cima se veía una gran perspectiva del paisaje, y Shin sólo buscaba un buen lugar para meditar. John y Abel subían con cierto ánimo hacia la cima, sobre todo John, quien parecía como si estuviera a punto de encontrar algún tesoro a la hora de llegar a la cima. - ¿Alguna vez has ido a la Ciudad Central de Occidente, Abel?– le preguntó al muchacho. - No, nunca, al menos que yo recuerde, tal vez de pequeño lo hice, porque mi papá solía hacer negocios, pero yo era muy chico y no me puedo acordar si alguna vez estuve ahí– contestó el más joven de los discípulos de Drulicz, mientras ambos continuaban su camino. - Bueno, yo creo que es la ciudad más hermosa que existe, sobre todo la parte central, donde se encuentra el castillo de nuestro Rey Baltaz. Ahí la gente parece estar siempre de fiesta, aunque están trabajando, la mayoría tiene algún negocio y todos están comerciando para beneficio de todos, por eso es la ciudad más moderna del mundo. Hay grandes construcciones por todos lados, sistemas de transporte excelentes, es un buen lugar para vivir, no como el dojo, si no estamos entrenando todo se me hace muy aburrido, no hay nada que hacer, más que vagar por el bosque e ir a la aldea cuando Drulicz nos deja. - Eleazar y Bou van a cada rato, siempre que pueden escaparse– dijo Abel. - Sí, y por eso se meten siempre en problemas, sin duda no serían dignos de portar la espada, después de todo el daño que han hecho ¿Sabías que se rumora que fueron criminales? - No, no lo sabía. John, hace rato mencionaste que había un castillo en Ciudad Central, ¿lo has visto?– preguntó Abel muy interesado, y evadiendo el tema de Eleazar y Bou. - Claro que lo he visto. - ¿Alguna vez has entrado? - No– dijo el de cabellera rubia cortantemente, tratando de acabar con la conversación. Siguieron hacia la punta de la montaña, la cual se encontraba en Occidente. Habían cruzado la frontera de hemisferios sin notarlo. A pesar de ser un gran camino y difícil, no parecía afectarles físicamente, su condición era más óptima que la de la mayoría de los deportistas del mundo. - Me gustaría ver el castillo alguna vez, sabes, nunca he salido de los alrededores de Délciran, y no sé qué hay más allá de los mismos, uno de mis sueños es recorrer el mundo, y creo que con las espadas podré lograrlo, sería lo más importante que podría pasar en mi vida sin duda– dijo esto Abel con cierta emoción. - Bueno, no sé si lograrás conseguir una espada, pero sí podrás ver el castillo, y en este mismo momento, ya casi llegamos a la cima– respondió John alegremente. - ¿Qué tiene que ver eso con el castillo, John? - Que el castillo del rey se puede ver desde cualquier parte del mundo, siempre y cuando sea un lugar alto, como la cima de esta Montaña, contémplalo. Habían llegado a la cima y frente a ellos, a lo lejos en el horizonte, se veía una gran luz blanca, casi tan radiante como el Sol. Era inmensa, como un rayo láser lanzado desde la tierra hasta el cielo que se perdía en la nubes. Los jóvenes observaron pasmados esa imagen tan luminosa que empezaba a calarles en los ojos. Pero Abel no parecía comprender. - Esto es hermoso, pero ¿qué tiene que ver con el castillo John? - No lo ves, esa luz tan bella es el castillo mismo. El castillo del Rey Baltaz. De nuestro Rey. Del Rey del lado occidental del mundo, la mejor parte de la tierra para vivir– contestó John fascinado. Estaban tan sorprendidos del panorama que no se dieron cuenta que Shin también había llegado a la cumbre de la Montaña y estaba detrás de ellos. El oriental veía la misma luz, pero no con tanta fascinación como los otros jóvenes. - Esa luz es hermosa, pero ¿Por qué los occidentales necesitan de obras creadas por el hombre para poder sorprenderse? - ¿Quién dijo eso?- volteó John abruptamente, cuando vio a Shin se molestó– Ah, eres tú, ¿Qué pasa? tienes envidia de que en la parte Oriental no haya manifestaciones de esa manera. - No, no tenemos- contestó Shin- pero no las necesitamos, nosotros sí podemos admirar la belleza que nos brinda la tierra sin necesidad de tener que construirla, algo que deberían de aprender en lugar de estar gastando los recursos de nuestro planeta. - ¿Ah sí?, pues dime dónde están esos lugares que dices que pueden sobrepasar la belleza de nuestro castillo. Yo la verdad lo siento imposible de creer. - Pues los hay, y si me siguen se los demostraré. Se quedarán más sorprendidos a como estaban cuando llegué y los vi. Los dos muchachos siguieron al oriental con cierta curiosidad, pero a la vez pensaban que sería imposible encontrar algo tan bello como el castillo del Rey Baltaz en toda la faz de la tierra. Pero fueron tras Shin para comprobarlo. Cruzaron un río, después caminaron por un sendero donde a los lados se encontraban grandes pastizales que con el brillo del sol parecían sembradíos de esmeraldas. La máxima fuente de energía del planeta relucía en el cielo a su máximo esplendor, pero eso no inmutaba a los tres jóvenes que caminaban con mucho ahínco. Después, entraron en una maleza extraña donde se dificultó un poco la travesía. John se dio cuenta que habían dejado el lado occidental del mundo, ya que nunca había visto un cambio tan repentino en la naturaleza. De un grande campo verde cambió rápidamente a una selva oscura y confusa. Así siguieron caminando, hasta que el ambiente se empezó a despejar, los rayos del sol empezaron a verse nuevamente, y frente a ellos se encontró un oasis hermoso que solo en sus sueños pudieran imaginar. En el centro se encontraba un lago. Parecía que el cielo estaba en el suelo también ya que el reflejo en el agua cristalina era idéntico a éste. Las plantas daban frutos jugosos de diversos colores. Y el clima estaba en un punto donde no hacía ni frío ni calor. Probaron los frutos y un elixir tocó sus labios. Bebieron del agua y sintieron la fuente de la juventud pasar por sus gargantas. Se recostaron bajo la sombra de un árbol y sintieron como si un colchón esponjoso se acomodara a la perfección en sus espaldas. Ahí se quedaron dormidos hasta que el sol se fue y los ruidos de la noche los despertaron. Se dieron cuenta que tenían que regresar al dojo de Drulicz, ya que no tenían permitido pasar la noche fuera de la casa del anciano. Así que se apresuraron. Se fueron juntos. No se habían dado cuenta aún, pero habían convivido un día entero a pesar de haber tenido diferencias anteriormente. - Sin duda el lugar que nos mostraste era muy bueno Shin ¿Cómo lo encontraste?– preguntó John. - Uno como oriental siempre busca un lugar donde pueda estar tranquilamente, lejos de todas las distracciones que el mundo nos brinda. - Pues ese lugar sí que irradiaba una tranquilidad y serenidad muy buenas, Shin, ¿podemos venir mañana? – preguntó Abel. - Tal vez, pero no cuando estoy rezando y en estado de concentración– respondió Shin. - Y cuando es eso. - En la mañana y en la tarde. - Genial– dijo John en tono sarcástico. Regresaron al campamento, todos los demás ya se encontraban ahí. - ¿Dónde han estado?- preguntó Bou- ya todos accedimos a estar aquí hasta el final, sólo faltaban ustedes, pensábamos que ya se habían asustado y huido. Bou y Eleazar rieron, en eso salió Drulicz a recibir a los discípulos perdidos. - ¿Ya tomaron una decisión?- preguntó el anciano. - Sí -contestaron los tres al unísono– nos quedamos. - Bien– contestó Drulicz con una sonrisa de satisfacción, y volvió entrar. Los seis jóvenes se quedaron afuera mientras el enorme manto negro con puntos blancos los cubría. Capítulo II. Los discípulos de Drulicz. La aldea Délciran está situada en Oriente, cerca de la frontera con Occidente, y desde hace cinco años los occidentales radicados en ciudades cercanas llegan al pequeño pueblo para instalarse permanentemente, a pesar de que existen conflictos migratorios entre ambos hemisferios. Se generan muchos problemas entre los pueblerinos y los foráneos, el más frecuente es el de la diferencia entre las tradiciones. Por ejemplo, en las noches, la gente oriental se dedica a rezar y a hacer honores al rey oriental Shi-Mao Yun, mientras que los occidentales prefieren ingerir bebidas alcohólicas mientras escuchan música a alto volumen, ya sea de un grupo musical instalado en cualquier lado o por radio, y cantando a capela en los máximos lapsos de ebriedad. Esto ha provocado molestia en los orientales, ya que sus ritos son perturbados por el ruido de los intrusos. - Nosotros no hacemos honores a nuestro Rey, pierden el tiempo, vengan a beber con nosotros, la vida es muy corta para estar todo el día hincados- dicen algunos occidentales a los orientales, cuando éstos reclaman silencio. Aunque ninguno de los dos bandos lo quiere afirmar, la razón de este fenómeno migratorio es que el Rey de Oriente tiene en su poder una de las espadas sagradas, y aunque nunca se ha visto que algún guerrero la porte, para los occidentales representa mayor seguridad, ya que en su lado del mundo estas armas llevan desaparecidas un poco más de 10 años. Cerca de la aldea, a 5 kilómetros al norte, se encuentra una choza, con un piso refinado de madera lisa, las paredes de troncos cortados perfectamente a la mitad, y el techo de paja pulcra y amarilla, con algunos soportes de ramas. Es grande, lo suficiente para que en ella duerman ocho personas y con un salón lo suficientemente amplio para que se pueda transitar libremente. A pesar de ser tan rudimentaria, se encuentra en buen estado. Afuera de la choza se encuentran cuatro hombres. Dos buscan prender una fogata sin fósforos, otro rezar hincado con la cara al suelo. El otro simplemente está recargado en un poste enterrado en el suelo. Los dos hombres iniciando la fogata son John y Abel. El primero, occidental, pelo rubio y corto, ojos azules. Con cuerpo atlético, pero no musculoso, de aproximadamente 23 años. El segundo, occidental, pero de madre oriental, de 18 años, cuerpo menudo y pequeño, cabello ondulado y negro, ojos cafés oscuros. El hombre que ora es Shin, oriental de sangre pura. Parece joven, pero con huellas de persona madura, cabello largo hasta la espalda, negro, ojos oscuros, casi del mismo color que su pelo. El último, es Hart, de 30 años. Su pelo quebrado y totalmente desparramado es gris con todos cafés claros, pero no por las canas. Su piel es clara, acanelada, sus ojos miel, con barba, aunque no abundante, de patilla a patilla. Tiene una mirada en la que arquea las cejas hacia abajo. John trataba de encender el fuego con dos ramas, y al frotarlas con mucha fuerza, provocaba un ruido molesto que rompía el silencio apacible que sólo la naturaleza puede generar. Abel parecía no molestarse con el ruido, pero Hart y a Shin sí. Este último paró de rezar porque se rompió su concentración, Hart cerraba los ojos fuertemente, trataba ignorar el ruido, pero sus oídos se impregnaban de esa apestosa molestia. John se desesperaba por sus esfuerzos infructuosos, cada vez frotaba más rápidamente, el ruido crecía y aumentaba la molestia. Hart, desesperado, gritó: - ¡Ya cállate! Levantó la mano hacia la leña, y ésta se encendió sin escatimar, dejando chamuscada la cara de John, quien lanzó un grito y se echó para atrás amedrentado. - Gracias, Hart- dijo. Hart sólo hizo un gesto de enojo. - Ahora dame los conejos Abel- dijo John. Abel tomó dos pequeños animales muertos, pelados y sin tripas listos para asarse, se los dio a John y éste se puso a cocinarlos. Shin observó todo esto y se dirigió a los jóvenes. - Ustedes los occidentales siempre rompen las reglas de la naturaleza, no les importa, matan y comen animales a su antojo- dijo molesto. - Tenemos hambre, no podemos evitarlo, además, tú también comes carne, no te hagas- respondió John. - Sí, pero yo siempre escojo animales viejos para comer, y no jóvenes que tienen mucho que vivir aún, están rompiendo con el curso de la vida. Dijo esto último y se fue a rezar como antes. John siguió asando su comida mientras criticaba al otro con murmullos. Llegaron al campamento otros dos hombres, uno era fuerte y alto, muy robusto. Parecía un roble. El otro era de la misma estatura, pero delgado. Ambos cargaban dos troncos secos sobre los hombros sin ningún problema. El primero es Bou y el otro Eleazar. Llegaron al lado de la fogata y dejaron caer su carga. - Esto servirá para la noche- dijo Eleazar. - Perfecto- repuso John. Bou observó la fogata y los animales asándose. - ¿Por qué sólo hay comida para dos? - Vamos a comer Abel y yo – respondió John. - ¿A sí? Nosotros trajimos leña para todos y tú nada más cocinas para dos- dijo Eleazar. - Esa obligación se las ordenó el maestro como castigo- dijo John– No lo hicieron por nosotros. - Eres un egoísta– dijo enfurecido Bou. - No, ustedes son unos irresponsables, siempre se meten en problemas- dijo John. - Sí, pues ahora queremos problemas- gritó Bou. Tomó uno de los troncos y se los arrojó a John y Abel, éstos se levantaron para esquivarlo y el tronco dio directo en la fogata, esparciendo las ramas con fuego por todo el lugar y destrozando los conejos crudos. - Ten cuidado tonto- dijo Abel. Bou hizo caso omiso, sujetó el otro tronco con sus enormes manos y se los arrojó otra vez a los cocineros. Se agacharon y éste se impactó en una vara que detenía un tendedero de ropa. Algunas de éstas cayeron sobre las ramas de fuego que se habían esparcido por la transgresión del tronco a la fogata. - Ya basta– gritó John- se está quemando todo. Hart permanecía en el mismo lugar sonriente. Shin dejó de rezar otra vez y con gesto de impaciencia se dirigió a la turba. - Eleazar, tú puedes apagar el fuego, hazlo- gritó Abel. Eleazar simplemente sonrió. John trató de apagar algunas fogatas que se formaban por la mezcla de ramas y ropas esparcidas por toda el área cercana a la choza, aventando tierra con los pies, pero con el tronco caído en el núcleo del fuego encendido y la ropa avivando el fuego, era muy difícil calmarlo. Todo el patio frontal de la casa estaba lleno de calor, Abel corrió por un bote con agua y cuando se enfilaba a apagar fuego en un lugar, Bou le metió el pie y cayó al suelo, desparramándose la tina. - Idiota- gritó Abel, quien se levantó y le tiró un golpe al gigantón, pero éste lo detuvo con una sola mano sin ningún problema. Ante el disturbio, de la choza salió una mujer bella. - Ya basta, paren esto– gritó la joven de pelo castaño y lacio, largo, ojos verdes cristalinos. Se llama Soria - Sí, apaga el fuego Eleazar- dijo Shin con aspecto calmado y le puso un brazo en el hombro. Eleazar alzó los brazos y con un movimiento de éstos empezó a crearse una pequeña tormenta de hielo, que congeló todo y apagó el fuego. En el patio todos se encontraban en silencio, los jóvenes observaban el lugar, totalmente arruinado. Shin meneaba la cabeza con cara de desaprobación; Hart, inmóvil durante todo el espectáculo, seguía sonriendo; Abel se tomaba la mano que Bou le había aprisionado; John estaba con la cara chamuscada otra vez y con los hombros bajos. Eleazar y Bou tenían una risa de satisfacción en la cara. - Debería darles vergüenza- los reprendió Soria- han arruinado todo. La ropa, los troncos y la comida estaban completamente congelados, el poder de Eleazar fue muy productivo. John se acercó a los animales que ahora estaban duros como rocas, los tomó, pero no había nada recuperable. Abel tomó alguna ropa del suelo. - Oh no, mi ropa interior, ¿De quién es ésta?- preguntó el chico. - Es mía tonto- gritó Soria espantada. Se la arrebató de la mano y por el ultraje se rompieron los calzoncillos cristalinos. Eleazar se rio a carcajadas, lo que provocó el enojo de los demás. - De qué te ríes idiota- gritó John– por tu culpa todo se arruinó, y ahora el maestro nos va a matar. - Ese viejo puede hacer lo que quiera- respondió Eleazar- además fue divertido, ¿no es así Bou? - Sí, es lo mejor que he visto en mucho tiempo. Ambos empezaron a reír desmesuradamente. Esto enfureció a John, el cual lanzó un golpe a Eleazar, pero éste lo esquivó haciéndose a un lado. - Eres un tonto, te has vendido- dijo el agredido. Se lanzó contra John, pero fue detenido por Shin, el cual lo sostuvo por los hombros, rodeándolos con sus brazos. - Qué haces, suéltame, ambos somos orientales, debes ayudarme contra ese “perro loco”. - Cómo me llamaste- gritó John envuelto en ira– te voy a destrozar. Se lanzó contra Eleazar pero lo sostuvo Soria. Mientras tanto Bou levantó con un brazo del cuello de la camiseta a Abel, éste pataleaba desesperado y lanzaba golpes al aire, sin conectar ninguno a Bou. Se había vuelto un caos, Eleazar y John trataban de golpearse, pero eran retenidos, Bou se reía de Abel y éste pataleaba de rabia. Hart permanecía inmóvil, siempre recargado en el poste. Sólo se movió para estirar los brazos. No se podían descifrar las cosas que se decían, todos hablaban a la vez, unos para calmar y otros para ofender. De pronto, una figura pequeña salió de la choza, con una pipa en la mano. Drulicz, muy calmado, se dirigió hacia el centro del patio, donde todos estaban peleando. Cuando se colocó entre Eleazar y John, todos se calmaron y dejaron el alboroto para otra ocasión. Abel seguía colgado de Bou, pero sin moverse, mirando fijamente al anciano. Todos lo hacían, esperaban una rabieta del maestro, pero éste estaba tranquilo aún. - Las riñas entre amigos sirven, pero hasta cierto punto, mis discípulos. - Nosotros no somos amigos de nadie, sólo estamos aquí para entrenar, no nos importan los demás- dijo Eleazar, refiriéndose a él y Bou. - Lo mismo opinamos nosotros, no los necesitamos, si están aquí no nos importa– respondió John. - No importa si están a gusto o no con sus compañeros de entrenamiento, todos están aquí por una razón, y al final van a tener que aprender a convivir juntos, para bien de todos– dijo Drulicz. - Yo no veo cómo nos beneficiaría convivir con estos tipos, Eleazar y yo somos de los más fuertes en este lugar, así que no necesitamos de lo demás– dijo Bou. - Ustedes no son de los más fuertes, Shin es el mejor peleador de aquí- dijo John apoyando a Shin sorpresivamente- sólo porque seas el más fuerte no significa que puedas pelear Bou, Shin podría derrotarte en un minuto, y a ti Eleazar, Hart puede derrotarte también, si de poderes se trata. - Veo que mencionas a otros que pueden derrotarme, pero no a ti- dijo Eleazar- ninguno de ustedes podrían ganarnos, y en cuanto a Hart, lo reto cuando sea para ver quién es el mejor- esto último lo dijo mirando a Hart fijamente, el cual no se inmutó. - ¿Qué, acaso no se van a defender?- dijo John observando a los demás. Nadie quería intervenir en la disputa entre John, Bou y Eleazar- ¿Me dejan solo, por qué? - Las palabras huecas casi siempre no importan John- intervino Drulicz- eres muy hablador, pero eres el que ha mostrado menos progreso durante el entrenamiento- John se sonrojó- en cuanto a ustedes– se dirigió a Bou y Eleazar- no estaba hablando solamente a este campo de entrenamiento cuando me refería a que nos haría bien estar en paz, sino a toda la gente en general. - No entiendo cuál es el beneficio para los demás que nosotros nos llevemos bien- dijo Bou- a nadie le importa lo que pase aquí, todos están más preocupados en matarse unos a otros. - Eso es cierto- intervino Eleazar- qué no lees los periódicos, todos los días hay ejecuciones o secuestros, y este año ha sido el que más muertes por el narcotráfico ha habido en las principales ciudades de Occidente, simplemente nos estamos yendo a la mierda. - Y qué me dices del Oriente- respondió John- mucha gente sufre, y algunos hasta se mueren de hambre por darle todo lo que tienen al rey como ofrenda, quien no tiene ni la menor idea de lo que pasa en su pueblo porque se la pasa encerrado en su palacio, y los métodos de tortura que utiliza contra los que no quieren orarle, yo diría que es un tirano. - Mi Rey no es un tirano- gritó Shin- es una tradición desde la antigüedad que el Monarca de Oriente reciba las mejores virtudes de su tierra, para así poder repartirla equitativamente, y la gente que recibe su merecido son los perturbadores del bien común, avariciosos y soberbios, como los occidentales. - Vaya que son unos ignorantes- entró en la plática sorpresivamente Hart, interrumpiendo una discusión que se tornaría interminable- no saben de lo que el viejo está hablando, parece que la razón por la que están aquí la desconocen completamente. La verdad, a mí tampoco me importa la humanidad, pero lo que el anciano quiso decir es que los que están aquí podemos convertirnos en los hombres más fuertes del mundo. - ¿A qué te refieres Hart?- preguntó Eleazar. - A que su querido maestro no les ha dicho la completa verdad de sus intenciones, y ustedes son tan ignorantes como para preguntárselo. - Pero qué querías decir con eso de que aquí podemos convertirnos en los más poderosos, si sólo entrenamos artes marciales- comentó Abel. - Y cómo te atreves a decir que nuestro maestro nos ha mentido- intervino Shin. - Eso pregúntaselo a él- respondió Hart. Shin miró a Drulicz, éste este se mostraba impasible, metió la pipa a su boca. - Bien, entonces lo haré yo- dijo Hart- este viejo no sólo les enseña artes marciales para que sean personas disciplinadas o no sé qué ideas les haya metido en la cabeza, sino que busca también a personas que sean los nuevos defensores de la tierra, por más cursi que se escuche eso. - ¿Qué quieres decir con eso?- dijo John. - Veo que se los tengo que decir con palitos o piedritas… Drulicz es un antiguo guerrero de las espadas sagradas. Todos se quedaron pasmados con estas palabras y voltearon a ver a Drulicz, el cual fumaba su pipa con tranquilidad. - Al parecer no todos ignoraban el principal motivo por el que están aquí, ¿cómo te diste cuenta de todo, Hart? - Bah, era lógico suponer que tú fuiste uno de los portadores de las espadas sagradas- todos entraron en un shock temporal- un viejo, que de repente aparece en esta parte del mundo para entrenar a unos tontos que muy apenas saben usar sus puños para pelear. - Es increíble que nuestro maestro sea uno de los guerreros legen… espera, a quien le dijiste tonto Hart- interrumpió John. - Silencio- dijo Drulicz y levantó la mano derecha- al parecer ya no vale la pena seguir ocultándolo, el motivo por el que están aquí es simple: “No les explicaré la razón por la cual me ubiqué en este lugar en específico, pero sí les diré esto, por azares del destino, o por mera casualidad, ustedes fueron los que llegaron aquí, a este lugar escondido de toda humanidad, en donde llevo casi cinco años y he visto menos personas que en un desierto. Cómo llegaron aquí sólo ustedes lo saben, pero ahora conocen la verdad, la vida está cayendo otra vez en el desastre. La gente está empezando a corromperse, y dejarse llevar por los malos sentimientos que se encuentran en cada uno de ellos. La hora de que nazcan nuevos guerreros para regresar la paz y estabilidad a este planeta pronto llegará, y todos ustedes tienen una cualidad especial que les permite ser aspirantes a obtener una de las espadas. Ahora que ya están aquí, es su decisión, no todos podrán poseer una de las armas más poderosas de la tierra, ustedes deciden si se quieren quedar o retirarse”. Todos guardaron silencio por un rato. Las palabras del maestro los habían dejado atónitos. Sólo se oía el ruido que hacían los pájaros y las hojas moviéndose por el viento. El lugar se llenó de pensamiento y reflexión, todos miraban hacia su futuro. Tenían la oportunidad de ser los héroes más grandes de la tierra. Algunos habían soñado con eso toda su vida, otros con el poder, pero la responsabilidad era grande. Toda la humanidad podría depender de ellos. No era una decisión fácil. Además, todos sabían que si aceptaban el reto, serían rivales. Eran seis, y las espadas sólo tres. Algunos terminarían con las manos vacías. -Sé que no es fácil la decisión, el pensar que todo el mundo dependerá de ustedes- interrumpió Drulicz el silencio- yo también estuve en esta situación, tienen una noche para pensarlo, aunque todos sabemos que nadie se irá, todos estarán mañana aquí, hoy no habrá entrenamiento, pueden hacer lo que quieran. El viejo entró en la casa, y no salió por el resto de día. Capítulo I. La historia de las espadas. En el tercer piso del castillo del Rey del hemisferio occidental, Drulicz se encontraba en una habitación que tiene un balcón con vista a la Gran Plaza de Ciudad Central. Su pequeño y marchitado cuerpo, que simula una pasa gigante, cabía muy bien en la silla donde se sentaba. Fumaba una pipa grande y rudimentaria. De madera. En una mesa simple y roída por el tiempo, había tres espadas viejas en su funda. Por el balcón, se escuchaba un gran alboroto, la gente del pueblo gritaba, había una algarabía como nunca antes vista. El anciano no podía distinguir si había fiesta o pánico, parecía que los dos. El castillo es la construcción más importante que haya fabricado el hombre, su color blanco hace que con el resplandor del sol parezca estar hecho de plata, y su gran dimensión hace que la gente piense que no tiene fin, ya que llega hasta el cielo y su cima se pierde en las nubes. El Rey de Occidente entró a la habitación, Drulicz se encontraba frente a la puerta. El Monarca caminó hacia el balcón, echó un vistazo, se volteó y fue frente a Drulicz. - Entrar a tu habitación siempre me deprime, sólo tienes tu silla donde estás todo el tiempo estos últimos días, esa mesa y una cama- dijo el Rey. Drulicz se limitó a arrojar humo de la boca. Al no tener respuesta el líder de Occidente prosiguió. - No sé cómo puedes tener ese mal hábito, lastimas tu boca e incomodas a los que están cerca de ti. El anciano continuó estático en su silla, las palabras expresadas firmemente por el otro parecían no provocarle alguna reacción. El Monarca, un poco más impaciente, miró las tres espadas situadas en la mesa insípida. - Y no sé cómo puedes tener las espadas así, sin ningún tipo de respeto o protección. - Disculpe si no sigo sus protocolos oficiales, Su Majestad- dijo el viejo y metió la pipa en su boca otra vez. El Rey se dispuso a responder, pero el pequeño hombre prosiguió. - En cuanto a mi hábito, en verdad disfruto mucho una buena bocanada de pipa mientras estoy sentado meditando sobre la vida, y no me importa incomodar a los demás, si alguien quiere gozar de mi compañía tendrán que resistirlo. - Te vas a morir por eso pronto, y todo por ser un viejo testarudo. - He resistido casi 100 años con este hábito, y nunca me ha pasado nada. - Pero antes eras poderoso, nada o nadie podía contigo, pero en los últimos tres meses ya no, y todos tus vicios se te van a acumular. Drulicz miró las espadas inertes y sacó otra vez la pipa de su boca para soltar humo. - No me importa, voy a fumar hasta que me muera. - Eso ya lo sé, desde que envejeciste haces lo que quieres, y no eres de mucha utilidad para nadie. De afuera, los gritos se elevaron un poco, el Monarca se acercó al balcón de la habitación para observar, al sentir un poco el aire fresco que provenía de afuera sintió el contraste con lo viciado del ambiente de la habitación por el humo que emanaba del anciano casi todo el día. Sin asomarse completamente hacia abajo, pudo contemplar grupos de personas celebrando con botellas de vino o cerveza en la mano, completamente embriagadas por la nueva etapa de tranquilidad en el mundo, según decían. Otros se peleaban encarnizadamente a puñetazos entre sí, sin importar quién era el rival, y tenían que ser separados por elementos de seguridad de la Ciudad, que para evitar alguna catástrofe de mayor índole habían sitiado con patrullas y policías la Plaza Principal, la cual estaba repleta de gente que perdía su identidad en la multitud. El Rey se dirigió hacia Drulicz nuevamente. - ¿Lo escuchas?- preguntó el Monarca. - Es imposible no hacerlo, ¿Qué está pasando?- preguntó Drulicz. - Mucha gente cree que ya hay paz en el mundo y está celebrando, hay otra que piensa lo contrario y se siente desprotegida porque no hay guerreros para las espadas – contestó el Rey, quien nuevamente echó una mirada a las tres armas ubicadas en la mesa. La Máxima Autoridad de Occidente era un hombre alto, de imponente aspecto físico, barba negra, pero con ojos de niño inocente. Esperaba una respuesta de Drulicz, pero éste sólo estaba sentado fumando pipa. - ¿Ya no tienen poder las espadas?- preguntó el Rey. - Las espadas siempre tienen poder- contestó el anciano. - Entonces porque ya no las utilizas. - Porque ya no quieren ser utilizadas. - ¿Por qué? - Porque consideran que ya no soy digno de ellas- el antiguo guerrero dijo esto con cierta molestia, como si lo hubiera explicado mil veces- ya estoy viejo, como ves, ya no soy el mismo de antes y por eso el poder de las espadas me ha dejado- prosiguió. El Rey ya había escuchado eso en otras ocasiones, pero aún no se lo explicaba, así que volvió a preguntar. - ¿Después de todas las batallas que peleaste con honor, tú y los otros, así como así ya no puedes usarlas? - Sí- dijo el anciano mientras se sobaba la frente con la mano que no sujetaba la pipa- las espadas sólo pueden ser portadas por verdaderos guerreros, de corazón, que peleen por la humanidad y no por ellos mismos- Drulicz hizo una pausa para darle una bocanada a la pipa y continuó - te lo he dicho mil veces, yo tengo estas cualidades, pero ya no soy un guerrero, estoy viejo, ya no puedo pelear, y el poder de mi espada me ha abandonado, además ¿por qué te preocupa tanto?, no crees tú también que ahora tu reino está tranquilo. El Máximo Gobernante se llevó la mano a la barbilla, con la vista al suelo, parecía meditar la respuesta y luego contestó. - No, creo que no. Miró al anciano, quien permanecía en la misma posición. - Si dejaras que mis soldados más valientes las portaran, para ver si ellos pueden..... - No creo que ningún soldado tuyo pueda portar la espada, o más bien, no creo que las espadas quieran ser portadas por ninguno de tus guerreros- lo interrumpió Drulicz. El Rey esperaba esta respuesta, desde que los compañeros de Drulicz, Alferix y Cartwridge, murieron, sus espadas parecían sólo eso, armas de metal, y después Drulicz, aún joven, llegó hace tres meses al castillo alegando que el poder de la suya lo había dejado. Y las pocas veces que habían sido desenfundadas después de esto, no pasaba nada, no parecían ser espadas mágicas. Sólo eran un pedazo de metal. El Rey siguió insistiendo. - Entonces, ¿Cómo vamos a encontrar a esos guerreros que dices? Drulicz por fin hizo un gesto, sonrió. - ¿Usted cree en que las cosas en la vida se imponen, mi gran Rey? - Claro que no- contestó el hombre- a pesar de ser un Rey me casé por amor y no por la imposición de mis padres, y nunca impongo mis ideas al Consejo, siempre dejo que los miembros se expresen libremente- dijo esto orgulloso. - Exacto- dijo Drulicz exaltado, como encontrando la manera de explicarlo- con las espadas pasa lo mismo, no se pueden imponer a sus portadores, éstos simplemente llegan, no cualquiera es digno de recibir su poder, simplemente algún día llegarán los hombres o mujeres que serán los próximos guerreros. - Pero ¿Cuándo? la gente está asustada, sabe de los peligros que hubo hace mucho tiempo, sabe que sin las espadas pronto todo será como antes, necesitamos a esos guerreros ya– dijo el Soberano sobresaltado. - Ellos vendrán, no te preocupes, ellos llegarán. - Y crees que entrarán por la puerta como si nada, tomarán las espadas y ya- dijo el Rey, todavía molesto. - Claro que no- respondió Drulicz- los encontraré, o más bien, ellos encontrarán las espadas, pero no aquí- por primera vez, se paró, su cuerpo pequeño pasó al lado del Monarca, no le llegaba ni al pecho, se dirigió a la mesa, tomó las espadas y se colgó las correas de las fundas al hombro, las armas le abarcaban de la cabeza hasta casi los talones. Se dirigió a la puerta. - ¿Adónde vas?- preguntó el Rey. - A que me encuentren, a que los guerreros que quieres encuentren las espadas. - Las espadas no estarán seguras afuera, sabes que todo el mundo las quiere. - Aquí no te sirven, Baltaz- el viejo dijo el nombre de su amigo por primera vez- y las necesito para encontrar a esos guerreros, confía en mi juicio, como amigo, confía en mí, algún día volveré, y las espadas estarán en manos de guerreros dignos de ellas, y tu gente ya podrá estar segura. Baltaz sonrió, le dio la espalda a Drulicz, el cual estaba mirando hacia la puerta. - De ustedes tres, eres él más parecido a Sebastián, el gran amigo de mi padre, siempre preocupándose por la humanidad. Está bien, viejo amigo, vete con las espadas, pero no pierdas contacto, porque algún día necesitaré de tus guerreros, y nos volveremos a ver. Drulicz, no dijo nada, no volteó a verlo, pero sonrió, salió por la puerta y la cerró. El Rey se quedó solo, mirando a la puerta. -Sí, nos volveremos a ver- y se acercó al balcón. La primera vez que maté no fue tan difícil como se piensa. De hecho fue un accidente, casi inconsciente. Fue cuando estudiaba en la universidad, en un aula de clases, a una chica cuando estábamos solos. La tumbé y después la apuñale varias veces con las patas de la silla del profesor, no recuerdo si empecé por el cuerpo o la cabeza, porque todo fue muy rápido. Aquel había sido un muy mal día. Me levanté temprano, como usualmente lo hacía en aquel entonces. Cuando me dirigía a la universidad en el transporte público, yo estaba sentado y un tipo estaba parado al lado mío con un elote en vaso en la mano. Al parecer tenía conflictos con diferentes personas porque alguien lo llegó y lo retó después lo empujó, le tumbó el vaso y los granos, la crema, salsa y cualquier otro ingrediente que tenía me cayó a mí, en la camisa. Así que con la ropa manchada tuve que ir a la escuela. Estábamos en época de exámenes y en varias de las clases nos dieron los resultados y no me fue tan bien. Poco a poco mi humor se fue tornando molesto. En la penúltima clase del día, por la tarde, recordé que tenía que enviar por correo electrónico una tarea que era muy importante para la calificación final. Así que al finalizar la hora de aburrimiento, me dispuse a enviar la tarea por la computadora del profesor (En la universidad que estudiaba todas las aulas tenían y siguen teniendo computadoras con Internet). Pero mi primera víctima se me adelantó. Era bonita, pelo rubio, ojos claros y unas facciones delicadas y delgadas, su olor era fresco y su mirada brillante, el despliegue de vida que irradiaba serviría para iluminar el más oscuro de los pantanos. Recuerdo que me dijo, "no me tardo, sólo voy a checar el correo", así que la esperé, pero además de abrir la página de su correo, se puso a chatear y se tardó, más de lo esperado. Ya iba tarde para mi siguiente clase. A veces solo volteaba a verme y sonreía, pero no parecía moverse, así que poco a poco me empecé a desesperar y a sentir una frustración y estrés que buscaba salir de mi cuerpo y explotar. Fue ahí cuando ocurrió.No sé cuanto tiempo, ni exactamente cómo pasó todo, sólo sé que después de terminar de liberar el estrés, sólo había un bulto de carne con sangre en el piso, casi irreconocible. Al principio me asusté y salí corriendo del aula. Afortunadamente no había clase para la siguiente hora y salí corriendo sin que nadie me viera, pero pensé que sólo era cuestión de tiempo para que dieran conmigo. Así que no escapé, me fui a mi casa y esperé que vinieran por mí. Al principio imaginé que vendría todo un pelotón de policía a rodear mi casa con patrullas para sacarme, algo que creo que a los delincuentes los hace sentir héroes, ya que se pone mucha atención en ellos, y los medios de comunicación me querían entrevistas el momento de salir con las manos esposadas. Pasaron dos horas, ya era de noche y nadie llegó, después de estar todo el día encerrado en mi cuarto en un rincón abrazando mis piernas, salí a la sala y prendí la televisión, estaba en todos los canales locales. Calificaban de terrible el crimen, no se comparaba con ningún otro en la ciudad, sobre todo porque fue en la universidad de más prestigio del estado y casi del país. Pero lo más importante de todo, no tenían pistas de quien había sido, sólo tenían las huellas digitales de la silla, las cuales compararían con la base de datos de criminales, pero yo no era criminal hasta hoy y no darían conmigo por eso. Tampoco había testigos, ni otra clase de pistas para encontrar al autor del asesinato, mencionaban. El rector de la universidad hablaba de que estaban consternados por el crimen y que interrogarían a todos lo alumnos que estuvieran cerca de la zona de acuerdo a sus horarios de clase, y que si no se encontraban pistas interrogarían a todos y cada uno.No podía creer lo que estaba pasando, acababa de matar a alguien en plena luz del día y nadie tenía idea de que yo lo hice. Yo lo hice y me gustó, me quitó el estrés de una manera singular, y me dio una satisfacción increíble el poder desquitar todas mis emociones negativas de esa manera.Y me dio una gran risa que nadie se diera cuenta. Todos estaban en su mundo interno, preocupados por otra cosa que no sea los demás. Tan enajenados con sus problemas, que no pudieron darse cuenta de que es lo que pasaba a su alrededor, al lado del aula donde llevaban clase. Por esta condescendencia de la sociedad lo he vuelto a hacer varias veces. Ellos fueron los que convirtieron en lo que soy, ya que impunemente puedo liberar mi estrés y mi odio hacia ellos con terribles crímenes que siguen saliendo en las noticias pero que no pueden identificar quien los hace. Sólo falta que los demás me imiten. Estoy somnoliento, seguramente es de mañana, porque estoy a punto de despertarme. Este día es mi cumpleaños. Casi siempre mis padres llegan y me cantan las mañanitas antes de levantarme, sólo es cuestión de tiempo para que me molesten. La cama me parece mucho mejor este día. Las sábanas parecen de seda y el espacio es más pequeño y acogedor. Esta noche tuve muchos sueños. De todo tipo, de amor, de terror, de acción, pero no los recuerdo bien. Me duele un poco la cabeza, pero ha de ser porque me desvelé. El ambiente se siente muy tranquilo, hay un silencio de muerte. Perfecto para seguir en cama.Soñé que estaba con mi novia en un bar o en un lugar público. Estaban mis amigos también, todos bebiendo y riendo. Luego llegan unos tipos a tratar de buscar pelea, porque, no sé, es sólo un sueño. Salimos a la calle y empieza la batalla, lo único que recuerdo es que yo golpeaba a un tipo con gran vehemencia en la cara que se tornaba roja al igual que mis nudillos. Después, cerré los ojos y ya no supe más. Estaba muy ebrio. ¿Qué haré en el transcurso del día? Desayunaré en casa y tal vez comamos fuera, sólo mi familia y yo. No invitaré a Lucía, la mujer con la que estoy saliendo. Todavía no es tiempo de que ella y mis padres se conozcan. A ella la veré en la noche. Iremos a algún lugar, me dará un buen regalo. Tal vez hagamos el amor. No sé si podré ver a mis amigos este día. Pero no me importa mucho. Debe de ser tarde, el sol entra por mi ventana como si estuviera arriba de mí. Me han de haber dejado dormir más tiempo, pero pronto me despertarán. Ahí está la música. Esta vez se oyen más personas que mis padres, pero mi papá es el que está tocando la guitarra. Tengo mucho sueño aún, pero oigo "despierta, mi bien despierta, mira que ya amaneció", eso significa que ya van a terminar de cantar. Tengo que levantarme, el deber me llama. Lo hago lentamente, me estiro. De repente hay silencio, ya no cantan. Se empiezan a oír gritos, muchos gritos, sin duda hay mucha gente en el cuarto. Primero pienso que me están vitoreando, luego veo que son gritos de terror. Alcanzo a distinguir palabras, "es un milagro" oigo que dicen voces de ancianas, seguramente mis abuelas. Mi madre llega a abrazarme, primero pienso que me está felicitando, luego veo que llora desesperada. Mi padre está atónito, la guitarra cae de sus manos y se parte. Después me doy cuenta de en donde estoy acostado. Ese lugar que se sentía acogedor no era mi cama, es un ataúd, y no estoy en mi cuarto, estoy en mi capilla, en el día de mi funeral. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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